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Jurassik Reich, la muestra de dibujos que Félix Kerjean exhibe en Tumblr, ofrece variaciones de una escena recursiva y sorprendente: soldados nacionalsocialistas alemanes cazando dinosaurios. ¿Solo alemanes? También podrían ser tropas de las SS reclutadas en otros países europeos. Es sabido que Heinrich Himmler, al mando de las las Waffen-SS, se inspiró en la Legión Extranjera francesa y a fines de 1940 creó la primera unidad multinacional, la División Wiking, que bajo el mando del Obergruppenführer Felix Steiner, reclutaba y entrenaba soldados escandinavos. Luego se crearían divisiones danesas, flamencas, noruegas, finlandesas y holandesas e incluso se reclutaría tropa un poco más alejada del ideal germánico. Siempre operando bajo el mando de oficiales alemanes, a partir de 1942, letones, estonios, ucranianos, croatas y bosnios pelearon para el Reich como soldados de élite. Como todas estas unidades entraron en combate no hay por qué limitarse a los alemanes a la hora de describir los cazadores de Kerjean.

Pero ¿nazis cazando dinosaurios? En paisajes prehistóricos, lo que vemos es la superposición de dos realidades históricas bien definidas y dibujadas a partir de una documentación precisa. Con un estilo, al mismo tiempo, simple y eficiente, Kerjean redondea viñetas unitarias que no componen una narración sucesiva. De hecho, podríamos ver a Jurassik Reich es una serie de instantáneas y muchas veces el encuadre exhibe el gesto de la fotografía sacada durante una jornada cinegética.

En la primera viñeta, dos soldados de la Weirchmach asaltan un nido de pterodáctilos para robarles sus huevos. El nido está en una montaña rocosa, que, de color naranja, contrasta con el verde de los uniformes. Uno de los soldados usa una gorra y otro, un casco. El del casco, que lleva un fusil en la espalda, se defiende del ataque de los pterodáctilos robados con una Luger. Un tercer soldado desciende con un huevo como botín.

En el siguiente dibujo, un pelotón trabaja despostando un pliosaurio como si fuera una ballena varada. El escenario recuerda una playa del mesozoico. Mientras dos soldados desgarran la carne y separan la piel y la grasa, un tercero empieza a corta la cabeza, y un cuarto, distraído, dispara su rifle contra unos pterodáctilos que se acercan a carroñar. En otra viñeta vemos palmeras tropicales, un lago, totoras y en primer plano un SS-Haupscharführer de lentes, fumando en pipa y arremangado, despluma con dedicación un pájaro prehistórico, mientras un soldado con casco, de uniforme y con la esvástica en el brazalete rojo, afila un gran cuchillo. Hay otras escenas de caza con perros y armas de fuego y también otras escenas de faenamiento y todas parecen conducir a una composición final donde un cocinero militar de delantal blanco fríe un huevo gigante en una gran sartén para el rancho de la tropa. Lo hace en una cocina de campaña de cuyo techo de lona cuelgan piezas de caza: cuartos traseros, colas de reptil y costillares a medio trozar.

En esta primera serie los dinosaurios son utilizados como vianda por los nazis. Destazados y cocinados, se los caza para comerlos. Pero Félix Kerjean no se detiene ahí y propone otra serie que se va mezclando con esa idea de excéntrica gastronomía antediluviana. Es la serie de caza por deporte. La detallo. Cuatro soldados inspeccionan las heridas mortales que sus ametralladoras Rheinmetall le hicieron a un dinosaurio abatido en un bosque de coníferas. En un prado verde y florecido dos soldados le disparan con sus Maschinenpistole 40 a la cría de un corythosaurus de finales del período Cretácico. Así, el rojo de las flores se confunde con las sangre del cabeza del pequeño dinosaurio que estalla. En otra escena, de corte invernal, un grupo de esquiadores militares utilizan los restos de un stegosauro como rampa para hacer saltos en la nieve. En muchas de estas escenas, se posa con los reptiles como trofeos de caza.

Sin embargo, como estos nazis no son cazadores sino soldados muy rápido se pasa de la caza ligera directamente a la destrucción y así enseguida esperamos que un artillero le dispare con una bazooka a un stegosauro que camina desprevenido o un avión bombardea a un tyrannosaurus rex haciéndolo explotar.

