Noche de los tiempos / Búho de Minerva
Contra ese zoon politikón que prefiere “militar emociones” en vez de ideas y que, por si fuera poco, terminó de fermentar su conciencia democrática al calor de la previa del primer balotaje presidencial ‒veintiocho días que estremecieron y todavía estremecen muchos mundos‒, el escenario definitivamente nuevo y amarillo de la política argentina no significa una noche de los tiempos, sino algo que convendría considerar casi como la posibilidad de su opuesto absoluto. Un instante que, porque ocurre después del acontecimiento, se presta de manera franca ‒e inédita en bastante tiempo‒ al juego de aquella metáfora hegeliana que comparaba el acto de pensar al búho de Minerva “que no emprende su vuelo hasta el oscurecer”.
Contra ese zoon politikón que fermentó su conciencia democrática al calor del primer balotaje presidencial, el escenario nuevo de la política no significa una noche de los tiempos sino algo que convendría considerar como la posibilidad de su opuesto absoluto.
En tal caso, ¿no es momento para las verdaderas preguntas? Existe un instante para el goce del lamento y de la alegría ‒donde los anatomistas políticos de la derrota y de la victoria diseccionan una y otra vez lo que pasó‒, e incluso otro para ese goce masoquista que se desnuda en el dejarse hacer por lo que fuere que vaya a pasar ‒donde los coristas del grito indignado y del grito festivo se apuran todavía más que los hechos‒; pero, acabados al fin, no puede decirse que ninguno deje nada útil (a excepción, por supuesto, de la caricatura de distintos onanismos ideológicos). Es después cuando, al fin, empieza a surgir lo que “tras el día del conocimiento” configura una verdadera pregunta: ¿qué hacer? Y es lo que ‒retomando el eco de Lenin‒ Alain Badiou y Marcel Gauchet se preguntan en ¿Qué hacer? Diálogo sobre el comunismo, el capitalismo y el futuro de la democracia (Edhasa, 2015), intercambio que lejos de la mera abstracción logra proyectar, con las distancias culturales y económicas entre Francia y Argentina a cuestas, coordenadas luminosas para la cambiada política argentina.
Tecnocracia / Política
Que Badiou represente el pensamiento de izquierda y Gauchet el pensamiento de derecha ‒y que eso permita cercenar de raíz la mentira pueril que insiste en que ya no existen tales divisiones‒, aclara la honestidad del temario e instala una pregunta clave acerca del sujeto político. ¿Existe un heredero formalmente ideológico y con poder de voluntad sobre lo que acontece, o se trata de llenar de conceptos coyunturales aquello que toma lugar entre estructuras y procesos sin otro sujeto que la pura idea? Esa, en tal caso, es la cuestión ‒y que, dentro del kirchnerismo, y con sus variantes, plantea inquietudes entre la historiografía y la futurología no menos sensibles a las que plantea la heterogénea coalición Cambiemos‒ a través de la cual se dirimen formas concretas de gobierno.
¿Existe un heredero formalmente ideológico y con poder de voluntad sobre lo que acontece, o se trata de llenar de conceptos coyunturales aquello que toma lugar entre estructuras y procesos sin otro sujeto que la pura idea?
En Francia, señala Gauchet, una de las tradiciones de la izquierda es “reunir las dimensiones de la teoría y la práctica, fusionar el pensamiento y el activismo político”. Elemento ante el que “los Estados Unidos constituyen un contraejemplo perfecto: ahí la política es pragmatismo puro y el problema es ganar las elecciones…”. Llevada a la política argentina, y en sintonía incluso con las excitadas especulaciones que rodearon al nuevo gabinete, el asunto parece lejos de sonar como ‒la frase es de Gauchet‒ “un catecismo esquelético”. En tal caso, por estrategia o desidia de sus adversarios hegemónicos, ¿no es esa profunda subestimación intelectual y política a la que fue sometida Cambiemos ‒y que con astucia el Pro supo incluso estetizar‒ la que retorna entre flamantes servidores públicos importados del mundo gerencial privado como legítima columna vertebral del primer proyecto de una tecnocracia argentina y un poder basado en la habilidad para conseguir que las cosas funcionen, en la misma medida que ‒siguiendo ahora a Badiou‒ el kirchnerismo ‒si todavía es su nombre‒ descubre con ingenuidad que “cuando el Estado, por la vía del partido, se apropia del monopolio de la acción política, genera de hecho una completa despolitización de la sociedad”?
