Loola Pérez es graduada en filosofía e integración social, preside la asociación juvenil feminista Mujeres Jóvenes de Murcia y es autora de la novela Suicida (no profesional) busca puente. Desde sus muy transitadas redes sociales, y bajo el nombre de Doctora Glas, reflexiona y se expide sobre sexualidades y feminismos con una voz sólida y fresca que se alza por fuera del canon, de ese tipo de feminismo que poco a poco se fue transformando en hegemónico. Y ahí, en internet, donde se prometían las libertades más cristalinas, es donde se dan las batallas más hostiles. Orgullosa de su disonancia, paga muy alto el impuesto rosa que le pautan sus interlocutores: es tildada de machista con la misma arbitrariedad que es acusada de feminazi. Nacida en 1991, partícipe de una nueva generación de mujeres que claman espacios como nunca antes, no tiene miedo a reconocer, tampoco, que “ser millenial es una mierda”. Desde España, entre exámenes de psicología y correos electrónicos, Loola Pérez se tomó un rato para contestar algunas preguntas sobre los temas feministas que atraviesan el mundo como una lanza y se atreve a desafiar los límites del discurso instalado y sus formas de pensar.
Hablemos un poco del #MeToo. ¿Por qué crees que un sector del feminismo alimenta la idea del “sexo patriarcal” como usina de significantes negativos alrededor de la experiencia sexual? ¿Pensás que subyace una intención doctrinaria sobre la sexualidad, una reversión del puritanismo victoriano?
Creo que uno de los errores de gran parte del movimiento feminista es hablar en exclusiva de los peligros del sexo. Pero no hablaría tanto de puritanismo victoriano como de una vuelta a una política sexual conservadora. El #MeToo es una reivindicación valiente. No entiendo por qué hay personas que se ofenden porque la realidad de los abusos se haga pública. El problema está en la histeria colectiva que ha desatado el #MeToo y esto no es responsabilidad de las víctimas. Muchos grupos feministas están usando el discurso del #MeToo para popularizar la idea de que el sexo es una amenaza para las mujeres. Estos grupos creen que la seducción debería pautarse a modo de catecismo, que está mal hablar de placer mientras las mujeres estén oprimidas o que el deseo masculino es indisociable del concepto de dominación, explotación u objetivización. Están creando una auténtica psicosis y esto es peligroso por dos razones. En primer lugar, porque opta por una perspectiva esencialista sobre los sexos que retroalimenta la idea patriarcal de un mundo rosa y un mundo azul. Y en segundo lugar, porque los grupos que promueven este tipo de ideas demandan cambios legislativos a partir de opiniones personales, carentes de rigor y de una visión profesional del derecho y el ordenamiento jurídico. Ahí se abre algo peligroso porque si hay partidos políticos que respaldan ese “todo vale”, que se alimentan de estos grupos e ideas sin analizar la veracidad o criterio de lo que piden, generamos un sentido de la justicia y de la política meramente populista. El feminismo en el que yo creo no va de incentivar una guerra de sexos ni de institucionalizar ninguna neurosis. Por supuesto esto tiene un peaje y yo lo vivo: unos me llaman feminazi y otros, machista. Son la cara y la cruz de la misma moneda: el inmovilismo. Se valen de la frustración e ignorancia para calentar a la gente.
Entonces, ¿es imposible el “sexo feminista”?
La mera expresión sexo feminista me parece estúpida, sugiere una forma de follar políticamente correcta que no comparto. Personalmente, no me gusta adoctrinar a nadie sobre cómo tiene que comportarse en la cama para satisfacer un ideal sociopolítico. Nuestras expectativas como amantes muchas veces no tienen una similitud con nuestras reivindicaciones como activistas. ¿O acaso no hay pacifistas a los que les guste el sadomasoquismo? El sexo es sexo. Hay sexo bueno y sexo malo. Hay polvos salvajes y polvos de pena. Hay encuentros torpes y otros cargados de complicidad. Sugerir que dependiendo del éxito esto puede ser más o menos feminista es absurdo. Un planteamiento diferente sería hablar de cómo el feminismo ha influido en el reconocimiento del deseo femenino, en la sensibilización sobre la violencia sexual contra las mujeres, en la exploración del placer de las mujeres o en el acceso a los métodos de anticoncepción.
