Hace unos meses, en un artículo titulado Empate hegemónico en el fútbol argentino, Diego Vecino estudió la íntima relación entre la desvalorización de la liga argentina de fútbol, y su aumento de competitividad. Este enfoque tenía, como necesario complemento, una detallada investigación sobre la valorización de las ligas europea, y su concomitante pérdida de competitividad. El análisis, que cuenta con estadísticas, cálculos y proyecciones, sería de igual manera correcto sin esos instrumentos de medición, porque la verdad que expone está ahí, para quien tenga ganas de observarla.

Argentina vende jugadores con voracidad, lo cual implica una merma en el nivel de su fútbol. Sin embargo, una consecuencia en apariencia contradictoria de este fenómeno es expuesta, con pornográficas repeticiones, todos los fines de semana en nuestros televisores: a saber, la creciente competitividad de los torneos organizados por la AFA. Esta atractiva competitividad se vuelve una versión degradada de sí misma cuando notamos, con tristeza, que representa una tendencia «a la baja». Ningún equipo destaca demasiado y todos juegan más o menos igual: haciendo doler los ojos. Esto permite que una mayor cantidad de equipos sean capaces de disputarse el total de puntos. El síntoma indefectible de esta realidad es que las instituciones campeonas al cabo de 19 fechas se consagran sumando, cada vez, menos unidades.

La excepción que corrobora la regla (la confirmación, dicen los filósofos de la ciencia, es un fenómeno inusual), es River Plate. La Gallardeta, como la llama el periodismo adicto a los epítetos. ¿Por qué el equipo dirigido por Gallardo corrobora esta tendencia? Porque el “Torneo de Transición” que se juega durante este semestre es sólo un estado de excepción en la esteparia normalidad de las canchas. Cuando termine, ningún equipo de Primera División habrá perdido la categoría. Es decir, no hay ningún riesgo en tomar riesgos, y no hay ningún fantasma (de la B) al acecho. Se puede intentar un fútbol vistoso, con permisos otorgados para jugar por abajo hasta con los alcanza-pelotas.

de fans de dólares de dinero se deposita

Del otro lado del océano Atlántico, las ligas de Europa occidental compran jugadores con el hambre característica de los operadores financieros. Esto conlleva una valorización de sus ligas y un aumento del nivel de sus respectivas competencias nacionales. No obstante lo cual, de ello no se sigue un aumento de la competitividad, sino una pérdida de la misma: pocos equipos –en general dos– concentran a los mejores jugadores, razón por la cual el resto de los clubes ofician de escorts que los combinados estrella atienden cada fin de semana, de local o visitante. Ahora bien, antes que sobre este fenómeno, que sin pérdida de rigurosidad podría llamarse “modelo agroexportador del fútbol argentino”, hay que hablar sobre aquello que se propone como salida de la miseria a la que este modelo nos condena. Frente al deterioro comparativo del fútbol argentino, surge una alternativa (que Diego Vecino menciona en su artículo) a la cual es oportuno llamar desarrollista. Se trata de no vender a los jugadores valiosos apenas surgen (o antes, en inferiores), sino, por el contrario, “aguantarlos”, valorizarlos, y venderlos luego. El caso de Neymar sería ejemplar, dado que su club de origen, Santos F.C., no lo vendió pese al furioso granizo de ofertas recibidas entre 2009 y 2013, cuando finalmente dejó la tierra carioca para instalarse en Cataluña. Como consecuencia de implementar este curso de acción, las ligas se valorizarían, aumentarían su nivel y, por eso mismo, fundamentarían su competitividad –esta vez, con tendencia positiva.

Quisiera señalar al menos dos problemas de los que creo que adolece la propuesta desarrollista. En principio: un problema de diagnóstico. El desarrollismo es la faceta propositiva de la llamada Teoría del Desarrollo, un particular modo equivocado de entender la dinámica económica capitalista internacional. Un segundo problema, económico y cultural, que incumbe a los infundados presupuestos sobre lo que los jugadores de fútbol profesional deben ser y hacer. En primera instancia, entonces, el desarrollismo, como estrategia de mejoramiento económico para las sociedades desfavorecidas, se erige sobre la Teoría del Desarrollo. Esta teoría parte de dos tesis metafísicas, una verdadera, y una falsa: (i) existen países (o ligas de fútbol) desarrollados y países sub-desarrollados; (ii) es posible, si los países (o las ligas de fútbol) sub-desarrollados hacen una cierta cantidad de cosas, que éstos adquieran el estatus de los países desarrollados.

