Lo siguiente será breve. El objetivo es rescatar y poner en valor la lectura de Elias Canetti. En particular, la lectura de su magnum opus, publicada en Alemania en 1960, Masa y poder. Este es el libro que probablemente le valió a Canetti su Premio Nobel de Literatura en 1981. Como sea, el despliegue de estos pergaminos intelectuales pretende señalar que a veces, para intentar entender lo que pasa en el presente, hay que saber qué entender del pasado. Por lo tanto, es bueno desconfiar (un poco) de los gurúes que aseguran saber “por qué ganó Javier Milei”. En realidad, no lo saben. Y no lo saben porque el presente no es todavía capaz de formular ninguna respuesta. Lo que sí saben estos gurúes es que hay un mercado editorial y simbólico de la decepción cívica (subsidiario existencial del, hasta hace un tiempo, efervescente mercado de la decepción amorosa) a disposición de cualquier rapiña. Son las leyes de la vida y el capitalismo, y como diría el vencido Sergio Massa, “no hay que señalar sino abrazar”. Muy bien, pues demos a los gurúes el abrazo que merecen.
¿Por qué ganó Javier Milei? Según ciertas iluminadoras páginas de Canetti, analizadas en otro lugar, Milei ganó por el efecto de una profunda devaluación. Atención ahora, porque este es un entendimiento que llega desde el pasado, no desde el presente. En el capítulo “Inflación y masa”, de Masa y poder, Canetti indica que todo crecimiento inflacionario ilimitado pronto se emparenta con la vida anímica de las masas. “El hombre se siente tan mal como el dinero que se pone cada vez más malo, y todos juntos se hallan entregados a este mal dinero y también juntos se sienten igualmente sin valor”. Degradada, desvalorizada y con sus expectativas anuladas, la masa se entrega así a un “proceso dinámico de rebajamiento”. En consecuencia, le es preciso a la masa tratar algo de manera que valga cada vez menos, como la unidad monetaria durante la inflación. “La tendencia natural”, escribe Canetti entonces, es “encontrar algo que valga aún menos que uno mismo, que pueda despreciarse de la misma manera en que uno mismo fue despreciado”. Es por esto, nos explica Masa y poder a través del tiempo, que ganó Milei.
La masa, tal como la piensa Canetti, tiene características. Pero también tiene anhelos que le permiten un punto de equilibrio. Por ejemplo, la masa siempre quiere crecer, en el interior de la masa reina la igualdad, la masa ama la densidad y la masa necesita (con desesperación) una dirección. Como dije que sería breve, vayamos a las dos grandes masas que dinamizan la psicopolítica del “trauma” de la presidencia de Milei, al menos, en las redes sociales. La primera es la muta de caza (“muta”, explica Canetti, es la unidad más antigua de la masa), entregada a avistar y matar a sus presas. Como una jauría, la muta de caza se mueve con todos los medios que tiene a su alcance hacia algo viviente que quiere cobrar para incorporárselo. “Dar alcance y cercar son sus medios principales”, escribe Canetti. Habría muchos escenarios ideológicos donde ubicar a la muta de caza, pero el más evidente es el que, en efecto, se despliega en las redes sociales. Y por redes sociales quiero decir Twitter (o X, o como sus futuros accionistas lo llamen). Es ahí, entre las pantallas, donde la muta de caza libertaria se mueve con mayor gracia “doxxeando”, “triggereando” y “baiteando”, con “un mortal latido común en el corazón”, como escribe Canetti, a quienes publiquen alguna crítica significativa (en los términos cuantitativos de Twitter) al poder de Javier Milei.
Llamar “trolls” a los integrantes de esta muta de caza es un error. Buena parte son funcionarios a sueldo del Estado, por lo que no hay ninguna posición marginal ni disolvente en esta muta de caza digital, sino una tarea ideológica anclada al corazón del status quo. Lo importante es que, ya sea que hablemos sobre un acto sangriento de cacería analógica en la selva o un acto imbécil de cacería digital en Twitter, entre nosotros se refleja muy bien lo que Masa y poder describe como el hecho de que “la parte de honor de la presa no siempre le corresponde a quien ha asestado el golpe mortal, sino también a los espectadores, considerados cómplices del acto y por lo tanto corresponsables”. Ahora bien, la lectura atenta de Masa y poder también nos ofrece algo de sentido sobre la muta de lamentación, que es la muta complementaria a la muta de caza.
Si la muta de caza sirve para pensar a los libertarios, la muta de la lamentación sirve para pensar a… bueno, quizás decir “a los peronistas” sea excesivo (porque, además, ¿quiénes serían hoy “los peronistas”?). En tal caso, la muta de lamentación es útil para pensar a quienes se desplazan todavía a ciegas alrededor del trauma de la derrota, que a la fecha incluye tanto a los simpáticos médiums del peronismo clásico como a los sponsoreados del poskirchnerismo gelatinoso. Todos ellos, con las múltiples variedades espontáneas que surgen en sus inmediaciones como hongos, tienen sus respectivos nichos de mercado en las redes. Otra vez, son las leyes de la vida y del capitalismo, y como diría el vencido Sergio Massa, “no hay que señalar sino abrazar”. Muy bien, demos a los médiums y a los sponsoreados el abrazo que merecen.
