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En una nota anterior titulada Mujeres del Islam, recurrimos a los testimonios de varias argentinas que adhirieron al Islam alegando, fundamentalmente, razones espirituales, al tiempo que intentamos separar la paja del trigo frente al blindaje mediático que rige en torno al Islam en general, y a la mujer musulmana en particular. En esta segunda parte vamos a meternos más de lleno en lo que, desde Occidente, llamamos “feminismos islámicos”, movimientos muy variados que lejos de ser el oxímoron que muchos creerían, son de una complejidad y una riqueza intelectual sorprendente. Decolonización, Periferia, Soberanía y otros conceptos que casi no aparecen en el discurso del feminismo vernáculo, se organizan en torno a una idea central: para los problemas de las mujeres que no formamos parte del Primer Mundo, las soluciones no pueden -ni deben- gestarse en el Primer Mundo.

Feminismos islámicos” una colección de textos compilada por Ramón Grosfoguel, arranca con esta aclaración: “El Corán siempre habla de los humanos y establece una igualdad de derechos y deberes tanto para hombres como para mujeres. Son muy pocos los versos del Corán (menos de cinco) que han sido utilizados para justificar prácticas culturales patriarcales, y para eso los intérpretes patriarcales han tenido que distorsionar bastante los sentidos del árabe clásico y el espíritu de la revelación, cambiando el significado de las palabras y obviando los contextos históricos e intertextuales en que los versos fueron revelados.”

En estas pocas líneas, el académico portorriqueño da cuenta de algo que resulta elemental: no se puede hablar seriamente de las musulmanas sin recurrir a fuentes históricas. La investigadora chilena Vanesa Rivera de la Fuente señala que “hay al menos diez tipos de movimientos de corte feminista en el Islam, con distintas causas y espacios de injerencia, más los nacionales de cada país y al menos cuatro perspectivas interpretativas”, por lo que resulta evidente que cuando hablamos del feminismo de las musulmanas, no estamos ante algo que pueda resumirse en una nota o un video de youtube.

“En mi contacto con las feministas islámicas –continúa Grosfoguel- lo primero que me llamó la atención fue la erudición extraordinaria de estas mujeres, o, mejor dicho, de estas sabias. Construir un proyecto de liberación de la mujer desde las fuentes sagradas del Islam, en lucha contra la tradición imperial/colonial eurocéntrica y en lucha contra los patriarcados subalternizados de los pueblos colonizados/neocolonizados del mundo musulmán es un asunto intelectualmente complicado, que requiere de erudición y sabiduría extraordinarias”.

El autor concuerda en que no estamos ante un espacio homogéneo ni de consenso. Por el contrario, el disenso y el debate dentro de estos grupos son constantes, pero ambos operan sobre la base común de la ética coránica. Las discusiones no se apoyan enfáticamente en los medios de comunicación, privilegiados por muchas feministas norteamericanas, europeas y locales, por momentos más amigas de los hashtags y de las denuncias mediatizadas que de la reflexión, y peligrosamente proclives a dividirse en bandos que, en vez de enriquecerse mutuamente, se enfrentan en discusiones pedestres. La primera diferencia entre ambos escenarios es la visibilización del concepto de colonialismo, puntualizado por Grosfoguel. Es cierto que existen grupos de feministas musulmanas que aseguran que el Islam tiene que aggiornarse para ponerse a tiro con la coyuntura actual, aunque sin aceptar la secularidad o el ateísmo como forma de vida hegemónica. Para la autora española Sirin Adlbi Sibai, la necesidad de adaptación de estos grupos encierra varios problemas: “Las mujeres musulmanas en raras ocasiones han planteado los discursos sobre mujeres, feminismo e Islam a partir de una crítica profunda a la modernidad occidentalocéntrica, comprendida como proyecto epistemicida que ha silenciado otras opciones culturales, epistemológicas y espirituales posibles. Por el contrario, sus discursos han ido más dirigidos hacia una defensa reactiva del Islam como compatible con el proyecto feminista liberal, en el contexto de una respuesta a los discursos islamófobos. Esta situación impide abordar la tradición islámica desde una perspectiva decolonial que permita replantear un proyecto plenamente emancipatorio, desde una cosmovisión islámica”.

