La foto mostraba mujeres cubiertas con un burka y encadenadas entre sí. Fue, junto a muchas otras fotos parecidas, tomada como prueba de la misoginia del Islam, y publicada en las redes sociales con epígrafes del estilo ´Mujeres capturadas por ISIS para venderlas en el mercado de concubinas´ o ´Mujeres sometidas a matrimonios forzados´. La investigadora chilena Vanesa Rivera De la Fuente, especializada en Estudios de la Mujer, Religión y Discursos Sociales, la eligió para ilustrar una nota en la que aclara: “La imagen en cuestión corresponde a un acontecimiento religioso que celebran los musulmanes chiíes para recordar el martirio y asesinato del Imam Hussein en Karbala, actual Irak, hace 1200 años, así como el posterior cautiverio de las mujeres de la casa del Profeta Muhammad, quienes aceptaron el humillante peregrinaje de ser llevadas encadenadas desde Kufa (en Irak) a Shaam (actual Siria) en vez de someterse sin resistencia a sus captores. Zaynab bint Ali, tuvo incluso la osadía de desafiar al Califa de la época, acusándolo públicamente de ir contra los principios igualitarios del Islam y ser un opresor de las mujeres y los débiles.” Es decir que la que la interpretación que se le dio masivamente a esta imagen es diametralmente opuesta a su significado real. “El uso de esta foto para manipular a la audiencia no es nuevo. –continúa Rivera De la Fuente- En 2015, el político canadiense Jason Kenney, la publicó en su cuenta de Twitter en el Día Internacional de la Mujer, para apoyar su propia narrativa sobre la necesidad de intervenir en Siria. La polémica sobre qué representa la imagen confirma que las mujeres musulmanas son el hoax más grande de la era digital. (…) Su pasividad e inferioridad presuntas, son sólo imaginarios culturales que alimentan la islamofobia de género. Son las «víctimas», las «otras» y el problema de género más explotado de la era global”. Otro de los temas sobre los que escribió la autora, tiene que ver con que, en el marco de las charlas e investigaciones que hace, “el grupo más interesado en validar estas lecturas tendenciosas y sus estereotipos son las feministas mismas”. Esto se relaciona, en buena medida, a las pobrísimas fuentes de información de las que se sirven algunos grupos militantes: “En una conferencia sobre género y discursos coloniales que di en Chile, las intervenciones de la audiencia, compuesta por activistas de género, se centraron en convencerme de su visión sobre las mujeres musulmanas encabezándola con «un video en youtube dice…» (…) Creo que hay una pereza favorecida por Internet que potencia el ejercicio de ciertos privilegios discursivos. El hoax de ´La Mujer Musulmana´ es explotado con gozo por las ONGs, los social media y todo aquél que busca atención rápida y viral.” 

 

Para los argentinos de la era de los trolls y los fakes en la política, la manipulación a través de Internet no es novedad, pero eso no impide que caigamos en trampas. La ligereza y la emocionalidad que rigen las redes sociales permiten generar consensos basados en intereses que desconocemos. La “opresión que sufren las musulmanas” es un tema con el que cualquiera se solidariza, sin preguntarse quiénes son esas musulmanas, y sin saber, más que superficialmente, de qué se trata el Islam y cuál es el lugar que le ha dado a las mujeres históricamente. Los musulmanes representan sólo el 1 por ciento del total de nuestra población, una cifra reducida pero no del todo desdeñable si pensamos que muchos de ellos son conversos, es decir que han adoptado el Islam por gusto propio, dando la espalda a las lecturas mediáticas. Entre ellos hay muchas mujeres. ¿Por qué una argentina se hace musulmana? ¿Le gusta que la opriman? Ellas hablan de razones espirituales, filosóficas y políticas. Al parecer, el Islam es capaz de dar respuestas para muchas más de las que creeríamos ¡y algunas se consideran feministas!

