Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en Buenos Aires, cuando la ciudad pertenecía al Virreinato del Perú del Imperio Español, el 3 de junio de 1770. Murió el misma ciudad, cincuenta años después, pero la historia había cambiado, y él había sido parte y motor de ese cambio, y entonces Buenos Aires ya formaba parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata. De colonia habíamos pasado a ser una nación libre. Este 3 de junio se cumple 250 años del nacimiento del prócer y el 20 de junio, 200 años de sus muerte.
Matias Dib es licenciado y profesor en historia por la Facultad de Historia y Letras de la Universidad del Salvador. En la actualidad prepara sus tesis de doctorado y forma parte, como investigador, del Instituto Nacional Belgraniano. Participa en la Colección de Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano, tomos IV al VIII, intervino como autor en La Bandera Nacional de la República Argentina, Manuel Belgrano y la Economía Política e Ideario de Belgrano, vol. 4 de la Colección Idearios Argentinos, contribuyó como colaborador en las obras institucionales Manuel Belgrano (con guías didácticas para docentes y alumnos) y Manuel Belgrano 1816. Unidad e Independencia Americana. Es especialista en la figura del prócer pero también en su tiempo, algo descuidado por la historiografía oficial.
¿Cuándo empezás a estudiar a Belgrano y por qué?
Me tengo que remontar a veinte años atrás, alrededor del 2001. Tres años después de graduarme como licenciado y profesor en historia, me convoca una ex docente de un seminario de investigación de la Facultad para ver si yo podía colaborar con trabajo de investigación histórica en archivo. El Instituto Nacional Belgraniano necesitaba tareas de ese tipo, heurísticas, en distintos repositorios públicos como el Museo Mitre y el Archivo General de la Nación. Estuve tres años pesquisando manuscritos tos relativos a la vida de Belgrano, buscando originales, trascribiéndolos a la grafía actual, cotejándolos y contextualizándolos para acercarlos al lector común. Fue una labor ardua, que hice ad honorem, y que yo tomé como parte de mi formación. Rindió sus frutos porque todo el trabajo que hice durante esos más de tres años me significó, cuando se produjo una vacante laboral, a fines del 2004 y principios del 2005, ingresar como investigador al Instituto Nacional Belgraniano.
¿Qué resaltarías de la vida de Belgrano?
Belgrano fue tan multifacético, su personalidad tan extraordinaria que es difícil resaltar una sola cosa… Yo diría que fue un estadista hispanoamericano y padre de la patria, un hombre con una gran apertura de pensamiento, una lucidez y una inteligencia que le permitió proyectar y organizar un país a futuro en tiempos primigenios, en tiempos donde todavía estábamos en la conformación del Estado hispano-criollo. Si me permitís el anacronismo, Belgrano pensó un país con lo que hoy llamaríamos desarrollo sustentable, con bienestar social inclusivo, prosperidad económica, e incluso con protección ambiental. Después de tantos años de estudiar al prócer, se puede concluir que él trabajó a destajo por consolidar la gran patria americana, soberana, libre e independiente. Abogó por la justicia social, en el sentido de que esa sociedad fuera menos desigual, y luchó por alcanzar la soberanía política. También lo vemos como general en las guerras de la independencia, lo leemos así en sus proclamas y arengas a los soldados y a los pueblos a favor de la libertad, y sin duda luchó por romper estructuras anacrónicas en términos económicos y lograr soberanía e independencia en esa materia clave.
¿Cómo es estudiar la historia anterior a la Revolución de Mayo? ¿Pensás que es parte de nuestra historia nacional?
Para estudiar la etapa previa a nuestra emancipación e independencia, lo que normalmente se llama el “período colonial”, habría que hacer muchas diferenciaciones y matices respecto de cuándo, en qué etapas y bajo qué dinastías monárquicas fuimos verdaderamente o no colonia. El germen de la construcción de la nación argentina y un punto de partida ineludible de nuestra historia fue la erección del Virreinato del Río de la Plata, el 1° de agosto de 1776. El virreinato es una creación político-administrativa, dotada de carácter militar, que respondía a una necesidad geopolítica de la Corona Española: defender la soberanía en la porción más austral de su imperio. Se trata de la unidad jurisdiccional que abrió paso a la organización de lo que después fue la Argentina y de la cual emergieron también otros estados americanos fronterizos. En las clases que doy en el último año de la licenciatura de historia en la Universidad del Salvador, en la materia Historia de la Política Exterior Argentina, la pregunta diagnóstica inicial es ¿cuál sería el punto de partida de un estudio que abarcara la historia de la política exterior argentina? Y coincidimos mucho con algunos autores, docentes y alumnos en que, si bien no se puede hablar de Argentina como un Estado conformado aún, el origen de ese objeto de estudio hay que rastrearlo en la constitución del virreinato de Buenos Aires.
