Si decimos que el rock como género viene sufriendo un agotamiento desde hace varios años no descubrimos nada. La figura del rockero rodeado de chicas y whiskys caros, siempre coqueteando con la depresión y la autodestrucción, parece haber quedado vacía de sentido, una imagen desajustada a los tiempos que corren. Sin embargo, durante mucho tiempo, un tiempo anterior a esa caricatura, el rock, y el músico de rock, funcionó como un espacio contestatario, contracultural, un lugar de referencia para las generaciones más jóvenes. Pero en estos últimos años, esa forma particular de estar en el mundo, de articular mensajes y códigos que hacían que muchos se sientan identificados con lo que este movimiento proponía parece estar cambiando. Es decir, esa imagen vacía es la evidencia de un corrimiento, no de una ausencia.
Todas estas variantes se han ido corriendo para que poco a poco un nuevo público se sienta interpelado por otros movimientos. Entre ellos aparece el trap, un estilo de música que se originó en los años noventa en Estados Unidos, más precisamente en Atlanta. Se podría describir sus principios como una mezcla de rap con algo de música electrónica y con letras que, en un principio, intentaban reflejar lo que era la vida en los márgenes de la sociedad norteamericana. Así, el trap fue ganando lugar hasta llegar a ser un fenómeno mundial que cada vez aglutina a más jóvenes. Sin embargo, su penetración en la cultura joven, y no tan joven ¿significa necesariamente un reemplazo musical capaz de articular los reclamos de esa misma cultura?
El Trap fue sufriendo modificaciones y ya no es el mismo que en sus comienzos, sus letras se han ido adaptando y hoy el universo de su narrativa no está limitado a una sola problemática. Es así que muchos de los principales festivales no tuvieron otra opción que rendirse a su poder de convocatoria. Y por supuesto que en estos tiempos de globalización Argentina no es una excepción. Son muchos los nuevos artistas que encontraron en el Trap un espacio de referencia. Por otra parte los matices que coexisten dentro del mismo género son muchos, desde el más ortdoxo y crudo de El Doctor hasta algo mucho más digerible para el mainstream como puede ser Paulo Londra.
Dentro todo ese abanico de estilos encontramos a Catriel y a Paco Amoroso, dos veinteañeros que, tal vez sin quererlo, han sabido ver perfectamente cuál era la fisura por donde debían entrar, cuál era ese espacio vacío que fue dejando vacante el rock, su cultura y sus referentes. Dentro de su propuesta estética conviven algo de la oscuridad de El Doctor pero también una frescura que los acerca cada vez más al gran público. Y los motivos son varios. Su propuesta estética y discursiva es un fiel reflejo de los tiempos que corren.
Desde lo estrictamente musical tienen algún eco de los illya Kuryaki, algo de los Beastie Boys, suenan a un trap poco ortodoxo con pequeños gritos cortos y secos que se van metiendo entre frase y frase. Pero ese aspecto, el musical, es solo una parte de las piezas que argumentan su crecimiento artístico. Porque no sólo en sus letras podemos sentir el pulso de una época, sino también en las formas de cantarlas. Catriel y Paco trabajan sobre la falta de verdad del lenguaje contemporáneo, muchas veces cuesta entender qué palabras utilizan porque se van pegando directamente con el sonido y el sentido se va abrochando mucho más desde la sensación que desde la claridad de lo que cantan. Poco importa si se entiende bien o no lo que dicen las palabras porque el mensaje, o mejor dicho las sensaciones van por lado. “Ouke”, unos de los últimos temas que sacaron sigue esa línea, no importa qué quiere decir, tal vez sea un juego con “OK”, ¿quién sabe?. Funciona bien dentro de la canción y listo, es suficiente. Hay muchos ejemplos de este tipo de funcionamiento: “siempre chillin vato loco”, “pussy fariseo”; y otras que directamente son más explícitas como: “con Paquito cambiando el idioma”, directamente, cambiando el idioma. Todos juegos de sonidos y de palabras que fundamentalmente son funcionales a una estructura aún más importante que es la voluntad y necesidad de generar un impacto en quienes escuchan las canciones.
La utilización de nuevas palabras en el trap y las deformaciones que sufren son un síntoma de esta época en donde la generación de sentido es compuesta, está siempre en tensión y no se la entiende como algo definitivo. Ya no hay un mensaje que baja hacia un otro que lo recibe de manera pasiva, sino que el sentido se termina cerrando en la interpretación de quien lo escucha. Junto con el lenguaje, la figura del ídolo también está cambiando y desvaneciendo. Paco y Catriel (y la mayoría de los integrantes de esta nueva escena) van por otro lado, están ahí, se comunican por Instagram, tienen una comunicación mucho más horizontal con sus seguidores, comparten códigos y no necesitan pasar por la bendición de ningún monstruo de la industria. Se juntan, suben un video a Youtube y ya está.////PACO