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La soledad de la dama del ajedrez

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No abundan las escenas en el cine y en las series en las que se ve un tablero de ajedrez, pero hay unas cuantas relaciones política-ajedrez (casi siempre establecidas por quienes no tienen un ápice de idea sobre el juego) con las que se buscan comparar “jugadas” políticas con la complejidad que entraña uno de los deportes más antiguos del mundo. Muchas veces en estas comparaciones se pretende poner de manifiesto el poder de observación y cálculo de un político, pero otras veces el político ajedrecista es el que genera entramados, intrigas, un aura de sospechas, de manipulación, y es el que usa a los demás como peones.

Cuando veía “House of Cards” (solo las primeras tres temporadas ya que el resto es relleno) pensaba: “¿Por qué con cartas y no con ajedrez?” Lo que hacía Underwood no tenía nada que ver con el azar del póquer y sí todo que ver con el cálculo tortuoso del ajedrez.

Como dije al comienzo, hay algunas referencias al ajedrez en el cine y en las series, tal vez la más importante es “El séptimo sello” de Bergman y el ajedrez contra la Muerte.

Una de las últimas ficciones que tienen que ver con el ajedrez es “The Coldest Game” que presenta de manera paupérrima la relación ajedrez con Guerra Fría (¿no es un poco cliché a estas alturas?) y en la que el protagonista es un genio del ajedrez que, su vez, es alcohólico. Y acá aparece el otro cliché: el genio autodestructivo, el genio que se encamina a la locura.

Entonces llegamos a la más reciente: “El gambito de dama”. Parece no importar si se trata del gambito de dama aceptado (1.d4 d5 2.c4 dxc4) o del gambito de dama rehusado o declinado en el que la persona que juega con negras opta, en lugar de 2… dxc4, por distintas posibilidades, por ejemplo, Cc6 (defensa Chigorín), c6 (defensa eslava) o e5 (contragambito Albin). Al autor de la novela “El gambito de Dama”, Walter Tevis, parece que poco le importó hacer esta aclaración. Más bien el título es una sencilla alusión a que el personaje principal de su novela es una mujer que juega al ajedrez. De esa manera el recurso retórico queda perezosamente resuelto.

No leí la novela, pero me pregunto si, como los libros de ajedrez, incluye diagramas. Los diagramas son imágenes de posiciones especiales e importantes en una partida. Por ejemplo, la siguiente imagen corresponde a una de las partidas que jugaron por el Campeonato Mundial en 1954 Botvinnik y Smyslov. El jugador de blancas acaba de realizar 22. Th1 (Smyslov ganó aquella partida).

Y llegamos, finalmente, a la miniserie basada en la novela de Tevis, “The Queen’s Gambit”, que se puede ver en Netflix. Como entusiasta del ajedrez que soy no podía dejar de verla y, cuando veía el tercer capítulo pensé: “Está muy copada”, pero después me fui arrepintiendo de mi precoz elogio. ¿No son precoces todos los elogios?

El primer punto importante de la serie tiene lugar cuando Beth Harmon, nuestra niña genio, tiene que descender al sótano de un orfanato a sacudir el polvo de tiza de unos borradores. Sí, una maestra decidió que era buena idea mandar a una niña a un sótano a sacudir borradores. Y ahí se encuentra el conserje del orfanato, sentado ante una mesa, observando con atención unos pequeños objetos que están montados sobre una especie de cartón cuadriculado. La niña lo mira unos segundos y le pregunta al señor qué es todo aquello. La respuesta, obvia para el espectador, es un acontecimiento capital en la vida de la niña: “Ajedrez”.

Esa noche comienza a tener visiones nocturnas de un tablero de ajedrez con piezas gigantes que se forman en el cielorraso de su habitación; aprende cómo se mueven las piezas. (Recuerden: nunca digan “fichas”). Sobre estas visiones nocturnas, nos enteramos de que Beth Harmon ha adquirido una notable capacidad de concentración gracias a las vitaminas que le suministran en el orfanato. Luego terminará siendo adicta a ellas. La iluminación es acompañada por la tragedia. 

