Filosofía


Nietzsche contra la corrección política y el narcisismo

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“El libro es una especie de espejo: cuando un mono se mira en él, no descubre la imagen de un apóstol”. Friedrich Nietzsche seguramente conocía este aforismo de Lichtenberg, que también Sören Kierkegaard la utiliza como epígrafe para su libro In vino veritas. Es que a pesar de ser un acérrimo antinarcisista, la venganza de Nietzsche a través del rayo de esa sabiduría que “arrancaría los ojos” a los hombres “del hoy”, consistió en haber anticipado que, si “Dios ha muerto”, entonces el narcisismo humano en una lucha de todos contra todos se incrementaría como nunca.

En este sentido, Nietzsche es un precursor de la época de la incorrección política radical a partir del peso con el que, por otro lado, la corrección política abrumaba a su propia época. En sus postrimerías, el discurso positivista generaba una presión cada vez mayor con la idea de progreso, un progreso que era incuestionable y generaba una competitividad y una inercia colectiva avasallantes que devenía, a su vez, en parcelamientos y formalismos cientificistas intolerantes con todo discurso extraño a sus objetivos. Sin embargo, con su postulado del “eterno retorno” (el eterno retorno de lo mismo, del que Sigmund Freud tomaría la idea para formular su categoría de la repetición en Más allá del principio de placer), Nietzsche buscó volver a dar unidad al discurso filosófico y destruir la idea narcisista de un progreso lineal e indefinido que justificaba la división babélica y la hiperespecialización.

Lo que el filósofo alemán vio en su propia época fue que el proceso de culturización, es decir, el proceso de domesticación de lo natural a través de la historia, había perdido su parte histórica y sólo se sostenía en la domesticación a través de una división de los discursos y los objetos de estudio. Este formalismo divisorio e inmanente, ajeno al discurrir histórico, sólo provocaba una adecuación al tiempo presente, que a su vez producía una estandarización y homogeneización de los puntos de vista anclados en “el hoy”. Este era el proceso que para Nietzsche, finalmente, impedía pensar con libertad, provocando el famoso hastío, esa náusea que Nietzsche se cansó de denunciar. En Sobre el futuro de nuestras instituciones educativas dice:

“¿Quién se pregunta todavía qué valor puede tener una ciencia, que devora como un vampiro a sus criaturas? La división del trabajo en las ciencias tiende prácticamente hacia el mismo objetivo, una reducción de la cultura, o, mejor, a su aniquilación. Ahora hemos llegado ya hasta el extremo de que en todas las cuestiones generales de naturaleza seria -y, sobre todo, en los máximos problemas filosóficos- el hombre de ciencia, como tal, ya no puede tomar la palabra”.

Este hastío por las divisiones y racionalizaciones en la ciencia y en la cultura sólo era sufragado por el consumo de lo nuevo, aunque la “novedad” se asumía de manera frívola, es decir, sin poder ni querer entender otras épocas y sin nunca salir de un punto de vista chato, que solo garantizaba congraciarse con los contemporáneos. En síntesis, la trampa que denunciaba Nietzsche era que el sistema aseguraba representar la búsqueda de lo nuevo, aunque sólo para que nada pudiera cambiar jamás.

En este mismo sentido, Así habló Zaratustra es, antes que nada, un ataque contra el narcisismo de los hombres “del hoy”, los hombres “reales”, y contra todos los estereotipos culturales florecidos en su época. Para dar un ejemplo, en los discursos “De los doctos”, “De los poetas” y “Del conocimiento inmaculado”, Nietzsche ataca la academia, el arte y el espiritualismo espiritista, este último muy en boga por la necesidad de consumir lo “nuevo”, que en la época de Nietzsche, también pululaba con expectativa entre sociedades de teósofos y ocultistas. En otros dos discursos, Nietzsche ataca también a la superficialidad cultural: uno es “De los sabios célebres” y el otro es “Del país de la cultura”. En este último, el objetivo es desnudar la falta de búsqueda de un trascendente que escape a la banalización, la copia y la mímesis cultural y narcisista de lo humano. Nietzsche no había sido comprendido por estos hombres de la cultura, y se los hace saber. Cito algunos pasajes:

“Hoy me encuentro de nuevo entre vosotros, hombres del presente, y en el país de la cultura estabais rodeados de mil espejos que lisonjeaban y copiaban vuestros chillones colorines. Todas las épocas y todos los pueblos miran confundidos desde vuestros velos: todas las costumbres y todas las creencias hablan confundidas desde vuestros gestos. Yo mismo soy el pájaro espantado que una vez os vio desnudos y sin colorines: y cuando vuestro esqueleto me hizo señas amorosas, levanté vuelo despavorido. Mientras tanto os decís: “Nosotros somos reales, ajenos a la fe y a la superstición”; así os ufanáis, ahuecáis el buche, ¡ay, aunque ni siquiera tenéis buche! ¿Cómo podréis creer vosotros, gentes pintarrajeadas, si no sois sino pinturas de todo lo que alguna vez se ha creído? Y esta es vuestra realidad: “todo merece perecer”.

