Las imágenes parecen sacadas de una película de Indiana Jones. Policías y peritos abriendo una bóveda en una iglesia. Adentro, nada. Pero el vacío se llena con imaginación, con noticias, con supuestos, con agudos comentarios de Lanata, con posteos en Facebook, con hashtags de twits escritos con mayúsculas. La X no marcó el lugar, como el buen Doctor Jones decía. Una alfombra y un cartón fueron suficientes para esconder la tumba del kirchnerismo. En Animales sueltos -el más exitoso talk show de la política argentina- se conoció el lugar adonde probablemente el diputado kirchnerista del Parlasur José López llevaba los 8 millones de dólares en monedas de varios países al momento de ser atrapado por la Policía Federal, que respondiendo a un llamado al 911 encontró lo que pocos esperaban tan pronto: el final del kirchnerismo.

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El vacío se llena con imaginación, con comentarios de Lanata, con posteos en Facebook, con hashtags en mayúsculas. Una alfombra y un cartón fueron suficientes para esconder la tumba del kirchnerismo.

Este episodio es el corolario de una serie que hace mucho tiempo se viene conociendo, desde la valija de Antonini Wilson hasta los videos de cámaras de seguridad con el hijo de Lázaro Báez contando millones de dólares termosellados en pleno cepo. La diferencia concreta es que en el reciente «caso López», un funcionario del kirchnerismo electo fue atrapado con las manos en la Samsonite. Ya no se trata de empresarios amigos cuyas vinculaciones pueden acotarse judicialmente a unas copas compartidas en Navidad, sino a un representante en la misma boleta que propuso a Daniel Scioli y que fue prácticamente digitada por Cristina Fernández de Kirchner. «La ruta del dinero K», denunciada miles de veces en los últimos años, tenía un final de película: una tumba adentro de una iglesia bonaerense. La inocencia de las monjas de clausura, la sacralización de los símbolos, el agua bendita de las puertas, se combina con el peor demonio del votante televisivo argentino, el funcionario electo corrupto in fraganti.

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Ser oposición es muy diferente a ser gobierno. Sobre todo cuando se trata de una fuerza que sólo conoció el gobierno como único búnker. Ante cualquier ataque de importancia, CFK respondía con una cadena nacional o una nueva medida social que reforzara su posición, derramando el bálsamo de la fuerza del Estado sobre los suyos. La retórica y la argumentación fueron reemplazadas por el siempre ambiguo y debatible hablar con hechos. Pero, ¿qué pasa cuando no se puede hacer nada? Los opositores, se sabe, apenas si tienen papeles o declaraciones como toda forma de contestar a  las críticas. A veces también tienen dinero. Pero en el caso del kirchnerismo, el único dinero venía de, precisamente, las arcas estatales y sus múltiples afluentes. A diferencia de otras fuerzas opositoras, había muy pocos empresarios del sector privado dispuestos a aportar suficiente para promocionarlos. Las campañas se financiaban con los aportes de los empleados estatales, las contribuciones de gobiernos aliados y los retornos de obras públicas y otros que les permitieron financiar campañas holgadamente, una modalidad justificada por la pasión militante de sus votantes. ¿Pero ahora? Los resultados están a la vista: explicaciones tibias, llamativos silencios, abuso de redes sociales y fuga de líderes políticos ante situaciones difíciles de explicar. La red de medios aliados que sostenía la millonaria pauta estatal está desarticulada, por lo que quedan portales manipulados por militantes a quienes  la líder no da entrevistas. Así, el kirchnerismo se deshilacha ante una batalla en la que es atacado diariamente. Y esta semana, entre feriado y feriado, le dieron el tiro de gracia.

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Las campañas se financiaban con aportes de los empleados estatales, contribuciones de gobiernos aliados y retornos de obras públicas. ¿Y ahora?