¿Qué hechos no podría faltar en una historia de la bandera argentina?
En el año 2011, me tocó participar en un libro publicado en conjunto con el Ministerio del Interior, con la Dirección Nacional de Asuntos Políticos y Electorales, que es la que se encarga de los símbolos patrios, y ahí se señala que no deben faltar todos los antecedentes de la creación de nuestros símbolos. La figura de Belgrano es irremplazable como creador de la Escarapela Nacional, de la Bandera Nacional y también de la “Bandera Nacional de la Libertad Civil”, hoy símbolo patrio histórico que acompaña por ley a la bandera nacional en todos los actos y ceremonias oficiales y es el lábaro más antiguo, la pieza histórica material de carácter nacional más antigua, dado que la primera bandera que crea Belgrano en 1812 en la barrancas del Rosario se ha extraviado. La bandera debe ser signo distintivo de unión de todos los argentinos. Este año se cumplen doscientos cincuenta años del natalicio de Belgrano y doscientos años de su paso a la inmortalidad y nuestra historiografía lo perpetuó, con justicia, como el creador de la bandera. Pero desde el Instituto venimos señalando que la labor de Belgrano como estadista es mucho más amplia y excede a la bandera. Hay una suerte de deficiencia heurística, de escasez documental respecto al origen de la bandera, los colores, las primeras piezas, lo cual ha generado innumerables polémicas; la mayoría de las cuales se despejaron con el decreto presidencial del 16 de noviembre del 2010. Este decreto de la en ese entonces presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, estableció de forma definitiva las características técnicas de nuestro pabellón y oficializó el uso de las NORMAS IRAM sobre la Bandera Nacional Argentina; cuestión que increíblemente no teníamos fijada hasta ese momento. Y a mí me tocó participar en toda la argumentación histórica de ese libro, obra que se puede descargar gratuitamente en la página web del Instituto Nacional Belgraniano. Últimamente, a su vez, colaboré con el anteproyecto de “Ley Sistémica de Símbolos Nacionales, Emblemas y su Ceremonial” que se presentó a consideración de la Cámara de Diputados. El tema bandera es muy sensible y caro a todos los argentinos. La bandera es símbolo de unión, y por eso había que darle fundamentos históricos a esas decisiones políticas y terminar de superar algunos mitos tradicionales e inveterados sobre el origen y destino del pabellón oficial. Es nuestro símbolo más representativo y significativo, por eso, aunque el tema de la bandera es, en algún punto, inagotable, y su vigencia no se pierde, vale agregar que la acción patriótica de Belgrano excede al mero hecho de su más celebrada creación.
¿Qué cuentas pendientes tiene la historiografía con Belgrano?
Entiendo que la cuenta pendiente que puede tener la historiografía con Belgrano es sacarlo del estereotipo en que lo introdujo su primer biógrafo, el célebre Bartolomé Mitre, cuando escribe su Historia de Belgrano y la independencia argentina, que es un clásico, obra de consulta y de referencia fundamental para empezar a estudiar la figura de Belgrano. A partir de esa obra señera y la otra obra que Mitre escribe sobre San Martín, Belgrano queda encasillado como prócer civil y San Martín como prócer militar. Tenemos que romper un poco esa estructura que perduró mucho tiempo en la historiografía y que desde hace algunos años, por suerte ha ido variando. Belgrano no estuvo únicamente vinculado a las realizaciones civiles, aspecto en el que descolló. Es justo y necesario destacar su labor como militar. Fue general en jefe de tres de los cuatro ejércitos de la década de 1810 de nuestro país. Sus méritos militares fueron reconocidos por el mismo San Martín cuando dijo: “no será un Moreau o un Bonaparte pero es lo mejor que tenemos en América del sud.” Sus biógrafos, algunos eximios militares y ex soldados, contemporáneos suyos como Tomás de Iriarte, como el general José María Paz, como su amigo Gregorio Lamadrid; reconocen sus dotes castrenses, su valor de conductor y organizador, méritos que la propia modestia de Belgrano, por no haberse formado como militar, le cuesta reconocer. En definitiva creo que la historiografía argentina tiene que acordarse de rescatar el Belgrano previo a 1810. Desde el Instituto Nacional Belgraniano estamos trabajando, desde hace más de dos décadas, para recuperar ese estadio menos conocido de la vida de Belgrano, un Belgrano paradigmático como funcionario del estado hispano colonial; la base que sentó los principios del desarrollo y la autonomía de las provincias del Río de la Plata. No se requiere, ni tanto, un nuevo revisionismo histórico, a tales fines. Con los documentos belgranianos y de su época que existen y que llegaron a nuestras manos alcanza para trazar la singularidad de ejemplar de ese prohombre en la etapa naciente de la argentinidad que fue Manuel Belgrano////PACO