I
En algún momento de su vida todo hombre escuchará una pregunta: «¿papi, qué es un zoológico?» Un zoológico, querido Falex, es ese lugar en el que viven todos los animales incapaces de trabajar o que son inútiles como comida. Verás, Falex, existen animales de tiro —¿viste esos caballitos moribundos que arrastran carros con cartón por la hermosa ciudad de Buenos Aires? ¿Viste esos otros caballitos elegantes que juegan al polo?— y existen animales —¿te acordás de aquella granja con vacas, gallinas y patos? ¿Recordás por qué son ricas las hamburguesas?— cuya carne tiene un sabor compatible con las tradiciones y el gusto de los humanos. Todos los otros animales, Falex, pertenecen al zoológico.
«Y, papi, ¿qué pasa con los humanos que no sirven para nada y tampoco se pueden comer?» Bueno, Falex, esa es otra pregunta. Pero te recuerdo que esta conversación empezó gracias a la jirafa Mario, ese pequeño aristócrata del Reino Salvaje al que tal vez veamos pronto en otro capítulo de Autopsia Animal. «¿Y por qué tuvieron que matar a Mario, papi?»
II
Mientras deposito las gotas necesarias de anestesia en la leche chocolatada de Falex, déjenme decirles que desde hace varios años consumo casi completamente medios extranjeros. Fundamentalmente, medios populares y de elite ingleses. No es simple esnobismo, la información es más relevante. Por otro lado —ya hay claros síntomas del angelical desvanecimiento de Falex—, todas las semanas confirman lo que Michel Houellebecq propone en su obra desde el año 1994: hay una fuerza muy parecida a la posthumanidad circundando lo que resta de la voz humanista secular europea. Un lento despojamiento o borramiento del sentido tradicional de lo humano que ya no migra de manera ingenua hacia una ética ecologista panteísta, hippie y fashionista, sino hacia una valoración radicalmente distinta de la vida. Dicho en otras palabras, si los activistas presos de Greenpeace hubieran asesinado a tiros a un esquimal mientras hacía estallar los cráneos de crías de foca con un bastón en su propio hábitat, en vez de asaltar un barco petrolero ruso en medio del Ártico para evitar la contaminación, el enfoque publicitario no solo habría sido distinto sino que la percepción pública de los hechos —al menos en buena parte de la prensa europea— habría sido mucho más positiva.
Con las necesarias contemplaciones multiculturalistas y dosis de tolerancia debida, en tal caso, casi puedo leer la historia de las focas heroicas que hubieran sobrevivido la maldad cruda de la Humanidad. De eso se tratan las historias diarias que aparecen en los medios ingleses sobre gatos rescatados de pozos ciegos, perros rescatados de perreras monstruosas, mapaches rescatados de dueños descuidados, ratones liberados de laboratorios e incluso de ciervos recién nacidos rescatados de inundaciones que arrasan pueblos bananeros completos (no sé cuál es la fauna autóctona de la ciudad de La Plata, pero háganse una idea también en ese escenario). Todas comparten el mismo espíritu: leídas con atención, no se trata tanto de los gestos de humanidad de algunos individuos piadosos hacia ejemplares más débiles de otras especies sino de auténticas historias de supervivencia zoológica ante la barbarie humana. (Como soy adulto no leo historietas, pero la saga Mauss hoy ya no sería una metáfora del Holocausto sino una narración literal más de otro Holocausto).
III
La jirafa Mario, nacida en el Zoológico de Copenhague hace 18 meses, sin embargo, no tuvo ninguna oportunidad. Este es un buen ejemplo: el ejemplo que probablemente ya llegó a sus pantallas y está por llegar o en todo caso está llegando. La jirafa Mario murió ejecutada con el tiro de una pistola neumática, igual que casi todo el ganado antes de transformarse en el paisaje de las góndolas más frías del supermercado (una anécdota instructiva: las pistolas neumáticas fueron inventadas en Alemania a principio del siglo XX y están diseñadas para destruir la parte del cerebro que controla la movilidad, pero no para destruir el cerebro ni matar directamente a los animales; el corazón sigue funcionando mientras el animal se desangra, por lo cual esto ocurre más rápido y la carne es más blanda).
