Política


Militares presos, inflación libre


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Cuando el miércoles 3 de mayo se conoció el fallo que habilitaba a los represores de la última dictadura militar a contabilizar dos días de prisión por cada día pasado en preventiva, todos podían adivinar una polémica. Pero pocos imaginaban que una semana después prácticamente un país entero iba a marchar para repudiar la medida. Hay que remontarse a 2004 para encontrar marchas de repudio contra una sentencia del máximo tribunal. En aquellos días la pesificación dictaminada por una Corte de transición fue el motivo por el cual ahorristas de todo tipo organizaban escraches allá donde un juez decidía detenerse algunos minutos. Estas protestas le otorgaron legitimidad al proceso de renovación de la Corte Suprema que había emprendido el presidente Néstor Kirchner, proponiendo mayor transparencia en la elección de jueces y candidatos no tan cercanos al poder de turno. Pero el kirchnerismo pasó y nuevo vientos políticos soplan en Argentina. El tercer poder de la república hace ya unos meses que viene mostrando cambios en los fallos y los fundamentos, y como los jueces hablan sobre todo con sus sentencias, exhibieron un nuevo tono para un nuevo aire. Lo que se percibía en un fallo dictaminado poco más de un mes atrás, donde se determinaba prisión domiciliaria a un represor -a contramano de los movimientos progresistas que caracterizaron al cuerpo judicial los últimos años-, se reveló por completo en el que será recordado como el “fallo 2×1”. También quedó expuesta una verdad incómoda: la Corte Suprema ya no es una sola, sino dos, y conviven en un permanente estado de tensión. Por un lado Horacio Rosatti -con la venia de Carrió-, Carlos Rosenkratz -el segundo de los jueces de la nueva Corte- y Elena Highton -ex progresista, ahora aliada del conservadurismo- adhiriéndose al lado amarillo de La Grieta, para enfrentarse a un Ricardo Lorenzetti que ve tambalear su rol de “armador” de la Corte Suprema, ve diluido su poder antes indiscutible y que sigue insistiendo con un discurso progresista ante los embates y las explosiones sobre su figura.

Los delitos de lesa humanidad se penarán pero los derechos de los trabajadores seguirán siendo recortados. Argentina seguirá marchando pero el ajuste también.

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Apenas salió el fallo, los medios buscaron voces que ratifiquen, rechacen o simplemente expliquen. Los periodistas que conducen los diarios y los portales tienen por especialidad la política partidaria, y los fallos de la Corte Suprema los ponen en un aprieto: los obligan a buscar “la palabra de los especialistas” y, sobre todo, a reflexionar. Lo que en el trabajo cotidiano es un ejercicio casi automático se convierte en un esfuerzo que, considerando la tendencia a la pereza, puede volverse difícil. Sin embargo, rápidamente llovieron críticas al fallo, salvo desde el gobierno, que lo tomó, podríamos decir, con cautela. Pedir el respeto a la división de poderes es, en este contexto, tomar distancia del hecho. Admitir que no se tiene una verdadera opinión, que se duda y que la duda es por miedo a equivocarse. Los rumores volaron como reguero y se habló de que el fallo estaba “operado” por Cambiemos. Y la coalición macrista, al comando del Maravilla Martínez del PRO, el jefe de Gabinete Marcos Peña, no habría tenido mejor idea que resolverlo con un focus group. Ya Macri había estado en una situación incómoda similar cuando, a las pocas horas de su asunción, el diario La Nación lo apuró con una editorial donde hablaba de “reconciliación” con los represores. Hace no mucho, el propio Papa Francisco avaló esta postura, convirtiendo a la Iglesia Argentina en cómplice de la impunidad a los ojos de quienes busquen señalar con velocidad certera. Cambiemos estaba por estos días en otras guerras, tan crudas y difíciles como la que le toca con el fallo del 2×1, y Peña no quiso perder el tiempo. La decisión es, una vez más, respaldar al electorado más ortodoxo del PRO o plegarse al progresismo, que no son tantos pero gritan fuerte. Es algo propio del estilo de Cambiemos, que oscila entre el conservadurismo económico y el progresismo en los temas donde flexibilizarse puede permitirle defenderse de las críticas. El macrismo sabe que nunca encantará al progresismo, pero también piensa que no puede mostrarse como un enemigo de los valores que rigieron por 12 años. El focus group parece haber dado positivo al repudio, y desde el sábado en adelante Marcos Peña y su equipo habilitaron a la tropa de Cambiemos a criticar el fallo de la Corte Suprema, cuando pocas horas antes pedían “prudencia” y que se “respete la decisión de los jueces”.

