Género


Lo femenino no es un género


Bajo un sol de invierno, oficié de turista intelectual en el Festival Internacional de Literatura de Tucumán. Fui convocada, por una de las escritoras que presidía la mesa intitulada “Literatura femenina”, a verter mi opinión como psicoanalista. El escenario, al aire libre, tenía expuestos libros de autores y autoras argentinas privilegiando a los más actuales. El espíritu de la feria parecía poner en el centro al autor como personaje, lo cual llamó especialmente mi atención. ¿En el siglo XXI, el significante «escritor» puede llenarse con cualquier cosa? Ante la convocatoria, una parte mía se vio impulsada drásticamente a responder, sobre todo porque el público masculino parecía bastante entretenido en actividades como la selfie de autor o las hermandades al estilo de la horda primordial a la que alude Freud. Muchas ideas se atiborraron ante esta simpática petición, y entendí que debíamos inaugurar el debate. Sintiéndome en la palestra, tomé la palabra. Para armar el rompecabezas, elegí devolverles la pregunta: “¿Qué piensa la psicoanalista sobre el título de la mesa “literatura femenina?”, ¿qué femenino? Muy amablemente, las chicas tomaron esa pregunta como puntapié de inicio de partido y criticaron a los organizadores por el hecho de homologar «escritora mujer» con «femenino» y, debo decir, que no erradamente. El entusiasmo finalmente llamó la atención de los varones asistentes, ¿de qué se trata la literatura femenina en la Argentina? Algunos vincularon lo femenino con lo romántico o lo culinario. La respuesta en el entredicho fue: ¡cómo qué femenino! No se habló de literatura, pero sí de las escritoras, ¿eran femeninas? ¿Si no lo eran, su literatura era femenina? ¿La de los presentes que escribían novelas, como dice Knausgård, era literatura femenina? Femenino, maldito femenino, parecía clamar el micrófono. Uno podía verse tentado a pensar: patriarcado, qué mal le has hecho a lo femenino.

No se habló de literatura, pero sí de las escritoras, ¿eran femeninas? ¿Si no lo eran, su literatura era femenina? ¿La de los presentes que escribían novelas, como dice Knausgård, era literatura femenina?

Al mismo tiempo, un maremoto emocional divertido sacó a relucir, en una ridícula lluvia de ideas, los fantasmas de lo femenino en el terreno de las letras. Quizás si hubiese estado Freud sentado entre el público hubiera esbozado una sonrisa. No es casual que una autora como Siri Hustvet —quien, en opinión de muchos, escribe mejor que su esposo Paul Auster— sostenga que la escritura no puede ser clasificada según el sexo del autor. Dirá: “En el habla y la escritura nos distanciamos de nosotros mismos incluso cuando decimos ‘yo’ para señalar al Yo como portavoz”. Y tampoco se puede negar la incomodidad que suscita el significante “femenino”, aún en terrenos feministas. Recordemos a una maravillosa pensadora y escritora como Helen Cixus, autora de La risa de la medusa, para quien no estaría demás sostener firmemente una diferencia: si lo femenino no se dice en singular, como lectora de Lacan, ella sostiene que la escritura implica el cuerpo del autor, no un cuerpo sin palabras que refiere directamente al organismo, sino al cuerpo del lenguaje. Nos acercamos así a un terreno diferente, el terreno de lo otro, porque, ¿qué es finalmente la otredad radical sino una manera compleja del primer otro que es el cuerpo?

Nos acercamos así a un terreno diferente, el terreno de lo otro, porque, ¿qué es finalmente la otredad radical sino una manera compleja del primer otro que es el cuerpo?