 

Buscando la unidad

“¿Musulmán? ¿Te vas a hacer musulmán?, le pregunté. No podía entenderlo. En ese momento lo único que yo conocía del Islam era lo que decían los medios en relación con los atentados, y lo que decía mi familia paterna, judía, desde Israel, más o menos en la misma línea. Pero yo respetaba mucho a esta persona, incluso la admiraba, la consideraba muy inteligente, con gran conciencia social y política, así que, si él se iba a hacer musulmán, algo bueno debía tener el Islam (…) Mi familia, más allá de algunos espacios de convivencia posible, manejaba una información básica: los musulmanes ponen bombas”. Esto fue escrito en la revista DM2, por Carolina Chocron, una musicoterapeuta, reikista y profesora de canto que adhirió al Islam a los 32 años, atraída especialmente por su núcleo esotérico, el sufismo. “La primera vez que viajé a Israel conocí muchos lugares, casi siempre sagrados para las tres religiones monoteístas. –Sigue Carolina- Mi papá trabajaba en la construcción con árabes, la mayoría musulmanes. Uno de ellos, enterado de mi visita, nos invitó a comer a su casa. Me sentó a su lado para mostrarme cómo se comía cada cosa y asegurarse de que estuviera bien atendida. Ninguno de los dos hablaba el idioma del otro. Pero fue fácil entender su mensaje: sos bienvenida, mi casa es tu casa, esto es sabroso y es para vos. Luego me enteraría de que algunos amigos y familiares acusaron a mi papá de traidor y de poner mi vida en peligro por haberme llevado a ese almuerzo. Pero él quería mostrarme algo de esa unidad subyacente detrás de la multiplicidad aparente. Catorce años después, supe que los musulmanes reconocen a todos los profetas, desde Adán hasta Muhammad, pasando por Moisés y Jesús, y a los tres libros sagrados, la Torá, el Evangelio y el Corán. Entonces abracé el Islam dando mi testimonio de fe. Había encontrado la unidad que buscaba.”

ATS09. QALANDIA (GAZA Y CISJORDANIA), 20/12/2017.- Mujeres palestinas sostienen piedras durante enfrentamientos con las fuerzas israelíes en el puesto de control militar israelí de Qalandia, 20 de diciembre de 2017. Miles de palestinos marcharon desde Ramala hasta Qalandia, donde se registraron fuertes disturbios entre soldados y manifestantes, que protestaban por la declaración del presidente de EEUU, Donald Trump, sobre Jerusalén. EFE/ Atef Safadi

Emblema de la resistencia al opresor, el pueblo palestino presenta un modelo de mujer aguerrido que viene soportando los embates de Israel a la par de hombres, ancianos y niños. Hombres, mujeres, niños y viejos, aguantan por igual, y la única diferencia concreta entre ellos pasa por ser ricos o pobres. Mariana, profesora de historia (da clases en universidades, en la cárcel y en escuelas con población vulnerable) aporta en este sentido: “Palestina es una causa que llevo en mi corazón aún antes de ser musulmana, por eso fui a conocer ni bien adopté el Islam. Fue una grandísima experiencia en mi vida y realmente ver con mis propios ojos el apartheid que mantienen los israelíes sobre los palestinos me dejó una marca imborrable. No nos entra en la cabeza, mucho menos como latinos, que haya una calle dividida con retenes de cemento para que de un lado caminen judíos y del otro, palestinos -por supuesto los palestinos tienen la parte más chica- o que niños chiquitos judíos nos arrojen piedras y basura desde los techos: esto me pasó en Hebrón, ciudad Palestina donde los israelíes implantaron una colonia en medio de la medina árabe. Uno puede tener diferencias con los movimientos de liberación de países que están ocupados, pero sólo alguien que nació cómodo y siempre tuvo sus necesidades cubiertas puede darse el lujo de decir si una forma de lucha contra un opresor poderoso está bien o mal”.