Sin embargo, aún en estos grupos, hay cuestiones que resultan más que interesantes, como las que analizan la oposición entre Justicia e Igualdad. “Si bien el Corán tiene concepto de igualdad unos mil años antes de que lo formularan los pensadores masculinos imperiales patriarcales de la Ilustración occidental del siglo XVIII –explica Grosfoguel-, el debate consiste en la articulación entre ambas categorías. (…) Para las feministas islámicas más coloniales, el concepto de igualdad es el concepto más importante, reproduciendo un concepto occidentalocéntrico de igualdad abstracta. Por otro lado, las más descoloniales enfatizan que el concepto más importante de la revelación coránica es el concepto de justicia”. Sin embargo, para Grosfoguel “la mayoría de las feministas islámicas enfatizan ambos conceptos, y el debate consiste en su articulación. (…) De manera que siempre hay que ver la igualdad y sus relaciones en relación a lo que es justo. No se puede hacer un universalismo abstracto del concepto de igualdad, como hacen algunas feministas occidentales, desvinculándolo del concepto de justicia”.

Musulmanas en la mira occidental

Que la mujer musulmana es un objeto de particular interés para las feministas occidentales no es una novedad. La seguidora de Simone de Beauvoir, Elisabeth Badinter, fue la principal impulsora en Francia de la prohibición de hiyab, aunque sorprendió al decir: “hay formas de vestir que me chocan más que el velo islámico, como una niña de 13 años con las nalgas al aire”. Pero, por otro lado, la norteamericana Camille Paglia es una reconocida defensora de los valores asociados a lo religioso, pese a no encarnarlos con su estilo de vida: “Tengo un gran respeto por la religión, que considero una fuente de valor psicológico infinitamente más rico que el estructuralismo éticamente insensato que se ha convertido en una religión secular. Hay que estudiar las grandes religiones abrahámicas un poco más en serio para percibir su riqueza.” Rivera De la Fuente clarifica esta tensión subyacente en los discursos feministas occidentales al hablar de una «demonización», basada en el supuesto de incompatibilidad entre la “liberación de la mujer” y la religión. De esa forma, asegura que “todo tipo de activismo feminista o iniciativa que viene o tiene antecedentes en la religión es una contradicción: no habría un feminismo musulmán y la posibilidad de desarrollar una hermenéutica feminista no puede tomarse en serio. (…) La demonización es caldo de cultivo para la Islamofobia, el racismo y la misoginia, en tanto no reconoce capacidades en las mujeres que no se identifican con una perspectiva universalista-colonial eurocéntrica”.

En Argentina, a diferencia de otros países latinoamericanos que ya percibieron que socialmente existen más puntos de encuentro con África y Asia, tenemos la vista puesta principalmente en el modelo de mujer que propone Estados Unidos (estrechamente ligado al mercado, como no podía ser de otra manera en una de las primeras economías del mundo) y, en menor medida, en Europa. Basta para confirmarlo con echar un vistazo a las notas que se publican a diario en los medios masivos: “Ahora que la escucha es distinta a partir del movimiento #NiUnaMenos en Argentina y del #MeToo en Estados Unidos. Hablemos mujeres, hablemos. Estamos para escuchar. Para acompañar”, pudo leerse en enero de este año en Página 12, el diario argentino asociado al ideario progresista, que también publicó, en el mismo sentido y entre decenas de notas similares: “Más allá de las palabras que pronunció, lo que Winfrey demostró el otro día en ese escenario fue que sí es posible aliar al mercado, los productos mainstream y las ganancias con una idea de responsabilidad social ante los derechos de las mujeres y de las minorías. ¿Por qué todavía dudamos?”. Para La Nación, el diario que históricamente representó a la derecha liberal argentina, la cosa no es muy distinta, aunque incluye con más frecuencia a Europa en la ecuación: “#AncheIo o #QuellaVoltaChe en Italia, #YoTambién en España, #IchAuch en Alemania. En todas partes, mujeres de toda edad y todo medio social testimonian espontáneamente desde entonces contra las violencias sexistas. Esas denuncias incluyen un poco todo: los insultos y el acoso en el trabajo, las humillaciones y las violaciones, las derivas ordinarias y los hechos considerados por la Justicia como delitos o crímenes”.

