Tomé Un pequeño militante del PO con agrado. Pirani ediciones publicó en abril esta primer obra de ficción de la periodista y docente tucumana María Lobo (1977) y el resultado fue un libro brillante. El arte de tapa recuerda a las ediciones de la industria norteamericana cuyos llamativos caracteres relucen como papel glacé y la escritora ofrece relatos limpios, donde el artificio de autor se disfruta.

El entramado de cada uno de los seis textos está elaborado de modo que Lobo logra inquietar. A Patricia, del relato titulado Baby, “siempre le ha costado admitir que algo la sorprende” y le resultan “inesperadas” las suelas coloridas de las zapatillas de quien será su amor prohibido. Esa manera de localizar detalles que hacen la diferencia en las relaciones humanas es la que distingue a la autora.

Se leen en María Lobo pequeñeces inéditas del orden de la sensibilidad femenina. La tensión celosa entre las protagonistas de Baby fascina. Una piensa en cuál será el color de los pezones de la otra y la otra piensa en el ancho de caderas y el largo de pelo de su contrincante. Esa forma de medirse entre mujeres, eso de pensar en los pezones ajenos que creí que sólo me ocurría a mí, se le ocurrió antes a Lobo y ya está publicado.

El miedo, la culpa, la mentira; la manera en que “los adultos hacen siempre lo que les da la gana”, los perdones que no llegan nunca porque no están habilitados por las circunstancias, son cuestiones enhebradas con maestría por una autora que logra captar con eficacia ese elástico de fragilidades que entrecruza los vínculos. Porque lo ominoso, eso de lo que habla Maximiliano Tomas en su referencia de contratapa, eso a lo que volvemos una y otra vez en terapia, no tiene que ver con dramas épicos. Lo que duele y nos pone en crisis es descubrir el velo que señalan los indicios ínfimos. El color de una prenda, la manera de tratar un objeto, las muletillas que encriptan traumas, aparecen casi lacanianamente en la prosa de María Lobo.

En los primeros dos relatos, Salvajes y Un pequeño militante del PO, hay una presencia estructural que otorga sensación de film. Por oficio el guión no se nota, pero hay algo de eso en la manera de lograr los escenarios. Encontré similitud con la atmósfera de La ciénaga en el primero y el segundo tiene cierta densidad presente en los bosques de El aura. Linkea hasta allá esa fotografía verde y gris que trae consigo la abuela Grey.

Hace llamativo al libro la expectativa política que genera el título, que no resulta evidente en su interior, pero no defrauda. Cuando la referencia aparece explícita acusa lucidez. Leyendo Un pequeño militante del PO nos metemos en escenas burguesas como una de la que fui testigo y puedo dar testimonio de verosimilitud: subir el cerro San Javier en Tucumán y apreciar los parapentes es muy como lo cuenta María Lobo. Desde allí se miran bandadas de pájaros humanos y se aprecia y distingue a qué altura vuela cada cual. En el caso de Celina, la protagonista del primer relato que es una “militante popular de la comunicación alternativa”, su biografía parece calcada a la de muchos de su tipo. Una ascendencia de elite que da fruto a una ambición revolucionaria de frasco. Una chica buena, con culpa de clase, que carga sus propias necedades y cegueras que parecen parte del ADN que la parió. Una madre distante que cuida las formas al punto de que “las cosas caigan por su propio peso”.

Las madres de Lobo, y la que intenta serlo, acusan una subversión bien política a distintos estereotipos. Qué quieren ciertas mujeres, cuánto ignoran acerca de su deseo, cuán correctas, santas o sumisas son y cuánto niegan para ello o para empoderarse, parece ser una inquietud implícita de la autora. Amalia, una de sus jóvenes, dice tras la muerte de una matrona familiar que “tampoco confesaría la falta de fe en sus propios actos, sus dudas sobre el límite del amor” en referencia a su nivel de entrega personal y vocación de servicio que se transforma tardíamente en “la sensación de haber cometido un error irreversible”. Otra, una chica “atractiva y moderna” cuyo cuerpo sugería poder, se presta a un destino imprevisto de alto costo con resonancias tales como: “la memoria dolerá independientemente del lugar a donde Patricia haya estado. Porque aunque ella intente fingir -y llevar la memoria a otro planeta- el dolor será terreno: el origen del dolor es remover ahí donde hemos hecho cosas difíciles. Patricia entenderá -en definitiva, con el paso del tiempo- por qué necesita sentirse ella misma cuando los recuerdos vuelven, cada vez que la memoria empieza a doler”.

Los hombres en Lobo también son “inesperados”, no solo por cómo lucen sino por su particular forma de realizar desvíos. Si bien por momentos se los vislumbra fuera de foco, en María Lobo hay hombres que actúan serlo. Son, en su mayoría, proveedores. Como tales, varios encuentran el goce fuera de su vida oficial. Incluso los escribe vulnerables, aun siendo socialmente prestigiosos.

Como dato de época, o de recorte social, es común a la generalidad de los personajes el hecho de que no les urge nada. Padecen, pero se obstinan en no darse cuenta o no están apurados por enterarse. No es que Un pequeño militante del PO trate de personas en espera, sino que perciben tardíamente las rupturas. Transgreden, evaden, niegan, se desvían, pero nunca revolucionan. Rebotan frente a sus límites. Dilatan años su deseo, sus éxitos o sus fracasos. En Un pequeño militante del Po hay mucha militancia convencida que trabaja sobre causas perdidas desde el arranque y por eso es un libro que invita a ser leído, pese al humor de sus protagonistas.///PACO