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Mauro Amato, el artesano

Buenos Aires puede ser tan grande que el tiempo se acorta en el subte, se elastiza en los andenes, se pierde en las bocacalles, se estaciona en los bares. Supo decirme Pedro Dalton en un momento: Buenos Aires puede ser un cielo y también un infierno. Así se fue yendo mi estadía, rodeado de nubes con diferentes cielos, y cerca de un montón de gente linda y vecina. Entre esa gente linda llegué, por historias difusas, recuerdos de goles, de golazos, de pifias, al nombre de Mauro Amato, casi al final de mis horas en la gran ciudad, previo a la vuelta al paisito querido del otro lado del río (creo que he visto una luz).

“La vida en el campo es fantástica y más si no te gustan los ruidos, la gente, la boludez de las personas, los gritos, las estúpidas conversaciones de almacén, la cumbia al palo, la falta de respeto de los adolescentes casi niños hacia los adultos, lo mal que manejan la mayoría en auto, la violencia que hay y no solo de golpes sino de tratos entre las personas; todos van demasiado rápido a ninguna parte, se siente el estrés de las personas al ver a todos con el ceño fruncido, los noticieros que te invaden de mierda tu cabeza (hace muchos años que no veo uno), las mismas quejas de siempre… ¿querés que siga detallando por qué nos vinimos lejos de la ciudad?”

Le escribí. Me respondió fraterno y cariñoso pues la conección se había dado por Kurt Lutman, ese de nombre alemán, o al menos lejano, pero de vivencias bien aferradas a nuestra historia, y a nuestro querido deporte, el fútbol. Amante de Newell ́s y del área grande, rompedor de esquemas y de redes, entrañable tipo.

“No soy bueno para describirme como DT pero te cuento lo que hago: trato de ser lo más humano posible, me gusta aportarles cosas a los niños a nivel psicológico para que ellos piensen por sí mismos apoyados por lo que les quiero marcar o enseñarles. Que puedan disfrutar de lo que hacen y de lo que aprenden. Me gusta que haya un ambiente donde la alegría y la buena predisposición de todos esté permanentemente; que entre los jugadores haya respeto y compromiso para con el otro. En cierta forma quiero tener onda con todos porque de esa manera podemos enseñar y ellos aprender con la confianza mutua de poder hablar y explicar las cosas con el ida y vuelta entre el jugador y el técnico. Bueno a ver si me puedo describir un poco: soy un DT humano, sensible, comprometido con cada niño, comprensivo, confianzudo, pocas veces me enojo, sólo cuando alguien falta el respeto. Básicamente trato de ser como no lo fueron conmigo y hacer las cosas que me faltaron de chico, y a eso le aporto lo que soy y lo que siento como persona y como técnico.”

Mauro (La Plata, 19 de diciembre de 1973), jugó en Estudiantes desde 1992 hasta 1996. Querido a pesar de haber convertido apenas un gol, compartió andanzas en el área con, entre otros, el Titán Palermo.

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“Las viejas escuelas se caracterizaban por ser mucho más rigurosas, serias, compactas. Sin ninguna sonrisa. Sin poder disfrutar lo que se hacía. Todo siempre tenía que ser correcto pero correcto desde una perspectiva de carácter autoritario y con consecuencias graves si no respondías como se debía hacer las cosas, un tanto muy superficiales, no había ni un guiño de ojo, alguna complicidad con el jugador, una palmada aunque sea en el hombro (claro en ese entonces los hombres no se tocaban). Y las escuelas de ahora, al menos en Estudiantes de La Plata, en principio, el resultado de un partido es secundario creo -y para mí es algo cierto- que desde la formación nace el resultado y esa formación implica mucho de docencia, paciencia, voluntad, sensibilidad, sonrisas, gestos, guiños, choques de mano. Ahí es donde el jugador conecta con el técnico y se hace por primera y única vez la alquimia para que el jugador sea formado y el DT consiga enseñar lo mucho o poco que sabe. Les agarro el pie y les indico donde es específicamente el golpe para poder levantar la pelota sin esfuerzo.”

Luego partió a Huracán de Corrientes, la tierra del chamamé, donde jugó hasta 1998. Atlético Tucumán fue la camiseta hasta el 99, donde gritó 19 veces gol. Inolvidable fue aquel 9 de setiembre, cuando rompió la racha de diez años sin victorias clásicas. Allí nació Eneas, hijo de “Ceci” y Mauro.

“Nos fuimos ver a los Red Hot Chilli Pepers al Lollapalooza. De recital en recital andamos. Eneas toca la bata igual que mi amigo Roberto Ruso, así que estamos con el rocanrol al palo en todo su aspecto. En cuanto a charlas de escuela, sexo, de drogas, de alcohol, de mujeres, de la vida, ahí estamos con Ceci (mi compañera de vida) al pie del cañón aconsejando y previniendo. Lo único que podemos hacer con respecto a la educación es prevenir, después las experiencias las tendrá sólo.”

En el 2000 vistió los colores de Instituto de Córdoba, y se convirtió en ídolo con más de veinte emociones acariciando la red. Allí conoció a la gente de H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), inquieto por saber de la Dictadura, inquieto por lo social, y por prestar las manos y no solo las piernas y los parietales.