Para la Teoría del Desarrollo, e incluso para teorías rivales, la medida de “más” o “menos” desarrollo refiere, en sentido estricto, al grado de desarrollo de las fuerzas productivas de una cierta economía. En términos simplistas, pero útiles, la mayor productividad de estas fuerzas (más resultado por igual tiempo trabajado) refleja este tipo de avances graduales. Esta diferencia es cierta, existe. En un hospital de Capital Federal, con mejores maquinarias y más recursos, un médico puede curar más gente durante una jornada laboral, que un médico de una salita rural formoseña. En una imprenta manual, se imprimen menos ejemplares por hora que en una imprenta robotizada por completo. La tesis de la diferencia sobre la que se asienta el desarrollismo es cierta.

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Sin embargo, la tesis de la “igualación potencial” que necesita para despegar, es falsa. El desarrollismo levanta la engañosa bandera que reza que –en el marco del capitalismo– todos pueden estar bien, sin que ninguno esté mal. El estandarte que nos promete que podemos comprar, con cien pesos, un pan que vale cincuenta y una torta que vale ochenta. En términos futbolísticos, la aplicación generalizada del desarrollismo es equivalente al sueño de una panacea en que todas las ligas estén bien valorizadas y sean competitivas, pero no «a la baja».

Por supuesto que hay otras formas de entender la economía internacional, y el fútbol como parte de ella, que no llevan a estos aporéticos callejones sin salida. Pero antes de revisarlas, hagamos un pequeño détour por los sinsabores que nos deja esta teoría, a la hora de pensar a algunos de los protagonistas de este deporte hermoso. El desarrollismo, como toda concepción con un programa capitalista para el fútbol (en este caso, un programa reformista), realiza asunciones injustificadas sobre los actores económicos productivos, los jugadores profesionales. Concibe a los players como empresarios, y en esa medida, establece que el objetivo material de los jugadores es honrar su denominación, buscando la máxima ganancia posible. Para los mercenarios de botines y medias altas, el rédito económico puede llegar por dos vías. Una es el éxito profesional. En ciertas ocasiones, este éxito es consecuencia de la posesión o la cultivación de los talentos (aunque, digamos, esto no explique mucho; hay gente muy talentosa para hacer daño). Para decirlo con palabras precisas: un buen jugador, sea cual sea su función, ofrece un valor de uso cualitativamente distinto (un buen delantero no es solo un delantero, es también la garantía de llevarse tres puntos con mayor frecuencia), y un valor de cambio cuantitativamente mayor (la seguridad de que su venta traerá más dinero que la de un mal jugador).

Otras veces, no tan infrecuentes, el beneficio económico llama a la puerta de los profesionales del balompié con escaso talento. ¿Por qué? En virtud de estar objetivizados como mercancías, en muchas otras oportunidades el aumento de su valor de cambio –del precio de su pase– es un resultado directo de las necesidades y disponibilidades de los agentes de la demanda y oferta en el mercado de pases, y no del aprecio objetivo de sus cualidades (de su valor de uso). No obstante, cuando el aumento de la ganancia se ha hecho presente, puede tomar dos formas: la de una renegociación de los contratos vigentes, o la de una emigración, un pase. La emigración se efectúa, en general, hacia un sitio que ofrece una mejor paga o una promesa de una mejor vidriera, que servirá para obtener, en el futuro, una mejor paga en otro equipo. Mirándola desde el crucero de los emigrados, incluso la renegociación de contratos no es más que una nueva venta, aunque ahora más cara, pero siempre al mismo postor. Una suerte de emigración sin desplazamiento.

En cualquier caso, el ciclo de acumulación capitalista que ejercen los jugadores de fútbol tiene dos momentos claves: (1) producción profesional (que en algunos casos puede ser exitosa, valiosa en términos de uso, y en otros no), y (2) venta. La carencia de justificación de estos pensamientos sobre los profesionales del fútbol no resiste la menor investigación. La historia y la densidad de los conceptos lo dejan en claro. Así como producir objetos de consumo no equivale a producir mercancías, ser jugador de fútbol no tiene por qué implicar ser un pequeño empresario capitalista.

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La crítica que le cabe a esta premisa implícita del desarrollismo no está elaborada desde el romanticismo de vestiduras rasgadas. No se trata de añorar un pasado en el que los jugadores no se habían vendido al mercado, y todavía tocaban en el semillero de Cemento. Hay que tenerlo muy en claro: fuera de todo sentimentalismo marginal, el fútbol hoy es un deporte profesional y, ante todo, un mercado de características capitalistas. (Por eso, sus detractores –los del capitalismo– avizoran un prometedor futuro, posterior a su derrota.) Se trata, aquí, de formular una crítica destructiva de la necesidad de la vigencia eterna de las condiciones empresariales aplicadas a los futbolistas, y al fútbol en general. Una pars construens, una formulación positiva de un programa sobre y para (algo así como) el fútbol del “hombre nuevo”, quedará para otro momento. El momento en el que escribamos ciencia ficción.

