La obra de Byung-Chul Han (Corea del Sur, 1959) es el efecto de una serie de transiciones. La primera desde Oriente hacia Occidente y de lo maleable hacia lo inteligible: nacido en Seúl, Han era estudiante de metalurgia, gracias a lo cual lo admitieron principios de los ochenta en la Universidad Técnica de Clausthal-Zellerfeld, en Alemania. Pero su proyecto era llegar al país de Martin Heidegger ‒sobre el que escribiría una tesis de doctorado en 1994‒ y estudiar literatura. La dificultad para absorber el amplio volumen del lenguaje literario, sin embargo, lo hizo optar por otra transición hacia la densidad del lenguaje filosófico. “Me marché a otro país cuyo idioma no sabía ni hablar ni leer y me lancé a una carrera completamente diferente: filosofía. Fue como en un sueño. Entonces tenía veintidós años. Ahora soy profesor de filosofía en Berlín”, explica en una entrevista. Pero es sobre internet, ese territorio en el que las sociedades analógicas establecen todavía su difuso pasaje hacia las incertidumbres de las sociedades digitales, donde Byung-Chul Han encontró la última zona de transición para sus ideas. Autor de veinte libros de los cuales apenas media docena fueron traducidos recientemente, y uno de los pensadores más leídos del momento, todavía respiran en el estilo pulcro y en su escritura prolífica ciertas preferencias por la brevedad ‒como en las 79 páginas de su ensayo La sociedad del cansancio (2010)‒ o por la milenaria erudición china ‒como en el recién traducido El aroma del tiempo (2009)‒, signos capaces de vincularlo a cierto linaje oriental. Pero las cuestiones que más le interesan a Han son tan universales como la posibilidad de conectarse a la red: ¿en qué se convirtieron la sexualidad, el mercado, la sociabilidad y la política desde que casi la mitad de la Humanidad experimenta todo en la web?
Las cuestiones son tan universales como la posibilidad de conectarse a la red: ¿en qué se convirtieron la sexualidad, el mercado, la sociabilidad y la política desde que casi la mitad de la Humanidad experimenta todo en la web?
Sin la distancia de quienes solo ven el apocalipsis de las subjetividades contemporáneas desenvolviéndose en las pantallas, ni el candor de quienes agotan cualquier mirada en denunciar que la web también forma parte de las relaciones de poder capitalista, las herramientas intelectuales de Byung-Chul Han son la negatividad y el tiempo. Y si lo primero lo rescata a través de Hegel, lo segundo reaparece a través de Heidegger. “La propia verdad es un fenómeno temporal”, escribe Han en El aroma del tiempo para señalar que la tecnología digital provoca “un desbocamiento del tiempo” donde “el presente reducido y fugitivo la perfora”. Sus reflexiones establecen un diálogo tácito con pensadores de la técnica muy parecidos como Boris Groys, pero también impiadosos ajustes de cuentas con otros como Vilém Flusser. Pero Han no tiene miedo a los grandes nombres, y no duda en señalar ‒y con virulencia‒ los límites de lo que, a pesar del entusiasmo de sus defensores a conciencia o por pereza, ofrecen hoy las ideas de Michel Foucault, Jean Baudrillard, Giorgio Agamben o Naomi Klein, o Michael Hardt y Antonio Negri, nombres repetidos entre sus “adversarios intelectuales”.
Lo que su escepticismo digital intenta convocar, al fin y al cabo, es “precisamente que la negatividad mantiene la existencia llena de vida”.