En una entrevista apelaste al refrán “no se trata de cambiar de amo, sino de dejar de ser oveja”. ¿Cuál pensás que es la táctica que eligió este feminismo que se declara “en guerra” con el patriarcado? ¿Es verdaderamente transformadora o peca de reemplazante?
Una de las principales tácticas es apelar al lenguaje emocional y sensacionalista. Recurre a una empatía impostada. Además, considero que es tramposo cuando habla de la discriminación de la mujer en los países occidentales, parece que nos pone en el mismo escalón que si fuéramos mujeres en el tercer mundo. Con esto no quiero decir que las mujeres en occidente estén libres de violencia machista o de discriminación en razón de sexo/género, sino que se pone bajo el mismo prisma situaciones diferentes y que no son equiparables. Es como si existiera un interés por hacer creer a las mujeres occidentales que no son dueñas de sus vidas. Llaman a la rebeldía, pero acaban generando un ambiente de mujeres enfadadas, perdidas, asustadizas y paranoicas. Y posiblemente esto sea porque no proponen más hoja de ruta que el griterío, la queja y la imposición de lo políticamente correcto como sistema de protección. El feminismo en el que yo creo anima a las mujeres a no ser complacientes ni sumisas, pero también a ser responsables, autónomas, rigurosas y revolucionarias.
Vivimos en sociedades occidentales de distintas latitudes pero cuyo slogan feminista homogeniza y promete que “el patriarcado se va a caer”. Sin embargo, no existe desde lo discursivo semejante pulsión crítica que aborde la lucha contra el capitalismo con la misma convicción. ¿Se puede pensar un feminismo próspero y en el largo plazo sin contemplar el sistema bajo el cual vivimos?
El capitalismo es un fenómeno lleno de contradicciones para el movimiento feminista. Hay un “capital cultural” que innegablemente ha permitido la institucionalización del feminismo en gobiernos, partidos políticos, entidades satélite y medios de comunicación. Es como si entre el capitalismo y el feminismo hubiera una relación romántica. Sabemos que no serán felices para siempre, pero hay quien prefiere la negación, el autoengaño o la justificación de que fue bonito mientras duró…
Existe toda una retórica feminista de la sororidad que encuentra sus fronteras en las “malas feministas”. Es decir, en la diferencia y las expresiones catalogadas como disidentes . ¿Cuáles son los desafíos del feminismo para con el propio feminismo?
Una de las principales características del movimiento feminista es que no es monolítico. Esto puede entrañar tanto una virtud como un peligro. Parece que muchas militantes han olvidado que hablar de pluralidad y diversidad no conlleva admitir que todo vale. Especialmente me refiero a todas esas feministas que desprecian y hostigan a las mujeres trans y a las trabajadoras sexuales. Esos comportamientos no reflejan la lucha feminista sino la dinámica del sistema: condenar a las mujeres trans y a las trabajadoras sexuales al ostracismo, la marginalización, la estigmatización. Deberían reflexionar sobre por qué se comportan del mismo modo que eso que llaman patriarcado.
Hay cambios en torno al significado y las implicancias de la militancia. Un cambio de avatar, un hashtag o, incluso, el uso de una insignia en la vestimenta son considerados, sin más, actos políticos y de resistencia. ¿Cómo consideras que este cambio hacia lo declamatorio repercute en las políticas feministas?
Vivimos un momento en el que mucha gente piensa que llevar un mensaje feminista en una camiseta es ya una revolución. Entiendo que comprar esa camiseta presupone una sensibilización, pero… ¿qué hay después? ¿Existe una acción o conjunto de acciones más allá de un ethos hedonista, exhibicionista, oportunista? Considero que hay militancias comprometidas y militancias superficiales. Esto por supuesto, con respecto a las últimas, tiene un impacto a nivel político, pues el feminismo pierde su poder como discurso revolucionario y transgresor para cumplir una función dentro de la cultura popular. Así, el feminismo asiste a un nuevo proceso: su valor transformador es reducido a una moda, a objeto de consumo, a un discurso vacío… Y por supuesto, todo esto tiene un contrapunto jugoso para el antifeminismo. Cuanto más profundo es el control del feminismo por parte de esa militancia superficial, más devaluadas, esperpénticas, caricaturizadas y absurdas parecen las reivindicaciones clave del movimiento.
