Desde hace mucho se viene hablando de la película de Los simuladores. Alguien dice que se hace, se corre el rumor de que están escribiendo el guión, se habla de Netflix… Cuando la serie llegó a esa plataforma, la ilusión volvió con más fuerza. Pero todavía no hay nada seguro. ¿Por qué? Es posible que Los simuladores como narración demande la serialización para desarrollarse y ser comprendida. Una película, una sola unidad temporal, acotada a dos horas, demandaría otro tipo de desafío. Al mismo tiempo, los protagonistas de la serie parecen haberlo hecho todo. El final nos plantea una culminación. Después de cumplir con sus metas, los héroes, que también son amigos, se separan. ¿Cuál es el desafío que les queda? ¿Qué podría agregar una película? ¿Qué misión sería tan importante como para traerlos de vuelta a la actividad y a la pantalla acotada de una película? Hay una. Imaginemos que por una casualidad o también porque se extrañan y se buscan, el equipo se vuelve a reunir. Por ejemplo, en un cumpleaños o en una navidad. En ese clima de distensión, sobre el final de la noche, quizás después de los fuegos artificiales, Santos expone con detalle una sensación de insatisfacción. Lo hicieron todo, ganaron siempre. Se fueron satisfechos a un descanso merecido y placentero. Pero todavía son jóvenes. Y algo faltó. Pero ¿qué? Ravenna confiesa que se aburre. Los demás aprueban. Santos, vehemente, toma la palabra: “Caballeros, se me ocurre que podríamos hacer un último operativo. Algo grande, para devolverle a la sociedad todo lo que nos dio. Algo extraordinario, nuestra Capilla Sixtina.”
Se hace un silencio.
“Deberíamos recuperar Malvinas” dice.
Ravenna suspira.
Medina lo mira a Lampone.
La serie nos daría la posibilidad de un corte publicitario. Pero la película no tiene ese recurso. Lampone, sabemos, fue a la guerra como suboficial del Ejército Argentino. Se dice en la serie al pasar. Pese a que Medina a veces la juega de melancólico, todos comprendemos, muy rápido, que Lampone encierra una tristeza que excede el bullying que le hacían de chico por su nombre. Por eso va a haber un momento en que Lampone se va a parar en el suelo de las islas y va a decir “otra vez acá, otra misión para recuperarlas.” Y va a tener dudas y recuerdos de metralla y violencia. Pero no va a ser en esa reunión. En esa reunión va a ser el primero en decir estoy.
“Estoy” dice Lampone.
Es importante, fundamental que Lampone acepte.
“Engañar a la Corona Británica…” dice como para sí mismo Ravenna.
“¿Es mucho?”
“Yo siempre digo lo mismo: si está bien hecho…”
Los cuatro saben que es algo grande. Los cuatro saben que va a dejar una marca, que sería un legado incorruptible. Algunos últimos fuegos artificiales iluminan el cielo.
Repasando los enemigos que los simuladores tuvieron en la serie encontramos mafiosos y gente pesada, determinada a lastimar y matar. Sabemos que lograron sacar gente de una cárcel de máxima seguridad y del cuartel general de la CIA.
¿Malvinas sería muy diferente?
Sí, Malvinas es diferente.
Es otra escala.
La película podría pasar, entonces, directamente a la escena de la planificación del operativo. Los cuatro protagonistas están reunidos. Como una ironía inicial, Santos decide servir té inglés. La pregunta es ¿cómo? Una pregunta que los argentinos nos hacemos desde hace mucho tiempo. Santos ya conoce a la perfección, en todos sus puntos fuertes y débiles, el Foreing Office y el sistema de defensa que usa el Reino Unido para preservar sus colonias.
Así, el primer movimiento consiste en distracción y confusión.
“Distracción, confusión y seducción” corrige Santos.
El operativo va a comenzar con una señal satelital que transmitirá una excelente programación de televisión británica de calidad que, de a poco, va metiendo pequeños momentos de triunfos argentinos.
“Podemos seleccionar los mejores momentos de Benny Hill y agregarles el gol de Maradona a los ingleses en 1986” dice Medina.
Después, se irán intercalando imágenes de las playas de Argentina y todos sus lugares turísticos, como las Cataratas, el Obelisco, sus restaurantes famoso, lugares de tango, rock, recitales masivos… Estas actividades se ofrecerán a precios llamativamente bajos.