Los aficionados al ajedrez, me atrevo a decir, hemos visto la miniserie precisamente por eso, los pormenores dramáticos y emotivos nos tuvieron sin cuidado. Que la protagonista sea huérfana, adoptada por una alcohólica alienada, que establezca relaciones con muchachitos insulsos, todo eso nos tiene sin cuidado porque, al fin y al cabo, tampoco es lo que mejor desarrollado está en la trama. De hecho, Beth Harmon es mucho más interesante en su etapa infante que como personaje adulto. Es tan evidente la necesidad de hacerla parecer “interesante” que se la contrasta con chicas estúpidas. Ella es la genial ajedrecista y las demás mujeres son tontas que solo piensan en chicos y divertirse.

Sería una mala jugada que, incluso en una serie en la que el juego-ciencia es el protagonista, las escenas de tableros y trebejos fuesen tan invasivas. En “The Queen’s Gambit” el ajedrez está bien dosificado, no pierde presencia, no se lo oculta ni se lo diluye. Sin embargo, la tensión y el vértigo son más importantes y, en algunas escenas en las que los ajedrecistas están jugando a ritmo clásico (también llamado “pensado”) parecen jugar a ritmo rápido o blitz. Esto, francamente, no es muy realista desde el punto de vista del ajedrez, pero lo permitimos porque refleja que los jugadores son máquinas de calcular, y le da cierto dinamismo que la trama precisa. Inclusive hay omisiones escandalosas, como que los ajedrecistas no anotan sus jugadas, y que las partidas se resuelven rápidamente mediante elipsis. Para dar una idea del contraste, recordemos la primera partida entre Magnus Carlsen y Fabiano Caruana por el Campeonato Mundial de 2018 duró siete horas. ¡Y terminó en tablas!

En una escena de la serie, otro de los protagonistas le dice a Harmon que en los grandes torneos no existe ese ritual de dejar caer el rey cuando este ya no tiene escapatoria. Es correcto, ya que los amantes del ajedrez lo consideramos una tontería. No obstante, el juego en la serie no escapa a ciertas teatralidades pasmosas: jugadores que se miran mucho mientras juegan, primeros planos a los rostros que significan: “Estoy pensando en mi siguiente jugada, debo ganarte, no podrás contra mí” o algo por estilo.

Algo que hubiera sido correcto es que se hiciera mención a más ajedrecistas importantes. Se lo nombra a Capablanca, a Morphy, a Alekhine, pero, para esa época, comienzos de la década de 1960, el astro cubano y “la alegría y tristeza del ajedrez” ya no tenían cabida debido al avance en cuanto a variantes, ataques y contraataques. Pensemos que en 1960 el campeón del mundo era uno de los más grandes de todos los tiempos, Mikhail Tal. Pese a haber sido campeón solamente durante un año (ya que Botvinnik, el Patriarca del ajedrez, volvió a recuperar su cetro al año siguiente) es, hoy en día, uno de los jugadores más queridos por su imaginación y creatividad. En 1963 el armenio Tigran Petrosian -la boa constrictora del ajedrez- se adueñó del gran título y lo mantuvo hasta 1969, año en el que Boris Spassky logró arrebatárselo. Tampoco se lo menciona a Fischer y esta es una de las omisiones más groseras, ya que la protagonista es una chica que creció y jugó en Estados Unidos. Otra omisión ominosa es la del gran Samuel Reshevsky.

Y ya que nombré a los dos, esta es la notación de la partida que disputaros Bobby y Sam en el Campeonato de Estados Unidos el 21 de diciembre de 1957:

1. e4 c5 2. Nf3 e6 3. d4 cxd4 4. Nxd4 a6 5. c4 Nf6 6. Nc3 Bb4 7. Bd3 Qb6 8. Be3 Bxc3+