Al parecer la cuestión de lo femenino no es fácil tampoco entre las mujeres, ni siquiera entre las que han escrito bajo la rúbrica de los feminismos. Qué difícil resulta para nosotros, en tanto seres hablantes, separar lo femenino del sexo. Pero más difícil aún, diremos con la voz de Butler, separar lo femenino del género como construcción cultural llena de prejuicios. Pero no es momento de conclusiones, no se trata únicamente de la vieja lucha de lo natural contra lo cultural. Al parecer “lo femenino” es, y quizás es bueno que lo sea todavía, un escándalo ontológico. Diremos con Cixous que “si la anatomía juega un papel es siempre en términos de “anatomía política” y hay algo de lo femenino que también escapa a lo político en tanto alteridad radical”, incluso para la que es anatómicamente mujer. ¿Cuál es reacción de la mujer musulmana cuando se le pregunta por qué lleva voluntariamente un velo? Responderá: “Por vergüenza delante de Dios”. Hay, en la exposición de la mujer, una protuberancia eréctil, una cualidad obscenamente intrusiva, y esta combinación de intrusión visual con conocimiento enigmático perturba el equilibrio ontológico del universo. ¿Será que el verdadero problema no es el horror de la exposición desvergonzada de lo que está tras el velo sino la naturaleza misma del velo? ¿Qué pasa si el verdadero escándalo que este velo se empeña en ofuscar no es el cuerpo femenino oculto por él sino la inexistencia de lo femenino? ¿Qué pasa si, por consiguiente, la función última del velo es precisamente sostener la ilusión de que hay algo detrás del velo?

Es cierto que la historia ha demostrado que el ver del sujeto masculino es siempre un ver-se, y que por lo tanto no resulta otra cosa que “la especula(riza)ción de lo femenino”.

Es cierto que la historia ha demostrado que el ver del sujeto masculino es siempre un ver-se, y que por lo tanto no resulta otra cosa que “la especula(riza)ción de lo femenino”, tal y como pasa en grupos culturales, no importa qué tan letrados y cultos sean. Ahora bien, lo femenino no nombra la anatomía de las mujeres. Esto es lo que la mesa con escritoras feministas defendió y, al parecer, quedó claro.¿Pero a qué alude entonces? ¿Y por qué tiene tan mala prensa? Quizás no alcance tampoco la fórmula lacaniana de “La mujer no existe” tan malentendida entre los teóricos del género y las feministas. Vale la pena retomar este “La” con mayúscula que alude a una totalidad, «La» mujer como mujer estándar no existe, pero no es sólo eso, con el perdón de Butler. La fórmula toca el cuerpo, no la anatomía pura, es decir su forma de gozar, que por supuesto es diferente a la del no femenino. Habrá quizás que reconsiderar lo femenino a partir de la cuestión del goce. Y tratar de ir más allá de la homologación de femenino: tetas y culo. También asumiendo que “ni todas son iguales, ni es necesario anular lo femenino equiparándolo a lo masculino”. Tenemos entonces dos puntos importantes: no solo que la anatomía no es el destino, sino que el cuerpo mismo está hecho de cuerpo de lenguaje, lo cual introduce una dimensión fundamental: ser anatómicamente una mujer marca un modo en el que cada quien se relaciona con eso. Segundo punto lo femenino no nombra una sustancia, pero tampoco se trata únicamente de la representación social legítima o no de los géneros. Es esta la clave de hacer relevante el valor del cuerpo del lenguaje en el que se ampara la diferencia radical, esa Otredad que asoma como palabra prohibida, como enigma molesto del que quieren deshacerse también en el mundo de las letras.

Nunca podremos saber lo suficiente cuando decimos “lo femenino”. Es la sábana lo que hace del fantasma un ser temible.

Oh, bendito femenino. Quizás seas la manzana en el jardín de los pecados. Valga convocar a Alain Badiou, filósofo del amor y el acontecimiento, para explicar cómo caemos en la domesticación de la subversión quizás sin darnos cuenta. Allá donde el feminismo debiera abrir espacios a “lo femenino”, cierra quizás, cercenando lo femenino. Cayendo así en la lógica de medir lo femenino con la vara de lo masculino, finalmente, un discurso conservador aflora en esa soleada mesa tucumana, donde a fuerza de defender lo femenino se lo rechaza. Pero demos un paso más. Cuando decimos “lo femenino”, recordemos que no se trata de lo sustancial sino de lo condicional, es decir, lo femenino nombra una “condición” tal y como suena en español aludiendo a su doble significación, no sólo a la posición subjetiva de la mujer y al estatuto de su sexualidad sino al requisito que esa sexualidad impone: soportar y soportarse como alteridad, como otro absoluto donde se es el espejismo y no el desierto. Nunca podremos saber lo suficiente cuando decimos “lo femenino”. Es la sábana lo que hace del fantasma un ser temible. Como cuando nuestra anfitriona menciona irónicamente que “con ese título, mejor la invitan a tomar el té”////PACO