De manera fragmentaria y con un estilo reiterativo ‒como si rastreara la pertinencia de un cúmulo acotado de conceptos como el aburrimiento profundo o el cansancio mientras avanza‒, por su lado las ideas de Byung-Chul Han no proponen, como las de sus referentes alemanes, un orden sistemático radical a través del cual pensar y entender la experiencia del ser. Lo que proponen, por el contrario, son intervenciones muy incisivas sobre ciertas cuestiones puntuales. Con La agonía del Eros (2012), por ejemplo, Han analiza un erotismo que, dominado por el mandato de igualdad y positividad, y en beneficio de la mera productividad ‒nociones que terminan por amoldarse a las últimas exigencias del mercado‒, elimina cualquier alteridad hasta atrofiar una experiencia amorosa genuina. “La alteridad no es ninguna diferencia que pueda consumirse. El capitalismo elimina por doquier la alteridad para someterlo todo al consumo. El Eros es, asimismo, una relación asimétrica con el otro”, escribe. Pero no se trata solo de la transformación del Eros. Es un emergente Logos digital aquello que incentiva una arquitectura ideológica de mayor escala sobre la que Byung-Chul Han vuelve una y otra vez. Y para pensar ese Logos, la pregunta inicial está en por qué redes sociales con 1350 millones de usuarios como Facebook, por ejemplo, impiden cualquier florecimiento de negatividad. Pero, ¿qué es la negatividad? La fuerza que motiva un acontecimiento, “el espíritu que mira a la cara a lo negativo y se demora en ello”; eso a partir de lo cual avanzan la historia, la conciencia y el conocimiento. Han escribe en La sociedad del cansancio (2010): “La desaparición de la otredad significa que vivimos en un tiempo pobre de negatividad. Quizás la computadora hace cálculos de manera más rápida que el cerebro humano y admite sin rechazo alguno gran cantidad de datos porque se halla libre de toda otredad. Precisamente por su egocentrismo autista, por su carencia de negatividad, el idiot savant obtiene resultados solo realizables por una calculadora”.
“Las correlaciones sustituyen a las causalidades y la cuantificación de lo real en búsqueda de datos expulsa al espíritu del conocimiento”.
Maniatados por las conveniencias del cálculo y la pura circulación de información sin tiempo para explicar su propio sentido ‒y Han insiste en que incluso la épica de la ira es más útil a los fines de construir un relato que la cortesía vacía entre iguales‒, lo libidinal y lo social corren el riesgo de un cansancio en el que “la pura agitación no produce nada nuevo”. Reducido al capricho y a la indignación, de hecho, “el homo digitalis forma parte de enjambres a los que les falta la dirección y la decisión de la masa”, escribe en En el enjambre (2013). Y es alrededor de ese principio de inercia emocional que domina las redes como, durante sucesivos instantes sin mayor sentido, la misma intensidad colectiva puede focalizarse por igual en la muerte de un león en Sudáfrica, en memes irónicos sobre la vedette del día o en el error tipográfico de algún diario. “Incapaz de integrarse en un nexo estable de discurso”, dice Han, esa “sociedad de la indignación es una sociedad del escándalo que carece de firmeza, de actitud”. Concatenado al reciente Psicopolítica (2014), el nexo entre un déficit de lo erótico, lo intelectual y lo social se resuelve finalmente en la política. Y en ese sentido, para Byung-Chul Han la demanda de “transparencia” en la política no es más que un mecanismo tramposo que “vuelve todo hacia el exterior para convertirlo en información”, es decir, en “una positividad que puede circular sin contexto por carecer de interioridad”. De ahí que la absorción de lo público bajo la lógica del Big Data ‒ese registro permanente de todo lo que hacen online los usuarios, y su consecuente “fetichismo de números y datos”‒ promueva lo que Han llama “un nuevo inconsciente”: un sustrato hecho del registro de puros datos a partir de aquello que cada individuo conectado a internet consume, busca y desea. En ese nuevo mundo, “las correlaciones sustituyen a las causalidades y la cuantificación de lo real en búsqueda de datos expulsa al espíritu del conocimiento”. Por supuesto, Byung-Chul Han está lejos de admirar los principios de una civilización condensada en el “Me gusta” de Facebook. Pero leídos con cuidado, sus libros también son transparentes herederos de la tradición romántica del suelo que habita, y en esa transición final tal vez se revela la idea más importante. Lo que su escepticismo digital intenta convocar, al fin y al cabo, es “precisamente que la negatividad mantiene la existencia llena de vida”//////////PACO