Por Cliché
Esta historia es absolutamente cierta, con la salvedad de algunos hechos deliberadamente descontextualizados para proteger identidades.
Llegué a NY en 1997.
27 añitos.
Para trabajar en Young & Rubicam, como redactor.
Redactor creativo, se entiende.
Escritor de propagandas.
Young & Rubicam era una de las catedrales de la publicidad (ya no lo es, pero eso lo dejo para otro texsto).
Imponente edificio en Madison Avenue, muy cerca de Grand Central Station.
A pesar de tener la oferta de trabajo oficial y por escrito, navegar la burocracia inmigratoria para obtener mi permiso de trabajo llevó 7 meses.
El departamento de recursos humanos de la agencia no quería que trabajara -ni cobrara- de contrabando hasta tener todos mis papeles en regla
En aquella época previa al atentado de las torres el problema no era la paranoia terrorista sino lo kafkiano del papeleo.
Tenía plata (había vendido un depto 1 a 1 en BUE, gracias Caulos & Mingo) y no sabía que iba a tardar tanto el trámite, así que me dediqué al ocio hedonisssta.
Isidoro Canõnesss.
Man-about-town.
Un ave de presa.
Flaneur.
Sprezzatura en acción.
Las hice todas.
Todassss dije.
Downtown NY no me guardó ningún secreto.
Amanecí buscando mi ropa y billetera en lofts, co-ops, condos, brownstones, walk-ups, townhouses, penthouses, algún pied-à-terre y unos cuantos studio apts necesitados de desratización.
Un parkourist.
Tribeca.
Village, East & West
Chelsea.
Murray Hill.
Garment District.
Hell’s Kitchen.
Alphabet city.
The Bowery.
También Upper East Side.
Upper West Side.
Los Hamptons.
Hunter Mountain.
En los late 90s y early 00s el Meat Packing District aún no existía (de día era literalmente lo que su nombre refiere y de noche se llenaba de drogatas y travestis).
La migración hipster hacia Williamsburg recién asomaba.
En EEUU, y muy especialmente en NYC, se vivía lo más alto de la euforia noventera clintoniana puntocom.
El Dow Jones se salía de la vaina.
Giuliani terminaba su cruzada contra el crimen, el graffiti y los vagabundos.
Los neoyorquinos no podían creer que la delincuencia endémica de la ciudad realmente se hubiera controlado.
Me beneficié a las naciones unidas (literal y figuradamente).
La máxima medalla: una bailarina noruega que estudiaba danza contemporánea y quería conseguir laburo en Broadway.
Divina. Con diez cm más de essstatura hubiera sido top model.
Se parecía a Elizabeth Hurley pero menos artificial, más orgánica, bohemia.
Una Kristen Stewart (la pendeja de Twilight) más saludable y atlética.
Cuánta salud.
Nunca me la tomé en serio.
Cobarde, intuyendo que un alto caramelo de este calibre estaba fuera de mi liga y se me iba a escapar.
El autosabotash tiene esas cosas.
Brasil me dio muchas alegrías también.
Mucha salud en Brasil.
Demasiada.
No les gusta nada a las brasileras admitir que salen con un argento.
Francia. Ucrania. Croacia. Bélgica. Italia. España.
Las inglesas son tremendos bagayos y beben como cosacos, paso.
Las rusas son todas gold diggers o escorts.
Un peligro.
Colombia y Venezuela, para qué aclarar.
Esos partidos se ganan con la camiseta.
Perdón por hacerme el calavera y volcar por este medio mis inseguridades narcisistas, pero sé qué la platea masculina lo va a disssfrutar.
Como el cliché que soy, empecé a escribir un libro.
Inconcluso, por supuesto.
Trata de la vida de un rugbier porteño que termina en NY involucrado en intrigas de essspionaje internacional.
Un lugar común grande como una casa.
Una perogrullada colosal.
Deliberadamente apuntado al besssst-seller.
No me miren, soy redactor publicitario.
Un dilettante.
Un hack.
Un Martin Amis opa.
Un John Le Carré de cabotash.
Escribo para vender y ni siquiera eso.
Un grande John Le Carré.
Nunca le perdonaron el éxito.
Gran aficionado al rugby.
Volvamos a mis días de rana.
Escabiaba fuerte, pero nunca crucé la línea hacia intoxicantes más duros o ilegales.
Soy rugbier y al fin y algunos tabúes me quedan.
Lo mío siempre había sido la birra, el tinto, el champagne.
A veces fernet, a veces menta.
En NY me inicié en el vodka, un consumo muy arraigado en estadounidenses.
El vodka es una contradicción en sí mesmo.
