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Por María Velo

1.
«El de Milo Lockett. Que me vuelve lockett! Nicola Costantino, que transmite muy bien eso de vivir más liviano!» dice
Paul, el sommelier de Coca Light en la publicidad, y pasa estrepitosamente a la siguiente botella, antes de que algún televidente note que ni el mejor redactor de la agencia pudo escribir una línea capaz de tapar ese agujero gigante a cuyo contorno llamamos Nicola.

Y entonces me pregunto en qué estaban pensando. Coca Light se inspiró, dicen. Cinco talentosísimos artistas argentinos dejan su huella en cinco botellas coleccionables y, más tarde, subastan sus obras, claro, para destinar lo recaudado a fines benéficos, benéfico para quién no sabemos, pero podemos inferir que se trata de alguna enorme donación a alguna conocida entidad que les permita, luego, tener una bonificación en sus montos tributarios. ¿El slogan? Vivir + liviano. Y entonces me pregunto en qué estaban pensando.

nicola corset

2.
Hablemos de Ella. Nicola. Inmensa, controversial, visceral, internacional. Nicola de apellido Siciliano. La que se puso el soirée y esos zapatitos de ensueño de satén dorado para carnear con sus pequeñas manos un Lechón y abrazar su corazón ensangrentado en su Cochon sur canapé. Nicola, que sacaba chanchitos nonatos de su freezer industrial para reproducirlos en yeso, hechos bolita. La del corset de tetillas masculinas, esa.

En la publicidad gráfica, un paisaje desierto y gris devasta la característica botellita, rodeada, en pánico, por cinco o seis chanchobolas. Con chanchobolas nos referimos, para ser claros, a esculturas hiperrealistas de chanchos plegados compacta y esféricamente sobre sí mismos. Si me preguntan, yo digo, así, sin pensarlo mucho, vertiente dos. Claro que Zátonyi tiene razón y ninguna manifestación artística pertenece por entero a una de las dos vertientes. Pero, hablando de dicotomías dialécticas, es fácil ubicar a Nicola dentro de un sistema postclásico, de crisis, de duda, de búsqueda individual, de ausencia de grandes relatos, de lo incompleto, de lo profano. ¿Y qué pasa con la levedad? Kundera ubica la dicotomía levedad/peso como la más equívoca de todas, dado que si bien Parménides indicó a la levedad como el término positivo de la misma, ésta nos lleva a la inconsistencia de los actos, mientras que el peso representa los momentos más intensos de la plenitud de la vida. Coca Light ya hizo, respecto de este dilema, su no poco apresurado juicio de valor. Nicola, por su parte, aportó al asunto con Savon de Corps «Prends ton bain avec moi», muestra en la cual produjo una tirada de 100 jabones que contienen un 3% de su grasa corporal extraída de una liposucción.

nicola savon

3.
«Engaged to: Coca Light» Reza el about de una amiga en Facebook. Y no creas que no es así. La Coca Light es, definitivamente, un gusto de los que se adquieren. Los amantes de Coca Light no gustamos de la común. Es pesada, nos duelen los dientes, engorda.

Algo de ese sabor metálico que cala fuerte al fondo de la garganta nos resulta indescriptiblemente atractivo. Cigarrillos, Coca Light, galletas de arroz y miles de charlas femeninas se han confabulado en largas noches de no tanto estudio en estériles departamentos ajenos a la ciudad, ajenos a nosotras, ajenos a cualquier forma de realidad y con realidad me refiero a todo lo demás, que queda suspendido y expectante del otro lado de la puerta blindada. No hace falta. La fenilalanina de la Coca Light endulza 200% más que el azúcar y nuestra conversación construye tanto mejor esa realidad, como una escultura de yeso hiperrealista de un chanchito que nunca salió de de esa panza con puerta blindada y en perfecto estado de esterilización.

Y es que salir al mundo implica algo más y ese algo es la mismísima creación. Un día, con mi amiga, abrimos la puerta. Asomamos un piecito. Y ya es tarde. La corriente se lleva el piecito, nos lleva a nosotras, se lleva hasta la puerta blindada. Navegamos accidentadamente por la vertiente dos. Salimos al mundo, ya no se puede volver, en una puerta no tan blindada con doscientas perforaciones, a afrontar el desconcierto del río dinámico, del espacio anticoncinnitas frente al cual todos nuestros planes cuidadosamente trazados se vuelven obsoletos. A los planes los dejamos congelar, como Leo Di Caprio en Titanic. Que sea rápido y, cuando pase, tomamos su manito frizada, la soltamos de la tabla y que se hunda profundo, que no vuelva más.

nicola chanchobola

4.
Montones de mujeres cantan desnudas, haciendo una ronda alrededor de una piscina. Un hombre las dirige. Cantan, marchan, hacen flexiones. No pueden dejar de cantar, no pueden mirarse, no pueden parar. Cuando una se equivoca, el director le dispara. Cae muerta en la piscina, llena de cadáveres. Las mujeres ríen y siguen bailando. Teresa, la soñadora de ese sueño, no se anima a hacer nada, puesto que, si lo hace, si habla, si hace siquiera un gesto, morirá. Concluye Kundera, el sueño de Teresa revela la función del Kitsch. Las mujeres celebran las muertes en su marcha macabra porque, en el fondo, esta promete su deseo más anhelado: la identificación absoluta con la mujer como entidad. El Kitsch, un biombo que esconde la muerte. Negación de la muerte, negación de la mierda, negación de todo aquello que es inaceptable dentro del maravilloso marco de la creación.

Anhelamos el útero, anhelamos la muerte, la ausencia de tiempo, de altercados, de decisiones. Armamos, alrededor nuestro, un biombo que se asemeje lo máximo posible a ese útero, a ese ataud. Los chanchos de Nicola, los representantes de la chanchada, ruedan como bochas de bowling y tiran todos los biombos a la mierda. A la mierda, justamente. Coca Light y sus secuaces bailan, rien, cantan y hacen flexiones entorno a ese enorme agujero. Pero pronto se cansan y, Nicola, caen en tus brazos ////PACO.

nicola madona