“También vamos a promocionar alcohol, en sus diferentes variantes, cerveza, vino y bebidas blancas de excelente calidad” agrega Medina.
“Y en la madrugada emitiremos pornografía con precios de scorts y acompañantes sexuales” dice Santos.
El slogan que se repite cada tanto es: Why be alone, if you can be with someone else?
“Vamos a necesitar algunos traductores y algunos panfletos quirúrgicos” dice Ravenna.
“Va a ser costoso” comenta Lampone
“Creo que podemos hacer la inversión –dice Santos–. El objetivo lo vale”
Mientras se bombardea a los kelpers con lujuria, placer y lubricidad, una serie de atentados extremadamente violentos y bien coordinados se va a dar en las diferentes colonias británicas del mundo y en algunos miembros del Commonwealth. El sistema de seguridad británico debe entrar en crisis.
“Es imprescindible la coordinación de los atentados” dice Santos, frente a un mapa. Y enumera: “Malta, Australia, Isla Pitcairn, Bermudas, Guam, islas Mauricio, Turcas y Caicos y el Peñón de Gibraltar. La corona va a poner en marcha un procedimiento de refuerzo, tomando unidades militares de la isla de Santa Helena, Isla Ascensión y Tristán de Acuña en el Atlántico sur.”
“Vamos a necesitar mucha gente” señala Lampone.
“Hay que traer a Milazzo de vuelta” se apura Medina.
“¿Tanto? ¿No es peligroso?” acota Ravenna.
“¿Le tenés más miedo a Milazzo que a los ingleses?” responde Lampone.
Santos cierra la discusión con una frase: “El operativo se va a realizar con veintidós personas que ya están seleccionadas. Van a trabajar en grupos de dos. No va a haber víctimas de ningún tipo. Los atentados van a ir desde ataques con explosivos hasta sabotaje digital.”
Arriba de la mesa vemos una foto de Milazzo.
Las campanadas de un reloj de pie dan las siete de la tarde.
Desde que la Armada Argentina funciona como una institución moderna, una vez que se abandonó la venta de patentes de corso, las propulsión a vela y los barcos de madera, una vez, digamos, que la República se consolidó como tal y se fundaron escuelas de oficiales para navegar nuestros mares, desde ese momento, Malvinas se transformó en una preocupación. ¿Cómo trabajar, vivir y operar en ese mar que estaba usurpado tan cerca de nuestra costa? Incontables promociones de cadetes egresaron de las diferentes escuelas náuticas con una tesis que proponía el asalto y la recuperación de nuestras islas. Luego llegó la guerra, la única guerra que peleó la Argentina en el siglo XX. Una guerra siempre demasiado cerca, tanto en las distancias como en el tiempo y el espacio, y siempre demasiado ocultada, retaceada en sus hechos, conflictiva, épica, dolorosa. Malvinas nos une. Desde 1982, mucho más. Así que queremos ver a los simuladores engañar a los ingleses. Queremos ver triunfar su astucia y su audacia.
Cuando los ingleses estén moviendo tropas por todo el globo, empieza la segunda parte del operativo. La primera parte no significa que la base de Monte Agradable quede desguarnecida. Ni mucho menos. Pero, puesto en marcha el clima de distracción inicial, la segunda parte del operativo implica la llegada a las islas de un crucero lleno de mujeres argentinas, muy jóvenes, la mayor parte modelos, que bajan y empiezan a ir a los bares, a visitar los lugares históricos, sin ningún distintivo que marque su nacionalidad. Ellas van a hablar solo en español. Dentro de ese grupo, grande y llamativo, va a haber cuatro o cinco chicas con objetivos marcados en las islas. Este grupo comando del amor va a seducir, e incluso acosar, a algunos hombres cansados, viejas autoridades y referentes políticos y civiles de las islas. Señor, ¿nos saca una foto? ¿Cómo se llama? ¿No habla español? Las esposas de estos isleños comenzarán a tomar nota de esos recurrentes flirts, que por otra parte nos darán una serie de escenas muy divertidas.