Dice también el aforismo cuarto del “Discurso de los siete sellos”:

“Si alguna vez bebí a grandes tragos de aquel espumoso jarro de especias y mosto donde todas las cosas están bien mezcladas; si alguna vez mi mano derramó lo más remoto sobre lo más próximo, y fuego sobre el espíritu, y placer sobre el dolor, y lo más malvado sobre lo bueno; si yo mismo soy un grano de aquella sal redentora (*) que hace que todas las cosas mezclen bien en aquel jarro, pues existe una sal que liga lo bueno con lo malo, y hasta lo peor es digno de servir de condimento y de desbordar la espuma del cántaro…”.

El buche del pájaro Nietzsche creía en la música, conocía su poder transmisor, la transmisión de su espíritu, su transformación. Y como veníamos diciendo, Nietzsche acusa el origen de esta parálisis narcisista en una división que se remonta a lo que la ciencia y el espíritu socrático-platónicos habían hecho sobre lo trágico, lo apolíneo y lo dionisiaco, y que había culminado con la secularización del mundo cristiano en el espíritu moderno. Esta división había consolidado también la consagración de los buenos y los justos como “comisarios culturales”, cómicos para Nietzsche, los cuales generaban una autocontemplación narcisista nefasta. Sin embargo, Nietzsche no cree que esta división sea irreconciliable. Sí cree, en cambio, que la cultura edulcorada es la responsable de mantener en el imaginario una división hipócrita de efectos paralizantes. Es lo que dice en el aforismo XXVI, “De las viejas y las nuevas tablas”:

“Hermanos míos, hubo una vez que alguien miró al corazón de los buenos y los justos y dijo: “Son fariseos”. ¡Mas nadie le entendió! A los buenos y los justos no les era dado entenderle: su espíritu está siempre prisionero de su buena conciencia. Mas la verdad es ésta: es forzoso que los buenos sean fariseos: ¡no pueden optar! ¡Es forzoso que los buenos crucifiquen a quien se inventa su propia virtud! Tal es la verdad. Más el segundo en descubrir su país, el país, el corazón y la tierra de los buenos y los justos, ese pregunta: ¿A quién es al que más odian? Al creador es quien más odian: al que rompe las tablas de los viejos valores, al destructor, a ese llaman delincuente. Porque los buenos no pueden crear: son siempre el principio del fin. Crucifican a quien inscribe nuevos valores en tablas nuevas, sacrifican el futuro a sí mismos: ¡crucifican todo el futuro de los hombres!”

Ironías de la vida y del narcisismo, el filósofo termina comparándose con Jesús de Nazareth. Pero Nietzsche se compara con Jesús para decir que el primero en descubrir a los buenos y los justos fue el galileo. No hay que olvidar que Nietzsche proviene de una tradición alemana imbuida en el proceso espiritual de autoconciencia que describe Hegel; sin embargo, de su “dios ha muerto” no considera que pueda salirse, como indicaría Hegel, solamente por inercia y superación sistemáticas. En cambio, influido por Arthur Schopenhauer, Nietzsche cree que es una cuestión de voluntad: hace falta un esfuerzo personal que libere de la división hipócrita, la mímesis y el narcisismo, de manera que se pueda interrumpir la esclavitud de la propia conciencia al “qué dirán” y a lo que es “bueno y justo”, la moda de la corrección política.

Nietzsche aprendió esto del esfuerzo que hizo por salirse de esa inercia culturosa. A pesar del escarnio y las críticas que sufrió después de la publicación de El origen de la tragedia, no se doblegó y siguió adelante con su propio pensamiento al publicar Sobre el futuro de nuestras instituciones educativas, cargado de sus observaciones sobre un cientificismo atrapado en una época y que impedía pensar con libertad. ¿Y acaso lo que dijo Nietzsche no suena todavía actual? La madeja del proceso de corrección política narcisista contemporáneo está ahogando este mismo “poder decir” e impidiendo la necesaria creatividad para describir lo que sucede. Quizás Nietzsche ayude, entonces, a desenredar esta madeja. Vale la pena el intento.

(*) Marcos 9, 49-50

////PACO

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