La patota es la nueva película de Santiago Mitre y, recién en segunda instancia, la remake de otra película homónima, estrenada en 1960, actuada por Mirtha Legrand y dirigida por Daniel Tinayre. La nueva versión no solamente fue Galardonada en Cannes con el Gran Premio Nespresso de la Semana de la Crítica, sino que además es muy buena. En la Argentina, ambas versiones se estrenaron con el mismo nombre, mientras que en el resto del mundo, a la original se la llamó Ultraje y la nueva se dio a conocer con el nombre de Paulina. En los años sesenta, el término patota tenía una connotación peyorativa con la que la clase alta se referían a grupos de clase baja y, particularmente, hacía referencia a un sector del peronismo, Fuera de esto, en la película no se evidencia una lectura política ni de relación de clases. En la versión actual, por el contrario, puede leerse un discurso sumamente politizado, mientras que el nombre que se elige es el de la protagonista, posiblemente como una forma de subjetivar esta apreciación.
Es dentro de este doble discurso, el explícito y el implícito, desde donde se deben leerse las similitudes y diferencias de las dos películas.
Es dentro de este doble discurso, el explícito y el implícito, desde donde se deben leerse las similitudes y diferencias de las dos películas. En la primer versión, Paulina, interpretada por Mirtha Legrand, es una joven recién recibida de profesora de filosofía, que ingresa a dar clases en una escuela de escasos recursos de la provincia de Buenos Aires. Al salir de la entrevista de admisión en una escuela religiosa de varones, que además es nocturna, es violada por una patota en el camino de vuelta a su hogar. La película empieza con el sonido de la ambulancia que va a asistir a la protagonista después de la violación. Luego de los títulos, se lee: ¿Cuántas veces deberé perdonar a mi hermano cuando pecare contra mi? ¿Siete veces? Jesús responde: No te digo yo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete, o cuantas veces te ofendiere.
En la escena en cuestión, un grupo de jóvenes hace entrar por al fuerza a la protagonista en un edificio abandonado. El forcejeo se parece más a un supuesto robo que a una violación, y la patota se comporta como si fueran perros hambrientos abalanzándose todos juntos sobre la presa. La cámara se desvía mientras se escuchan gritos y pueden apreciarse distintos bustos de yeso e imágenes de santos. La nueva Patota narra la historia de Paulina, una abogada joven, hija de un reconocido juez, quien decide volver a su Misiones natal para llevar a cabo un proyecto de inclusión en una escuela rural. A las pocas semanas de su estadía, la protagonista es violada por un grupo de jóvenes que asisten a sus clases. Ella sabe quienes son, pero decide no delatarlos. Pese a la tentación implícita en la trama del primer guión de Eduardo Borrás, la dupla de Mitre y Diego Llinás evita caer en golpes bajos o excesivas bajadas de línea. El nuevo guión es sólido, y la estructura dramática se sostiene a lo largo de los 104 minutos que dura la película. En la original lo que motiva a los jóvenes a la violación es la creencia de que la mujer a la que someten es un “yiro”, mientras que en la nueva versión el móvil es el despecho de una ex novia, acrecentado por la humillación de su grupo de amigos, ya que ella se muestra con un brasilero que, a diferencia de todos ellos, tiene auto. Creyendo que se trata de esta joven es que agarran a la nueva Paulina. La escena es bastante más verosímil que la original, y muestra cómo la tiran al piso de espaldas, le bajan los pantalones, le tapan la cabeza, uno de ellos intenta penetrarla pero no puede, hasta que finalmente es el propio despechado quien lo hace mientras el resto lo mira.
En la original lo que motiva la violación es la creencia de que la mujer a la que someten es un “yiro”, mientras que en la nueva versión el móvil es el despecho por una ex novia.
Es en este contexto en donde la escena de la violación se encuadra más en términos de poder que de género en sí. Lejos de buscar culpables o victimar a la protagonista, lo que se busca es mostrar un contexto adecuado para que estas terribles acciones, de alguna manera, se justifiquen. Hay una situación extrema, en la que la pobreza y la falta de recursos genera violencia, y hay personajes que transcurren en esa realidad haciendo lo que pueden. Pero es también desde donde la Paulina actual hace algo cuestionable para el discurso recientemente legitimado por las miles de personas que asistieron a la marcha del #niunamenos: perdona. A diferencia de la primera Paulina, ella no perdona desde un dogma de fe sino que perdona porque los entiende. O los quiere entender. Es por este hecho que la lectura que hacen algunos medios sobre el supuesto progresismo que propone la película es relativo. Mientras que la antigua Paulina, amparada por el discurso religioso, direcciona el padecimiento sobre ella y acepta lo que le pasa, la nueva Paulina quiere comprender a su violador. Al parecer, el conocer las motivaciones del otro justificaría, de alguna manera, su dolor. Es así como las dos versiones vuelven a cruzarse, y la Paulina actual, en apariencia por fuera del discurso religioso, redobla la apuesta y se posiciona no ya como una víctima, sino como una mártir.
Tal vez la diferencia más radical entre las dos patotas se encuentra en los intersticios. En la película original, las escenas de transición muestran una sociedad que se divierte al compás de Pity Pity, de Billy Cafaro, sin dejar de contraponerlo a la constante idea de orden y progreso. Desde esta ideología, y ante la imposibilidad de la época de considerar un aborto, es que la Paulina original pierde el embarazo y puede de esta manera continuar con su función social. En la nueva versión, en cambio, Paulina decide seguir adelante con su embarazo porque, según sus palabras, quiere poner el cuerpo. Es así como se instala un nuevo concepto que tiene que ver, en este caso, con la vida como experiencia sensual. Así, el calor, la tierra colorada, la exuberancia de las plantas, el atractivo de la fotografía lograda por Gustavo Biazzi. la impecable realización musical de Nicolás Varchawsky, y la belleza de Dolores Fonzi, logran trasladar al espectador a una realidad extrañamente disfrutable//////PACO