Violencia


Más terror y más aburrimiento


El terrorismo es una forma de comunicación política, una forma extrema y letal, pero que se ajusta a las reglas generales que gobiernan cualquier tipo de comunicación: hay un emisario, hay un mensaje que quiere ser transmitido, y hay un destinatario al que se le impone (por la fuerza) la recepción de ese mensaje. Y también hay un código en el que esa información es traducida para que alcance su objetivo. Lo propio del terrorismo, su especialidad, su campo de experimentación e innovación es ese código que tiene que cumplir con la mayor eficacia el transporte del mensaje que se quiere transmitir. En estos términos, la eficacia del código se identifica con el mayor o menor grado de terror que sea capaz de alcanzar. Esa es su unidad de medida. El integrismo islámico en los últimos veinte años alcanzó una grado de sofisticación único en el manejo de esos códigos, en la capacidad para transmitir su información con el mayor grado de terror posible para el rango de alcance más amplio disponible. Eso implica un profundo conocimiento de las debilidades, angustias y fantasmas de los destinatarios del mensaje de terror (que hoy, virtualmente, son todos los habitantes del mundo).

El integrismo islámico alcanzó una grado de sofisticación único para transmitir su información con el mayor grado de terror posible para el rango de alcance más amplio disponible. Eso implica un profundo conocimiento de las debilidades, angustias y fantasmas de los destinatarios del terror (que hoy, virtualmente, son todos los habitantes del mundo).

¿Algo más aterrador que un avión de pasajeros convertido de pronto, una mañana soleada, en un misil dirigido contra los edificios de una ciudad? ¿Algo más aleatorio y paralizante que una mujer de compras en un mercado que en un microsegundo se transforma en una bomba? ¿Qué decir de la imagen HD de una dunas Lawrence de Arabia donde un verdugo vestido de negro le corta la cabeza – con un cuchillo muy muy pequeño – a un prisionero? O, para hablar de los hechos de ayer, un ataque sorpresa a la redacción de una revista cómica francesa y la subsiguiente ejecución de una decena de caricaturistas y periodistas. El mensaje en todas esas instancias es siempre el mismo, un mensaje aburrido, repetitivo, vacío y primitivo hasta lo casi ridículo, una especie de ruido animalesco que dice algo así como nuestro reino no es de este mundo. Sométanse o mueran. O sométanse y mueran de todas formas. Lo que cambia es el código que va perfeccionándose, condensándose, volviéndose cada vez más eficaz al combinar elementos que, hasta que fueron conectados por esas mentes, pertenecían a ordenes totalmente diferentes: un avión – misil, un mercado o una escuela o un teatro convertidos en matadero, la redacción de una revista devenida en patíbulo.

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Desde el 11 de septiembre de 2001 esas mises en scene macabras mutaron de manera demencial al tiempo que la situación dentro del mundo islámico se deterioraba hasta el extremo de la catástrofe. Desde ese día el mapa de Medio Oriente se rediseñó con guerras, ocupaciones militares, revueltas y conflictos civiles. Los antiguos estados entraron en convulsión (algunos como Libia, Irak y Siria, al borde de la extinción) y las organizaciones integristas se multiplicaron en un abanico de siglas y reagrupamientos irregulares que se extienden desde el pseudo estado islámico (el nuevo Califato, el Khalifah prometido y que ya está entre nosotros) a los pliegues capilares de las bandas fundamentalistas que reclutan jóvenes musulmanes en las grandes ciudades europeas. Es un fracaso histórico de Medio Oriente, la quiebra definitiva de los proyectos nacionalistas laicos que pretendieron modernizar el mundo islámico con dictaduras personalistas eternas o con experimentos socialistas estrambóticos; y es un fracaso para Occidente con sus sucesivas intervenciones militares desastrosas, con su diplomacia de doble estándar y su aliento solapado o abierto al peligroso juego de los equilibrios entre sectas, tribus y naciones. El resultado es la ideología del islamismo, un invento marginal del siglo XX (y no una supuesta esencia atávica del Islam histórico) que a comienzos de este siglo encontró su lugar en medio del caos de la región. Pero la diferencia entre el islamismo y las anteriores expresiones políticas violentas que surcaron el mundo y específicamente el mundo islámico es sustancial, es una diferencia cualitativa que va más allá de su capacidad para matar: el islamismo no pretende forzar una “negociación” con sus acciones terroristas, no apunta a lograr unas reivindicaciones políticas en una mesa de acuerdos, no tiene un programa revolucionario por más demencial que este sea. El islamismo reclama un reino incompatible con la coexistencia de los infieles, sus objetivos están imbuidos de la intensidad anacrónica de lo sagrado donde la muerte y la vida se vuelven aspectos superfluos frente al tamaño de la misión teológica que pretende llevar adelante. El shock que producen sus acciones, como la de ayer en París, es el impacto de un enemigo temible y novedoso que parece salido de un mundo desconocido que la racionalidad no puede procesar. En ese mundo hecho de cabezas cortadas y autos estallados, de Ministerios para la Supresión del Vicio y la Promoción de la Virtud, interpretación literal de los textos sagrados, misoginia y sumisión, por supuesto tampoco hay lugar para el humor, y menos aún para la ironía y la sátira. En realidad no hay lugar para nada más que un orden fúnebre y devoto, un orden completamente inmóvil más allá del tiempo.

En realidad cualquier excusa sirve a los fines del islamismo, y eso es lo que aún resulta para muchos difícil de entender. No hay equivalencia moral, no hay motivaciones basadas en la larga cadena de ofensas recibidas o en la degradación de las condiciones de vida de los musulmanes que viven en los barrios pobres de las grandes ciudades europeas.

A pesar del impresionante simbolismo que representa que el blanco de este ataque haya sido, justamente, una revista humorística que se dedicó durante años a golpear en el lugar donde el islamismo es más débil (su ridiculez histórica, su banalidad programática, su indisimulable complejo de inferioridad cultural), la excusa del ataque no es más que un ingrediente secundario y casi anecdótico. En realidad cualquier excusa sirve a los fines del islamismo, y eso es lo que aún resulta para muchos difícil de entender. No hay equivalencia moral, no hay motivaciones basadas en la larga cadena de ofensas recibidas o en la degradación de las condiciones de vida de los musulmanes que viven en los barrios pobres de las grandes ciudades europeas. Lo que existe es una ideología que rechaza el mundo moderno y que se muestra decidida a combatirlo usando métodos que concentren el máximo nivel de terror para la mayor audiencia posible. En la era de la normalidad extinta (como diría Martin Amis) la dinámica de la violencia se extiende fomentando un clima cuya principal víctima es el pensamiento independiente: desde el dogmatismo de los fundamentalistas a las pulsiones xenófobas; desde la autocensura enmascarada como respeto a la religión ajena a la corrección política que cultiva el no decir nada por temor a ofender. Es el aburrimiento que crece a la par del terror, y nada indica que eso esté por cambiar en un futuro próximo//////PACO