Madres, en vuestras manos tenéis la salvación del mundo
León Tolstoi

 
Cuando el Presidente de Estados Unidos, Barak Obama, recibió el Premio Nobel de la Paz en Oslo declaró en su discurso: “Que nadie dude que la maldad humana sí existe en el mundo”. Sin embargo, a lo largo de la historia, psicólogos, psiquiatras, y científicos de distintas disciplinas han intentado estudiar esa cualidad y en su gran mayoría han llegado a la conclusión de que no existe “el gen de la maldad”. Por su parte, el investigador canadiense Keith Jensen sostiene que es una condición que se instaura en el ser humano desde la infancia y alcanza su máxima expresión en la adultez. Los psicópatas, abusadores, esquizofrénicos, drogadictos, violentos tienen una misma condición que los atraviesa: son hijos.

Actualmente, el concepto de “mala madre” está banalizado por el humor. Productos  como la serie cibernética Según Roxi, los monólogos de Dalia Gutman sobre la “nueva maternidad” y los manuales de crianza que proponen reírnos de nuestros propios errores maternos, nos hacen creer que mandar a los hijos al jardín con ropa que no combina, faltar a una reunión de padres o permitirle comer dulces te convierte en un monstruo susceptible de ser juzgado por el Tribunal de la Buena Maternidad. Sin embargo el concepto, que tiene su origen en la teoría psicoanalítica de Freud, remite en la actualidad a algo mucho más profundo: no existe la “mala madre” en tanto sujeto individual sino que esa figura está mediatizada, aún en su expresión más grave, por una serie de actores que funcionan en complicidad. Alrededor de una madre incapaz de ejercer su rol hay un padre, un entorno social, unos vecinos, una familia y una escuela cómplice de ese daño, por lo que devenir en “mala madre” no es nada sencillo.

La mirada edulcorada sobre la figura materna ha generado confusión respecto de lo que una madre debería sentir y hacer por el niño que pare. El amor incondicional entre padres e hijos se presenta como hecho irrefutable pero existen tantos padres que nos quieren a sus hijos, o que no están listos para cumplir ese rol con sanidad, como hormigas hay en el mundo. Tener hijos significa crear un vínculo de codependencia eterna que genera una tremenda revolución psicológica. Parir es un hecho físico mientras que criar involucra a una persona que compromete, a lo largo de ese proceso, su psiquis en una situación de poder.

Mommy Dearest (1981) es una película basada en la novela autobiográfica de una de las hijas adoptivas de Joan Crawford. Faye Dunaway encarna la vida detrás de las cámaras de la actriz, quien es presentada como una madre cruel y despiadada con sus hijos adoptivos y obsesionada con la perfección. Recuerdo haber visto la película cuando tenía alrededor de 10 años y dos escenas se grabaron en mi mente como la peor pesadilla que podía vivir una nena de mi edad. La primera es cuando Crawford obliga a Christina, su hija adoptiva mayor, a comer un bife crudo. La segunda, cuando en un rapto de violencia le corta el cabello ante la suplica y el llanto de la niña. En su autobiografía, publicada después de la muerte de la actriz, Christina relata que se convenció de que su madre no la quería cuando la agarró por la garganta, le dio una piña en la cara y le golpeó la cabeza contra el suelo.

En el amplio abanico de las “malas madres” podemos encontrar distintos matices. Las hay perfeccionistas y controladoras, deseosas de que el cuadro familiar se vea inquebrantable y temen el fracaso de sus hijos en cualquier aspecto, generando personas inseguras y sólo deseosas de satisfacer los deseos maternos en lugar de los propios. En El cisne negro de Darren Aronofsky, Natalie Portman encarna a Nina, una joven bailarina que vive presa del control obsesivo de su madre, una ex bailarina que constantemente invade su intimidad.  La baña, le corta las uñas, le controla los horarios y lo que come. Cuando a Nina le ofrecen representar el tan ansiado papel protagónico en el Lago de los Cisnes debe romper con el lugar de niña dulce al que su madre la condenó a través de su sobreprotección. Una escena representativa de ese control obsesivo es cuando intenta masturbarse y alucina que su madre la está observando desde una silla.

Otra categoría muy extendida es la “madre pobrecita”, que no puede vincularse con su entorno si no es a través de la queja y el reclamo de atención.  Una cuestión esencial para poder criar sanamente es poder correr el eje del ego y cuando ese proceso no se concreta las “madres pobrecitas” despliegan una serie de estrategias que le permiten sostener el protagonismo, adultizando tempranamente a sus hijos que deben hacerse cargo de ellas. Un ejemplo de esta clase de madres víctimas en la ficción es Livia Soprano, la madre de Tony en la serie Los Sopranos, quien siempre está quejándose porque nadie le presta atención y endiosando a su marido muerto cuando en vida lo maltrató.  Livia no protegió a sus hijos de la violencia física que ejerció su marido sobre ellos y es cómplice de los negocios ilícitos de toda su familia, atribuyéndose la toma de decisiones sobre cuestiones de negocios aun en momentos en donde finge demencia. El clan Soprano se sostiene en base a los negocios mafiosos que Tony heredó de su padre, evidenciándose una falta de amor entre la madre y sus hijos que lleva al hombre duro de la serie a iniciar sesiones de terapia.

El mito de que toda madre quiere lo mejor para sus hijos hace agua por todos lados. En principio porque no siempre lo deseado es “lo mejor”, sino simplemente lo que se puede o lo que se quiere.  Romina Tejerina parió a su hija, concebida producto de una violación, en el baño de la casa que compartía con sus hermanas. En el juicio confesó que vio en la bebita la cara de su violador, por lo que la metió en una caja de zapatos y la mató a puñaladas.  La mítica historia de los hermanos Sergio y Pablo Schoklender fue relatada por ellos mismos luego de haber matado y quemado a sus progenitores. En un lujoso departamento de la Avenida Coronel Díaz una mujer borracha se dirigía con frecuencia a la habitación de su hijo menor, adolescente, mientras dormía. El rito comenzaba con las caricias en la entrepierna y sólo la detuvo la muerte. “Los hijos pertenecen a la hembra que los pare”, solía decirle.

La sociedad mira a la embarazada como una figura inmaculada, pero no se piensa en la mujer que va a dar vida como un sujeto independiente que puede ser ajeno a la maternidad. Una madre muchas veces puede ser monstruosa, sencillamente porque el ser humano puede serlo ////PACO