Por definición es una bebida incolora, inodora e insípida.
Era el intoxicant of choice histórico del campesinado ruso y polaco.
Un anestésico para mitigar las angussstias existenciales del lumpen proletariat.
En los 70, empezó a ganar terreno en EEUU porque es la bebida ideal para dos perfiles muy particulares de consumidores, a saber.
1- Alcohólicos: el vodka es muy conveniente para choborras patológicos porque les permite clavarse tres martinis en el almuerzo a un costo que supo ser muy accesible sin dejar mayores secuelas perceptibles (léase halitosis).
2- Bebedores ocasionales con poca cultura alcohólica: el vodka es una gran opción para el consumidor joven de fin de semana al que no le gusta el sabor de las bebidas alcohólicas habituales ni tiene el presupuesto para pagarlas pero sí quiere sus efectos. Para veinteañeros/as de discoteca, el vodka es ideal porque tiene alta graduación y se puede mezclar con jugos de fruta. Además, se supone que produce resacas atenuadas.
Hoy el vodka es considerado una bebida premium y los fabricantes lograron ir subiéndole el precio de a poco pero lo cierto es que fabricar vodka es baratísimo.
Es puro marketis, valor percibido.
Los márgenes que las licoreras se embolsan vendiendo vodka son un secreto guardadísimo en la industria del escabio.
Bebida de gilipollas el vodka.
Salvo en invierno, iba a Central Park a patinar (muy gay lo mío) o jugar un picado de fobal con una banda de europeos, africanos, asiáticos y sudacas.
Había un alemán taciturno que siempre jugaba con uniformes impecables de equipos europeos.
Ejecutivo de alguna multinacional.
También un marroquí tuerto que traía el útil, ponía los arcos, organizaba los equipos.
Mucha pierna fuerte a brasileros con ínfulas que pretendían capitanías.
No sé por qué, cada tanto aparecía la polecía y todos salían cagando aceite.
Yo también, por no ser menos.
Adonde fueres etc etc.
Intuyo que había inmigrantes ilegales en el picado, o tal vez dealers.
Me abstuve de preguntar.
Jugábamos en una zona pavimentada, no pisábamos el césssped.
Lo cierto es que este juego de gato y ratón con el NYPD nos cortaba los partidos no menos de una vez por semana.
Aparecía el patrushero y a correr.
También iba a un gimnasio Equinox de Midtown (en invierno)
Racketball y squash, un poco de fierros para calar minitas.
En ese época no existía Facebook.
Había que salir a buscarse la vida, poner la jeta.
Era un laburo artesanal.
Inicialmente, mis amigos eran una mezcla de chetos de Buenos Aires de la UCA, algún grasa con muy buen promedio en el ITBA o la UBA y sudacas varios de familias acomodadas, dedicados al investment banking y otros rubros de Wall Street.
Después empecé a abrir el foco y, esto les pasa mucho a los argentinos en el exsterior, gravité sin darme cuenta hacia círculos sociales de tanos y gallegos.
Invessssstment banking, muy malo para la salud.
Stresssss jodido. Adiposidad, obesidad prematura, alopecia acelerada, insomnio, ataques de pánico, disfunción eréctil.
Alta presión, jefes pisicóptas, sádicos.
Muchos viajes, demasiados.
Y mucha mucha guita
Cuando me juntaba con investment bankers me hacían un agujero en la billetera.
No te toman un vino de menos de 80 dólares esos hijos de puta.
No estoy orgulloso de contarlo, pero varias esposas de investment bankers cayeron en mis brazos en ocasión de los viajes de sus maridos.
Cargadas de remordimiento.
Claro, yo estaba entero, físicamente impecable, tenía pelo largo, cero stress, una sonrisa permanente.
Sus maridos eran workoholics, despojos humanos balbuceantes.
Pobres pibes.
Me permito una digresión: me parece muy muy injusto cuando el grasa clasemediero argentino critica a los chetos rugbiers y polistas que salen de colegios irlandeses y se van a estudiar y trabajar a EEUU.
Estos pibes son patriotas, defienden a nuestro indefendible país a capa y esssspada.
Se matan estudiando y laburando.
Y siempre sueñan con volver.
De hecho siempre vuelven.
Dejan atrás cargos y sueldos imposibles en EEUU para volver a poner el hombro a lo profundo de Sudaquia.
No es mi caso.
Son medios giles, tienen sus tics y sus taras, quién no.
Igual, son optimistas innatos.
Habría que cuidarlos más y agredecerles.
Si Argentina todavía logra destacarse un poco en el bananerismo mágico de Sudaquia es gracias a estos pibes. ///PACO