Un poco antes de la llegada de las argentinas a las islas, un aburrido policía británico que cuenta los días que le faltan de servicio en las Falklands y no ve la hora de volver a casa, es elegido para presenciar un evento extraño. El policía, que está algo excedido de peso y cuya familia lo espera en Manchester, es enviado a chequear una anomalía detectada cerca de Cape Carysfort, bien al norte de la Isla Soledad. Los caminos son malos, a veces solo es una huella barrosa que se pierde. El clima tampoco ayuda. Aunque cuando el policía llega a la costa, no llueve y eso siempre se agradece. En el mar hay un velero de bandera francesa. Dos hombres hacen señas con los brazos y bajan un pequeño bote de goma al agua. El policía los espera, paciente en una playa de arena. Si no fuera por el clima, piensa, sería hermosa para descansar y relajarse, casi como una playa tropical. Cuando el bote del velero toma tierra, los hombres le hablan al policía en francés. Uno parece muy enfermo. Con algunas palabras y señas, el marinero sano le pide que lo ayudé. El enfermo vomita sobre el policía una sustancia verde. La situación muy rápido se sale de control. El marinero sano también empieza a descomponerse. Luego ambos empiezan a decir en inglés fiebre y virus. Entre extrañas convulsiones, empiezan a hincharse, a supurar y luego la piel de ambos se transforma y deshilacha como si se convirtieran en zombies. Quizás el policía tenga una historia personal de fanático de la ciencia ficción o una familia con problemas de salud, la cuestión es que sale corriendo, vuelve al auto y da el parte por la radio. Desde su base, le piden que se calme.
“Después del Hanta virus, la gripe A y el Covid, no vamos a tener ningún problema en capturar su atención” dice Santos cuando habla de esa parte del plan.
Una vez que el policía deja la playa de Cape Carysfort y se aleja, los marineros franceses zombificados se levantan. Son Lampone y Medina. Medina habla por una radio: “segunda parte del operativo, completa.”
Antes de seguir, Medina se acerca a Lampone, que está en cuclillas, tocando la arena de la playa.
“Lampone…” lo llama.
Enseguida entiende pero igual pregunta “¿Estás bien?”
Lampone no lo mira, mira la arena.
“Sí, dame un segundo” responde.
“Claro, claro” dice Medina y se aleja.
Al mismo tiempo, las turistas ya son una sensación en Port Stanley. Hace dos noches que llegaron y hace dos noches que nadie duerme. Las argentinas son alegres, hermosas y se dedican a reír y a invitar bebidas a todos. El crucero acaba de avisar que por un desperfecto técnico se va a quedar por lo menos tres días más en las islas. Las mujeres bajan y ocupan habitaciones en hoteles y en casas de familia y se dedican a llevar color y diversión a todos los bares, restaurantes y lugares que visitan. El capitán del crucero alquila luego un gran salón en Stanley donde decide dar un fiesta y como gesto de buena voluntad invita a las autoridades de las islas y también a todos los isleños que quieran acercarse. A la fiesta van todas las argentinas desde luego. El alcohol es gratuito y casi obligatorio. En un momento se detiene la música y el baile y el capitán del crucero da un breve discurso en perfecto inglés donde dice que él es argentino, habla de su Corrientes natal donde todos se bañan en el río y comen asados, y que él ama eso, pero también ama la cultura británica y para probarlo recita una parte de A Midsummer Night’s Dream. Después agrega que, más allá de idiomas e idiosincrasias, lo más importante esa noche es divertirse.
Mientras la fiesta sigue y comienza a clarear, volvemos a Cape Carysfort donde otro bote de goma se acerca a la playa. Este es grande y negro. Viene a buena velocidad, cargado de hombres y, adelante de todo, vemos a Milazzo, serio, parado, en pose desafiante y vestido con traje de combate.
Entonces escuchamos que alguien en la costa le dice:
“Bienvenido a las islas Malvinas, Milazzo.”
El que lo saluda es Marcos Molero, el personaje de Alejandro Awada.
“¿Quién hubiera dicho cuando nos conocimos que íbamos a terminar acá?” agrega después con una sonrisa pícara.
Llegado ese punto, la narración se acelera.
Cuando el policía logra convencer de la gravedad del asunto a sus superiores, y tres uniformados llegan a Cape Carysfort, lo que encuentran es la playa ocupada por una unidad militarizada. Se ven carpas, enfermeros, trajes que parecen hechos para la radiación… Los cuerpos desfigurados de los marineros franceses están tapados con bolsas negras. El policía inicial se acerca y descorre el nylon para que los otros vean lo que él vio.