9. bxc3 Qa5 10. O-O d6 11. c5 Qc7

12. cxd6 Qxd6 13. f4 Qe7 14. c4 e5 15. Nb3 Nbd7 16. fxe5 Nxe5

17. Bc5 Qd8 18. Bd4 Qc7 19. Qd2 Be6 20. Qf4 Nfd7 21. Be2 f6

22. Bh5+ g6 23. Be2 O-O 24. Rac1 Rac8 25. c5 Nc6 26. Qe3 Nde5

27. Bb2 Rcd8 28. h3 Rd7 29. Kh1 Qd8 30. Rfd1 Rff7 31. a3 Rxd1+

32. Rxd1 Rd7 33. Rxd7 Qxd7 34. Nd4 Nxd4 35. Qxd4 Qxd4 36. Bxd4

Kf7 37. Kg1 Bc4 38. Bxe5 Bxe2 39. Bd6 Bd3 40. e5 f5 41. Kf2 g5

42. g3 Be4 43. Ke3 Bd5 44. Bc7 Ke7 45. h4 f4+ 46. gxf4 gxh4

47. f5 h3 48. Bd6+ Kf7 49. Kf2 Be4 50. Kg3 Bxf5 51. Bc7 Bd7

52. Ba5 Ke6 53. Bb4 Kxe5 54. Kh2 h5 55. Kg3 Kd4 56. Kh2 h4

57. Kg1 1/2-1/2

Algo que me pareció destacable de la serie es que uno de los protagonistas (no los nombro porque ninguno es, al fin y al cabo tan importante, podría haber sido cualquiera) le dice a Beth Harmon que los soviéticos son potencia en ajedrez porque juegan en equipo, se consultan se aconsejan entre ellos, y los estadounidenses, en cambio, son individualistas. Lleven esta comparación a la esfera que quieran.

Al final, mientras Harmon está disputando la última partida contra su rival más difícil en Rusia, sus amigos, reunidos en un departamento de Nueva York, la llaman por teléfono para darle una mano. Esta escena me pareció demasiado. Como si la hubiera guionado Cris Morena. Pero ya, a estas alturas, la protagonista y la serie toda pierden peso y sustancia. En términos ajedrecísticos podríamos decir que la apertura fue interesante, tuvo fuerza, el medio juego se vio encajonado en jugadas de poco desarrollo y el final resultó irrelevante. 

Cuando un jugador analiza sus partidas con ordenadores, con módulos, estos le darán una devolución fría y calculada de su desempeño. Uno de los factores claves de estas devoluciones son los centipeones (cien centipeones equivalen a un peón) cuando un movimiento es juzgado como inferior por el ordenador, éste le añade la pérdida de tatos centipeones. Al final, el módulo de análisis hace un baremo de todos los movimientos y establece un promedio de pérdida de centipeones. Cuanto más alta es esa pérdida más erróneos o inexactos han sido los movimientos.

“The Queen’s Gambit” fue perdiendo centipeones conforme fue avanzando la trama.

Algo llamativo es que la serie no menciona a ninguna otra ajedrecista mujer, salvo otro personaje completamente ficcional. Y toco este punto porque es una contradicción importante si se tiene en cuenta que una de las búsquedas de “The Queen’s Gambit” sea mostrar la relación de las mujeres con el ajedrez, lo difícil que es para ellas encajar en un mundo dominado por hombres. No se la nombra a Nora Gaprindashvili quien fue la primera mujer en conseguir el máximo escalafón (Gran Maestro) y la primera en ser Campeona Mundial de Ajedrez (en categoría femenina, claro) entre 1962 y 1976 o no se menciona, por ejemplo, el Women’s Chess Club of New York. Por otro lado hay que marcar que Beth Harmon, durante toda la serie, solo juega una vez contra una mujer. El resto de las partidas son contra hombres. Esto es irreal. No existe ni existió algo así. Ni siquiera Judit Polgar que ha sido la única mujer en la historia en ser parte del Top 10 absoluto ha jugado torneos en los que solo haya habido hombres.

Nunca se la ve a Harmon estudiando partidas de otras mujeres o siguiendo las trayectorias. La serie nos quiere mostrar a una mujer ganando su merecido lugar en el ajedrez pero oculta completamente a mujeres reales que, mucho antes, e incluso en la época en la que se enmarca la ficción, ya competían y lograban muy buenos resultados.

Finalmente, “The Queen’s Gambit” aparece como un interesante producto sobre el ajedrez, pero sus omisiones son demasiadas para equilibrar sus aciertos. Sin duda, despertará un renovado interés de los jovencitos y jovencitas en el juego-ciencia, pero también está claro que encontrarán allá afuera de la televisión un mundo más amable y más complejo que el que, convenientemente, plantea la serie////PACO

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