 La venta es un elemento clave de la cosmovisión capitalista del fútbol y, en concreto, de los jugadores profesionales. Lo importante es, ante todo, señalar que ella es en sentido propio una actividad que implica riesgos, algo que nos obliga a reforzar la obviedad de que en relación a ella la ganancia es una posibilidad –del mismo modo que lo es la pérdida, aunque ninguna de ellas es indefectible. Se puede vender bien a un jugador (Coppola relataba, en una charla en un centro cultural de barrio, como había colocado a Grimi en el Milan, y provocaba así la risa cómplice de todo el auditorio), o malvenderlo (los hinchas de Boca tendrán por siempre el recuerdo de la partida de Riquelme a Argentinos Juniors, sin dejarle ni un solo peso al club del sur de la ciudad, que había invertido 15 millones de dólares en Román, en 2008). Por supuesto, en la medida en que todos los capitalistas interactúan en un sistema de intercambio multilateral ofertando las mismas mercancías, la distribución de total del valor de cambio que los compradores están dispuestos a erogar, no puede ser nunca equitativa. Algunos ganarán más, y otros menos. Algunos, incluso, perderán.

Éste es uno de los elementos esenciales de la dinámica económica capitalista (aplicada en este caso al fútbol) sobre la cual el desarrollismo busca ingenuamente asentarse para construir una sociedad y un deporte argentino menos miserable que el que tenemos. Pero las ilusiones del desarrollismo son vanas. Por fortuna hay formas alternativas, menos ingenuas que la Teoría del Desarrollo, para entender el sistema de relaciones económicas internacionales que se enhebran en el marco del capitalismo. La Teoría de la Dependencia propone pensar a los países desfavorecidos como teniendo una relación de dependencia respecto de cierto país o conjuntos de países centrales, lo cual convierte a los primeros en periféricos. Estas posiciones son relacionales, y de este modo un país o región puede ser periférico respecto de otro, y central respecto de un tercero. En este marco, la traducción de la propuesta generalizadora del desarrollismo resulta inviable: ni todos los países pueden ser centrales, ni todos periféricos. En futbolero: adentro de la cancha, serán siempre once contra once. Pero algunos partidos, contra ciertos rivales, se juegan con la cancha inclinada a favor, y otros con la pendiente en contra. La disparidad, para esta teoría, no es ocasional sino estructural.

Por su parte, la Teoría del Desarrollo Desigual y Combinado, de corte más combativo, entiende la economía internacional como un sistema en el que necesariamente conviven modos de acumulación y sistemas productivos diferentes, aunque articulados de manera complementaria. De este modo, el régimen esclavista mediante el cual se produce ladrillos en África, o jeans en los talleres clandestinos del barrio de Flores, conviven con y son necesarios para mantener los niveles de ganancia de regímenes mucho más “laxos” y generosos de extracción de plusvalía (por ejemplo el de Google, sólo para mencionar un caso de multinacional cool). De la misma manera la podredumbre de las ligas sudamericanas es integrada al sistema-fútbol mundial, primero, por ligas sudamericanas “de mayor jerarquía” (o de mayor concentración de capital), y luego por ligas europeas (ordenadas en igual escala). En el sistema de intercambio multilateral, ninguno de estos fenómenos económico-deportivos existe sin el otro. Ni las ligas valorizadas existen sin las ligas desvalorizadas, ni las desvalorizadas sin las ligas a las que valorizan. Por eso, en el presente, querer valorizar la liga argentina es sinónimo de querer desvalorizar alguna otra liga del mundo (sudamericana, o no). Un objetivo poco loable, tal vez, para aquellos con mente cosmopolita. La (carencia de) competitividad es, en cualquier caso, una consecuencia deseable o indeseable de este fenómeno, dependiendo desde dónde se la mire, pero es sin duda una consecuencia indirecta.

Este es un fenómeno que se observa en abismo, horadando entidades y conglomerados deportivos. Clubes de barrio, ligas provinciales, torneos federales, categorías del ascenso metropolitano, la Primera División del fútbol argentino, clubes “grandes”, equipos europeos menores comprados por magnates de esta u otra nacionalidad inverosímil, y por último, grandes equipos europeos. El proyecto potencial de valorización generalizada de todas las ligas de fútbol del mundo, que está contenido de manera germinal en el ideal desarrollista es, por esa misma razón, un proyecto imposible. La matemática financiera –aunque represente el delirio del número– no tiene lugar para la fantasía de ganar sin que otro pierda////PACO