Género


La tolerancia de Lena Dunham

 

Lena Dunham, creadora de la exitosa serie Girls, entrevistó a comienzos de septiembre a su colega comediante Amy Schumer para Lenny Letter, el newsletter online feminista que mantiene junto a la escritora y directora Jennifer Konner. Lejos de los protocolos, la entrevista tomó el tono que tienen las charlas privadas entre amigas y, conversando sobre lo displicente y aburrido que había sido el reciente evento de gala del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York —ceremonia anual que recauda más de 10 millones de dólares para el Costume Institute del propio MET—, la impenitente Lena hizo algunos comentarios que se convertirían en el origen de otra shitstorm (en estricto criollo, “tormenta de mierda”) en las redes sociales que la tendría como protagonista. Se quejó de haber sido ignorada por Odell Beckham Jr., el popular jugador de fútbol americano de los New York Giants sentado a su lado. “Fue genial porque me miró y decidió que yo no tenía la forma de una mujer con sus estándares”, dijo y sentenció “Seguro que él pensó algo así como ‘¿Quiero cogermela? Está vestida de smoking. Mejor sigo con mi teléfono’”. “Fue como si nos hubieran forzado a estar juntos, prefirió mirar su Instagram a hablarle a una mujer con un moño. Esto debería llamarse el Museo Metropolitano de Ser Rechazada por Atletas.” Si esto lo hubiera dicho cualquiera y en cualquier otro contexto posiblemente nada hubiera sucedido, pero Lena Dunham tiene más de 4 millones se seguidores solamente en Twitter y es una referente del feminismo jóven de cierta clase social y no sólo en Estados Unidos. Es una de las mujeres más escuchadas y los comentarios sobre Beckham Jr. resultaron entre estúpidos y ofensivos solamente porque al deportista no le interesó dirigirle la palabra, seducirla, simpatizarle o felicitarla por alguno de sus más recientes logros. Un agravante implícito a este absurdo es que Odell es hombre y es negro (es decir, machista). El otro es que Lena es mujer y es gorda (es decir, víctima), característica diferencial que la ha hecho ganar fanáticos y millones de dólares en la hostil industria del entretenimiento, meca de los “estándares de belleza” imposibles. La combinación de ambos personajes ofreció al público un festín explosivo donde la antorcha del discriminado era una rifa que cualquiera podía ganar. Que los intercambios de ideas desde posiciones ideológicas distintas nunca fueron posibles sin rastros de violencia, chicanas e indignación, es algo que ya se sabe. Pero con la exacerbación y la inmediatez de Internet las viejas diferencias se sobreexponen a la censura y la condena ante cualquiera con acceso a una conexión, transformado en efecto y por defecto, en parte del tribunal que determina desde una moral los parámetros y criterios de lo que “está bien” y lo que “está mal”.

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Como síntoma de esta ética ultraprogresista que gira en falso y se canibaliza, el discurso del consenso y la tolerancia se impone para erradicar aquello que no encastra en el tejido de un organismo en apariencia pluralista.

Como síntoma de esta ética ultraprogresista que gira en falso y se canibaliza, el discurso del consenso y la tolerancia se impone para erradicar, como a un cuerpo extraño, a aquello que no encastra en el tejido de un organismo en apariencia pluralista. Y como condición, para que esta expulsión ocurra, es necesario que exista un desacuerdo, una idea o una palabra anómala que desate el escozor unificante. La novedad del juicio construido contra Odell Beckham Jr. es que las acusaciones se dispararon a raíz del casto silencio de un hombre que decidió ignorar (o ignoró sin más) a una mujer. Con la autoridad moral que la erige como ícono feminista de su generación y el espíritu fiscalizador sujeto a los deberes que representa, Lena leyó ese silencio, ante todo, como una ofensa de género. Tras la lente atrofiante de un narcisismo fuera de control, Dunham desafió la génesis de la censura en tanto no necesitó de ninguna palabra para testear los límites de la libre expresión. El show victimista construído por la escritora alrededor de esta comedia fue, como indica la usanza actual, automáticamente convertido en una cuestión política. Beckham Jr. fue un misógino por no haberle hablado, aún peor, por no haberse sentido atraído por una mujer “de su tamaño”. Ella lo culpó de no haberla convertido en objeto de deseo, aunque en el hipotético caso de haberle gustado e iniciado una aproximación, Odell hubiera recibido exactamente la misma valoración. Para la heroína feminista hacía falta condenar a alguien por algo para hacer de la gala del MET algo memorable, tal vez en un intento de convertir en justiciero un evento exclusivo y excluyente donde imperan la absoluta frivolidad y la más aburrida de las opulencias. Lena derrochó una bala en nombre de la tolerancia aunque absolutamente en contra de ella.

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Ante la incomodidad, la censura. Ante la sospecha, la culpabilidad. Ante la disidencia, el castigo. Ante la libertad, la imposición.

Horas después a las declaraciones sobre Odell Beckham Jr., y con la bola de nieve de críticas a cuestas, la actriz, escritora y directora se vio arrinconada por su propio discurso —que, junto a su imagen “no convencional” constituyen la usina de su nutrido negocio. A través de su cuenta de Instagram se disculpó adjudicando lo acontecido a la incomodidad que le genera su propio cuerpo cuando se ve rodeada de mujeres bellas (es decir, delgadas) y que, basada en sus “inseguridades”, juzgó a un hombre que desconocía por completo, reforzando el estigma de “sobresexualización” que existe sobre los hombres de color. Como las que se repiten a diario, lo que deja en evidencia esta anécdota es que la tolerancia como ética puede ser, según el buen J.M. Coetzee, “profundamente civilizada o bien autocomplaciente, hipócrita y condescendiente”, y que el modelo de feminismo propagado por Dunham —nombre propio que podría ser rápidamente alternable— opera bajo el mismo hermetismo ideológico y desde el mismo escalafón moral que su mayor enemigo. Ante la incomodidad, la censura. Ante la sospecha, la culpabilidad. Ante la disidencia, el castigo. Ante la libertad, la imposición. La estrella del fútbol americano no jugó las cartas que Lena hubiera necesitado para no quedar en completo ridículo. Por el contrario, asesorado o por deliberado desinterés,  la dejó sola en el circo de su neurosis y se apegó a las leyes del silencio que practicó en la mismísima gala del MET. En la “ficción de la dignidad” en la que convivimos, una gurú que aboga por el humor, la aceptación y la tolerancia nos recordó que lo que no decimos también puede ser usado en nuestra contra, que se puede estar a favor de la diversidad pero en contra de las diferencias////////PACO