Por Hernán Mas / @jean_bouise
Un cine porno es como una iglesia. Nadie que nunca haya entrado podría hacerse una idea aproximada. Un silencio solo interrumpido por el eventual sonido de las películas, que en muchas oportunidades se proyectan sin sonido. Ese silencio está poblado de ínfimas respiraciones, de deseos sexuales más o menos contenidos, de ruidos de butacas. No todos los hombres que van a un cine porno van a coger. Algunos van a mirar las películas, y lo que allí dentro sucede, que es mucho más real – y que es posiblemente lo que se busque.
¿Es un acto revolucionario una cogida en un cine porno? Dos, tres, cuatro hombres, cojen ahí, en la misma sala, o en algún vericueto o pasillo o dark room, a la vista de cualquiera que pase, de cualquiera que quiera ver. Se demuele el muro de la prohibición de la exhibición pública del acto más animal y más humano del ser humano. Sí, es solo entre hombres, claro. Aunque hay cines, el ABC por ejemplo, que admite parejas swinger pero, por supuesto, en un lugar especial al que acceden solamente parejas.
Hombres que no se conocen y que a veces a penas se ven las caras tienen la facilidad de concretar el acto carnal, que tanto se dificulta fuera del cine. Los feos, los gordos, los deformes, los viejos, los visiblemente enfermos, mental y psíquicamente. Porque todos tienen el sagrado derecho.
En el cine porno todos consiguen lo que quieren, y lo que quieren es justamente eso que afuera se les niega. La similitud con la iglesia no está solo en su silencio espectral.
Pero a veces hay gritos. Un señor de unos sesenta está siendo fuertemente penetrado por un taxi boy en el rincón de una sala del viejo Ideal, un cine de los años 30 que mantiene su esplendor, con su hall de enormes espejos y mármoles, con la moquete gris perla de sus salas. Luego del acto, se escuchan unas palabras de agradecimiento: “que buena pija tenes” y “que bien que me culiaste”, mientras se suben los pantalones y el hombre entrega el dinero.
También están los cines más under, como el Multicine de Lavalle, que está abierto las 24 hs, en los que suelen encontrarse mendigos durmiendo en las butacas. Nadie puede reclamar, las entradas no son numeradas. Acá no hay alfombras, porque la gran cantidad de semen diseminado las echaría a perder en seguida. Un señor obeso esta siendo penetrado por un muchacho con rasgos del altiplano, con cierta dificultad por las formas corporales de ambos. ¿Por dinero? No es posible saberlo.
Conocí un lugar que no era precisamente un cine, si bien se lo categorizaba como dark room, era un sitio bastante inclasificable llamado Vixio o algo así. Quedaba sobre Hipólito Yrigoyen. Montado sobre lo que probablemente hubiese sido una gran fábrica, para acceder había que bajar por una escalera de dimensiones enormes, tanto de largo como de ancho. Una vez abajo podía imaginarse una versión bastante perfecta del infierno. Unas duchas de campo de concentración daban la bienvenida, algunas incluso goteaban, aunque por supuesto no estaban para ser usadas. Era un sótano gigantesco. Había dos espacios separados por una especie de arpillera, en uno había una carpa y en otro algo parecido a una camilla. Después un sillón de dos plazas semidestuido, dos sillas de plástico y un televisor de los 80 emitiendo una porno (en VHS supongo). Mas al fondo un laberinto. Todo negro. El techo tan alto, casi imposible de ver y convirtiendo el espacio en algo aún más fantasmagórico.
No vale decir mucho más. Hombres cogiendo en el laberinto, adentro de la carpa y alrededor de la camilla. Oficinistas de corbata, señores mayores jubilados o con trabajos inespecificables, tipos jóvenes un tanto perdidos. Y después el baño. Dos hombres cogiendo a la vista, en uno de los compartimentos donde están los inodoros . El pasivo, pibe muy joven y con cierto aspecto de retrasado mental diciéndole al activo “Pará que me cago”.
Los cines porno son el castigo de Dios para los que no se valoran lo suficiente. El infierno, dijo el Papa Bergoglio, es para los que no tienen autoestima.
Nota: El autor no quiere que se malinterprete este artículo. Pretende tener aún una vida heterosexual plena, repleta de mujeres hermosas.