La jirafa Mario nació en el corazón de una de las democracias más corteses, civilizadas, desarrolladas y aburridas de Europa (la última vez que cualquiera de ustedes supo algo sobre Dinamarca fue cuando su Primera Ministra, la sensual milf Helle Thorning-Schmidtt, se sacó una selfie con Barack Obama durante el entierro de Nelson Mandela). La jirafa Mario era el state of the art de su propia raza: un macho sano, bien alimentado, destinado a la reproducción de los suyos. De hecho, la jirafa Mario tenía más que casi todos nosotros: 27.000 personas dispuestas a firmar una petición para proteger su vida y un naturalista particular no identificado dispuesto a pagar 500.000 euros por su rescate. Sin embargo, la jirafa Mario tenía un problema —que, a menos que el lector pertenezca a la elite de usuarios de Twitter, el común de los varones lectores no tendrá—: se había determinado que su valor reproductivo era nulo. Sus genes eran demasiado comunes entre la población de jirafas del zoológico. Y eso, en una institución con otras siete jirafas, lo convertía en un inconveniente para la prosperidad organizada de los suyos. La eugenesia permite sus cuotas de incesto —las monarquías del Reino Animal lo saben—, pero eso no significa que todos vayan a fornicar con sus propios primos para siempre. A pesar de la protesta internacional (europea), la jirafa Mario fue ejecutada el domingo por la mañana. Se usó una pistola neumática para no envenenar la carne, usada más tarde para alimentar a los leones del zoológico. Antes de la entropía natural, de todos modos, la jirafa Mario prestó su cuerpo un poco más a la ciencia.
IV
De acuerdo a las leyes de la European Association of Zoos and Aquaria (EAZA), un ejemplar como la jirafa Mario era capaz de poner en riesgo los genes de sus futuros descendientes (las oportunidades de reproducción dentro del mismo zoológico, igual que en Twitter, resultan muy endogámicas). Por otro lado, las leyes de la EAZA no permiten tampoco que un animal sea trasladado a otro zoológico o institución que no funcione bajo el mismo programa reproductivo. Por lo tanto, no quedó ninguna función relevante en el escenario de la vida para la jirafa Mario. Bengt Holst, el director científico del Zoológico de Copenhague, dijo lo siguiente en danés: «Giraffes today breed very well, and when they do you have to choose and make sure the ones you keep are the ones with the best genes. The most important factor must be that the animals are healthy physically and behaviourally and that they have a good life while they are living, whether this life is long or short».
(Habría un ejercicio fácil, ideal para los amantes del melodrama y la victimización: cambiar cierto sustantivo en las palabras del doctor Holst e imaginar ya no como podría sonar la frase, sino cómo efectivamente sonó en otro momento histórico, tampoco muy lejos de Dinamarca: en los hospitales alemanes y en los neuropsiquiátricos bolcheviques durante los años treinta, por ejemplo).
Así fue como los restos de la jirafa Mario fueron prolijamente colocados delante de los visitantes más chicos del zoológico el domingo y —bajo la invencible recomendación sobre el valor educativo— los especialistas del zoológico hicieron una evisceración pública, filmando los detalles y enseñando como nunca antes a su público la anatomía interna de una jirafa masculina joven. (Esto no es ninguna novedad para ningún chico del mundo: el canal National Geographic tiene un programa, Autopsia Animal, donde en cada capítulo se evisceran no solo jirafas sino también ballenas, aves, caballos, elefantes, hipopótamos y casi todo lo que camine y se arrastre en esta tierra, con el asesoramiento del Real Colegio Veterinario de Londres; también hay una escena breve pero interesante sobre el impacto que estas formas de tradicional educación científica pueden generar sobre las sensibilidades más posmodernas en la película Greystoke: The Legend of Tarzan, Lord of the Apes). Cuando la autopsia terminó, los pedazos restantes de la jirafa Mario fueron colocados al alcance de los leones, quienes añadieron sus partículas elementales de educación demostrando por qué siempre será conveniente mantenerse alejado de sus mandíbulas.