Hacia un pensamiento propio

En el presente, la vestimenta islámica es quizás la cuestión más mentada por la prensa occidental. En este punto, resultan esclarecedoras las palabras de la marroquí Lamrabet Asma: “el Corán no insiste en una manera específica de vestir para la mujer, sería muy simplista analizar esos versículos sin tener en cuenta la orientación general del mensaje espiritual, que es más bien una ética global de decencia, respeto, moderación y sobriedad, dirigida tanto a hombres como a mujeres. Como mujeres musulmanas, tenemos el derecho de hacer una crítica constructiva de nuestras propias tradiciones misóginas, pero sin dejar de ser lo que somos dentro de nuestra comunidad. Tampoco vamos a avalar los mitos eurocéntricos de la emancipación, del humanismo y de un cierto feminismo que quiera hablar en nuestro nombre. Hay que iniciar un pensamiento crítico plural de feministas musulmanas a partir de esta “periferia” del mundo donde hablamos, vivimos y llevamos a cabo nuestras propias luchas”. El concepto de periferia es clave para las teóricas más interesantes del Islam contemporáneo. Según explica Sirin Sibai, “el feminismo hegemónico ha estado imponiendo una serie de discursos, ha ido dirigido hacia un sujeto determinado, que son las mujeres blancas, occidentales, burguesas… este tipo de feminismo ha excluido a todas esas mujeres del llamado tercer mundo, por lo que parte de una exclusión, es decir, pide la igualdad de los hombres y las mujeres occidentales y nunca ha incluido a las mujeres de otras culturas o civilizaciones”. Para la investigadora Sara Salem, autora de “Feminismo islámico, interseccionalidad y decolonialidad”, entre otros trabajos, “las feministas negras norteamericanas fueron las primeras en sostener que el feminismo dominante no representaba, y era incapaz de hacerlo, sus experiencias con solo tener en cuenta el género como variable más importante. Ellas insistían en que sus realidades eran mucho más complejas que eso: eran mujeres; pero también eran negras, pobres o ricas, urbanas o rurales, educadas o no educadas, y así sucesivamente. Todos estos diversos aspectos de sus identidades se combinaban para crear sus realidades. Al comienzo, se creó la noción de “opresión triple”, que sostenía que las mujeres negras sufren de tres tipos diferentes de opresión: de clase, de raza y de género, pero se concluyó en que no eran así todos los casos. (…) Es problemático hablar de un “feminismo universal” o de una “mujer universal”.

El que se conoce a sí mismo conoce a Dios”. Este hadiz, uno de los más importantes dentro de la tradición islámica, se encuentra presente en el trabajo de estas autoras bajo la noción del autoconocimiento individual y social como base de todo análisis. Para bien o para mal, la mayoría de las latinoamericanas, las negras, las indígenas y las musulmanas, nos movemos en la “periferia” del “mundo”. Sentirnos parte de colectivos con base en Nueva York o París, habla, quizás, de cierta ingenuidad o de una incapacidad para vernos en un espejo “sin filtros” que recuerda a declaraciones del tipo “todos los sudamericanos somos descendientes de europeos”, pronunciadas por el presidente Macri en Davos. La vieja trampa de pensarnos europeos o yankis ya nos ha traído más de un dolor de cabeza, pero es muy difícil de desarticular si no posamos los ojos en otras culturas. Valorar las diferencias y fortalezas que nos separan de quienes viven en países cuyas economías funcionan gracias a la destrucción de las nuestras, resultaría más razonable que limitarnos a copiar sus modus operandi. Pero Grosfoguel señala también otro de los peligros implícitos en esta dialéctica: “no es equivalente a ser descolonial el ser antioccidental. Muchos de los movimientos fundamentalistas islámicos, indigenistas o afrocentristas, que se identifican como antioccidentales y anticoloniales, son tan coloniales y occidentalocéntricos como la tradición del fundamentalismo eurocéntrico occidental. Lo que distingue a estos fundamentalismos tercermundistas es que terminan invirtiendo los binarios del fundamentalismo eurocéntrico. Si el fundamentalismo occidentalocéntrico dice que la “democracia”, la “liberación de la mujer”, la “libertad”, la “civilización”, los “derechos ciudadanos”… son naturales e inherentemente “occidentales”, y que el “autoritarismo”, el “patriarcado”, la “barbarie” y el “despotismo” son natural e inherentemente pertenecientes a las culturas “no occidentales”, los fundamentalistas tercermundistas en lugar de cuestionar el binario eurocéntrico y desplazarlo lo que hacen es aceptarlo, normalizarlo, confirmarlo e invertirlo”.