Aparece Santos y les dice, mientras se los desarma: “Esta zona está contaminada, señores. Ustedes no pueden salir de este perímetro.” Santos está a cargo y les explica en perfecto inglés a los policías que la zona acaba de ser cercada por la OMS y personal de la OTAN.
“Mañana nos vamos y ustedes vienen con nosotros” agrega.
Uno de los policías pregunta si están siendo tomados prisioneros.
Otro, quizás el capitán, avisa, decidido, que va a volver a dar parte y hace el gesto de irse.
Milazzo le pega con la culata de su FAL en la cara y lo tira al piso.
“Kelper hijo de puta” agrega y Santos pone cara de fastidio frente al exceso.
Los policías luego son recluidos en un lugar del cual van a poder escaparse y llegar a su auto. Durante su escape, o tal vez un poco antes, escuchan que dos hombres, uno negro y alto, y otro blanco y bajo, dicen que la situación es muy complicada. Luego observan que los hombres se aplican unas extrañas vacunas administradas por extrañas pistolas de aluminio. Pueden también encontrarse una cámara frigorífica o un baúl con esos fármacos. En el medio de la noche, logran llegar a su auto y escapar.
Santos anticipa que los policías van intentar hablar por radio a su base y los fuerza a captar un mensaje donde se escucha This island is cursed, I repeat: This island is cursed entre el ruido blanco de la transmisión.
Cuando los policías llegan a Port Stanely, todas las autoridades están en la fiesta bailando con una orquesta de quince músicos. Así que no tiene otra opción que ir hacia allá. Las autoridades políticas y policiales los reciben borrachos y minimizan sus alertas. Cuarenta minutos después todos los que estaban en la masiva celebración se sienten mal. Hay vómitos, diarreas, fiebres. Las argentinas parecen no verse afectadas y se ponen a trabajar como enfermeras.
Entonces entra en escena el elegante epidemiólogo italiano Máximo Cosetti. Pasajero del crucero, en el que viaja con dos mujeres muy bellas, se resiste al pedido de las autoridades de la isla a colaborar. Hasta que uno de los policías, lo agarra de la solapa y le grita en la cara que la situación es muy grave. Cosetti, arreglándose el traje, acepta acompañarlos. Después de algunas llamadas, y tomando algunas muestras de saliva de los enfermos, el buen humor de Cosetti se ensombrece. Cosetti va certificar la letalidad total del virus en treinta horas y agregará una cláusula clave al contrato de infección: el virus, según sus fuentes, solo afecta a los hombres.
“Tutti morti, domani saremo tutti morti, non ce una soluzione” comienza a balbucear, entre la borrachera que se va y la resignación mortal que llega.
Cuando las autoridades de las islas, mermadas por la fiesta, el alcohol y las descomposturas, le piden una solución, Cosetti se evade y comienza a rezar en italiano. Las autoridades insisten. La solución sería inyectar con una droga X a todos los contagiados… Pero ¿de dónde sacar esa droga?
Es entonces que las autoridades llaman a la base militar de Mount Pleasant, si no es que lo hicieron antes. Esta es la parte más delicada del plan. ¿Se puede envenenar una base entera, una base de estas dimensiones? Sí, desde luego. Pero la filosofía de la simulación es otra. Los civiles de las islas odian a los militares de la base y de hecho no los dejan acercarse al pueblo. Los militares siempre están de paso y las islas les interesan solo en función de sus tareas. Explotando esas diferencias, los políticos de Port Stanley deberían pedir el antídoto a la base y la base tendría que fallar en esa respuesta. ¿Cuánto tarda un avión militar en ir desde Malvinas a Londres y volver con un cargamento de vacunas más o menos exóticas?
Puesta sobreaviso y convenientemente simulada para el caso, la cancillería argentina ya va a tener un avión Hércules preparado en la zona para volar. También podría ser la sanidad del Ejército o la Fuerza Aérea, algo más permeables a la simulación, instituciones ejecutivas y, en teoría, preparadas para reaccionar.
En el momento en que las autoridades de las islas dan el visto bueno y dejan volar a los argentinos desde el continente con la vacuna es cuando el plan triunfa.