Fuera de Palestina, el Islam se extiende como un gigante con el que las nociones de múltiple y diverso surgen al primer contacto. Esta complejidad también está presente en lo femenino. Una mujer de Irán es muy distinta a una de la India o de Arabia Saudita, aunque probablemente todas ellas se cubran el pelo. Partiendo de una primera división entre sunismo y chiísmo, lo que conocemos como Islam engloba cosas tan drásticamente opuestas como el wahabismo, referencia de grupos terroristas en los que el mal trato a la mujer es sólo una de las aberraciones, o el sufismo, que sedujo a Carolina y a Mariana y que está muy extendido en Occidente gracias, en parte, a la obra de algunos de los poetas y sabios más valiosos del medievo. “Llegué al Islam por el sufismo -Continúa Mariana-. Estaba en crisis existencial por la muerte de mi padre y volví a antiguas preguntas relegadas por cómo se había desarrollado mi vida, entre los estudios y la militancia política. Ante algo como la muerte de un ser amado volvieron, y con más fuerza, tanta que no pude esquivarlas. Con el tiempo, pude visitar Siria, Líbano, Jordania, Egipto, Turquía, Marruecos, Irán e India y los universos femeninos son increíblemente diferentes, diversos y hermosos. Pero también comprobé que no somos tan distintas como creemos, nos duelen y dan felicidad las mismas cosas”. Otras conversas dieron con el Islam no sin antes buscar soluciones dentro de religiones más cercanas, como en el caso de Salimah, que ya lleva la mitad de su vida cumpliendo con los ritos como los cinco rezos diarios. Antes de que llegue a sus manos una revista llamada Sufismo Viviente en la que vislumbró la salida a su búsqueda espiritual, había ido bastante a la Iglesia sin sentirse interpelada por su simbología. Dice que el Islam le dio respuestas lógicas y que existe una rica intelectualidad musulmana que logra congraciar aceitadamente la fe con la razón, basándose en el Corán. “Nunca obtuve de ningún católico practicante explicaciones metafísicas tan sólidas como las que puede dar, incluso, un musulmán con un nivel de estudios medio o bajo, exceptuando por supuesto a los grupos radicales autodenominados islámicos que, en realidad, son medio como nuestros famosos “infiltrados de la Plaza”. Otra clave para acercarse a una religión así de exótica fue no atender a los medios de comunicación masiva: “Si Facebook o Clarín mienten sobre cosas que suceden a dos cuadras de tu casa, cómo no van a mentir sobre Medio Oriente. Saber qué es el Islam para un latinoamericano requiere, como mínimo, autonomía real del pensamiento y un nivel cultural bastante alto”.

Discriminación fatta in casa

“Yo no siento que haya nada muy diferente en ser mujer argentina atea, católica o musulmana porque no creo que este país discrimine en ese sentido. La pasa muchísimo peor una chica boliviana que viene a laburar de mucama y a «ayudar», porque hoy se dice “tengo una chica que me ayuda” y no “tengo una señora que limpia” -puntualiza Mariana- como antes, aunque el “tengo” se mantiene. Y ni hablar de una jujeña con acento del «interior» o una pibita de la Villa 31 con dos hijos y 18 años. Puede que a una chica con velo la miren raro, pero no va a conocer los niveles de discriminación que se pueden sufrir por color de piel o nacionalidad”. Tanto ella como Carolina o Salimah, sorprenden por la facilidad con la que hacen convivir su fe con su vida cotidiana, y por no cuadrar con los preconceptos sobre mujeres musulmanas que circulan por ahí. “A veces me preguntan por qué, si soy musulmana, no uso hiyab. Y se sorprenden cuando les respondo que no es obligatorio. –Explica Carolina- Es cierto que me cubro para hacer mis cinco oraciones diarias y también cuando voy a alguna mezquita, pero en mi vida cotidiana llevo el cabello descubierto. Si bien se asocia el hiyab con el islam, esta prenda existía en la época preislámica como signo de respetabilidad, distinguía a las mujeres libres de las esclavas. Mostrar el cuerpo se asociaba con la mujer sometida al hombre como esclava o prostituta, mientras que el uso de hiyab en el contexto de la religión puede significar que la mujer se somete sólo a Dios, y no al hombre. En un video que vi recientemente, una mujer musulmana en Londres decía: Mi hiyab es mi corona. Yo no lo uso, pero tampoco me siento cómoda con un escote pronunciado y siento que es un derroche de energía estar permanentemente tratando de captar la mirada de los hombres. En menos de seis años mi imagen y mi esquema corporal se ven modificados por un relato nuevo para mí, que me resulta extrañamente familiar, un relato que me viste y se ajusta a mi medida, no me tira de sisa ni le sobra dobladillo. Estamos hechos de palabras, habitamos las palabras que nos nombran y arrojamos palabras a los otros para que las habiten. Es en este nuevo relato de mí misma como musulmana que mi hiyab no es ya mi pañuelo, sino mi actitud”.

