1.

Una cita del libro La vida sexual en la Unión Soviética de Mijail Stern y su hijo August Stern (traducido del francés por Josep Elías, Bruguera, Barcelona, 1980): “Descubro que desde hace diez años la mujer recurre a una masturbación involuntaria, perfectamente inconsciente, cuando trabajaba con el taladro. Puede llegar a tener hasta diez orgasmos en un solo día, apoyando su bajo vientre contra la herramienta. A partir del día en que le encomendaron otra tarea, que consistía en descargar ladrillos, cayó en un estado depresivo.”

2.

Amor soviético al trabajo, estajanovismo sexual, la ingenuidad como activo del comunismo. ¿Una obrera que ama sus herramientas literalmente? Stalin habría sonreído. Desde luego, para Stern la inconsciencia del acto es fundamental: la URSS somete a sus ciudadanos de una manera tan precisa que desconocen la fuente de su placer. Como todo anti-comunista militante, a veces hace pasar –comprensiblemente– problemas del hombre como problemas de un sistema político. Dicho esto, algo suena incontestable: masturbarse con un ladrillo parece más complejo y difícil que hacerlo con un taladro. La clave está en la vibración, en la electricidad, en la tecnología. Un ladrillo es demasiado primitivo, seco, inanimado.

3.

Luego, diez orgasmos diarios en diez años son muchos orgasmos, inclusos para la Mujer Nueva de la Revolución de Octubre. Por otra parte, ¿cómo se puede ser “perfectamente inconsciente” si se vive en la URSS? En cualquier otro lugar, dentro o fuera del capitalismo, la perfección parece difícil, más un giro retórico que una afirmación categórica. Pero justo en la URSS, qué ironía.

4.

Stern y Stern estuvieron en campos de concentración, sufrieron todo el peso del aparato represivo soviético y finalmente, al parecer gracias a la intervención de intelectuales occidentales, emigraron. La vida sexual en la unión soviética es una larga memoria de los efectos del comunismo estalinista en los hombres y las mujeres de ese Estado que ya no existe, pero también la denuncia de una forma de modernidad –no la menos usual– que afectó y reglamentó las rutinas privadas del deseo.

5.
Retomando la Guerra Fría, en pleno apogeo del sueño americano, los guionistas de Mad men imaginaron que Betty Draper podía mantener una breve pero intensa relación con su lavarropas. La escena se ve matizada por una fantasía, un recuerdo, pero sobre todo por la suave música brasileña. ¿Diez orgasmos diarios en diez años? A Betty le alcanza con uno. La melodía distendida y el ritmo agradable atemperan la violencia maquinal de ese coito. El vestido rosa también transmite reconocible seguridad humana, maternal. Cuando todo termina, ella, saciada, pasa a otra máquina, el ventilador, que termina de sellar su pacto solitario con una libido que fragmenta, desborda, es al mismo tiempo enemiga y fuente de gozo y vida.

6.

Al parecer Cameron Diaz actualizó la escena de Betty Draper trayéndola al siglo XXI cuando en The Counselor coge con un auto. Menos glamoroso, más bizarro, Edward Smith se hizo famoso en la web diciendo que había “tenido sexo” con más de mil vehículos. Las comillas son necesarias. Y es fácil especular que no todos esos coches eran suyos. ¿Cómo reaccionaban los propietarios? Probablemente Smith se cuidaba de derramar sus líquidos en los tapizados y carrocerías usando un preservativo.

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7.

Hay algo redundante en estas escenas. Sorprenden pero no pueden continuar. En un mundo tecnificado se vuelven explicación literal. ¿El fetichismo de la mercancía tiene una base sexual? ¿Al quedarnos con el tiempo que el obrero le dedica a la mercancía también nos quedamos con su libido? Sexo y técnica: todo es mucho más complejo con ellos presentes.

8.

En el largo diálogo entre el hombre y la máquina, el objeto paradigmático –para emblema o denuncia– no podría ser el vibrador, inventado, según Wikipedia, en 1880 por el médico británico Joseph Mortimer Granville para “combatir” la histeria femenina de la época victoriana. Y sin embargo, ¿no realiza un puente íntimo, privilegiado, secreto y cercano hasta lo viscoso? ¿Es mejor la máquina de vapor, el Winchester, el telégrafo? Al mismo tiempo, no hay que dudarlo, el hombre se mete cosas en el culo desde tiempos inmemoriales. (Resulta instructivo comparar las entradas “consolador” y “vibrador” en Wikipedia. Mortimer, por su parte, remite en el diccionario de marcas y nombres propios a una máquina pequeña y eficiente –¿una batidora?– al menos en Buenos Aires. )

9.