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“Lo que me sucede con los recuerdos e imágenes es que extraño. Cuando tenés la posibilidad de hacer algunos goles te volvés adicto, querés volver por más de esas sensaciones y lo que me doy cuenta no es tan solo que quiero hacer más y más goles sino que no puedo dejar de jugar a la pelota y ese es mi gran vicio. Me encanta jugar con una pelota con quién sea. Más allá de poder o no hacer goles creo que un jugador de fútbol una vez que descubre esa pasión o gusto, no lo puede dejar hasta que su cuerpo diga basta y ahí sí vivir pensando en todos esos recuerdos de antaño que te hicieron tan feliz.”

En el 2002 pasó a San Martín de San Juan, y luego a Banfield; partió al fin hacia el SD Aucas de Ecuador. Regresó a Argentina para jugar en Sarmiento de Junín donde jugó hasta el 2004, cuando pasó a Estudiantes de Buenos Aires. Luego vinieron La Plata F.C, Cambaceres y finalmente Rivadavia de Lincoln, donde se retiró corriendo el 2009.

“Lo lindo para mí de vivir en el campo es que ahora mismo está cantando el gallo que me pide comida, los teros que pelean por su territorio, el benteveo llamando a la cría. Las noches se llenan de estrellas luminosas y su cielo color de noche invade mi casa. Observamos emponchados la luna en reposeras tomando un rico vino. Así estamos en todas las estaciones del año observando la nada, el todo. Cortar el pasto para emborracharme de su aroma, meterme en la huerta con las manos llenas de barro, plantar todo tipo planta que esté en nuestras manos y especias también. Cocino casi todos los días con las cosas que van saliendo de la huerta.”

La correspondencia con Mauro se estira algunos meses. La correspondencia con Kurt es más ágil. Será que uno fue diez, y va enlazando los momentos, tirando paredes, entrando al área, a todas las áreas. Y el otro, nueve fulminante, aparece cada tanto con un río de palabras cálidas como una sombra de verano, como el espacio infinito entre la camiseta y el pecho.

“Me da miedo el ruido de la vorágine de la vida afuera de casa, aquel ruido que no sé de donde viene: bocinas, maquinarias, gritos. Esos ruidos me ensordecen mentalmente y me anulan y quedo sin reacción. Lo único que quiero es salir corriendo hacia el silencio, que es mi mejor amigo, ahí es donde todo se relaja, donde todo vuelve a la calma, donde siento, escucho, veo todo con tanta claridad que ya no hay vuelta atrás, eso es a lo que vuelvo todos los días, al silencio de mi casa.”

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Termina un correo avisando que se va a ver un partido, que después la seguimos. Me habla de sus horarios de entrenar a los gurises de Estudiantes, yo le hablo de los horarios de mis entrenamientos. Intentamos coincidir pero no es fácil. Yo debo volver a Montevideo, pero La Plata siempre estará cerca y Mauro también. El partido que va a ver durará unas semanas hasta que nuevamente nos tiremos letras como caños. Nunca recordaremos el resultado. Me hablará de sus artesanías en vidrio, yo le hablaré de mis poesías, hablaremos de amor, casi siempre, y de fútbol que es muy parecido, quedaremos en vernos una vez más.

“Lo que significa el gol para mí es: puro ego. Sabés que cuando entra la pelota al arco mucha gente va a festejar lo que hiciste vos y tu ego se ensancha de una manera veloz en pocos segundos y así se va, también veloz. Ahora yendo a lo humano del gol, es tan pero tan linda la sensación de hacer un gol que tu cabeza y tus pensamientos a veces se pierden en el festejo y ahí es donde hacemos cosas inesperadas como darle un beso a una fotógrafa. Es tan efímero un gol, y hay goles que realmente tallan tu corazón de una manera tan profunda, que te hacen llorar de emoción, de alegría, de satisfacción. Es imposible explicarle a alguien con palabras el verdadero sentir de hacer un gol porque es como sentarse a hacer Zazen, si no lo vivís difícilmente puedas sentirlo.”

Ni la poesía ni el vidrio son capaces de dirigir esas sensaciones al entendimiento. Porque ni siquiera uno lo entiende. Quiere quedarse en esa velocidad de las cosas toda la vida, en esa carrera de diapositivas que se pasarán en el proyector de los ojos vidriosos, tallados por artesanos del ahora como Mauro. Esos recuerdos nunca se cansan, solo las piernas lo hacen.

Un día dicen basta, aflojame un poquito, dejame descansar. Y ese día que tantas veces pasa por la cabeza de nosotros los jugadores, llega, y luego la vida es otra, hasta que la pelota rueda nuevamente, aunque entre adoquines sea, aunque los límites de la cancha sean el cordón de la vereda, el agua de la playa, la imaginación de un niño.

“No me sale tener nostalgia. Aprendí a vivir de una manera determinada que lo que ya viví ya lo pasé y fueron momentos hermosos, tristes, alegres, de llanto, de injusticias, de muchas sensaciones y aprendí a vivir el día a día pero con una intensidad real. Vivo el aquí y ahora y trato de ser feliz con tan poco y con tanta simpleza y de conectar mucho con lo natural de las cosas y ya no me enrosco en problemáticas, discusiones, no veo más tele intoxicante, estoy muy poco informado de lo que pasa en la sociedad de muertes, robos, asesinatos, y demás que la única nostalgia que se me ocurre es siempre la de volver a casa.”///PACO