Dream Come True
es la primera exposición retrospectiva en la Argentina de Yoko Ono, artista conceptual, figura del arte participativo y contemporáneo. Compuesta por más de 80 trabajos, incluye objetos, videos, films, instalaciones y registros sonoros producidos desde principios de los 60. Se dice que el arte es expresión sensible, imitación, creación. ¿Qué es el arte? Definir es también limitar y en este caso no es sencillo. No obstante, arte o no, de lo que se trata en una muestra es de construir algún efecto; tal vez, con suerte, una lectura. El arte participativo, si es que hay otra clase posible, implica un público que termina de construir la obra. En esta versión de Dream Come True en Argentina se ha hecho hincapié en las instrucciones y en una serie de experiencias en las que la oferta es disponerse a ellas, aunque -como un autor preocupado por los significados de su texto- el efecto buscado a través de ellas es manifiesto, casi pedagógico. Piensa que estas arreglando el mundo, dice por ejemplo la consigna que invita a reparar con cinta de enmascarar vajilla de porcelana rota. También se pueden incrustar clavos en una cruz o escribir en un pizarrón en medio de un homenaje a las madres que realza el cuerpo femenino (como si para la maternidad alcanzara con el cuerpo). En otra instalación hay que dar una pequeña voltereta para llegar a un lugar privado en el que un cartel indica tocarse unos a otros. La muestra no genera preguntas, pero conviene preguntarse si la intención es justamente esa: enojar al público. Maltratarlo como un narrador provocativo que subestima a lector. Darle indicaciones como si no supiera vivir, como si la idea de apelar al tacto y gozar de ese borde entre lo público lo privado fuera un descubrimiento. En ese caso, considerando la posibilidad del maltrato, la muestra sería una denuncia: en un mundo de imperativos capitalistas que ofrecen lo simple y conocido como una novedad, no queda más que el enojo o en el peor de los casos, la decepción. Sería interesante, pero no todo tiene un envés que esconde su verdadero propósito inteligente y premeditado. Dream come true es una expresión pacifista en la que se respira opresión alegre porque no hay ningún signo que hilvane sus partes de un modo distinto a una suerte de voluntarismo del bienestar.

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Dream come true es una expresión pacifista en la que se respira opresión alegre porque no hay ningún signo que hilvane sus partes de un modo distinto a una suerte de voluntarismo del bienestar.

Arising / Resurgiendo era la instalación más esperada. Es el elemento que podría haber ocupado ese lugar de llave que construye sentido, la convergencia de instalaciones. Arising, también presentada en México, fue precedida por una atractiva convocatoria a mujeres de toda Latinoamérica para que enviaran una imagen de sus ojos junto con un texto breve acerca de algún daño sufrido a causa del género. La promesa era una gran composición que interpelaría con todos esos ojos/textos. Sin embargo, Arising decepciona por su falta de contundencia, su tamaño austero en comparación con su propósito, su ubicación discreta y la precaria o inexistente selección de textos que en algunos casos no son más que generalidades vacías que diseñan una presencia femenina más ligada a la queja que a la potencia del discurso. La pared de Arising parece una compilación de muros de Facebook. La promesa de la convocatoria parecía estar del lado de la visibilización como un gesto artístico que se sumaría a la escena actual, representada en Argentina, en gran parte, por el movimiento #Niunamenos que brega por deconstruir la reproducción de discursos machistas y terminar con la violencia de género. En palabras de Silvia Bleichmar, socióloga y psicoanalista argentina, visibilizar a las víctimas es un modo de combatir el principal eje de reproducción de violencia social: la impunidad. Sin embargo, Arising resulta una pose snob. Una herramienta de marketing, que acaso aprovecha el auge feminista y, disfrazada de interés en el contenido de lo que convoca, se instala como tópico dentro del segmento de población involucrado y genera expectativa de consumo que luego se traduce en público que paga los cien pesos que cuesta la entrada para ir a ver el porvenir de su envío. Hay una relación curiosa entre la consigna de Arising: narrar daños, y la frase casi inaugural de la muestra: “Ríndete a la paz” ¿Pueden convivir dentro de un mismo movimiento? ¿De qué paz habla Yoko Ono? ¿Alcanza con la catarsis? Por supuesto que no. La enunciación de miles de daños de mujeres a causa de su género no conduce precisamente a la paz, entendida como abolición total de cualquier manifestación de violencia. La condena de la violencia en general es una tilinguería, señalaba Bleichmar. La violencia es inherente a la especie. Violencia, entiéndase como esa cuota de agresividad propia del encuentro entre seres humanos que no necesariamente se manifiesta en el cuerpo a cuerpo. Justamente de eso se trata, de avanzar hacia una cultura que se responsabilice por su propia violencia y encuentre cauces capaces de dosificar, drenar y transformar en otra cosa las dosis propias de la raza humana.

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Entonces, ¿el aparente guiño al feminismo es acaso una crítica, un modo declarativo de ubicar el resurgir feminista en serie con otras tantas reivindicaciones sociales?

Entonces, ¿el aparente guiño al feminismo es acaso una crítica, un modo declarativo de ubicar el resurgir feminista en serie con otras tantas reivindicaciones sociales? Yoko Ono sigue clamando por la paz antes que cualquier otra cosa y en esa suerte de anacronismo, la muestra deviene una muestra del “arte de vivir” en la que el exceso de pacifismo resulta represivo, tal como en los discursos de autoayuda en los que nadie explica qué hacer con los desbordes. El secreto estaría en la paz de la felicidad como si fuera un lugar que hay que conquistar. Ahí, en esa pretensión de enseñanza es donde radica el peor matiz de Dream come true y lo que justifica su comparación con discursos de posiciones tan vigentes en las que un gurú sabe dónde encontrar a la gente feliz y está dispuesto a enseñarlo a cambio de algunos billetes. Una vez hecho el intercambio, no se dedica más que a hablar de lo obvio como si fueran grandes revelaciones. En esta instancia, lo que importa ya no es qué dice sino desde dónde. Yoko Ono indica mirar un fósforo hasta que se agote y si bien se adivina su intención de enaltecer lo efímero, reparar en la sencillez y la irreversibilidad de los procesos, el acto creativo no llega a configurar una experiencia estética, tampoco antiestética. El efecto no alcanza a ser displacentero, es más bien inconsistente y tampoco consigue figurar la intención de lo débil como elección estética. Aun enunciando un pretendido diálogo con el absurdo, Dream Come True procura decretar el camino correcto, generalizando los sueños y cayendo por lo tanto en la tiliguería de la felicidad que genera la clásica sospecha de la apariencia convenida, de la infatuación del supuesto artista. Dream Come True, de Yoko Ono en el Malba, puede pasar sin dejar rastros o construir una lectura en el público, al que le habla desde la asimetría de su optimismo atroz: qué feliz podrías ser si no fueras tan estúpido. A todas las posiciones que se autorizan a decir que saben vivir y hasta pueden enseñarlo, les queda un solo camino: mentir/////PACO