La Base Carlini está en la Isla 25 de Mayo en el archipiélago de las Islas Shetland del Sur en el sector Antártico Argentino. Emplazada de frente a la Caleta Potter, la base se compone de unos veinte edificios de todo tipo, que incluyen viviendas, comedor, salas de trabajo, laboratorios, galpones y depósitos. No tiene muelle. Los barcos entran a la caleta y descargan personal e insumos en botes de goma que llegan a la playa. En la actualidad mantiene una población de treinta y nueve habitantes, entre científicos que quedaron del verano y militares que van a invernar. A espaldas de la base, que mira a la caleta, se encuentra el cerro Tres Hermanos.
El Tres Hermanos se llama así por sus tres picos, bien diferenciados, de proporciones similares. Tiene paredes verticales, abruptas, de una textura terrosa que, cuando el observador se acerca, se va biselando y transformando en una rugosidad variable, llena de sobras, aristas y puntas. Es árido, de un color marrón anaranjado que siempre contrasta con el cielo, esté azul, blanco, con tormenta o despejado. Según Wikipedia, se trata de “el remate de un volcán extinto” pero no da esa impresión. Parece más bien un puño que comienza a salir, macizo, de la tierra.
Del otro lado, al oriente de la base, se ve, bastante más lejos, el nunatak Yámana. En lengua inuit, el idioma nativo de los esquimales, la palabra “nunatak” se usa para designar un pico montañoso que se encuentra rodeado por un campo de hielo. La formación es llamativa. El color opaco y oscuro del pico sobresale de un campo blanco de nieves eternas. Si nieva, el pico, que se recorta contra el cielo y la nieve de forma triangular o cónica según la visibilidad, puede amanecer manchado de blanco, pero nunca se cubre.
El nunatak debe su nombre a un remolcador de la Armada Argentina, el ARA Yámana, uno de los primeros en llevar marinos que realizaron trabajos hidrográficos en la isla 25 de Mayo. A su vez ese remolcador de origen estadounidense, que pasó a navegar como buque de patrulla hacia la década del 60, tomaba su nombre del pueblo yagán, yagan o yámana originario de nuestro archipiélago fueguino.
Los chilenos llaman al nunatak de otra manera. Lo bautizaron Cedomir, por Cedomir Marangunic Damianovic, un geólogo del Instituto Antártico Chileno, quien propuso un programa de investigaciones glaciológicas en la Antártida entre 1971 y 1972.
El Comité de Topónimos Antárticos del Reino Unido en 1960 aceptó el nombre Florence, en referencia a un buque ballenero estadounidense que visitó las Shetland del Sur entre 1876 y 1877. La del ballenero Florence no es una historia feliz. Algunos miembros de la tripulación fueron desembarcados, no se sabe por qué motivo, en las costas de la Caleta Potter, y tuvieron que pasar el invierno en tierra. No encuentro registro de cuántos eran pero, unos meses después, ya en primavera, un buque inglés rescató al único sobreviviente del grupo. (En la actualidad no hay marcas de ese incidente en la zona, aunque es probable que los fantasmas de esos marineros no se hayan ido.)
La belleza del Tres Hermanos y del Yámana es tan innegable como diferente. Por un lado, un puño cerrado y sólido, que representa los indisolubles lazos de una familia. Por el otro, una delicada y lejana punta negra siempre vestida de nieve. El cerro, muy cerca, cuida la espalda de la base; el nunatak resulta un perenne observador distante del paisaje del mar.
Hay algo masculino en los tres hermanos de piedra árida y algo femenino en el Yámana. Uno remite a desiertos anteriores, a la guerra, a Marte. El otro a lo inalcanzable, a la melancolía, a un delicado vestuario lunar y nocturno, subrayado por su nombre originario. Quizás esto sea solo una impresión humana, que no puede desprenderse del binarismo de sus manos, sus pies, sus astros y sus dos géneros en todo lo que ve. Los paralelismos podrían seguir. El Tres hermanos es solar, apolíneo, la derecha. El Yámana es la utopía, el amor, la izquierda. Pero la forma de esos guardianes mudos, su antiguo celo, su prehistórica disposición, remiten a un sistema que se remonta al comienzo de nuestra existencia como raza. Los mitos también nacen de coincidencias simples.
Como fuere, ellos están ahí, imperturbables, en conversación hace millones de años, y su mueca eterna, suave para el nunatak, adusta para el cerro, va a seguir franqueado la caleta mucho tiempo después de que la raza humana se haya ido, desintegrada en su propias ambiciones o habiendo emprendido un viaje a mundos lejanos. En ese segundo caso, las montañas, una vez más, quedaran solas, regresando a un estado sin historia que conocen, pero nosotros nos llevaremos a otra parte nuestros pobres y melancólicos dualismos, nuestras ricas mitologías astronómicas, nuestros severos dioses, y veremos en otros paisajes un reflejo, opaco o brillante, de su recuerdo.///PACO