Me gustan las mujeres que aman a las mujeres. Una a otra se pasan la posta inaferrable y así inventan el amor, ese íntimo y ajeno horizonte crepuscular y naciente. Me gustan ellas. No así las misóginas que pretenden que todas sus antecesoras milenarias fueron estúpidas y sometidas, masoquistas y huecas, débiles mentales y esclavas, rastreras e ignorantes. Hay dos maneras de degradar a las mujeres: subestimándolas o idealizándolas. Modalidades del desconocimiento y la renegación. Me gustan las poetisas del amor. No así las gendarmes del sexo, misóginas que suponen que las otras de otros tiempos y culturas fueron inoperantes en cuanto al apetito promiscuo del macho y su tendencia al grupete homosexual, y que sólo las recién llegadas poseerían un saber esclarecedor del asunto. Causalmente en una época de machos impotentes (el Sildenafil y su consumo mayoritario entre jóvenes y adolescentes es uno entre otros índices) y machos idiotas, desencadenados de cualquier atadura a un discurso capaz de ligar su bruteza. Misóginas que idealizan la humillación y ahondan el estrago. Misóginas que detentan la libertad en la lengua del Amo. Misóginas que pretenden odiar al macho cuando en verdad odian a las mujeres porque no reconocerían odiar en sus madres el odio que a su vez estas callaron. Misoginia al misterio del sexo incomensursble en un tiempo en que ambos sexos están más desconcertados y extraviados que nunca respecto al deseo, con estructuras ficcionales endebles para atemperar La Cosa y con deteriorados y retrógrados discursos de amor.////PACO