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Esto no significa que el caso López termine con el kirchnerismo como fuerza política, pero sin dudas perdió la suficiente credibilidad para, con el tiempo, pasar a un segundo y tercer plano. Los propios fieles que durante una década levantaron cualquier bandera y defendieron lo indefendible piden explicaciones a «La Jefa», una petición surreal que sin embargo esconde lo más temido para ellos: la idea de que, en este caso, Cristina Kirchner es culpable de algo. Sin embargo, debieron conformarse con un estado de Facebook donde niega todo. ¿Es la misma Cristina conductora que llenó las calles cuando fue a declarar a los tribunales de Comodoro Py? ¿Es la misma líder que pareció hace sólo dos meses volver para quedarse, rearmarse y salir a jugar la carrera política con vistas a una senaduría? ¿Es la misma que parecía que iba a ser el centro de una oposición débil pero con potencial, la que pidió la creación de un «frente cívico» que reúna al progresismo argentino?

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El rol de opositora de CFK dejó mucho que desear. No logró detener las leyes claves del macrismo -ni endeudamiento ni blanqueo- ni consiguió reunir a sus propios legisladores, quienes ante cada hecho de corrupción se siguen fugando.

En términos estrictamente políticos, el rol de opositora de CFK dejó mucho que desear. Por un lado, no logró detener las leyes claves del macrismo -ni endeudamiento ni blanqueo- sino que tampoco consiguió reunir a sus propios legisladores, quienes ante cada hecho de corrupción que se presume en los medios se siguen fugando y formando monobloques en el Congreso. Tampoco pudo conducir el PJ, ni siquiera dialogó con fuerzas ajenas a sus fieles de siempre. Encerrada en una especie de cenáculo llamado «Fundación Patria», apenas hizo algunas apariciones medianamente públicas con escasa repercusión y nulo impacto político. El caso López tiene como protagonistas no a los amigos ocasionales, empresarios que podían o no ser vinculados a su proyecto político, sino a sus propios legisladores, a sus fuerzas vivas más poderosas, a los funcionarios que fueron el corazón de su gobierno. Un López que fue dejado a su suerte en un contexto donde los medios disfrutan regodeándose con los casos de corrupción del kirchnerismo. Y con cada nueva revelación se le otorga al macrismo una vida extra, un tiempo de aire y sol para olvidar el fracaso de la administración del ingeniero Mauricio Macri.

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El macrismo hizo lo contrario al antiperonismo histórico: en cambio de prohibir el nombre de Cristina Kirchner, necesita que se la nombre, pide encarecidamente que continúe nombrándose a los referentes del kirchnerismo.

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En ese sentido, el macrismo hizo exactamente lo contrario a la costumbre del antiperonismo histórico: en cambio de prohibir el nombre de Cristina Kirchner, el gobierno necesita que se lo nombre constantemente, pide encarecidamente que continúe nombrándose a los principales referentes del kirchnerismo, si es posible todos los días, en todos los medios, en todas  las situaciones. Por la positiva o la negativa, el gobierno de Mauricio Macri funciona por oposición al anterior. La clásica muletilla de «profundizar los aciertos y corregir los errores» es la fórmula de la corrección política que le queda al dedillo a una administración sin ideología y, sobre todo, sin muchas ideas sobre cómo abordar los principales temas gubernamentales. Sin embargo, cada nuevo caso de corrupción sugiere la idea errónea de que nada se hizo bien en los últimos doce años, revitaliza las críticas del pasado, las actualiza y las pone de vuelta en las redes sociales, en los comentarios de la calle, en el medio ambiente social. Macri se permite excesos como el que presenciamos en los actos del Día de la bandera, donde exhortó a miles de chicos de escuelas primarias a repetir su slogan de campaña durante el centenario saludo a la bandera. Los baches, parches, torpezas, incapacidades y gaffes del macrismo -que también se dan todos los días- quedan opacados ante la sobreexposición del desborde de la fosa séptica kirchnerista.

