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A mediados del año pasado, apareció, en la legendaria editorial Dunken, Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos del ex combatiente y psicólogo Fernando Cangiano. Ya desde su título el libro propone un tema central sobre el conflicto bélico del Atlántico Sur y sus lecturas gravitan no solo la guerra sino su larga y compleja posguerra y las interpretaciones políticas que se le dieron a la confrontación. Dice Cangiano: “La posguerra operó, en consecuencia, como un campo de batalla en el que se enfrentan dos dispositivos en pugna en el terreno de la ideología y la cultura: malvinizadores y desmalvinizadores.” Tomando el concepto de “desmalvinización” en sus orígenes, cuando fue acuñado por el francés Alain Rouquié como consejo para la presidencia de Raúl Alfonsín, Cangiano señala una tarea pendiente, la de “erradicar definitivamente de la conciencia popular esa penosa leyenda negra sobre Malvinas.” Este objetivo ya de por sí vale el libro y me animo a decir que Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos es un trabajo imprescindible para pensar los problemas sociales que generó y genera la usurpación británica del archipiélago argentino.
Para desplegar el proyecto, Cangiano propone identificar lo que él llama los “núcleos significantes” de la desmalvinización. Así, los capítulos centrales de su ensayo están dedicados a la perniciosa deshistorización del conflicto, el omnipresente tema de las torturas a soldados, el papel que jugaron de los oficiales y suboficiales, y una larga y puntillosa lista de verdades a medias y mentiras convertidas en vulgata sobre y a partir de la guerra. ¿Qué política civil se desprende de considerar a los conscriptos como víctimas de la dictadura? ¿Qué respuesta implica verlos como héroes?
La empresa que se propone Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos supera ampliamente los límites de un libro y su autor lo sabe. El camino que utiliza para puntuar ese recorrido es más retórico que historiográfico o analítico, lo cual hace que en algunos momentos su hilo argumental se extravíe. Quizás el problema no sean las herramientas epistemológicas elegidas, más deudoras del ensayismo sociológico que del archivo o la argumentación, sino la extensión y complejidad de su campo de estudio. Cuando Cangiano cita y desmenuza los momentos de la desmalvinización su escritura se consolida, pero en varios pasajes esto no sucede. ¿Qué ocurre entonces? Da la sensación de que el autor se reconoce a sí mismo como poseedor de una verdad tan inapelable que, al transmitirla, transforma eso que debería ser exposición en doctrina. No quiero decir que la verdad alumbrada sea inválida, solo señalar que muchas veces la enunciación de una verdad no alcanza. Películas emblemáticas como Los chicos de la guerra o Iluminados por el fuego, ambas surgidas de valiosos libros testimoniales, escritos o protagonizados por veteranos, merecían un análisis más detallado por su alcance masivo, su capacidad para moldear un imaginario, sus cargas de verdad y sus contexto de producción.
Al mismo tiempo, el poder argumentativo de Cangiano se reblandece un poco cuando recurre a las remanidas “zonceras” de Arturo Jauretche, se robustece cuando incorpora conceptos como “la era de las víctimas” de Enzo Traverso y cada vez que pone en evidencia la estulticia del obsceno discurso progresista, por lo general, cipayo, acomodaticio y liberal. En ese sentido se extraña un poco la voz intelectual del general Perón que incontables veces se pronunció de forma contundente y lúcida sobre este particular y otros temas afines.
Un punto llamativo y crucial del libro es la conclusión contrafáctica que señala una posible victoria en la guerra como el final y no la continuidad del poder dictatorial. Con facilidad Cangiano señala el inocultable impacto que tiene Malvinas en el pueblo argentino, que vive la libertad revolucionaria de mayo como una de sus grandes consignas nacionales y demuestra que frente al invasor se cierran filas y se superan o detienen los conflictos internos. Tampoco le lleva mucho trabajo dejar en claro que la antipatria es muy rápida a la hora de negar Malvinas y el inocultable nacionalismo que esa mención conlleva. Si ganar la guerra hubiese destruido o consolidado la dictadura es algo que ya no importa.
Como dije, Cangiano lidia con tensiones que exceden cualquier proyecto de libro pero eso no lo detiene en el intento. Y no debemos olvidar que se trata de un ex soldado, de un veterano, que atravesó con evidente dolor y bronca las mentiras y las deformaciones con las que se narró la guerra de Malvinas. Su mérito, en ese sentido, es doble.
Una de las ideas fuerza del libro sostiene que “no existe contradicción alguna entre la condena a la dictadura y el reconocimiento del carácter antiimperialista de la guerra de Malvinas.” Se trata del viejo ritornello de Malvinas sí, proceso no, que se pudo ver ya en las movilizaciones contemporáneas al hecho bélico. Para Cangiano, esas contradicciones fueron plantadas a posteriori por una sociedad ganada, en una ardua batalla discursiva, por los mismos poderes imperiales. Me permito señalar que ese enunciado debería ser menos categórico. En su lugar debería emerger la propuesta de un proyecto. Lo reformulo así: existen muchas contradicciones entre la condena a la dictadura y el reconocimiento del carácter antiimperialista de la guerra de Malvinas y por eso deslindar, historizar y analizar esas contradicciones es una tarea aún pendiente. Al mismo tiempo, si la guerra de 1982, la historia del Atlántico Sur y sus caparazones hermenéuticos demanda un rol más activo de ciencias sociales, Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos viene a proponer un temario importante y central para eso que podríamos llamar la agenda nacional. Eludir esa discusión, reemplazarla por temas menos urgentes o directamente banales, le da la razón a Cangiano.
Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos incluye una serie de apéndices documentales tan importantes como el libro en sí. El autor decide, con buen tino, incluir artículos de su autoría refutando las verdades a medias y las ramplonas mitificaciones del progresismo automático, exuma útiles documentos partidarios contemporáneos al conflicto y adjunta una sentida “Crónica de mis vivencias en las islas.” Allí sin exabruptos y con una austera claridad narra su participación en la guerra. En este documento breve pero contundente recuerda a un compañero de armas, el soldado Mario García Cañete, caído en combate.
Dice Cangiano: “Mario García Cañete era un joven culto y refinado, que pensaba estudiar Filosofía y Letras al culminar la milicia. Indudablemente la guerra no era el mejor lugar para su espíritu reflexivo, sensible, que recién comenzaba a vivir. No obstante, quiso ir a Malvinas cuando fue llamado a alistarse nuevamente pues él ya había sido dado de baja con anterioridad al 2 de abril. Quiso acompañar a sus ex camaradas, entre los cuales estaba yo. Un recuerdo imborrable para él y mi convicción profunda de que murió combatiendo en una causa justa e histórica, defendiendo el suelo de la Patria. Debemos impedir que su memoria se desvanezca en los entresijos de la vida sin épica y sin grandeza que nos propone el poder dominante en la época actual.”
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