La muta de lamentación, explica Canetti, no desata su lamentación solo después de sobrevenida la muerte, sino inmediatamente después de apreciar la gravedad del enfermo. “La muta se desata”, escribe Canetti, ya que “ha estado al acecho de su oportunidad y ya no deja escapar a su víctima”. Canetti remata esta descripción con una frase clave: “La tremenda fuerza con la que la muta de lamentación se arroja sobre su objeto sella su destino”. Si ese objeto es la posibilidad de una oposición peronista, el nombre de un candidato peronista, el desenlace de una interna peronista o la aventura hacia una nueva o un nuevo referente peronista no es asunto a discutir ahora. Lo relevante es que la unificación de la muta de lamentación y el enfermo, “como si quisieran morir con él”, provee también a muchas de las presas necesarias para la vida y el destino de la muta de caza. Como entre leones y gacelas, se cierra así un circuito ideológico perfecto entre cazadores voluntarios y presas voluntarias. Es decir, entre “la oportunidad de matar” que desea la muta de caza y “la exhibición de dolor” que desea la muta de lamentación. Es por esto que repetir con un calculado candor que la crueldad o la deshumanización está de moda es solo una manera aséptica de autodeclararse angelical y desligarse de los equívocos de la política. Más allá de los aspirantes a querubines, la verdad es que, con nuestras respectivas turbulencias, en democracia todos nos arrastramos con sensatez hacia lo que deseamos y nadie es del todo inocente.
Lo que se pueda continuar derivando de estas categorías, las similitudes que resten trazarse y también las diferencias que puedan apaciguar, al menos un poco, el impacto profundo de estos retratos, ya recorren subterráneamente otras palabras de Masa y poder referidas a las proxémicas del poder y el despoder. Cito in extenso porque glosarlas sería una pena: “El hombre, que de tan buen grado se mantiene erecto, puede, sin cambiar de sitio, también sentarse, tenderse, acuclillarse o arrodillarse. Todas estas posiciones, y muy especialmente la transición de una a otra, expresan algo determinado. De cómo la gente se ubica es fácil deducir la diferencia de su prestigio”, escribe Canetti. Y acá, a los fines argumentativos, podríamos añadir que tal “ubicación” se comprueba, también hoy, en el plano del autodiseño político en las redes. Con eso en cuenta, sigamos un poco más con Canetti: “Sabemos lo que significa que alguien ocupe un asiento elevado y todos los demás estén de pie en torno a él; sabemos qué es cuando uno está de pie y todos los otros en torno a él están sentados; cuando alguien aparece de pronto y todos los reunidos se ponen de pie ante él; cuando alguien cae de rodillas ante otro; cuando no se invita a un recién llegado a sentarse. Ya una enumeración arbitraria como ésta muestra cuántas constelaciones mudas hay del poder”.
Una mención final a lo que Masa y poder describe como la “gloria” que es capaz de reunir una masa. El asunto es el afán de figuración, eso que primero se llamó “gloria” y más tarde “fama”. Tanto en la muta de caza como en la muta de lamentación (lamentación que también puede lucir eufórica), es fácil reconocer este común afán narcisista, esta aspiración transversal a construir, a fuerza de la interacción constante con la red social, un nombre con “su propia, ávida, vida”, como escribe Canetti. No hay en una muta ni en la otra, por lo tanto, fortalezas ni debilidades intrínsecas cuando se trata de la avidez por la figuración personal. Por última vez: son las leyes de la vida y el capitalismo, y como diría el vencido Sergio Massa, “no hay que señalar sino abrazar”, etcétera. Pero lo que Masa y poder vislumbra desde 1960, y por eso es poco ocioso advertirlo ahora, es que existe alrededor de este anhelo una “gloria sana” a la que le es “indiferente en boca de quién se extravía”, pero también existe el “maníaco de gloria” cuya masa está “formada por sombras” que solo son incitadas, fustigadas o corrompidas para pronunciar un nombre. Si al “maníaco de gloria” se le puede llamar influencer (o peor, aspirante a influencer) es algo que tampoco importa. Lo que importa es que “el poseedor del poder”, como dice Canetti, “colecciona hombres que vivan, para enviarlos de avanzada o llevarlos consigo a la muerte”. El famoso, por su lado, colecciona coros de los que solo quiere escuchar su nombre. “Pueden estar muertos o con vida, o ni siquiera con vida, eso es indiferente, basta que sean grandes y ejercitados en corear su nombre”. ¿Qué nos señala Masa y poder? Entre otras cosas, que en estas delicadas diferencias, tan a la vista entre sus actores en un escenario virtual, también operan los mecanismos ideológicos del poder///////////PACO