Televisión


La santificación progre de Alberto Olmedo

Plan A

«En 1975, pleno germen de la Doctrina de Seguridad Nacional en América Latina cobijada por Estados Unidos (coordinación represiva para, también, eliminar a las minorías heroicas que rechazan los silencios a establecer), se estrenan dos inolvidables joyas del cine que inmortalizan, quizá por primera vez, una contemplación brillante y caótica de la transexualidad: ‘Dog day afternoon’ de Sidney Lumet y ‘Mi novia el travesti’ de Enrique Cahen Salaberry. Ingenuos e inexpertos, el Sonny de Al Pacino y el Laucha de Alberto Olmedo se sumergen en las agitadas aguas de la ginecología operatoria a los fines de reafirmar una exclusividad fálica, pero repensando no sólo la dinámica de la genitalidad sino también la entelequia del amor. Si bien sus revueltas intestinas son discordantes (mientras el asaltante de Brooklyn se encamina hacia la martirización, el triste operario que compone el cómico rosarino huye por las hendiduras del anonimato), ambos personajes se verán acordonados por la amenaza de la guadaña mediática que (oh, novedad) simplificará con carne podrida la complejidad de sus vidas. Más allá de las ficciones, dicha complejidad se ve potenciada por la enorme valentía de sus intérpretes. Pacino y Olmedo comparten el mérito colosal de abordar una temática sumamente espinosa en épocas de un oscurantismo regional desmedido.»

Respuesta al Plan A

 -¿Qué carajo es esto? ¿Estás metiendo al Plan Cóndor en tu rescate emotivo? -me pregunta jugando con la sillita giratoria del Burger King mi amigo el Boya, administrador de un blog colectivo de cine y televisión, después de leer atentamente mi ambicioso artículo. El gesto que me dedica es el de un tipo que observa a un interno de la Colonia Montes de Oca comiéndose su propia caca.

-Deberías dejar de tomar cosas raras antes de ponerte a escribir. Ojo, todo bien con las drogas, pero ya sabemos como es esto: a los Beatles el ácido les permite componer ‘Magical mystery tour’, pero bajo los mismos efectos el almacenero sólo logra que se le resbalen de sus manos los frascos de aceitunas, no sé si me explico.

 Así denigra el Boya mi primer intento de peregrinaje simbólico hacia la mezquita olmedística, ese templo de aparente adoración al ‘humor de peña folklórica’ cuya feligresía, sin embargo, sabe brindar cálidas bienvenidas a encumbrados hombres de artes y ciencias.

 No se sabe exactamente cómo surgió este culto y su particular heterogeneidad de acólitos. Probablemente influyeron en su creación, allá por los tempranos noventas, las tesis televisivas del sociólogo Oscar Landi y la fascinación del director teatral Alberto Ure, quien no necesitó ni medio vaso de Termidor para envalentonarse y afirmar públicamente que ‘el registro interpretativo de Olmedo es superior al de los actores de la Royal Shakespeare Company’. Como fuere, los altares se multiplican como panes y peces. En Corrientes y Uruguay hay uno con forma de sillón de dos plazas. Otro mueble de dos plazas, una cama, hecha con fibra de vidrio y resina epoxi, quizá, bien pudo levantar el escultor sin ser acusado de obsceno. En este caso el show de humor sexual se le concede también a los niños, la prostitución es un oficio como cualquier otro, la cosificación es blanca, el proxenetismo es descontracturado. Magia. Magia del gran dios de las minas en pelotas. Las llaves que Osvaldo Bayer amontona en silencio y a perpetuidad para reemplazar la estatua de Julio Argentino Roca no creo que estén destinadas a concebir la figura de una mujer originaria: el objetivo debe ser enchufarnos un Rucucu de bronce en Diagonal Sur. Digo esto con los ojos cerrados y se ve muy bien. Se ve incluso mejor si pienso en Silvia Pérez como la auténtica mujer originaria que pela bombacha y defiende con su culo a los mapuches y tehuelches asediados por los enemigos del rating.

 Mi amigo tiene un poco de razón, es excesivo meter en esa reseña la mugre setentista de todo el continente. Hay que imprimirle un tono más local al asunto. Pero debo mantener ajustadas las tuercas: para contribuir con la reconstrucción de una gesta épica tengo que seguir usando la misma paleta de colores fuertes, nada de caer en liviandades. Por algo será que mastican de buena gana su obra aquellos que vomitan sobre Sofovich, Porcel, Tinelli. Centros culturales llevan su nombre. Tengo que seguir intentando.

 -Otra cosita, Vawe -me acota el Boya mientras me devuelve el pendrive y me despide con una cachetadita divertida (el Boya es de los que abusan de la ‘violencia amistosa’, un defecto horrible que argentiniza peligrosamente nuestra amistad) -el argumento de ‘Mi novia el travesti’ es un choreo a ‘Victor Victoria’.

-‘Victor Victoria’ se filmó siete años después, no hables al pedo -paso al ataque.

-Sí, la versión que todos conocen es esa con Julie Andrews y Robert Preston, pero es una remake de una película de 1933 de Reinhold Schünzel, un judío de Hamburgo -contraataca el Boya con mi defensa mal parada y liquida el partido. -Transformismo. Judío. Alemania. 1933. Hola, ¿querías un héroe? Ahí lo tenés.