Esto da paso a una tercera serie donde lo lúdico se vuelve moral y surge el juego siniestro de la humillación. Esta tercera serie podría ser la serie de los excesos crueles. Sin ganancia ninguna, salvo quizás la de divertirse, un soldado arroja dinosaurios parecidos a los archaeoceratops al río de lava de un volcán en erupción. Otro es retratado orinando lo que parece ser un brachyceratops abatido. Y a continuación un grupo ríe mientras juega, en un campo humeante donde se produjo una matanza, con las tripas de las animales como si fueran bolas de nieve.

Sin embargo, el mejor exponente del ludismo cruel es una de las pocas piezas que muestra una secuencia. Son cuatro viñetas. En la primera, un soldado con su fusil colgado sobre la espalda hace señales. Arriba a la derecha vemos el fragmento de un dinosaurio. Son las patas y la cola. Parece estar colgando. En la segunda viñeta, un oficial vestido de uniforme gris y tocado con un monóculo aspira cocaína recién cortada y organizada con una hojita de afeitar como una esvástica blanca. Luego, un soldado tira unos huesos de un balde al piso. Finalmente la imagen se abre y compartimos la visión del oficial que reconfortado por la droga fuma en boquilla y sonríe frente al espectáculo. Lo que emerge es un gran solar rocoso, en el medio de un desierto. En él, un camión completa un colchón óseo y circular con huesos blanqueados. Sobre esos huesos, una grúa acomoda cadáveres de dinosaurios formando una esvástica. El resultado es una versión prehistórica y perversa de esa formación de pinos que desde el cielo dibujaba el símbolo nacionalsocialista por excelencia.

Para empezar a interpretar este sugerente aberración, deberíamos señalar que primero la droga se consume con la forma del símbolo político. El goce se mezcla así con la absorción de una forma que hoy es percibida como criminal sinónimo del horror pero que también fue pasión nacionalista, modernización, eficiencia y guerra mecanizada. Luego, en un corrimiento imitativo, se transforma a los dinosaurios, emblemas de edades prehistóricas, en instalación y marca política. La manada de bestias es así desfigurada y destruida por la muerte y la industria hasta ser adaptada al propio deseo nazi que fue droga y es política. Lo animal transformado e intrumentalizado. La naturaleza doblegada. El arte monumental nazi -Albert Speer, Arno Breker- no es ajeno a la narración.

¿Qué queda por imaginar después de esto? Mucho más. Estos dinosaurios productos del entusiasmo cocainómano y el poder militar rápidamente pasan a ser usados como prendas sexuales. Recostado en un pequeño árbol un soldado se abre la bragueta y, mientras que con su mano derecha empuña una Luger, con su mano izquierda obliga a un pequeño lagarto a que le practique una felación. Dos pasos más atrás, de pie, otro soldado se mastruba y eyculá en el aire. Enseguida una mujer rubia, de rodete y uniforme, cabalga un pequeño procompsognathus mientras lo estrangula recibiendo en el acto un evidente placer sexual. Rodean a los amantes un campo de exóticas flores blancas de enormes piristilos. Luego la misma mujer, de espaldas, se hace penetrar por el único cuerno de un parasaurolophus que aparece tendido con la lengua afuera muerto o moribundo.

Más allá de algunas licencias comprensibles, Kerjean dibuja con rigor histórico. Los dinosaurios son reconocibles. Las armas y los uniformes de los nazis también. Su imaginación, pese o gracias a esto, nos propone una variada colección de problemas. ¿Descubrió el nacionalsocialismo la máquina del tiempo? ¿Es eso lo que no se narra pero está funcionando por atrás de estas obras? Aunque nunca se explique ni el origen ni el por qué de Jurassik Reich, es posible leer su potencial como reverso crítico de A Sound Of Thunder, el cuento de Ray Bradbury donde un hombre, transportado por una máquina del tiempo, sale en un safari a cazar dinosaurios y al matar, en un descuido, una mariposa cambia su presente histórico. Si el cuento resulta hoy infantil, y lo es incluso para su época de publicación a principios de la década del 50, puede probarse con la sofisticada y bufa parodia de Los Simpsons. No obstante, vale resaltar las descripciones que hace Bradbury del T-Rex, con adjetivaciones que siguen siendo líricas y magnéticas. Señalo también este párrafo que orienta y esclarece nuestras lecturas en su evidente pulsión tánatica: “Al final todo se reduce a esto: cincuenta y nueve millones de años más tarde, un hombre de las cavernas, uno de la única docena que hay en todo el mundo, sale a cazar un jabalí o un tigre para alimentarse. Pero usted, amigo, ha aplastado con el pie a todos los tigres de esa zona al haber pisado un ratón. Así que el hombre de las cavernas se muere de hambre. Y el hombre de las cavernas, no lo olvide, no es un hombre que pueda desperdiciarse, ¡no! Es toda una futura nación. De él nacerán diez hijos. De ellos nacerán cien hijos, y así hasta llegar a nuestros días. Destruya usted a este hombre, y destruye usted una raza, un pueblo, toda una historia viviente.”

