Por Mariano Terdjman
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Mi abuelo quedó ciego antes de cumplir cuarenta años. Cuando lo conocí, era un hombre grande, calvo, religioso y sonriente. Usaba anteojos aunque no le sirvieran. Una forma de coquetería quizás, pero que confundía a niños como yo. Alguna vez pregunté por qué usaba anteojos si ya no veía y no supieron qué decirme. Pero pienso menos en mi abuelo que en mi abuela, que lo cuidó toda la vida. Mi abuela se quejaba de todo: había conocido a un hombre, se había casado, había tenido dos hijos con ese hombre, y ese hombre, antes de cumplir cuarenta años, deja de ver. Deja también de trabajar y se convierte, como en un milagro, en una piedra pesada que hay que cargar. Mi abuela no se quejaba de él, pero se quejaba de todo.
Mucho tiempo después conocí a Borges. Digamos: sus cuentos, su manera de hablar, su ironía, sus virtudes, su ceguera. Y siempre me llamó la atención algo, un recurso, un especie de eslogan que decía: Lamentablemente soy Borges. Por ejemplo, en el prólogo de Informe de Brodie: “La ya avanzada edad me ha enseñado la resignación de ser Borges”. Por ejemplo, en Nueva refutación del tiempo: “El mundo, desgraciadamente, es real / Yo, desgraciadamente, soy Borges”.
Nunca tomé en cuenta la psicología para estas cosas y odio –yo que no odio casi nada- a los que lo hacen: tratar el lamento borgeano como un defecto personal, buscar en su vida, en su infancia, en la relación con su padre, con su madre, con sus pares, con las mujeres, con sus amigos, hacer psicología aplicada me parece bajo, paternalista y falaz. Pero la frase sigue ahí y me persigue: Lamentablemente soy Borges.
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Lo primero es lo primero. Borges no dice, por ejemplo: lamentablemente soy yo. No dice, por ejemplo: lamentablemente he nacido. No dice: lamentablemente soy lo que soy. Se lamenta de ser Borges. Primer punto. Sería equivocado, creo, avanzar por el apellido, la línea paterna y quizás la ceguera que hereda de Jorge, su padre. Los ciegos, como mi abuelo, no se quejan.
Borges transforma ceguera en materia literaria, en parte de poema. Segundo punto. Tercer punto. Borges es exitoso. Cuando escribe Informe de Brodie (1970), Borges es un autor internacional: respetado, querido, analizado y citado. Cuarto punto. Busco quejas de otros escritores. Encuentro esto: Raymond Carver antes de cumplir treinta años acepta que no tiene ninguna capacidad para escribir una obra voluminosa, una novela, y así pierde toda ambición de convertirse en un gran escritor. Franz Kafka deja anotado en su diario que no podría vivir de su literatura a causa de la larga gestación y de su carácter insólito.
¿De qué se queja Borges, que no murió en el anonimato, como Kafka? ¿De qué se queja si no escribió ninguna novela, como Carver, y es un ícono de la literatura universal? ¿Cuál es el lamento? ¿De qué se queja un hombre exitoso?
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De eso. Del éxito.
El Destino es una de las ideas más potentes en la literatura de Borges. Ese momento preciso cuando uno decide quién es. Sobran los ejemplos. Quizás Borges decida quién es cuando escribe El Aleph, el cuento. Ni siquiera todo el cuento: la descripción de El Aleph. “Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza aquí mi desesperación como escritor. Todo lenguaje…”. Esas páginas son las más memorables de la literatura argentina. A partir de ese día Borges es Borges. Idolatría, sumisión y respeto. A partir de ese día todos van a pedirle que haga su gracia. Borges, háblenos del tiempo. Borges, sea profundo. Borges, háblenos del universo, de la complejidad, del destino. Borges se convierte en un clásico, y Borges es claro cuando habla del otro clásico nacional:
Hace cuarenta o cincuenta años, los muchachos leían el Martín Fierro como ahora leen a Van Dine o a Emilio Salgari; a veces clandestina y siempre furtiva, esa lectura era un placer y no el cumplimiento de una obligación pedagógica. Ahora el Martín Fierro es un libro clásico y ese calificativo se oye como sinónimo de tedio.
El lamento borgeano no es otra cosa que el intento, desesperado, por no convertirse en un escritor exitoso, un clásico, un tedio. Es un pedido para que su voz se escuche más allá de los calificativos que van a hacer de su obra un ladrillo pesado, un ícono, una cumbre.
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Mi abuela sobrevivió a mi abuelo quince años. Se siguió quejando de cosas minúsculas y yo tardé quizás demasiado en entender que eso era una forma de amar. No el amor actual, que es puro placer. Otro tipo de amor: algo de compromiso, de promesa, de destino. Las cataratas de mi abuelo hoy se curan con una operación que tarda cinco minutos. Salís del quirófano viendo. Y seguís, como si nada, con tu vida ////PACO