Un viaje a las raíces

Retomando el consejo de Paglia, quien exhorta a estudiar un poco la historia cuando se está ante una las tradiciones más antiguas, polémicas, tergiversadas y revulsivas del presente como es la islámica, veremos que, aunque es una tarea que excede este trabajo, hay muchas puertas de ingreso. Es una de las tres religiones del tronco abrahámico pero en muchos puntos, se opone drásticamente a Roma: desde que surgió, el mundo musulmán permite el divorcio y prohíbe el celibato. Una de las causales de divorcio es la insatisfacción sexual y, como los pastores protestantes o los rabinos, los sheijs se casan. Más aún: una gran cantidad de hadices (dichos de Muhammad, conocido aquí como Mahoma) resaltan los beneficios de tener una vida sexual activa. Si pensamos en el Tantra, podríamos colegir que el Islam se encuentra, al menos en este aspecto, más cerca del hinduismo; y que en más de un sentido resulta una bisagra entre Oriente y Occidente.

Me han sido dadas por Dios tres alegrías: las mujeres, el perfume y el rezo”, es un dicho profético harto conocido por todo el mundo islámico que plantea poéticamente la preponderancia femenina a la hora de concebir la felicidad. Por su parte, la poesía sufí es un buen punto de partida para atisbar el verdadero sentido de lo femenino, dentro de un sistema de pensamiento que ya tiene más de 1400 años y 150 millones de adeptos en el mundo. Al-Andalus, uno de sus apogeos históricos, fue fundamental para la tradición cultural occidental por su rescate y traducción de los griegos, pero también por sus místicos: el sabio más grande que dio el Islam fue español, de Murcia. Nacido a comienzos del siglo XIII, y conocido Ibn Arabi, gestó una obra inmensa, estudiada por filósofos, religiosos y escritores de todo el mundo, que incluye pasajes como este: “Dios no puede ser contemplado en ausencia de soporte porque la esencia de Dios es independiente de lo mundano. La contemplación implica necesariamente un soporte sensible; es por eso que la contemplación de Dios en las mujeres es la más completa y perfecta. Y la unión más grande es la unión sexual”. No es de extrañar que, en Arabia Saudita, centro del wahabismo ultraconservador, sus libros estén prohibidos. Al-Qāšānī, uno de sus seguidores célebres, escribió, enfatizando la presencia femenina en la obra del místico: “Para Ibn Arabi, la base u origen primigenio de todo se denomina madre (umm), porque la madre es el tallo del que brotan todas las ramas. El origen de todos los orígenes, más allá del cual no hay nada, se llama en femenino ḥaqiqa o Realidad trascendente y las palabras que se refieren a la esencia divina, ‘ayn y dhāt, también son femeninas”. A este ensalzamiento de la mujer como portadora de atributos divinos, el murciano agrega una apertura mental que hoy parece imposible, incluso en los sistemas de pensamiento aparentemente más libertarios y respetuosos de la diversidad, frecuentemente atrapados en una espiral discursiva en la que aquel que no piensa como uno, es un enemigo o un imbécil: “Velad por no estar atados a una creencia concreta que niegue las demás, pues os veréis privados de un bien inmenso. Dios es demasiado grande para estar encerrado en un credo con exclusión de los otros”.///PACO