En la web tenemos nazis con tiburones voladores atacando aviones comerciales, zombies nazis emergiendo de la nieve, la virtuosa Kung fury donde un falso Johnny Depp en el papel protagónico viaja por el tiempo para combatir a Hitler, y donde, de paso, también hay un triceratops humanoide policía. Y tenemos el trailer de Iron Sky 2 en el cual un Führer reptilizado monta un tiranosaurios rex en su paradisíaco refugio antártico alumbrado por un sol artificial interior.

Competidora negra de un documental del Discovery Channel, Story board de una película clase B que nunca se filmó, muy cerca del lado oscuro de Hollywood, Jurassic Reich pertenece a ese rincón desatado de la web. Pero al mismo tiempo va un poco más allá. ¿Por qué? ¿Qué señala en su repetición, en su recurrencia?

Ahí lo que debería ser preservado por su valor incalculable, y cuidado de la inminente extinción, es acelerado, destruido, violado, consumido, arrasado. Pero en esa negatividad también hay una reafirmación de la existencia. Las breves narraciones de Félix Kerjean pueden ser fantasiosas pero tocan algo de las ideologías, totalitarias y no totalitarias, del hombre del siglo XX y de otros siglo también. Depredación báquica, estimación egoísta del tiempo, donde están ellos, los nazis, está el presente y eso alcanza para comenzar a dominar por el terror. ¿Jurassik Reich como un manifiesto anti-humanista?

Al acercamiento pausado y la respetuosa sorpresa para observar los raros reptiles del pasado -los científicos de Jurassic Park reaccionan así y nos contienen-, ellos, los nazis, le oponen la caza. ¿Hay un pragmatismo que se eleva por sobre la historia ahí? ¿Se cuestiona aquí el reflejo de admiración occidental? Con el vocabulario monótono de la responsabilidad, nuestra época habla todo el tiempo de la memoria, la naturaleza y la preservación. Pero el nacionalsocialismo era una ideología de la acción y la dominación. Por eso los nazis redoblan la apuesta. No retroceden frente a la fantasía última de la bestia natural. Al contrario, la aplastan y la humillan, la hacen objeto de goce lúdico, gastronómico y estético. Sabemos, gracias a Spielberg, que un parque temático muy pronto se puede volver un calvario. Pero Jurassic Reich nos dice algo todavía más crudo: el T-Rex no es rival para la tecnología aplicada de una ametralladora. Por eso frente al terror de las grandes bestias, no hay miedo. Más bien al contrario. La industria bélica se imponen, y sus dueños gobiernan por y para la violencia, y extinguen al otro antes de tiempo. Ese egoísmo ¿no es en algún punto la formulación de la continuidad de lo humano frente a lo que no es humano?

Jurassic Reich puede ser una broma pop, una bizarrerie moral, y de hecho lo es. Pero en su arrebatada precisión se esconde una crítica a la forma en que nos pensamos y nos vemos. Quizás lo que destruyen con tanta impunidad esos agresivos viajeros del tiempo son nuestros sueños limpios de reconciliación con el pasado y nuestra ingenuidad, mientras señalan la incapacidad contemporánea para pensar una naturaleza sin idealizaciones. Y lo que tal vez apuntalan estas complejas operaciones dialécticas, es que somos nosotros, los seres humanos, hijos y habitantes de la modernidad, los verdaderos monstruos.///////PACO