V
Cada año, el Zoológico de Copenhague —que es probablemente uno de los mejores zoológicos del mundo— elimina unos 20 o 30 animales de la misma manera. Cada día, 27.000 personas o más prestan, sobre todo a través de la web, su inmediato apoyo solidario —una manifestación a favor, en realidad— a cualquier causa por el estilo (este placer solo está superado por las manifestaciones en contra, sea cual fuere el hit de indignación turística del día). La filial sueca de Animal Rights, una de las asociaciones activistas por los derechos de los animales —y yo no diría que el discurso posthumano implique necesariamente ninguna causa proteccionista, más bien lo contrario— añadió la cuota esperada de indignación profesional declarando que, por supuesto, es sabido que los zoológicos matan a los animales cuando ya no tienen más espacio o cuando son inútiles para la reproducción. La solución para detener esta clase de actos, sostiene Animal Rights, es que los zoológicos desaparezcan mediante la ausencia masiva de visitantes. Esta es una cuestión, diría el impulso cívico contemporáneo hacia la neutralidad, sujeta a debate. No soy especialista en cuestiones de reservas naturales, ni en políticas globales de proteccionismo animal, ni es un asunto que me interese, pero entiendo que la jirafa Mario y todos sus primos y hermanos, de igual manera que buena parte de los leones que se lo comieron, los elefantes que olieron a algunos metros la muerte y las vísceras, como así la gran mayoría de los otros ejemplares de cualquier zoológico serio, llegan desde el austero continente africano donde el trato cotidiano, la organización civil y los intercambios modernos se dan entre sus propio habitantes humanos de una manera que, en términos de brutalidad y sadismo, suena en principio incomparablemente peor que el salvajismo ingenuo de la llana Naturaleza. En ese sentido, es probable que no haya para los animales en los zoológicos otros hábitats más seguros que otros zoológicos.
Bengt Holst, el director científico del Zoológico de Copenhague, también dijo lo siguiente en danés: «It´s important that we try to explain why we do it and then hope people understand it. If we are serious about our breeding activities, including participation in breeding programmes, then we have to follow what we know is right. And this is right». Por supuesto, lo correcto a veces no es lo que una mayoría voluble y emotiva considera lo mejor. Este es un problema distinto y tiene menos que ver con la democracia que con los efectos colaterales tardíos del viejo populismo de mercado: al fin y al cabo, Animal Rights se nivela igual que los anodinos suplicantes anónimos y no propone ningún saber específico alternativo, ninguna ley racional útil, ningún dilema moral, simplemente llama al boicot comercial (y como dijo cierto crítico literario: «A largo plazo, no obstante, la literatura resistirá la nivelación y volverá a la jerarquía»).
La petición a favor de la jirafa Mario en internet tenía este mensaje: «Mario deserves to live and there must be somewhere for him to go. The zoo has raised him so it is their responsibility to find him a home, no matter how long it takes». La voz suplicante —se trate de salvar una jirafa, un bar o condenar una epidemia— siempre es irrecusable: por supuesto que la jirafa Mario era un ser vivo y «merecía vivir»; por supuesto que debía haber habido «algún lado al que pueda ir»; por supuesto que el zoológico lo había criado y era su responsabilidad (el «no importa cuánto» final es el puro golpe final de emoción retórica). Desconociendo la ley vigente y las prácticas ordinarias para los zoológicos consensuadas en toda Europa, la gran masa del coloquio de la indignación se trasladó al Facebook del Zoológico de Copenhague. Por su parte, el Zoológico de Copenhague cumplió la ley y eliminó sin mayores inconvenientes a Mario.
Mirando hoy las noticias había otro contenido interesante, que volvía ligeramente satírica la historia de la jirafa Mario, su incapacidad genética declarada por ley y su retorno sádico y educativo al polvo. Lleva por título (traduzco yo): Pequeños héroes que vencieron la meningitis: emocionantes fotos de niños que sufrieron la enfermedad son lanzadas por caridad para aumentar la conciencia. La primera historia es de Little Amber Travers, quien a los dos años casi se muere por meningitis en su Liverpool natal. Para que sobreviviera, los médicos tuvieron que amputarle los miembros. También está la historia de Ellie-May Challis, que se enfermó cuando tenía 16 meses. También tuvieron que amputarle brazos y piernas. La meningitis bacterial afecta 3.400 británicos cada año, y es una versión más grave de su pariente cercano, la meningitis viral. Uno de cada diez infectados por la meningitis bacterial muere y un cuarto del resto termina con miembros amputados. «Estas hermosas imágenes capturan su fuerza ante la cara de la adversidad», dice la fotógrafa. Hace falta un pequeño esfuerzo de imaginación satírica para trasladar la galería de convalecientes amputados en el tiempo y el espacio. ¿Dónde creen que estas fotos habrían tenido gran éxito en la Europa continental de los años treinta? ¿Cómo se las habrían arreglado los menores sobrevivientes de la meningitis bacterial y la jirafa Mario en esa época? Y lo que es más urgente, ¿dónde está ya online esa petición que va a combatir a la meningitis declarándose en su contra? ////PACO