La coalición macrista, al comando del Maravilla Martínez del PRO, el jefe de Gabinete Marcos Peña, no habría tenido mejor idea que resolverlo con un focus group.

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Por entonces, la idea de la marcha del miércoles había sido activada. Las agrupaciones de centro izquierda y la izquierda más radical se encontraban una vez más preparando una actividad callejera que exhibiría su rechazo general a la administración de Macri, esta vez con el vestido del repudio al fallo. Una nueva oportunidad de mostrarle fuerza al macrismo, de contestar a las provocaciones que cada día el presidente realiza simplemente gobernando. Pero cuando todo el arco amarillo oficialista se plegó al repudio, las cosas dejaron de estar claras. Con poca capacidad de reacción, el kirchnerismo y la izquierda más radical propusieron realizar marchas diferentes, aunque la idea no prosperó, sobre todo cuando al Congreso entró una decena de proyectos para convertir en ley un candado al fallo: que el 2×1 por delitos de lesa humanidad esté explícitamente prohibido. Como suele pasar cuando el Congreso se transforma en un Superbowl de luminarias y vedettismo, el debate fue extenso y plagado de discursos, pero las votaciones fueron muy claras: entre los diputados se votó casi por unanimidad, y entre los senadores se convirtió en ley un día después, sin contratiempos. Cada uno de los legisladores argentinos tuvo su oportunidad de mostrarse ante las cámaras de fotos, de TV y radios, ante los propios y los ajenos, ante colegas y extraños, y exhibir cuánto rechazaba la idea que todo el mundo rechaza. El Congreso fue el escenario de un concurso de popularidad sobre a quién se lo consideraba más lejos de los represores y cerca de “la gente”, ese ansiado constructo que, esta semana, se reveló como un hijo de pareja divorciada empecinado en algo que parecía no importarle demasiado antes.

Como suele pasar cuando el Congreso se transforma en un Superbowl de luminarias y vedettismo, el debate fue extenso y plagado de discursos, pero las votaciones fueron muy claras.

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La polémica del 2×1 sirvió para poner en segundo plano temas mucho más trascendentes para la política. El gobierno de Mauricio Macri, por ejemplo, lleva adelante un proceso de flexibilización laboral que, a diferencia del que se empujó desde la Alianza desde el primer año del siglo XXI, ahora no se lleva a cabo en el Congreso con leyes sino limando la credibilidad de los gremios. Por supuesto: los sindicatos, acosados por la corrupción interna y las peleas intestinas, se la dejan servida en bandeja. Macri renegoció “a la baja” el Convenio Colectivo de Trabajo del sector petrolero y de las industrias lecheras, comandó un acto del Día del Trabajo acompañado por las históricas 62 Organizaciones peronistas que, días después, empezaron a sufrir una sangría por las diferencias con el nuevo rol oficialista de una organización que cuyos intereses históricos se contraponen a los de este gobierno. El macrismo, así, lo puso en términos muy simples y, a la vez, muy complejos para desanudar: si se continúa con la misma política laboral se pierden las tan ansiadas inversiones extranjeras y se dinamita la poca industria nacional que queda. En el caso del petróleo y de la leche, las pruebas estaban a la vista: tanto los pozos petroleros como las empresas lácteas cierran un poco más cada semana. “Donde antes había ocho pozos de petróleo ahora hay tres”, dicen quienes trabajan en el sector. Lo mismo pasa con las empresas lácteas, donde Sancor, un emblema del trabajo lechero, está en terapia intensiva y produce ya un tercio de la leche que procesaba en la última navidad. Después de aquel paro general del 6 de abril, donde la CGT le marcó la cancha al gobierno -que prefirió ignorar el aviso y desmentir la legitimidad de la medida-, el macrismo respondió tensando la soga hasta romperla. La pulseada, sin dudas, la llevan ganada.

El “segundo semestre” ya pasó hace seis meses y todavía no hay noticias de la lluvia de dólares.

