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Están buscando un amo.”

Jacques Lacan, acerca de los revolucionarios del mayo del ’68.

En su libro Vida precaria, Judith Butler propone un argumento para pensar las consecuencias del atentado del 11 de septiembre de 2001: a partir de ese momento, cualquier intelectual que quisiera tener una posición crítica respecto del incidente, que cuestionara el uso político del crimen para justificar una “Guerra justa” contra el terrorismo, era tildado de cómplice o colaboracionista. En definitiva, quien pone en cuestión el estado de excepción para combatir el terrorismo, es un terrorista encubierto.

En una dirección semejante avanzaría también S. Žižek en su libro A propósito de Lenin, cuando pusiera de manifiesto la paradoja del “multiculturalista liberal”. Para este último, la tolerancia es un valor fundamental… hasta que se encuentra con un “fundamentalista intolerante”. En ese caso, se trata de exterminarlo, dado que es potencialmente peligroso. Se tiene tolerancia para todos los que son tolerantes (como uno), pero no se la tiene con el intolerante, punto en el que se demuestra que la verdad de la primera posición es su contraria, reprimida o escondida hasta que una situación la delata. El liberal sólo tolera –o, mejor dicho, deberíamos decir “soporta”– al otro en la medida en que no es un Otro.

En nuestros días podríamos pensar que algo semejante ocurre a partir de la consolidación de la noción de “femicidio”. Cualquiera que proponga repensar el uso de estas categoría ambigua, es tildado de “machista”, “patriarcal”, etc. sin considerar el carácter violento que asumen estas denuncias.

Ahora bien, tomemos un hecho singular: dada la ocasión de una marcha popular con el objetivo de repudiar el asesinato de mujeres (programada para el 3 de junio), en las redes sociales pueden verse imágenes de diversas personas que se fotografían con un cartel que dice #niunamenos. Algunas de ellas están desnudas y se tapan con la pancarta, recuerdo el caso de otra que imposta el rostro de acuerdo con el género codificado de la llamada “selfie” (labios apretados y mirada triste). ¿Acaso para denunciar la presunta objetivación por parte del macho patriarcal se recurre a la objetivación? Dudo que se trate del caso en que la supuesta “víctima” –por cierto, sería penoso que la promoción de la categoría de femicidio concluyera en una victimización de la mujer– busca utilizar las armas del enemigo en su contra. Susana Giménez no es Frantz Fanon con una cartulina de #niunamenos.

En todo caso, pareciera que cierto recurso imaginario –como el que se expresa en las redes sociales– se apoya en la construcción semántica de la “fragilidad” o “vulnerabilidad” de la mujer. Nadie se animaría a dudar de este dato, pero ¿es un dato inmediato? ¿No sería ridículo el intento de justificarlo desde una (supuesta) desigualdad biológica? ¿Este procedimiento no volvería a instalar lo peor del siglo XIX, que justamente la orientación de la mejor teoría género disolvió como fundamento de la diferencia sexual?

Por cierto, tampoco nadie podría dudar del lugar de objeto que todavía le cabe a la mujer en la versión del capitalismo de nuestro tiempo. Ni siquiera podría ponerse en entredicho la deriva del patriarcado que hunde sus raíces en la contemporaneidad. Sin embargo, ¿qué relación podría tener esto con el femicidio? Es en este punto que es preciso realizar un paréntesis y restablecer una posición crítica: situar la causa del femicidio en la actitud objetivante del varón patriarcal, ¿no diluye las condiciones actuales de una sociedad cada vez más violenta, y que incluye a todos los hombres en vínculos cuya realización simbólica está en cortocircuito? ¿Por qué no interrogamos al capitalismo en su conjunto como condición de posibilidad de la violencia de nuestro tiempo? La pretensión de que haya un responsable (o un agente) de la violencia –en lugar de condiciones para su manifestación– es el prejuicio implícito que todavía resta por pensar.

Hoy en día me cuesta distinguir entre muchas personas que sostienen la causa contra el femicidio y la política de ese chico santo que fue George Bush. Incluso hasta es curioso que una reacción (que también se verifica en las redes sociales) haya vuelto a un valor contrario a partir del regreso de un inquietante neologismo de los ’90: “feminazi”.

Dejo para otra ocasión una lectura acerca del lazo ideológico entre el #niunamenos y el “Nunca menos” que resume la política de derechos humanos del kirchnerismo. Y concluyo con una aclaración: me interesa menos una crítica imaginaria de lo que las personas hacen en una red social (siempre más o menos ridículo, aunque el hecho de que una causa pueda bastardearse viralmente debería hacernos pensar) que el creciente interés legislativo en torno a las prácticas que incumben a la diferencia sexuada. Este interés lleva a lo que llamo “discursos de la prevención”, bajo cuyo manto se impone la normativización biopolítica que cada día nos hace creer que somos más libres y tenemos más derechos.///PACO