 

Por su parte, Mariana cuenta: “Tengo 40 años y soy soltera sin hijos, así que supongo no soy la viva imagen de una mujer musulmana clásica que los «orientalistas» aman presentar. Aún con buenas intenciones, muchas veces la prensa busca mujeres musulmanas que usen velo, sean relativamente cancheras e independientes, pero no demasiado porque no serviría para seguir perpetuando esa imagen estática del Islam. Hace poco vi una nota en Telefé en la que entrevistaron chicas chíitas piolas, pero con velo, y también me pasó que me pidieran una entrevista para un medio y cuando dije que no usaba velo no les interesó. Eso es orientalista a full”. Estas situaciones hablan de la paradoja que se abre al no terminar de comprender una forma de vida de la que, sin embargo, se opina a troche y moche: algunos occidentales censuran el uso del hiyab porque saben que, en el fondo, más que una cuestión de opresión a la mujer, es una cuestión política, y otros lo piden, con el objeto de mantener a las musulmanas bien identificadas en su “diferencia” respecto de un “nosotros” bastante incierto. Para Salimah, esto se relaciona concretamente con una campaña de prensa colonialista que arrancó mucho antes de Internet y que, a grandes rasgos, buscaba y busca legitimar la apropiación de recursos y tierras del Islam por parte de las potencias de Occidente. “Acá -remata- donde tendríamos más motivos para identificarnos con las economías deprimidas de muchos países musulmanes, repetimos los discursos de Francia o Inglaterra, un poco como loros. En Facebook ves cómo alguien se conmisera de los nenes palestinos o de las mujeres oprimidas por el salafismo y al toque se le parte el alma por un gatito perdido. Todo está al mismo nivel. Yo pienso que las mujeres occidentales tenemos mucho que aprender de las musulmanas y no al revés. Con ellas hacemos algo parecido a lo que hacen los machistas con nosotras, las tratamos como objetos dignos de lástima, sin saber qué piensan ni haber oído lo que tengan para decir”. Pese a la ignorancia de una parte de Occidente sobre lo que se denomina feminismo islámico, desde hace varios años hay muchas mujeres trabajando enjundiosamente para cultivarlo, frente a la mirada de las feministas seculares que se dividen entre la crítica, el apoyo y la perplejidad. Según Habiba, otra argentina, madre de dos hijos que adhirió al Islam poco después de su marido, hay justificaciones muy concretas para la existencias de los feminismos musulmanes: “La respuesta más directa es que desde el mismo surgimiento del Islam la mujer ha tenido derechos espirituales, civiles, jurídicos y hasta políticos incomparables con los que tenía la mujer en occidente hasta no hace mucho tiempo. Basta con leer sobre la vida del Profeta para darse cuenta de la forma en que la mujer debe ser tratada por su esposo, de su importancia en la sociedad, de la equidad respecto de los derechos del hombre. Hasta a en materia espiritual, el rango o categoría espiritual que tienen en el Islam mujeres es notable. En lo personal no encuentro contradicción entre Islam y libertad: trabajo, estudié y estudio (ahora estoy terminando una segunda carrera universitaria) y jamás me sentí privada de mi libertad por ser mujer y musulmana, ni por mi esposo ni por la comunidad islámica, ni por nadie en ninguna de las mezquitas en las que he estado. Lo que sí siento es que no podría ir a trabajar o a la facultad con un pañuelo en la cabeza o expresar o dar a conocer mi religión libremente justamente por el prejuicio en general que existe hoy por hoy con respecto a la religión islámica”. Las bases de estos prejuicios radican en una ignorancia sustentada por el poder occidental hegemónico, que, en Argentina, a falta de voces capaces de sortear del todo el cepo mediático, parece tallar con más potencia que en los países que tuvieron y tienen un contacto directo con Medio Oriente, o que en otros países de Latinoamérica que descubrieron paralelos entre los pueblos musulmanes y latinos. “Las luchas de las Feministas Islámicas – explica el académico puertorriqueño Ramón Grosfoguel- constituyen unos de los movimientos de liberación más importantes en el mundo hoy. El paralelismo más cercano a las “feministas islámicas” en América Latina son las feministas negras y las feministas indígenas. Los latinoamericanos tenemos mucho que aprender de ellas.”////PACO