 Repito: tengo que seguir intentando.

Plan B

 Incrustado en algún hueco del Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica, consecuente con sus tímidas clases de ‘práctica integral de televisión 1’, el señor locutor Jorge Nicolao dice que ‘no gasta pijamas soñando fama’, pese a haber desempeñado eficazmente el papel de encantadora marioneta del Rodolfo Walsh de la risa. El 4 de mayo de 1976, con el sol militar recién amanecido, apenas alumbrando terrazas, se escuchó por primera vez en un medio de comunicación la maldita palabra clave, el hashtag de la época. El que ofreció la boca para consumar la hazaña fue Nicolao:

En este horario y aquí, por canal 13, debió salir al aire la primera emisión del año del programa cómico ‘El chupete’. Infortunadamente, esto no será posible, debido a la desgraciada circunstancia de que su protagonista, Alberto Olmedo, ha desaparecido. Este hecho nos ha llenado a todos de consternación. Sorpresivamente su familia, sus amigos, sus compañeros, el país todo, se verá hoy privado de la presencia física de quien tanto adora. Olmedo ha emprendido un viaje inesperado que terriblemente, por primera vez, no causa gracia. El Negro se ha ido. No tenemos más palabras. Guardémosle cariñoso recuerdo, viendo uno de sus últimos programas del año pasado’.

 El gag oscuro finalizó con la entrada a cuadro de Olmedo poco después, retando a sus compañeros de elenco quienes, visiblemente afligidos, comenzaban a probarse las ropas de sus personajes: ‘¿Qué pasa? ¿Tanto escándalo porque llegué un poco tarde?’

 Dos años de literal desaparición televisiva fue el costo a pagar por nuestro cómico ejemplar. Un costo muy alto pero fundamental para instalar conciencia y exhortar sensibilidad y compromiso. ‘El chupete’, cuyo título quizá recoge sutilmente las muestras brutas de un preliminar ‘El chupadero’, fue una creación revolucionaria, un artificio demencialmente intrépido, la cima indomable del artista.

 -No necesito flashes. Yo fui el muñeco de su obra magna. Duermo feliz en esta valija -me dijo Nicolao mirando de soslayo las paredes de su bunker del ISER.

 Respuesta al Plan B

 -Decime, Vawe, ¿vos crees que el famoso táper del que siempre habló el Facha Martel también tenía pastillas de cianuro? -ironiza el Boya desde el messenger (closetero de ley, en pleno 2013 me sigue chateando desde ahí, es lógico)

-Dale, vos cargame. Nada es casual.

-‘Desaparición física’ es un eufemismo mediático tan viejo y tan rancio como ‘cruel enfermedad’. En mayo del 76 tu palabrita mágica estaba tan instalada en las subcapas de nuestra sociedad como el concepto ‘brecha digital’, no me jodas. Olmedo: un militante del ERP echando luz -el Boya tira un emoticón de una mina sacudiendo dos tetas gigantes. En cada una de ellas se lee la interjección «ja». Muy oportuno.

 Durante unos minutos dejan de llegarme los tipeos exaltados del Boya. Seguramente consiguió algún puto joven con auto y disponibilidad horaria. En el forzado interín espío la tele y compulsivamente embisto contra el zapping. El aparato pestañea ofreciendo ambulancias, ortos, algún dibujito animado, caras en primer plano. Me detengo en una de ellas. La reconozco, soy un hambriento consumidor de partenaires vulgares: es Alfonso Pícaro. A los pocos segundos, un zócalo lo confirma: Alfonso Pícaro – comedian. Así, textual: ‘comedian’. Parece joda. La cara del tipo no es emitida por TELEFE o Canal 9, sino por History Channel. Estoy viendo un trozo de documental de Olmedo en el mismo canal en el que dedican horas a Gutenberg, Copérnico, Lutero y la Segunda Guerra Mundial. No parece joda: es joda.

 -Bueno, ¿en qué estábamos? -intenta retomar el Boya.

-En Olmedo.

-Ah, sí, en Olmedo, en tu santificación progre de Olmedo.

Quiero acotar algo pero mi amigo se muestra virtualmente locuaz.

-Una costumbre muy chota la de elevar a la gente a categorías superiores para justificarles el amor. Olmedo no fue un artista: fue un laburante. Un laburante muy digno, por cierto, muy carismático y efectivo. Y ahí está tu gran problema, Vawe, a vos sólo te gusta amar a los virtuosos, a los rockstars. Tenés que aprender a amar a los laburantes, a los operarios, a los ganapanes. Amá a los fáciles, Vawe, dejate de joder. Tu amor es clasista. Tu amor es una mierda, loco, te odio.

 Intempestivamente, el Boya aparece como ‘no conectado’. No sé si se enojó conmigo o si tiene mucho apuro por ir a chupar su pija ocasional. Desde ahora, lo espero para responderle. Mientras tanto, hago tiempo mirando al secretario de Olmedo (Juan Carlos Casas, el papá de Fabián Casas) subtitulado:

 ‘He was a great artist and a great friend’, se lee.///PACO