Una de las tantas atrocidades que se le adjudica al feminismo es la de haber corrompido la integridad de nuestra gramática española. En pos de lograr un lenguaje más justo e inclusivo, se promueven usos que se orienten hacia la representación de un género neutro más que de uno en particular, por lo que en lugar de decir “los hombres”, lo correcto sería decir “la humanidad”, y en lugar de “todos los presentes”, “todxs lxs presentes” (o su versión más larga, “todos y todas los ¿y las? presentes”). Enunciarlo es simple, pero no es tan fácil de implementar en el habla cotidiana. Reflexionemos un poco sobre el segundo fenómeno.

Una de las tantas atrocidades que se le adjudica al feminismo es la de haber corrompido la integridad de nuestra gramática española.

Para saber si tengo que usar la x, primero tengo que pensar si esa palabra que voy a utilizar admite ambos géneros (como gata/gato o chica/chico). Una vez que compruebo esto tengo que tener cuidado de conjugar bien, también, el resto de las palabras de mi enunciado que concuerdan con este núcleo sustantivo. Así, si, por ejemplo, yo quiero decir “los niños pequeños son muy divertidos”, primero tengo que pensar que “niños” se está refiriendo a “niños y niñas”, y por lo tanto lleva x. Pero también debe hacerlo su artículo y las otras dos palabras que lo están modificando: “pequeños” y “divertidos”. Ahora tampoco me puedo olvidar de hacer la prueba de desdoblamiento con esos modificadores, ya que si quisiera decir “los niños pequeños son muy salvajes” no haría falta utilizar la x. Y ahora sí: “lxs niñxs pequeñxs son muy divertidxs”. El problema ahora es otro: ¿cómo se lee esto en voz alta?

El problema ahora es otro: ¿cómo se lee esto en voz alta? La e se erige entonces como la Suiza del lenguaje y la neutralidad, al fin, queda instalada.

Lcs niñcs no son pequeñcs sino que “les niñes pequeñes son muy divertides”. La e se erige entonces como la Suiza del lenguaje y la neutralidad, al fin, queda instalada. Ahora bien, si quisiera decir “lxs padres de mis alumnxs son insoportables”, ¿cómo hago para inculpar también, si fuera el caso, a las madres? Nuevamente, la x: “padres” pasa a ser “xadres”, y esta vez sí se pronuncia cs. “Hoy tengo reunión de csadres”. A pesar de todo este aparente trabalenguas, esto es mucho más fácil de automatizar que de explicar. Pero es justamente esta dificultad la que pone en dudas las posibilidades de que la neutralización con perspectiva de género en el lenguaje a través de la x se institucionalice. En la práctica, sin embargo, su uso parece ganar terreno. Ya no solo se multiplican las x y las e en las redes sociales y en los medios progres, sino también en circulares y comunicados académicos. Se escucha incluso en algunos discursos políticos, y ya hubo varios intentos de convertir en ley la fomentación de la enseñanza y utilización de un lenguaje no sexista a través del Ministerio de Educación, con un inevitable Manual de Estilo diseñado para implementar en documentos oficiales de la Nación.

No hay antecedentes de un cambio semejante en el lenguaje, y mucho menos de uno impuesto por algún convenio semejante, tan en contra del tan automatizado uso espontáneo de la lengua.

Solo el tiempo dirá si Word dejará de llenarse de subrayados rojos cada vez que escribo con x, o si los diccionarios tendrán que comenzar sus ediciones desde cero. Pero lo cierto es que no hay antecedentes de un cambio semejante en el lenguaje, y mucho menos de uno impuesto por algún convenio semejante, tan en contra del tan automatizado uso espontáneo de la lengua. Pero es en este punto donde el uso de la x funciona y de maravilla: desarticular lo espontáneo. En gramática se habla del femenino como “el género marcado” y del masculino como “el género no marcado”. Por eso si digo “todos están invitados”, se entiende que tanto masculinos como femeninos pueden venir a la fiesta, y no solo los primeros. El sufijo “-os” tiene ese poder porque es considerado, a la vez, el que designa al género neutro. Y es contra esto que apunta el lenguaje inclusivo: la visión androcéntrica del lenguaje —esa que tiene al varón como centro— no alcanza para representarlo todo. Por lo tanto, habría algo intrínsecamente machista en él, y de ahí la necesidad de la x, la e o del “todos y todas”. Ya fue Roland Barthes el que dijo que la lengua era perversa, pero no sé si para tanto.

Más que a reparar una crisis de la representación, el lenguaje inclusivo viene a descontracturar un orden. Un orden que es sedimentado, casualmente, por el lenguaje.

Más que a reparar una crisis de la representación, el lenguaje inclusivo viene a descontracturar un orden. Un orden que es sedimentado, casualmente, por el lenguaje. Desde ya, hablar en inclusivo es hacer un esfuerzo y entenderlo es hacer otro. Pero en esa desautomatización emerge algo, no importa qué: empatía, rechazo, aceptación, enojo. ¿O a veces no asombra cómo muchos de los que probablemente en el secundario no paraban de preguntarse por qué tenían que estudiar sintaxis hoy salen a defender a la RAE como si fuera su propia madre? Es que hay una diferencia fundamental entre lo que es el “significado” y lo que es el “sentido”. El primero es lo interpretable, lo factible de poner en palabras. El sentido, en cambio, solo es experimentable como efecto, lo que se produce en la inmediatez. Y ahí es donde el inclusivo gana, instala cuestiones que exceden lo lingüístico. Pensemos también en términos como “feminazi”, “machirulo” o “femininja”. Son neologismos, y si existen es porque algo tendrán para contar. No tienen un significado concreto, pero juntar “femi” con “nazi” produce un sentido que lo dice todo sin decir nada específico.

Si la lengua puede tener algún correlato en la sociedad, el chiste empieza por dejar de hacer mecánicas las categorías que tenemos para referirnos a ella y no al revés.

Por lo tanto, si la lengua puede tener algún correlato en la sociedad, el chiste empieza por dejar de hacer mecánicas las categorías que tenemos para referirnos a ella y no al revés. En palabras de Jacques Rancière: la democracia no determina regímenes específicos de las relaciones entre expresiones y contenidos, más bien rompe con todas ellas. Y esa ruptura es la forma de intervenir en el recorte de aquello que forma un mundo en común. Ese es el poder que tenemos los sujetos de verlo, de nombrarlo y de actuar sobre él. La lengua no puede ser intrínsecamente machista porque no hay nada intrínseco en la lengua, es pura arbitrariedad impuesta. Pero justamente es eso lo que nos permite jugar con ella. Si la potencialidad del inclusivo reside en la paradoja de que la neutralidad obliga a tomar posición, no es sobre si usar x o no usarla es lo gramaticalmente correcto. Este recurso no persigue la institucionalización, porque de conseguirla, la x perdería el superpoder de ser eso que no es la norma. Es, más bien, una toma de posición respecto al orden y a los supuestos que configura esa norma. Y es, si se quiere, la forma más molesta (y efectiva) que se ha encontrado hasta ahora de hacer visibles esas limitaciones/////PACO