Y así, mientras una trabajadora en un soviet se entrega a un taladro y se aburre hasta la depresión como changarina del rubro de la construcción, mientras Betty Draper se deja amar por un morrudo y sorpresivo lavarropas –pero se relaja con un raquítico ventilador–, mientras otros eyaculan en un tapizado de vinílico, muchos, miles, millones, llegan al orgasmo atentos a la pantalla de su monitor.

10.

Skynet diferente que conecta el deseo y el cuerpo –y que en vez de conciencia logra un estallido genital ecuménico–, la web se propone partner privilegiada a la hora de la autoexploración sexual. Y el que diga que nunca, jamás, tuvo sexo con su computadora simplemente miente. Millones de amantes, millones de caras transpiradas, millones de émbolos sintonizados en el repetitivo y magnético movimiento de entrar y salir, todas las cavidades abiertas, toda la piel en un continuo ajetreado, la luz mortecina de esa filmación casera o profesional bañando tu rostro: Internet es la sofisticada muñeca inflable del siglo XXI. Y ya sabemos que la mente se constituye como principal órgano sexual, más allá de que nunca termine de dominar, administrar, destruir o salvar el cuerpo.

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11.

(Skynet y lo siniestro tecnológico. Cuando la supercomputadora toma conciencia, ¿corta o potencia el porno? ¿Apaga las pantallas o las interfiere para que solo emitan alucinadas cogidas y persistentes fornicaciones?)

12.

El sexo, la máquina, la muerte. No hay sorpresa en ese catálogo. Fue y será ampliamente estudiado. Por eso mismo no podemos dejar de actualizarlo, de volver a él, de caer bajo la fascinación que nos genera lo inerte que tiene vida y la vida que se vuelve inerte. ¿De qué fascinación hablo? Leo un titular: “Cormac McCarthy’s ex-wife pulls gun from vagina during argument over aliens.”

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13.

No me interesa tanto lo que sigue, la noticia en sí, que es, por otra parte, muy digna de interés. Elijo detenerme en esa línea, en esa frase, en ese titular. ¿Qué hay ahí? Muchas cosas. La ex mujer de un escritor violento y exitoso ya nos posiciona en una universo alternativo, descartado, superado, pero todavía latente, amenazador. Aunque no sabemos los motivos de la separación, miramos esta anécdota desde los ojos talentosos de McCarthy. Volvemos atrás y encontramos el oprobio. Al parecer la mujer estaba discutiendo con su nuevo novio. ¿Quién se anima a pararse frente a la ex mujer armada del excéntrico y obsesivo escritor sureño? Pero enseguida pasamos del exacerbado realismo y la fatal discrepancia doméstica –que nunca debe ser subestimada– a otros géneros. Ciencia ficción meets porno y, ya que se trata de una aguerrida discusión, también a la novela de tesis. Si usted está disintiendo con una mujer sobre la vida extraterrestre, si esa mujer es la ex del tipo que escribió Meridiano de sangre –y el guión de The counselor– y la conversación se pone cada vez más tensa, ¿de dónde piensa que ella va sacar su revólver to make her point?

14.

Bien, extraer el poder de fuego del sexo. No parece tan raro dicho así. Por otra parte, estamos en el siglo XXI. Todas las formas sirven porque todas pasaron de moda. ¿Armas aceitadas con el flujo de una ex? ¿Demasiado cursi, extremo, imposible, predecible? Adentro, sirve igual. ¿O no nos resultan al mismo tiempo innovadores y retro esos hombres que se visten de muñecas de goma? El titular en La Nación dice “Un documental muestra a hombres que viven como muñecas de goma.” Copio el principio de la nota: “Un documental retrata estas particulares vidas. Son personas que nacieron biológicamente hombres y dicen que se sienten bien siéndolo. Pero les hace gracia convertirse transitoriamente en especies de muñecas gigantes a base de prótesis, rellenos y caretas de látex. Desmesuradas, inexpresivas, plastificadas. Desde luego, chocantes cuando salen a la vía pública así vestidos.”

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15.

Desmesuradas, inexpresivas, plastificadas. “Biológicamente hombres.” “Les hace gracia.” El colmo de la sexualidad maquinal: pliegue del cuerpo sobre el cuerpo falso. La hipermáscara, transformarse vivo en aquello muerto que imita lo vivo. ¿Es esto artificial? La respuesta suena evidente pero la pregunta resulta errada. ¿Qué no es artificial? Máquina, artefacto, técnica, sexualidad. Para el hombre lo natural no existe. Nunca existió. Apenas pudo haber existido un paisaje menor de eso que hoy llamamos “naturaleza” y que reconocemos por la información que nos proveen los medios audiovisuales.

16.

Ahora, una cita famosa de Marx: “A primera vista, parece como si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero, analizándolas, vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios teológicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra nada de misterioso, dando lo mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como producto del trabajo humano. Es evidente que la actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de forma, para servirse de ellas. La forma de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto físico vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como mercancía, la mesa se convierte en un objeto físicamente metafísico. No sólo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza de madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso.”