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Ya sabemos que el segundo semestre no traerá más que la profundización de lo hecho hasta ahora. Una inflación que sugiere 40 puntos anuales, recesión arrasadora en el interior del país que pronto se notará en la capital, decenas de miles de despidos en el Estado y el sector privado, una baja disonante en el consumo como no se vio desde la crisis de 2008-2009, cuando los errores políticos de la pelea campo-gobierno, junto a una crisis profunda en los principales mercados del mundo, generaron un desaceleramiento de la economía que preocupó a todos, un dólar demasiado bajo para exportar y demasiado alto para importar, e inversiones extranjeras que jamás llegarán a un país con su consumo interno decrecido. Sin embargo, la muerte del kirchnerismo es un espectáculo que no se ve desde el fin del menemismo, y a diferencia de aquel, éste parece ser más veloz y espectacular. Con sólo observar las redes sociales del macrismo -entusiastas gratuitos y rentados- hay muy pocas o ninguna mención a los logros del gobierno actual y una saturación de chistes e indignaciones acerca de los destapes del anterior, por lo que es fácil concluir que el discurso macrista todavía funciona por pura oposición.

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Con observar las redes sociales del macrismo -entusiastas gratuitos y rentados- hay muy pocas o ninguna mención a los logros del gobierno y una saturación de indignaciones acerca de los destapes del anterior.

¿Cuánto durará la bonanza del nuevo gobierno? Todo indica que en el 2016 no encontraremos ningún oasis en el panorama político. El PJ no logra rearmarse después del desmoronamiento de la pérdida del Estado, no consigue encastrar las piezas que quedaron luego de un kirchnerismo que se encargó de dinamitar las bases del partido. Ahí está Gioja como una especie de abuelito conciliador que no escuchan ni los propios, ahí está Massa, tratando de articular una especie de oposición políticamente correcta sazonado con buenas dosis de demagogia legislativa, ahí está Urtubey, buscando que su nombre y su cara sean conocidos lejos de su tierra natal y demasiado cerca de Macri para convertirse en figura opositora, ahí está Scioli, como un replicante del discurso timorato que ya fracasó. Y lejos del peronismo, un socialismo replegado en Santa Fe que intenta sobrevivir a una posible ruptura con la UCR, un Solanas convertido en una caricatura de sí mismo, una Stolbizer que es difícil de explicar por qué todavía se la sigue entrevistando. Nada que entusiasme, nada que contraste a un gobierno que ni siquera puede enumerar sus propios logros, que delega en el periodismo más rapaz la información sobre el Estado y que, sobre todo, repite recetas que ya fracasaron en el pasado más antiguo y más reciente. En su afán de buscar algún tipo de crecimiento en el segundo semestre, acelera planes de inversión en obra pública, precisamente una medida opuesta en todo sentido al credo liberal que supuestamente practican, un salvataje típicamente populista que se contradice con todo lo prometido. Más que «profundizar lo bueno y corregir lo malo», el macrismo parece decidido a repetir lo viejo y desconocer lo nuevo.

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La caída del kirchnerismo, el desprestigio de lo hecho en tres gobiernos, se combina con la exitosa instalación del discurso del «hay que dejarlo gobernar» y «hay que esperar para criticar».

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El fin del kirchnerismo es el principio del discurso único. Es el fortalecimiento de un macrismo decidido a practicar un propio laissez faire que le garantiza impunidad. La caída del kirchnerismo, el desprestigio de lo hecho en tres gobiernos, se combina con la exitosa instalación del discurso del «hay que dejarlo gobernar» y «hay que esperar para criticar», acompañado por una escandalosa sinfonía de ollas destapadas. Bajo la tierra una bóveda vacía es el final de una década donde la mayoría decidió mirar a otro lado para inaugurar un tiempo donde el vacío ya no esté bajo tierra, escondido de los ojos de todos, sino sobre nuestras cabezas, a la vista de cualquiera, en un gobierno que todos los días se demuestra sin ideas, ni retórica, ni plan, ni interés por gobernar más allá de las próximas semanas. ¿Cómo serán las bóvedas del futuro, esas que todavía están por construirse? ¿Qué habrá dentro de ellas? ¿Serán llenadas también con indignación hacia los que se van y tolerancia a los que llegan?/////PACO