Gran parte de tu trabajo gira en torno a la defensa y la puesta en valor de la prostitución. Las trabajadoras sexuales son negadas por el Estado, negadas por el grueso de la sociedad y negadas también por un gran sector del feminismo. ¿Qué es lo que irrita tanto acerca de la prostitución? ¿A qué se debe la persistencia de su represión en la sociedad?
Es difícil contestar a esta pregunta porque la prostitución es un fenómeno donde se citan diferentes intereses. A grandes rasgos, el abolicionismo es un neopuritanismo. Trata a las mujeres como menores de edad, como si no pudieran pactar qué hacer con su cuerpo y bajo qué condiciones. Es decir, como si no tuvieran capacidad de agencia. Además, conciben el sexo como algo sagrado, que no puedes ofrecer por dinero, pero sí por amor… Asimismo, el abolicionismo vive explotando las historias de las propias trabajadoras sexuales. Roba su voz, sus capacidad de decisión, su fuerza como sujeto político y crea un discurso sensacionalista que genera mucho dinero. Hay realidades muy diversas y siempre debe ser una opción dar alternativas laborales efectivas a quien quiere abandonar la prostitución. En ese sentido, sería más exhaustivo hablar no tanto de prostitución sino de las diversas formas de ejercerla. No es lo mismo la prostitución callejera que aquella que se ejerce en locales o de forma independiente. El control, la represión o las condiciones de trabajo son muy variables en esos escenarios. Hay una lucha común, el reconocimiento de los derechos humanos de las trabajadoras sexuales y del trabajo sexual como trabajo, pero diferentes desafíos en cuanto a la regularización. Es importante también entender que cuando se habla de regularización no hablamos de cualquier tipo de regularización, ésta tiene que atender las necesidades y demandas puntuales de esas trabajadoras. No se pueden imponer modelos ideales o que nieguen su voz en el proceso de toma de decisiones. Por ello creo que es muy importante la labor que hace AMMAR en Argentina, con esa líder infatigable que es Georgina Orellano o la aparición del Sindicato OTRAS en España.
Otras de las discusiones que venís exponiendo es sobre los tabúes de la pederastía y la pedofilia, y haces mucho énfasis en que “el deseo no es delito”. ¿Qué distinciones haces entre estos dos conceptos y por qué consideras vital abordarlos?
Pedofilia y pederastia nombran dos realidades diferentes. Pedofilia hace referencia al deseo, mientras pederastia al acto. La pedofilia, ya en su formulación por los griegos, evoca la simpatía por los niños. Es la palabra pederastia la que señala un amor carnal y por tanto, lo que hoy entendemos como abuso sexual. Una vez que tenemos claro esto, tenemos que entender que no todos los pedófilos son pederastas ni todos los pederastas son pedófilos. Hay delincuentes sexuales que abusan de un niño como una forma de maltrato, castigo o en sustitución de una mujer, pero no tienen atracción sexual hacia ellos. También existen pedófilos que cometen un delito y otros que no delinquen y que no quieren hacerlo. Ante ello creo que es importante hacer un trabajo previo de prevención, facilitar la intervención terapéutica para que no abusen de un menor. Y justo esto último es lo que constituye el grueso de mi investigación: la prevención. Las personas que se escandalizan porque investigo para prevenir el abuso o que manipulan mis palabras atribuyéndome intenciones que no tengo, creo que son un fuerte obstáculo para acabar con esta lacra. El abuso sexual infantil no se combate con manipulación, ideología o sensacionalismo sino con investigación, prevención y en definitiva, profesionalidad. Es importante que se juzgue a quien abusa de un menor, pero también es relevante invertir en acciones previas como la prevención o la educación. Ahí están los grandes retos de muchos países. La intervención penal castiga, pero ni previene ni es por sí misma educativa//////PACO