17.

(La mesa que baila. Física y metafísica. El fragmento tiene una misteriosa –¿y admonitoria?– nota al pie que dice: “Recuérdese cómo China y las mesas rompieron a bailar cuando todo el resto del mundo parecía estar tranquilo… pour encourager les autres.”)

18.

Pregunta: ¿Qué relación mantiene la fantasía de que una máquina nos mate –bien reflejadas en las tres leyes de la robótica de Asimov– con la fantasía de que una máquina nos coja? Jame Brown intuía mucho de este sentimiento cuando cantaba Sex machine en abril de 1971.

19.

¿Y el monstruo? En incontables narraciones de la modernidad, el robot se superpone con la bestia, la continúa, la máquina es el malo de acero que antes era malo de escamas o colmillos. Moby Dick es la abuela de los U-boots alemanes de la Segunda Guerra o los submarinos nucleares de la Guerra Fría. En el siglo XX se siguen persiguiendo ballenas pero la aventura está en La caza del Octubre Rojo. ¿Y esos rasgos de lealtad y ternura? Frente al T-1000, el Terminator de la segunda parte de la saga se muestra protector y paternal. El T-1000 es líquido, gélido, implacable, no tiene forma, es todas las formas y ninguna. Representa lo que Burroughs llamaría una máquina blanda. Antes, frente a la maldad del hombre, Frankenstein transmite melancolía. Mucho antes, antes de ser juguetes, antes de ser atractivo entretenimiento, los dinosaurios arrasaban un mundo desierto de hombres. Se sabe: el monstruo inconsciente, pulsional, falto de todo respeto por la vida, amenaza con devorarnos pero puede también hacernos gozar o fantasear, desalienarnos, ponernos en relación con los límites de nuestro cuerpo, nuestra historia y nuestra psiquis. Pulsión erótica, al fin, pulsión de muerte: el juego siniestro y vital de la existencia. Insisto: ¿Lo que estaría sobrando sería nuestro amor de mamíferos, ese cálido resto impuro de cariño y contemplación hacia el otro que, por más pequeño que sea, nos sigue haciendo humanos? El sexo nunca es del todo mecánico. La lucha atávica por la vida es al mismo tiempo unos de los refugios de la pasión.

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20.

Este quizás ese sea uno de los marcos posibles para leer la obsesión japonesa con los pulpos ampliamente descripta y catalogada en la cultura Hentai. Los especialistas dicen que se debe a la prohibición japonesa de mostrar los genitales en cámara. Pero la tradición se remonta al siglo XVIII cuando las cámaras no existían. De hecho es más vieja aun. Respondiendo al resurgimiento del sintoísmo y sus rasgos animistas. Katsushika Hokusai dio a conocer su famosa xilografía El sueño de la esposa del pescador en 1814 –año de la muerte del Marqués de Sade– como una reelaboración de la leyenda de Taishokan. Según Wikipedia: “la obra de Hokusai muestra a una mujer entrelazada sexualmente junto a dos pulpos, el más pequeño de ellos envuelve con uno de sus tentáculos el pezón de la muchacha y la besa, mientras que el más grande practica un cunnilingus.” Otra vez el trabajo manual cifrado en el pescador, otra vez la inconsciencia reflejada en el sueño, otra vez lo blando pulsional, maquinal, que amenaza y hace gozar.

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21.

En la abundancia de Internet, las fotos de porno con pulpos son pocas. Están, multiplicados al infinito, los dibujos animados, los manga eróticos, bestiales, inrceíbles, pero fotos con pulpos hay pocas. ¿El amor a los tentáculos como la última y más poderosa de las metáforas de la existencia humana retaceada en Internet? ¿El limite oculto, la frontera que no aparece, el pudor del borde? Un pulpo no es una máquina. Pero funciona como potente otredad. El calamar gigante aparece siniestro desde siempre en nuestras representaciones del mar. Hombre contra molusco en el amor y en la guerra, una vez más. Máquinas para gozar, máquinas amenazantes, monstruos ambiguos. Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued tematiza y desarrolla ese reflejo en nuestra lengua nacional.

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22.

Me detengo con una cita de Carlos Correas: “El deseo, ¿en qué va a consistir? El deseo es activo, negativo, destructor, aniquilador del otro en su otredad, en su alteridad. Tomar conciencia del otro es como si tomara consciencia de mí mismo: eso es desear. Desear es aniquilar la alteridad del otro, de manera que el otro no sea algo subsistente, independiente, algo que subsiste por sí mismo o incluso indiferente. El deseo busca sometimiento, busca destruir esa alteridad.” El deseo en Hegel y Sartre, Atuel, Buenos Aires, 2002.///PACO