Televisión


Las calles de San Francisco

San Francisco, la ciudad de la bahía, la de los cielos despejados y libres, las calles desiertas y el puente Golden Gate. Esa península protegida por el océano Pacífico es reconocida por sus casas victorianas y dos detectives, el primero, con años de experiencia combatiendo en las calles, y el otro, un novato recién salido de la universidad. Juntos van a oficiar de policías en ese punto estratégico del estado de California a mediados de la década del ´70. Las Calles de San Francisco está inspirada en la novela Poor Poor Ophelia de Carolyn Weston, una mujer nacida en EEUU que después de probar suerte en una fábrica de aviación durante la Segunda Guerra Mundial, a sus 50 años, escribió una secuela de tres novelas de detectives, con dos personajes protagonistas, uno era el miembro más antiguo del departamento de Policía, y el otro, un recién llegado a la fuerza. La primera de estas aventuras sirvió de base para el piloto de la serie de la que trata este artículo.

A partir de ahí, el multifacético productor de televisión Quinn Martín, responsable de la mayoría de las series más exitosas de las décadas del ´60 y ´70 como El Fugitivo, Los Vengadores y El F.B.I., entre otras, le dio forma, color y estética a la serie. Las calles de San Francisco cobró vida el 16 de septiembre de 1972 y finalizó el 23 de junio de 1977. Por un lado, se eligió a un actor eficaz para un detective de experiencia, como Karl Malden, y por el otro, un desconocido y joven promesa, como Michael Douglas, con el único mérito de ser hijo del aclamado actor Kirk Douglas. Ambos llevaron adelante este ejercicio intrépido con soltura y brillantes actuaciones. Acá la ciudad californiana se presenta como el ideal artificio y le suma valor decorativo a las tensiones de una época para caminarla sin prejuicios. Aún en plena Guerra Fría, la ciudad consolidada como el bastión liberal de Estados Unidos era la excusa ideal para deambular e imponer justicia con la ética magníficamente representada de sus ejecutantes. Pero hay algo más, su simpleza y desparpajo a la vez, sus calles vacías recorridas a toda velocidad por los autos de marca Ford de la época (sponsor exclusivo de la serie) nos están diciendo algo.

Es un espacio que anhela ser vivido y habitado con todo ese presente a disposición. Son tiempos en el que aún se combate en Vietnam, los consumos culturales exponen a una generación dividida y hay claras diferencias en el uso del lenguaje. Quizás lo que hacía falta era una pareja de detectives que funcionen como antídoto, sin grietas y bajo un cielo dispuesto a ser descubierto, abrazados por una pureza inmaculada y con ansias de querer cambiar el mundo. Con sus experiencias de vida, en cada uno de los casos que se le presentan, separadas por tres actos y un epílogo como conclusión y con un guion siempre bien aceitado la serie invita a creer en un mundo en desintegración, de cambio de piel. La intención de atravesar la época está ahí, en su despacho de policía, con sus protagonistas enfocados en el homicidio de turno a resolver, sin celulares ni cámaras a disposición, pero también en el vestuario y en la efectiva dirección de arte custodiada por George B. Chan. La serie nos habla de un tiempo detenido en el espacio mientras otras cosas pasaban alrededor, a veces muy cerca de allí. En tiempos en el que se evidenciaba una sociedad turbulenta y fragmentada, Las calles de San Francisco demuestra unidad entre dos generaciones distintas. Por un lado, el detective experimentado que vivió su juventud durante la Segunda Guerra Mundial, y por el otro, la pubertad de su compañero, en la que se puede advertir no sólo la brecha generacional sino el espíritu que descree de sus mayores, pero que al mismo tiempo no hace más que sostenerse en él desafiándolo en todo momento, como un niño perdido en busca de consejos.

Pero hay más, el temperamento de la ciudad está en permanecer, en querer ser admirada y valorada en un costado de la historia. Si nos situamos en la otra punta del país, en la misma época, la serie Koyak nos muestra a una Nueva York combativa, gris, plagada de basura y narcotraficantes. Interrumpida con tránsito, prostitución y muertes, una ciudad donde rara vez sale el sol y las escenas nocturnas contrastan con la San Francisco fresca y liberal de los detectives. En esa apabullante Nueva York, y con la rigidez infranqueable de Telly Savalas, la urbe parece invadida por un cáncer maligno, en cambio la ciudad de la costa oeste se muestra entusiasta, aún en pleno tiroteo y persecución, desafiante y perseverante en su libertad. Los personajes de Mike Stone (Malden) y Steve Keller (Douglas) representan una dinámica personal ajustada que mantendrían la lógica de la serie, dentro y fuera de la pantalla. Aquí, el pasado y el presente se conjugan en perfecta armonía.

Las escenas en exteriores minuciosamente elegidas por el dedicado trabajo del director de fotografía, Jacques Marquette, configuran en amplia mayoría y así la ciudad luce como un lugar rico en armonías y diseñada como promoción turística. La cámara genera el impacto magnético y cognitivo indicado e invita en su secuencia principal a esa esfera perfecta que es el sol para brillar por toda la ciudad. Y una cosa más, la utilización de los colores, junto a la banda de sonido en la introducción, compuesta por Patrick Williams en un bricolaje de imágenes, va a tener mucho que ver con lo que Michael Mann haría en la década siguiente con Miami Vice. Estoy seguro que prestó especial atención a esta serie. Algunos puntos neurálgicos, como bares y comercios o depósitos abandonados con el Golden Gate de fondo no hacen más embellecer los 45 minutos de la serie y forja el vínculo entre los protagonistas dejando en claro la complicidad con el espectador.

San Francisco, así, es una ciudad que quiere ser habitada y que elimina cualquier grieta circundante. Generalmente la locación elegida no permite ser manchada por el enfoque realista y crudo de la fauna policial a la hora de exhibir asesinos, estafadores, chantajistas o pandilleros juveniles. Los guiones exhiben una distancia entre la elite de la ciudad y la clase trabajadora y las tomas preponderantes terminan tomando de rehén a este artefacto de calles, verde y cemento a orillas del océano. El escenario urbano siempre está por encima de sus habitantes. La ciudad es la contracultura y representa no sólo el presente, sino sobre todo el porvenir. La península de San Francisco es la ciudad del deseo. En ella se circunscriben los detalles de su arquitectura modernista victoriana del todo impecable, así como también el popular barrio chino, los tranvías que recorren sus empinadas calles y los movimientos revolucionarios en pleno escándalo Watergate durante el gobierno de Richard Nixon. Al mismo tiempo, la serie evidencia un concepto visual de una parte del mundo que insistía en mantenerse en la periferia, es decir, Las calles de San Francisco, como obra conceptual, está decidida a exponer un fragmento del presente que estaba ocurriendo mientras que la otra parte del mundo estaba en conflicto, y esa es su mayor destreza.///PACO