Reykjavik está desolada y sus nativos, parecieran mirar con asombro y algo de añoranza ( salvo los consorcios hoteleros) esta diáspora invertida y casi apocalíptica por la que atravesamos como especie. No hay que olvidar que la industria del turismo está dando sus primeros pasos en esta isla remota y antes de ello, el aislamiento de esta capital casi polar era latente. El gobierno a subvencionado, al menos en parte, los salarios de sus vástagos. 

Los hoteles cerraron sus puertas y con ello, la macro industria hotelera se fue a la mierda. 

 Y lo que en principio se presentó como un mal terrible y horrendo, fue dando paso a la lógica básica de permanecer alertas hasta cuando vas a comprar un paquete de fideos.

El mes con carpeta médica descomprimió en cierta forma el embotamiento lógico de las 170 horas mensuales pesando papas y cortando ajíes en juliana.

Mi baja médica fue premonitoria y de algún modo, me preservó en parte de la histeria colectiva, más aún trabajando dentro de un hospital. 

La mal llamada cuarentena se fue desarrollando paulatinamente bajo un contexto de mayor luminosidad ( debido al cambio de una estación por demás difusa) y junto a mi hijo , que huyó literalmente de la casa de su madre. 

El tiempo, de esta forma y bajo estas circunstancias, quedó destruido: Y en ese proceso habitaba un algo de gloria, tal ves un remansó, un paréntesis de interacción social donde el planeta tierra respirara con más fuerza. 

La carpeta médica fue por psiquiatría y Antes de ello, ya me había rebanado el dedo índice en el mismo lugar dos veces: de a ratos, el inconsciente es la certeza, el escape a sosiego que te dará una brisa en la cara aunque estes tapado de nieve. 

Hoy día observo el planeta Tierra desde una especie de satélite. Razono que Islandia es un buen puerto para enfrentar este virus culiado y camaleonico al mismo tiempo que voy y vengo de las estadísticas globales. 

Analizó teorías de conspiraciones varias y me descartó con que como especie, nos merecemos el coronavirus y las diez plagas de Egipto,  aunque con algunas diferencias: Trump y Xi Jinping no son ni Mahoma ni Aarón y nuestro invariable éxodo como especie apunta a las estrellas. 

Frente a mi vivienda está la casa cultural China. Hace aproximadamente dos semanas que bajo sus ventanas cuelgan inertes osos de peluche. Lo misterioso de la acción es que en forma aleatoria, los directivos de la entidad cultural los entran y sacan sucesivamente. Mi vieja alega vía WhatsApp que se debe tratar de Ácaros y por eso los ventilan a cada tanto. 

Yo no comparto esa presunción, más bien creo que se trata de un mensaje encriptado, una sadica performer China para recordarnos lo efímera que puede ser la Libertad en tiempos de  neoliberalismo////PACO

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