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La muerte es una forma de equilibrio.
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La generación de entropía disminuye hasta desaparecer cuando la singularidad de un sistema se desvanece. Las temperaturas se equilibran y el intercambio de calor termina por detenerse. Los límites se diluyen y el cuerpo se une al medio.
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El cuerpo humano produce y disipa energía en forma de calor. Si disipa más de lo que produce siente frío, pero cuando estas dos variables se compensan aparece el confort. Así también, la complejidad termodinámica de nuestra biología, la composición de los tejidos adiposos y la porosidad de la epidermis condicionan nuestra resistencia térmica. En este caso no hay posible intervención de virtud alguna para modificarlo. Las modelizaciones estiman que la temperatura máxima que puede soportar un humano es de sesenta grados, con alto riesgo de muerte. Aunque hay registros de tribus de la Melanesia donde chamanes experimentados aspiran vapores sulfúricos para describir visiones del futuro.
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Se necesitan trescientos veintisiete grados para que el plomo funda. En la antigüedad la ingesta de plomo fundido era un método utilizado en la pena de muerte. Se aseguraba la mandíbula con un sistema dental que mantenía abierta la boca y se introducía un embudo de cobre por la tráquea. Los amarres de cuero impedían que las pocas convulsiones del cuerpo derramaran el líquido. El contacto del plomo con la mucosa interna producía un intercambio de calor que evaporaba el agua de las membranas superficiales. El plomo se solidificaba adoptando la forma de la laringe. El equilibrio térmico en estos casos se producía varios minutos después de la muerte.
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Para respirar es necesario que los pulmones se expandan. De este modo la presión interior disminuye y la columna de aire atmosférico accede al cuerpo bajando por el interior del sistema respiratorio. La capacidad pulmonar tiene límite. Depende del volumen y de la musculatura. Las fibras y las venas avanzan helicoidales las unas sobre las otras. Los tejidos blandos se superponen, se adhieren entre sí y alrededor de los huesos. La constitución de la carne es un entramado ordenado de capas superpuestas. Un sistema coordinado y complejo que obedece leyes deducidas por sí mismo. Explora su entorno, prueba las dimensiones que lo contienen e insiste, explora y aumenta su dominio sobre ellas. Sin intervención tecnológica, o un milagro, aparecen las barreras anatómicas.
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A partir del estudio de la respiración se puede calcular la velocidad máxima que alcanza un deportista. No importa su dedicación, entrenamiento o alimentación. La capacidad pulmonar, la definición de la musculatura y la densidad ósea determinan la frontera física. La disciplina, la constancia y la profesionalización el tiempo que tardará la humanidad en alcanzarla. No hay sorpresa, no hay desempeños épicos.
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Lance Armstrong ganó siete ediciones consecutivas del Tour de Francia. Fue un tramposo con talento. Los físicos que calcularon sus parámetros biométricos fueron los primeros en señalarlo. Fue una conversación breve. Revisaron los cálculos por respeto y concluyeron con la máxima certeza disponible. No había forma de que Armstrong registrase esos tiempos.
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El velocista más rápido del mundo recorre cien metros en nueve punto cincuenta y ocho segundos. Esto son cuatro segundos más de lo que se estima puede alcanzar un cuerpo humano perfecto. Los deportes de alto rendimiento se acercan a un límite insorteable. Las marcas mundiales de los velocistas han ido mejorando desde el inicio de los juegos olímpicos modernos. Pero el ritmo de progreso se ralentiza. La cota está cerca. Deseamos una anomalía que rompa la parsimonia estadística, un punto que escalone y desestabilice la recta. Un atleta que nos eleve, que nos lleve adelante en el tiempo y nos ahorre la engorrosa progresión de a milésimas.
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Eventualmente el deporte va a llegar. ¿Pero qué va a ocurrir cuando lo haga? Cuando todos los velocistas, los saltadores y los lanzadores alcancen el límite humano, cuando toquen la asíntota ¿Habrá que extender las cifras significativas? ¿Se medirán nanómetros y microsegundos para determinar ganadores? O comenzara una tercera era de la competencia física. Un hibrido entre el rendimiento personal y la capacidad tecnológica. La adquisición de implementos que modifiquen nuestra biología es posible. Huesos más ligeros, músculos más tenaces y cerebros más concentrados. Cuerpos intercalados con ensambles precisos de tecnología de punta. Todo coordinado por un grupo de especialistas anónimos que monitorearan el desempeño ciborg detrás de múltiples pantallas.
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El extremo físico del cuerpo empieza a vislumbrarse con contundencia. Insuperable y lejano como las propias limitaciones del universo. Escalas que nos exceden, pero que conocemos, que podemos imaginar y matematizar. La velocidad de la luz. El cero absoluto. La longitud de Planck. Los bordes de la naturaleza. Esa inmensidad encerrada que es el orden cósmico contiene un conjunto menor, la humanidad. Diminuta, compacta y mortal. Agazapada para dar el gran salto. Soñando algún componente externo que la expanda. Que la acelere y le permita dejar de ser tan solo seres humanos////PACO
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