Habitación doble es un proyecto que el escritor mallorquín Luis Magrinyá desarrolla desde su anterior novela, Intrusos y huéspedes, y que en principio se caracteriza por ignorar las formas clásicas, decimonónicas, del género, y cruzar eso que se supone tal vez no debiera llamarse más género para producir un compuesto de novela, relato, cuento corto, diario, ensayo, autobiografía, teatro y poesía. En cada capítulo de Habitación… (caratulada igualmente como novela) los personajes cambian, jamás se repiten. Se sucede una editora de más de cuarenta, enamorada de un compositor de indie music al que dobla en edad y que ha iniciado a su propia madre -íntima de la editora- en los secretos de la ayahuasca; un viaje, una pequeña pieza coral dentro de un auto rumbo a París, que reúne a dos hermanos y a un amigo guionista; una cena de médicos que termina en un desastre; las peripecias de un dealer que necesita esconderse un tiempo y pide (y acepta) la invitación de un viejo amigo al que por casualidad ha encontrado por internet, sin saber de la depresión brutal que padece y que tendrá que soportar en un ambiente de dos por dos en una comuna cercana a Madrid; y el ensayo final: un análisis del libro que en su momento publicara el padre del llamado carnicero de Milwaukee.
Con estos materiales, ¿cómo hace Magrinyá para desarrollar un proyecto cuyo texto antecesor, dividido en tres diarios, relata la historia de un escritor divorciado que un día recibe desde Australia a su hijo (y a sus amigos y a sus costumbres). Magrinyá lo cuenta en una conversación personal: “Intrusos y huéspedes (que yo veo como la primera parte de Habitación doble, los dos libros forman parte del mismo proyecto) es mi favorito. Todo surgió de un “episodio clínico” que tuve y para el que me recetaron fluoxetina. La experiencia de la fluoxetina me pareció tan estupenda que me puse a investigar, y, bueno, si uno investiga la fluoxetina se topa rápidamente con la MDMA, que, en su origen, como muchas drogas ilegales, no lo olvidemos, era un fármaco terapéutico. De hecho, llegué a la conclusión de que unos químicos se habían reunido un día y habían dicho: “Vamos a ver qué podemos hacer para que la MDMA sea legal”; y se lo pensaron, estudiaron los parámetros de la legalidad e inventaron la fluoxetina. Por eso Intrusos… es un libro sobre la MDMA y no sobre la fluoxetina; es el resultado de mis experiencias (tanto de la depresión como de la euforia) e investigaciones, en el ámbito legal e ilegal, y vi ahí además una ocasión para hablar del sentido de la hospitalidad (de la promiscuidad, sí, casi) y de plantear una serie de relaciones “imposibles” entre personajes que sin embargo se vuelven posibles. Y es también un comentario crítico sobre la cultura terapéutica, sobre la imposición de curarse, de “arreglar las cosas”, de tener un yo solvente, de ser “feliz”, etcétera”.
Esto parecería un truco de ingenio y de humor negro (también lo es) que revela la inteligencia del mallorquí. Por cierto, es difícil que resulte verosímil el diálogo de una editora preocupada por su edad y los productos cosméticos con otra señora sobre los consejos que suele dar la ayahuasca –la abuelita, así se le dice- a quienes la consumen, sin que ese diálogo suene absurdo y mantenga un plus de densidad existencial que un perfecto manejo del lenguaje, haciendo que esa imposibilidad se vuelva posible. Magrinyá estudió fotografía y letras; es traductor, lexicógrafo y editor (en Alba ediciones). Y a la distancia, parece un personaje extraño, desopilante: un raro-cuando quiere. Se obstina, para el caso, en pensar a la lengua no sólo como un malentendido: “Me encanta la lengua, siempre me ha encantado. Estudié filología, he sido traductor y trabajé nueve años como lexicógrafo antes de ser editor. Tengo un interés, digamos, científico y profesional por la lengua, y esto me ha llevado a pensar que, en literatura, tiene que ser solo un instrumento. Lo cierto es que no me gusta nada la literatura lingüísticamente coloreada, “creativa”, me parece una superstición, un error. Tiendo a una lengua lo más aséptica y neutra posible, poco marcada, puramente comunicativa, pero, al contrario de lo que podría parecer, eso exige mucho, porque, en cuestiones de estilo, uno se vuelve “creativo” sin darse cuenta, si no pone mucho cuidado. No me gustan los estilos sonoros, en fin… Adoro, en cambio, el estilo de escritores como Kazuo Ishiguro, que hasta parece que escriben mal. Creo que en mis libros se nota esta preocupación, y el resultado es una prosa muy medida y estudiada, pero con la intención de que sea funcional, lenguaje más que lengua, sin aspavientos ni “gloria del idioma”, y desde luego con mucho sentido de la ligereza y del humor. (La ligereza siempre es mi meta, aunque no sé si siempre la alcanzo.) Seguro que aquí ha influido que el grueso de mis lecturas desde niño hayan sido traducciones. Siempre me he sentido cómodo con la lengua de una traducción. Y también influye, claro, que mi lengua materna no sea el castellano sino el catalán, por lo que, podríamos decir, con el castellano no tengo lazos sentimentales”. Magrinyá da a entender que nunca, nada de lo que sucede es obvio pero que cargar las tintas sobre el punto es transformarse en un didacta. Es posible que exista algún escritor español mejor que éste. Yo no lo conozco////PACO