Algo parecido pasa con la economía doméstica, donde el Banco Central maniobra todos los días para mantener un dólar planchado para no estimular la inflación que, sin embargo, sin explicación coherente, crece todas las semanas y se ubica en un cómodo 2% mensual. Mientras tanto, las elecciones de medio término son un fantasma que acosa los pensamientos del oficialismo, que ya dejó a cargo de la campaña a sus mejores cuadros de comunicación, encargados de maquillar lo que es evidente a los ojos de todos: una economía débil, un dólar quieto que provoca la ira tanto de los pocos exportadores que van quedando como de los importadores que van creciendo, una administración que sale en visitas diplomáticas a diferentes países del mundo pero no consigue inversiones -el “segundo semestre” ya pasó hace seis meses y todavía no hay noticias de la lluvia de dólares-, una deuda externa récord en Latinoamérica y una serie de operaciones mediáticas a cargo de los principales voceros periodísticos que insisten en repetir “kirchnerismo” cuando, del otro lado, Cristina no se define como candidata.

La polémica del 2×1 sirvió para poner en segundo plano temas mucho más trascendentes para la política. El gobierno de Mauricio Macri, por ejemplo, lleva adelante un proceso de flexibilización laboral.

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La oposición, por su parte, encontró en el repudio al fallo del 2×1 una nueva oportunidad para reafirmar sus plataformas demagógicas. Al ver la masividad de un reclamo razonable, las más progresistas optaron por plegarse sin condiciones al rechazo, fogoneando el repudio desde sus bancas, sus búnkers y sus redes sociales, y utilizando cada micrófono a disposición para mostrarse ante un electorado que debe ver sus nombres en las boletas en pocos meses. Lo que queda del kirchnerismo salió a denunciar una conspiración del macrismo y el FIT directamente salió a denunciar el regreso de los bastones largos. La pelea por el protagonismo de estas dos fuerzas es, sin dudas, un espectáculo digno de verse. La cancha son los medios y el trofeo la pantalla, el aire, el centimetraje. Sin embargo, consiguieron más que Sergio Massa: un verdadero caso de estudio en este panorama. Su buena relación con la derecha, combinada con la filiación peronista, le permite surfear en dos aguas pero no le da margen para tiempos de guerra, momento donde hay que definir bando. En un repaso a sus últimas declaraciones se lo ve, por supuesto, rechazando el fallo de la Corte Suprema, pero apuntando al silencio del macrismo. Un verdadero 2×1: banderitas progresistas para unos, penas mayores a los delincuentes para otros. Ese nivel de especulación ratifica el tono artificial que caracteriza su figura en estos tiempos. ¿Podrá sacarse el traje de jamón del medio alguna vez y pasar al frente? Tal vez la etapa de polarización no beneficie a un candidato que busca comer votos de todos los pasteles. Sin embargo, Massa tiene la capacidad de mantenerse a flote cuando las aguas están agitadas, tal vez ya no haciendo surf con los cabellos al viento, pero sí agarrando la tabla como quien resiste con aguante.

En este contexto, el repudio al fallo del 2×1 aparece como una anécdota, una situación que se fue de las manos de todos. La marcha fue multitudinaria y el repudio unánime, pero del otro lado no hay nadie.

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En este contexto, el repudio al fallo del 2×1 aparece como una anécdota, una situación que se fue de las manos de todos. La marcha fue multitudinaria y el repudio unánime, pero del otro lado no hay nadie. Entonces, ¿la queja es válida? La parábola del árbol que cae cuando nadie lo escucha puede servir para explicar lo que pasa. Puede decirse que hay sectores que todavía respaldan el conservadurismo extremo bajo la forma de un otorgamiento de beneficios a represores. La verdad es que sí, no existe un pueblo sin fascismo, eso cualquiera lo sabe. Pero, con ellos, el gobierno de Macri cuenta siempre. Esta semana se sentirán lejos y mañana volverán al rebaño sólo con un guiño cómplice. Siempre habrá un funcionario que niegue a los desaparecidos, siempre habrá un activista del PRO que reduzca al mínimo posible el número de víctimas de la última dictadura militar, siempre habrá espacio para que el macrismo «más extremo» vuelva a seducir y ser seducido. Pero hay sólo una oportunidad para convertir lo que iba a ser una marcha en contra de Mauricio Macri en un evento inofensivo y para toda la familia. Los represores se quedarán en las cárceles y la inflación seguirá libre. Los delitos de lesa humanidad se penarán pero los derechos de los trabajadores seguirán siendo recortados. Argentina seguirá marchando pero el ajuste también/////PACO