Poder / Oposición
De lo que se trata no es de discutir si habrá o no más 678 sino de los términos para un nuevo consenso democrático (y, no del todo por accidente, no está de más leer al verdadero exégeta internacional de Badiou, Slavoj Žižek, cuando escribe qué es un estalinista: alguien que “no actúa en nombre de individuos reales sino del pueblo, ese Otro virtual que cree aún cuando ningún individuo empírico lo haga”). Probablemente los mejores puntos entre Badiou y Gauchet se organicen alrededor de la instancia parlamentaria de la democracia, y es sobre ese terreno donde sus miradas pueden resultar más atractivas para quien mire el nuevo Congreso de la Nación. Sobre ese jardín de concordias republicanas, ya pueden detectarse algunas piedras de realpolitik. Pero antes sería útil recordar que la vara es alta y que diferencia sin piedad entre quienes están de un lado y otro del poder ‒tema angustiante para quienes pretenden dilucidar “el futuro del peronismo”‒, y entre quienes, aún de un lado u otro, disponen ‒o no disponen‒ de las herramientas y el know-how para las instancias prácticas de la negociación política.
Es en ese escenario de alianzas parlamentarias y de “heladas aguas del cálculo egoísta” donde va a revelarse la evolución o la extinción de identidades políticas (por) ahora coexistentes como el peronismo, el kirchnerismo y el cristinismo de un lado, y el pro y el radicalismo por otro.
Es en ese escenario de alianzas parlamentarias y de “heladas aguas del cálculo egoísta”, como cita Badiou a Marx, donde sin dudas va a revelarse la evolución o la extinción de identidades políticas (por) ahora coexistentes como el peronismo, el kirchnerismo y el cristinismo de un lado, y el pro y el radicalismo por otro. (Respecto a las izquierdas, al menos bajo la experiencia europea ‒y no sería difícil sumar la voz del ex ministro griego Yanis Varufakis‒, el panorama no es optimista. Todo consenso democrático, sostiene Badiou, no es más que una expresión que “esconde una triste realidad y una flagrante impotencia: los partidos convocados al poder coinciden en un punto, a saber: que, en definitiva, no se tocará el capital y se dejará que la propiedad privada devore el principio del bien público”). En el plano teórico, por otro lado, para una tecnocracia no hay al fin y al cabo mayor adversario que la política tradicional ‒conflicto que habrá de resolverse de una manera u otra‒, aunque Badiou y Gauchet prefieren otro punto sensible de la política contemporánea: la oposición a largo plazo entre la lógica de los derechos personales y la democracia, en la medida en que “el triunfo del principio de maximización de los intereses de esas mismas personas” avanza en una progresión que va “de la sociedad de los derechos a la sociedad de mercado”. En términos económicos y sociales ‒y en un territorio de nombres que van desde “las minorías” hasta “los vecinos”‒, la cuestión plantea puntos de atención tanto para los fisiólogos del kirchnerismo como para los del cambio, y tal vez ilumine las condiciones de “evaporación de las masas, borradura de la preponderancia colectiva y reivindicación ilimitada de las libertades individuales” para el exitoso aterrizaje ideológico de un discurso de la eficiencia que va de la mano de un perfil empresarial de la gestión pública (comunista del siglo XXI, Badiou no duda: “a menos que sea posible nacionalizarla, la empresa se define por el hecho en bruto de que se la puede comprar”).
Democracia / Populismo
Para terminar, tal vez haya que revisar esa “evaporación de las masas y la borradura de la preponderancia colectiva”, en especial tras la solidaridad del kirchnerismo con el populismo de Ernesto Laclau (“Macri tiene tantas posibilidades de ser presidente constitucional en la Argentina como yo de ser emperador de Japón”, dijo Laclau en una de sus últimas entrevistas). ¿Cómo leer hoy las derivas de esa poderosa imbricación entre gobierno y Estado?
“Macri tiene tantas posibilidades de ser presidente constitucional en la Argentina como yo de ser emperador de Japón”, dijo Laclau en una de sus últimas entrevistas.
Bajo la égida soviética, Badiou señala algunos inconvenientes: todo Estado es una mezcla de violencia e inercia conservadora, dice, y de ahí que, en su única idea de perseverar en su ser, el Estado resulte incluso lo contrario de la auténtica política. En la órbita de Mao y al pie de Badiou, Žižek lleva las cosas más allá: el problema no radica en cierto carácter antidemocrático del populismo, sino en “su dependencia de una idea sustancial de pueblo: en el populismo, el Otro, aunque suspendido bajo el disfraz del formalismo procedimental, vuelve bajo el disfraz del Pueblo como agente sustancial de legitimación del poder”. Pero, otra vez, ¿cuál es y dónde está ahora ese pueblo? La pregunta no está al alcance inmediato de los analistas, ni sería responsable dejársela a los periodistas. El acontecimiento apenas empieza a volverse inteligible. Y el acontecimiento siempre es imprevisible, resquebraja y trastoca el orden estancado del mundo abriendo nuevas posibilidades de vida, pensamiento y acción. Y sujeto, dice Badiou, es aquel que no permanece pasivo frente al acontecimiento; se lo apropia y se compromete resueltamente en la aventura que se abre/////////PACO