Hace unos días, en la playa de Santa Teresita un grupo de personas aprovecharon el varamiento de dos delfines jóvenes para fotografiarse con ellos. La situación se salió de control y cientos de turistas zarandearon a los animales de una punta a otra del balneario hasta que uno –o los dos, la información precisa ya no importa en eventos como éste– falleció, probablemente a causa del estrés que le generó tal periplo en andas de manos humanas. Ahora mismo en Facebook, alguien comparte un video en el que se observa el rescate de una decena de delfines que encallan en una playa extranjera, podría tratarse de Brasil o Australia. Una canción de rock optimista y suave estilo Incubus musicaliza el esfuerzo espontáneo de un grupo de turistas que se sacan remeras y ojotas para arrastrar a los delfines hacia el punto de la rompiente en que puedan escapar. Intentan levantarlos en andas, pero son muy pesados; resulta más práctico tomarlos de la cola y tirar. Los delfines se salvan, la gente festeja con el mismo clamor que produce un touchdown. Lo primero que llama la atención es el lugar del aficionado que filma completo el salvataje de los delfines. ¿Por qué prefirió registrar el acontecimiento antes que tomar una cola de delfín y tirar? La respuesta automática podría configurarse en el ideal periodístico: alguien tiene que relatar esto, el mundo debe saberlo. Del otro lado, en el oscuro Mar Argentino, cierto número de personas sufre la incomodidad de poseer en sus celulares ahora mismo una selfie con un delfín bebé. Quizás tuvieran ese interés extraño por la Naturaleza, decimonónico, capaz de una crueldad sin límites que va emparejada con una fascinación zoológica, Borges hipnotizado ante el tigre esquizofrénico que va y viene en su jaula. Quien escribe arriesga una hipótesis: de esa playa de Santa Teresita más los posts denunciatorios subsiguientes, la causa conservacionista afilió más adeptos que el peronismo para su incierta interna.

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Del otro lado, en el oscuro Mar Argentino, cierto número de personas sufre la incomodidad de poseer en sus celulares ahora mismo una selfie con un delfín bebé.

¿Qué causas serán justas en el futuro que se gesta por estos días? ¿Por cuáles valdrá la pena militar, luchar, tomar las armas? Hace poco este servidor pensaba en la posibilidad de un tiempo en que los enemigos actuales de Occidente, el terrorismo islámico y el narcotráfico, sean reivindicados como movimientos contraculturales revolucionarios. No hablamos aquí del dictum progre #EsComplejo; algo más allá, académicos, divulgadores, la industria cultural toda dedicada a aplicar microscopios y grandes angulares a favor de la más justa y teocráticapitalista sociedad forjada por el Estado Islámico en sus territorios de Cercano y Medio Oriente o el empleo masivo de tintes socializadores de los cárteles en provincias donde el Estado tal y como lo imaginamos nunca se quedó tras las campañas partidarias. Un marketing político impreso en remeras, fondos de pantalla, nombres de clubes de fútbol y también de niños recién nacidos. Greenpeace fue un primer elemento de lucha por los derechos de lo natural. Extraña conjunción: derecho y natural en la misma oración pero no conjuntados. Hay rumores acerca de sus tramoyas actuales, comentarios del estilo tengo un amigo que conoció a un tipo que trabajó con el responsable para América Latina y le dijo que la organización pide plata para enzarzarse en sus batallas. Su último hit por estas tierras fue la encarcelación en Rusia de la joven y trendy Camila Speziale, que tras su liberación por haber escalado una plataforma petrolera de Gazprom, desapareció del mapa mediático.

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¿Qué causas serán justas en el futuro que se gesta por estos días? ¿Por cuáles valdrá la pena militar, luchar, tomar las armas?

En lo cotidiano, tenemos a los rescatistas de perros y gatos, esas almas sensibles con Nicole Neumann a la cabeza, que militan la no compra de mascotas y el aprovechamiento del stock de animales sin dueño que esperan bellos y reales en estancias del gran Buenos Aires. Quizás el futuro está en una organización punitiva para los dueños abandónicos y maltratadores, leyes represivas y obras sociales –que no hace falta aclarar que ya existen. Este redactor fantasea una Mazorca animalista, grupos de tareas para vengar la Naturaleza vulnerada que se articule mediante un sistema de denuncias en redes sociales. Sólo un paso lógico adelante respecto a nuestro día a día en el scrolleo de muros y TLs. Todos quisiéramos ser héroes. Casi todos –otra hipótesis algo arriesgada- fuimos formados en un pequeño reservorio de rebeldía ante el Estado policial, legal, impositivo, educacional, etcétera. No es necesario convivir con la Weltanschauung tercermundista: uno de los pilares de toda campaña electoral republicana estadounidense se basa en la argumentación de que el Estado no permite al individuo crecer y autodeterminarse. No es muy difícil entonces situarse en la idealización de luchar contra complejos militar-industriales correteando por las ruinas de una ciudad, conteniendo el miedo y disparando un AK-47 semienceguecido y sordo. Agreguemos a eso el aburrimiento amortajante que la crisis de sobreproducción artística y del entretenimiento actual nos provoca. Ya debe existir el teórico que se encuentre sobre el teclado ahora mismo diseccionando la semiología del atentado, la fuerza primigenia que se libra de sus cadenas, la celebración angustiante de los nunca empoderados que sacrifican lo propio –el cuerpo, lo inmediatamente yo- en pos de los otros, el fin de la paz para la paz perpetua de otro estado de cosas en otro Estado de derecho.

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Este redactor fantasea una Mazorca animalista, grupos de tareas para vengar la Naturaleza vulnerada que se articule mediante un sistema de denuncias en redes sociales.

Bajo el mismo tono pero mejor sedimentado, el cine y las series de TV ofrecen una humanización progresiva del narcotraficante, ya sea con Breaking Bad o El Patrón del Mal, pasando por la clásica Scarface de Brian De Palma y por qué no las más sociológicas The Wire o Straight Outta Compton. Autodeterminación y libertad de negocios, arraigo al terruño popular, curiosidad tanática y hambre de liderazgo son conceptos fáciles de imaginar e inculcar a la generación por venir. No hace falta averiguar ni investigar mucho para comprender que la solución más convincente para el Estado frente al poder narco es la negociación y su progresivo ingreso a la noción de commodity. El flujo de capital que recibirían países como México del blanqueamiento para la producción y comercio de estupefacientes enloquecería el fiel de la balanza económica de la región. La droga es el petróleo del mañana. Pero nuestro tiempo parece ser el de la sinceridad de los individuos frente a sus adicciones: la literatura reventada aún da sus últimos coletazos. El futuro sin dudas contiene el sinceramiento de los Estados al respecto. Naturaleza redentora, terrorismo revolucionario, narcotráfico socialista: los friendenemies de Occidente avanzan desde el horizonte de las ideas hacia la cristalización contemporánea. Lo fascinante reside en la pura posibilidad de participar de esta veloz distopía que viene a chocarnos de frente. No nos haría daño estar preparados. Entretanto, las derivas se extienden y quien escribe no alcanza a ver sus vanguardias/////PACO