Fogwill decía que escribía para no ser escrito, para no ser narrado por el discurso social. Paracaídas y vueltas. Diarios íntimos (Planeta), el primer libro de Andrés Calamaro, parece haber sido escrito bajo la misma premisa que repetía una y otra vez el autor de Los Pichiciegos. Entre los más de 200 textos reunidos para su debut literario, Calamaro incluye reflexiones personales sobre sus héroes musicales, sobre la tauromaquia y sobre los amigos que se fueron primero; versos y microversos extraídos en su mayoría de distintas canciones; prólogos de libros, notas publicadas en diferentes medios, algunas ficciones, anécdotas de giras, muchísimas crónicas pre y post shows y un intercambio de mails con Enrique Symns. En uno de esos correos, el periodista le dice: “Tus mails son como cartas que te envías a ti mismo. Sos muy inteligente y eso convierte tus actitudes en estrategias, aunque la ternura subyacente en tus monólogos internéticos siempre consigue arañarme”. Si bien Symns se refiere solo a los mails, en casi todo el libro Calamaro pareciera hablarse a sí mismo y como dice el periodista, demuestra su inteligencia y muchas veces consigue arañarnos. Es que en Paracaídas & vueltas descubrimos a un gran narrador que tiene la capacidad de llevar sus ya conocidos juegos de palabras y sus grandes metáforas del terreno de la poesía a la prosa. Sus textos, escritos en los últimos quince años y editados para leer como quiera cada uno -página por página o al azar- tienen la urgencia del que necesita desahogarse; la desesperación del que quiere vaciarse. Con la misma pulsión desbordada con la que tuitea o comparte música desde su cuenta de Soundcloud, Calamaro escribe sus fragmentos literarios. Vemos ahí no solo al artista, al músico que recorre cientos de escenarios y convoca a multitudes en España y Latinoamérica, sino también al otro Calamaro, el que está detrás de la figura pública.
Suele decirse que la literatura nace de dos fuentes principales: los libros que vienen de los libros y los libros que vienen de la vida. A pesar de ser un gran lector, el de Calamaro claramente es el libro de alguien que vivió para contarlo; él es su propia materia prima. Alguien que tiene mucho para cantar y contar. Incluso para no contar. Ahí seguramente estén sus mejores historias.
Lejos de hacer un ejercicio de nostalgia con episodios familiares o recuerdos de infancia, Calamaro escribe sobre lo que se le da la gana. Su modelo de diario íntimo lo toma del poeta francés Charles Baudelaire, que no precisa contar la intimidad de la vida cotidiana para construir sus apuntes autobiográficos.
Si un primer libro es como un primer disco, en el que el artista vuelca todo lo que trae, Paracaídas & vueltas resulta el debut prometedor de un escritor que cuenta con la ventaja de haber puesto en nuestros walkmans muchas de las canciones que forman parte de la banda de sonido de nuestras vidas.
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En el prólogo decís que fueron impacientes los años hasta que te decidiste a considerar este libro posible, ¿qué fue lo que te hizo pensar que ahora sí era el momento?
Sinceramente, fue Rodolfo Palacios el que me insistió hasta convencerme que este (Paracaídas y Vueltas) podía ser, que era, un libro de valor y de peso específico. La constante selección, curaduría, el encuentro con el índice sumario adecuado y, finalmente, corregirme, fueron parte del impasse entre dudar siempre y aceptar algún grado de certeza.
En la elección del subtítulo Diarios íntimos, ¿Cuánto hay de intimidad y cuánto de estrategia?
Un poco y un poco. Es un título tramposo pero una lectura analítica podría concluir en cualquiera de las dos respuestas; el subtitulo (Diarios íntimos) tiene algo de estratégico pero tampoco es un engaño consumado, hay mucha intimidad en estos textos.
“Sólo los privilegiados serán capaces de percibir los grandes detalles del arte”, escribís en No soy rock, soy free. Teniendo en cuenta el contexto actual, ¿cómo imaginás a los posibles lectores de un libro como el tuyo?
Creo que los lectores van a disfrutarlo. Al principio me van a leer aquellos acostumbrados a escucharme en discos, por una posible curiosidad o una bienaventurada lealtad. Quizás el tiempo ponga el libro en otro lugar, ya no reservado a aquellos familiarizados con mis canciones, aunque son varias generaciones las que conocen mis canciones y un público así para un libro sería formidable. El de mis pares y el de mis “sobrinos”.
Con respecto a los lectores, consumidores habituales de literatura, dijiste que te gustaría que encuentren detalles valiosos en el libro, ¿qué lugar ocupa la mirada de los otros en un artista como vos?
Una mirada profunda, optimista y positiva, siempre es bienvenida. Ahora mismo vivimos un momento extraño en cuanto a la proyección de “miradas” y la convivencia de las opiniones, porque cualquiera puede pulsar dos botones y cuestionarte en internet, es muy desagradable. Ya era bastante tolerar ciertas críticas, algunas han perjudicado bastante algunos perfiles de mi carrera. El público es soberano y la crítica (profesional) debe respetarse, pero también es posible mandarlos a todos al infierno. Ahora mismo el público se permite cacarear sin poner huevos, como gallinero es un caos esta suerte de “infancia” tecnológica. La crítica esta acorralada en las redes sociales contando lo que ve por televisión. Es un momento peculiar pero nada hace suponer que vaya a cambiar.