¿Lo que vemos a continuación es el avión Hércules de la Fuerza Aérea aterrizando en la pista de la base militar? No, eso sería un error. El avión aterriza, pero vacío. Las vacunas que traen son pocas, no alcanza. Hay que darle otra vuelta al guión. Las vacunas no llegan por aire, sino por mar, directamente al pueblo. Los militares quedan al margen. Son los políticos los que se quiebran y piden ayuda a los argentinos. De ese barco de bandera argentina, bajan muchas cosas. Primero, médicos entrenados y capacitados para atender a la población infectada. Pero también marineros y operarios, vehículos, algún comerciante… La vacunación se hace de forma eficiente y muy pronto se vuelve a planear una nueva fiesta para olvidar los problemas que ya han sido superados.
A esta altura, Port Stanley, el pueblo más grande de las Falklands, está lleno de argentinos. El crucero no se va, hay un barco sanitario de bandera argentina fondeado frente al pueblo y el movimiento de gente es muy grande. Las chicas argentinas que pasaron de modelos a enfermeras vuelven a la alegría de las selfies y las risas. Los médicos atienden otras dolencias. Algunos argentinos que hablan muy bien inglés ya hacen negocios con los locales que no pertenecen ni a la Falklands Islands Company ni al Foreign Office. Muchos quieren quedarse y alquilan o incluso compran lugares de forma no tan turística. Días después, un avión llega con un grupo de veteranos de guerra decididos a formar parte de esa creciente población argentina.
Los pro británicos ultras comienzan a dar problemas en la calle, borrachos y furiosos, agreden a los argentinos y la policía los detiene. Los acontecimientos, es evidente, se llevaron por delante su fanatismo. Los demás isleños desaprueban ese comportamiento. Mientras tanto en los bares y en los caminos de la región ya se empieza a escuchar la palabra Malvinas, dicha con acento inglés y argentino.
Desde ya, esto es solo un principio, un firme avance. Luego, llegará la historia, los diálogos diplomáticos y ese tipo de tensiones. Será la política argentina la que va a tener que insistir, tomar ese avance y consolidarlo. ¿Están preparados nuestros hombres y mujeres de Estado para recuperar la plena soberanía en el Atlántico Sur? Podemos pedirles magia a los simuladores, pero no milagros. Juan Domingo Perón dijo hace algunos años: “Si ponemos una pata en las islas, no nos sacan más.” A esa frase deberíamos aferrarnos y de esa frase debería nacer la transición hacia nuestra plena soberanía.
Hay una escena final que me gustaría agregar. Cuando los argentinos estén llegando con sus bártulos, desembarcando y trabajando para volver a ocupar esas tierras, Ravenna va a mirar el paisaje agreste de las islas, después el cielo y el mar, y le va a decir a Lampone que está emocionado, llorando en silencio: “Pablo, yo sé que esto para vos tiene un significado muy especial, pero creo que para mí también lo tiene. ¿Sabés por qué? Porque acabo de entender de una forma muy contundente que la patria no es una simulación.”
El final podría ser con la versión del Himno Nacional de Charly. Creo que, por muchos motivos, sería lo ideal.
¿Qué posibilidades tendría un plan similar en la realidad, fuera de la ficción televisiva o cinematográfica? En la realidad del colonialismo y la violencia imperial y decadente que emplea desde siempre Gran Bretaña es muy posible que el conservadurismo británico y la vida de rodillas que viven los kelpers se imponga y los isleños prefieran la opción de morir por un virus antes que pedir ayuda a la Argentina. Sin embargo, nos queda la duda. Y la serie siempre explotó con mucha inteligencia esa ambigüedad. ¿Es posible o no es posible? I want to believe.
Los Simuladores rescata una parte de los argentinos que a veces los mismos argentinos menosprecian e incluso niegan o ignoran. Está la falta de escrúpulos en relación a las instituciones, corruptas o ineficientes, pero poniendo en su lugar una moral estricta con respecto a los hombres y su trato directo. La serie habla todo el tiempo de una eficiencia campechana, de la inteligencia, el humor y el coraje. Los simuladores trata el tema de la lucha contra el mal pero también de hacer posible lo que parece improbable o incluso imposible. ¿La Argentina va a recuperar alguna vez su soberanía sobre esa zona del Atlántico Sur? ¿Llegará alguna vez la película de Los Simuladores? Hace unos días se avisó en las redes que será para el 2024. Tenemos tiempo de imaginarla muchas veces. Dicho esto, Malvinas los merece y ellos merecen Malvinas. Como diría Santos, lo imposible no existe. Solo es cuestión de paciencia, talento, precisión y voluntad.///PACO