Corales, semillas, esponjas. Caracoles, hojas secas, escarabajos. Totoras, capullos, restos fósiles. Claveles del aire, mariposas. La naturaleza arrancada de su origen compone un inmenso collage viviente en la Galería Acéfala, que curan Bárbara y Sol Echeverría. Un inmenso friso del que penden cantidad de representantes de ese ya lejano mundo *sin* cultura y *sin* tecnología. Dicho así, el planteo podría parecer hasta ingenuo. ¿Qué sentido tendría hacer un recorte indefinido de restos naturales que luego serían emplazados, contra natura, en el corazón citadino de Palermo? ¿Son restos las vainas y semillas que todavía pueden volver a la tierra y germinar? Vayamos al detalle. *Templar*, la escultura/muestra/intervención de Luz Peuscovich, propone un extraño recorrido por el espacio natural, rodeado de cemento y edificios. Esos elementos de la naturaleza con los que nos encontramos al entrar en la obra, arrancados de su lugar de origen, mayormente elegidos en Andalgalá –Catamarca– y arrastrados al centro de Buenos Aires, nos sorprenden sin un orden determinado, cuelgan casi todos a la altura de nuestros ojos y nos invitan a un recorrido informe y azaroso. Pero ese espacio que parece analógico a primer golpe de vista, sí se sostiene en la cultura y la tecnología. Un amplio tejido, hecho con un telar, deja caer los hilos que sostienen cada pieza. Podemos interpretar, entonces, que esa naturaleza ha pasado por la mirada y la mano de un ser recolector y que es, al mismo tiempo, sostenida por una rudimentaria o muy básica tecnología, para aparecer en primer plano ante nuestros ojos. En ese punto, cada hoja o cada semilla, no sería percibida de un modo muy distinto al que lo hace cualquier producto expuesto en el espacio preferencial de la góndola de un supermercado, o como todas aquellas imágenes que las pantallas digitales ponen en foco ante nuestros ojos. ¿Podemos decir entonces que esa cultura tecnológica que expresa el tejido de telar que hace de *techo*, sostiene y expone una determinada exposición de la naturaleza? ¿Qué nos permite pensar esta propuesta artística?

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¿Podemos decir entonces que esa cultura tecnológica que expresa el tejido de telar que hace de *techo*, sostiene y expone una determinada exposición de la naturaleza?

La variedad de objetos y su diversidad, como se sabe, invitan al cierre de una serie de sentidos. Entonces uno comienza a preguntarse: ¿qué clase de grupo conforman las semillas y las piñas? ¿Bosques? ¿Regeneradores? ¿Continuidad? ¿Cómo debe entenderse la convivencia de las especies vegetales con las plantas aéreas o las raíces, o los restos de insectos disecados, vaciados de su interior, casi transparentes, que se montan sobre el penacho de juncos y  totoras? ¿A qué grupo representan los corales duros y secos, en sus diversas gamas de tamaños y colores? ¿Por qué no hay plumas? ¿Dónde se trazó el límite de todo lo que no entró en el paraguas de ese gran telar protector? ¿Quién maneja los hilos de esta naturaleza arrancada de su hábitat? La pregunta que se abre sobre los ambientes naturales nos lleva a pensar en el rescate museológico, frío, racional, y, todavía más, en los manuales escolares o en los coleccionistas que diseccionan insectos y los pinchan con alfileres sobre marcos vidriados que cuelgan de paredes frías. Pero si insistimos en esa línea positiva, un poco más, podemos pensar también en el cuidado de ese gran Otro, no tan ajeno al ser humano, que es la naturaleza, leer un carácter ecológico de la obra, a tono con los tiempos que corren.

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A contramano de una naturaleza muerta –si bien muchos elementos podrían pensarse fuera de su contexto y flujo vital– la intervención de Peuscovich multiplica sentidos.

Sin embargo la intervención no se limita al racconto obsesivo de elementos sino que invita desde el minuto cero a la experiencia subjetiva. Invita a entrar en la obra, recorrerla, estar, tocarla, ser parte de ella. Alguien podría preguntarse por qué puede el espectador se alejaría del sentido museológico de la obra, en busca de otros sentidos. La clave es que la obra, no por casualidad, deja libres las paredes de la galería y se aúna en el centro del espacio, acentuando el rasgo aéreo, etéreo y móvil de los elementos que la componen, y dejándose ingresar y recorrer en todos sus ángulos. A contramano de una naturaleza muerta –si bien muchos elementos podrían pensarse fuera de su contexto y flujo vital– la intervención de Peuscovich multiplica sentidos, abunda en diferencias particulares –ningún elemento si bien pertenece a la serie es igual al anterior– e invita al pensamiento mágico y al juego onírico. ¿No estamos acaso atrapados, también nosotros, en un inmenso atrapasueños en medio de la ciudad? Para cerrar un párrafo sobre el nombre de la intervención. *Templar*. Que bien podría remitir a crear un clima templado, atemperar un ánimo, entrar a un templo, contemplar, mirar de modo difuso a otro que mira a través de los hilos de un telar, mirar nublado sin dejar de ver, recorrer, ser, estar en lo que tiembla, conformar una serie infinita de mezclas y combinaciones de sentidos, que se abren a la imaginación de todo aquel que se anima a habitar la obra//////PACO

*Templar*, de Luz Peuscovich.
Galería Acéfala. Todos los jueves. Del  7 de julio al 11 de agosto.
Niceto Vega 4754. Palermo.
Fotos: María Braumler.