“Voy a escribir… lo heroico sería sentarme a leer”, confesás en otro de tus textos, ¿por qué en los pioneros del rock era más frecuente encontrarse con lectores y en cambio, en las nuevas generaciones es cada vez más difícil encontrarse con rockeros lectores ¿ Cómo influye esa ausencia de lectura para crear la propia obra?
No me consta que mis lecturas, ni la falta de lecturas, sea una influencia para escribir letras de canciones o libros. No soy metódico para cuajar aquello que leo -o escucho- en la creación, no sé canalizar influencias. Ojalá pudiera secuestrar aquello que he leído, y la gran música que he escuchado y permitir que se note una influencia poderosa en mis grabaciones o textos. No tengo ese tipo de memoria. No sé si antes los músicos leían más que ahora, siempre hay alguien más entrenado para la lectura. No está demostrado que los pioneros hayan sido grandes lectores. En cuanto a estos tiempos, ahora se habla más de futbol, en el siglo pasado había un rechazo notable de parte del sector intelectual y artístico con lo que es balompédico.
En tu caso, ¿Cómo es tu relación con la literatura? ¿Tenés la pulsión, la necesidad de sentarte a leer y escribir diariamente o es algo que está muy en un segundo plano con respecto a la música?
No tanto. Escribir no está en un segundo plano. Tampoco escucho demasiada música. La mañana es un buen momento para escuchar música. Si pudiera despertar más temprano en la mañana escucharía más música y escribiría más, prefiero la mañana incluso si he dormido. Lo cierto es que me gustaría despertarme antes, y escribir más, escuchando música.
Decís que “fácilmente se olvida el pueblo de sus artistas”, ¿realmente creés que este es un pueblo ingrato, que ha perdido la capacidad de admirar y recordar?
Perdemos, con facilidad, la capacidad de admirar. La pierde el sector crítico, la pierde el pueblo aunque más generoso con su entrega. A veces parece que una opinión negativa resulta en un status de gourmet musical mayor, pero los buenos aficionados nos reunimos para hablar de aquello que sí nos gusta. De todos modos “la pérdida de la capacidad de admirar” es una epidemia bastante frecuente. Perdida u olvido. O algún mecanismo psicológico enfermo.
Refiriéndote al gran artista pop del siglo XX decís: “No habrá sido fácil ser Michael Jackson”. Sin entrar en comparaciones, ¿Cúan difícil es ser Andrés Calamaro?
No es difícil, me acompaña la buena salud y, en esos términos, me siento bendito por buenas sensaciones. Soy transeúnte, camino por la calle; viajo bastante por sitios donde ser no significa una carga o un compromiso “popular”. Casi todos los días compro la comida, hago gimnasia, todo con absoluta normalidad. Frente al compromiso de cantar, lo siento como un sacrificio más que un lapsus de vanidad. El destino del canto según Atahualpa Yupanqui.
En varios textos te referís a las falencias de la crítica de rock, ¿por qué pensás que muchas veces se termina hablando de asuntos nimios, de notas de color, más que del contenido de una obra o de un espectáculo en sí?
No estoy seguro, quizás ocurre que hoy en día cualquiera ejerce de crítico multidisciplinario. El crítico digital no sabe atarse los cordones pero te opina de todo, puede leer la última página de un libro y ya sabe que no le gusta, por el mismo precio pide cárcel para todos los escritores, quemar bibliotecas y librerías. Parece demencial pero ocurre todo el tiempo en una comunidad de 500 millones de personas. Otros especialistas acaban de romper la cáscara del Blogspot y están más verdes de lo que creen, se miran el ombligo y escriben la gran novela de la pelusa.
“Oponerse a cualquier forma de gobierno es fácil, es marketing y garantía de aplausos virtuales” escribís en un pasaje del libro, ¿Cuánto de demagogia hay en los artistas a la hora de dar sus opiniones políticas?
Creo que la demagogia y la transparencia están equilibradas, aunque esto tampoco es la gran cosa. Los artistas tienen su derecho a opinar sin temor a la condena del público virtual. Puede resultar patético pero es muy difícil que alguien te reclame en la calle, la agresión siempre llega desde la seguridad del tibio teclado. Es un mundo de cobardes. No me consta la demagogia de mis colegas, ahora mismo (insisto) es más práctico oponerse a todo, impostar una opinión crítica es legítimo pero es cómodo para un artista cuajando un status rebelde.
En una entrevista reciente dijiste que Internet le hizo un daño importante a la música y está matando al periodismo si es que no lo está suicidando. ¿La literatura es lo único que se salva?
No se en qué medida las lecturas digitales están restando terreno al papel impreso, ni cómo se considera la literatura en el marco del soporte virtual frente al tradicional libro de papel. Supongo que será igual que la fotografía analógica romántica, o los discos de plástico o la pintura al oleo. Sirve a los nostálgicos, a los desplazados y tampoco les falta razón. Al final los formatos tradicionales vuelven para darle bríos a un consumo responsable.////PACO