“Puedo hablar con cualquier presidente. Ellos tienen su poder y yo el mío: el poder del fútbol, que es el poder más grande que existe”, dijo alguna vez João Havelange. Al presidente de la FIFA entre 1974 y 1998 le gustaba ufanarse de la obra que había construido desde la casa madre del fútbol. Cuando asumió, el número de países afiliados era de 138. Los torneos organizados por la FIFA eran sólo dos, y el más importante era la Copa del Mundo, que tenía 16 participantes. Las arcas de la organización estaban vacías de dinero. Se registraban tan solo 8 empleados en un edificio de dos pisos en Zurich. Hoy la FIFA acumula reservas por más de 1.520 millones de dólares. Duplicó los participantes de las Copas del Mundo. Cuenta con 475 empleados que ocupan una sede de 8 pisos y organizan 8 torneos internacionales. Solo entre 2010 y 2014 tuvo ingresos por 5.720 millones. Nada mal para una organización sin fines de lucro con 209 afiliados, más que las Naciones Unidas. Un poder demasiado apetecible, difícil de entregar: desde 1904 la entidad tuvo solo 10 presidentes, el último asumido hace pocos días.

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La organización

Havelange fue el hacedor del fútbol moderno devenido en negocio global. Multiplicó el poder de la organización y sus ingresos. A su salida, en 1998, dejó en su lugar a Josep Blatter, antiguo secretario general, crecido en la FIFA bajo su ala. Ambos llegaron al poder con acusaciones de compra de votos para ser elegidos. Y ambos se valieron especialmente de países futbolísticos de segundo orden, sobre todo los africanos, para sostenerse en el poder. En los últimos cuatro años, la FIFA desembolsó 1.560 millones de dólares en los países miembros a través del programa Goal, que apoya la construcción de campos de fútbol, centros de entrenamiento y estadios. Dinero que se entregan sin fiscalización alguna y que ofician como moneda de cambio de apoyo y votos. Muchos de estos proyectos no llegan a concretarse, como sucedió con donaciones en Haití luego de terremoto de 2010 y fondos para obras en las Islas Caimán y Trinidad y Tobago. Pero además, la FIFA entrega 250 mil dólares anuales a cada federación y 500 mil extras los años de mundiales. Esto se suma a las primas extraordinarias otorgadas a las confederaciones regionales.

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Sin embargo, la mejor parte se la llevan aquellos dirigentes que pasan a ocupar cargos ejecutivos. El Comité Ejecutivo, hasta las últimas elecciones el órgano de mayor poder de la organización, contaba con 25 miembros designados por las distintas confederaciones. Cada uno de ellos recibía 300.000 dólares al año, junto a un viático de 500 dólares por cada día que pasaba en Zurich o en viajes especiales dedicados a la organización. Pertenecer también permite volar en primera clase, comer en los mejores restaurantes y alojarse en hoteles cinco estrellas, que en Zurich suele ser el Baur au Lac, con vistas a los Alpes. Las cenas en Zurich después de cada reunión de trabajo se riegan con botellas de vino de hasta 400 dólares, abonadas con tarjetas corporativas de la FIFA.

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Aquella red de beneficios y las formidables ganancias de la organización le permitieron a Blatter ser reelecto en 2002, 2007 y 2011. Pero en el continente que pareció sustentar buena parte de su éxito pareció comenzar su desgracia. Al llegar a Sudáfrica para la Copa del Mundo de 2010, Blatter fue recibido como un héroe. Al fin y el cabo, era el gran responsable de llevar la máxima cita deportiva a un continente postergado. Quizás aquellos gestos de apoyo le hicieron pensar que sería una buena idea elegir seis meses después las sedes de los mundiales de 2018 y 2022 en conjunto. Planeaba una suerte de equilibrio geopolítico propio de la guerra fría: un mundial para Rusia (2018) y otro para Estado Unidos (2022). Pero el pacto de caballeros que soñaba Blatter se chocó con la realidad. Vladimir Putín se hizo con el campeonato de 2018, pero Nicolas Sarkozy (entonces presidente de Francia) y Michel Platini (entonces presidente de la UEFA, que nuclea a los clubes europeos) empujaron el Mundial a Qatar, sacrificando a los norteamericanos. La propia FIFA reconoció que aquella doble elección se trató de un error político, por las posibilidades de intercambiar votos entre los países candidatos. Lo cierto es que desde entonces las sospechas, y certezas, de corrupción asomaron sobre Zurich. Compra de votos para el Mundial, venta de apoyo para las elecciones a presidente, coimas por la venta de derechos de televisión, comercialización de entradas en el mercado negro. Todo lo que tocaba la FIFA parecía estar tenido de corrupción. De los 22 miembros del Comité Ejecutivo que votaron en la elección de las dos sedes mundialistas, al menos la mitad están acusados de corrupción. En su afán de lavado de imagen, Blatter avanzó en la conformación de investigaciones internas y externas que terminaron sin resultados concretos.

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Tiempos violentos

Sobre el monte Zürichberg, a pocos minutos del centro de Zurich, asoma hoy la sede de la FIFA. El nuevo espacio se inauguró en 2007 a un costo de 230 millones de dólares. Cuenta con dos canchas de fútbol y un edificio principal de 8 pisos, cinco de los cuales se ubican bajo tierra. La bandera del Fair Play recuerda los valores del juego. En aquella tranquilidad, parece imposible que algo del exterior afecte a los que habitan allí adentro. Como si se movieran en un mundo aparte, no alcanzado por las generales de la ley. La sombra concreta de la ley pasó fuerte por primera vez en marzo de 2008. Allí, un fiscal suizo confirmó en un fallo sobre la quebrada empresa de marketing deportivo ISL que la corrupción era una parte integral de la FIFA y que sus principales dirigentes estaban involucrados en una trama de corrupción por más de cien millones de dólares en coimas. Aquel dictamen no tuvo grandes repercusiones ni en la prensa ni en la propia FIFA. En octubre de 2010, el diario norteamericano Sunday Times reveló la trama de corrupción en el proceso de selección de las sedes de 2018 y 2022. Desde entonces, las denuncias fueron en aumento hasta llegar a su punto máximo el 27 de mayo pasado, cuando siete dirigentes fueron detenidos en Zurich a pedido de las autoridades estadounidenses, por recibir más de 100 millones de dólares en coimas por la cesión de derechos de televisión de cuatros ediciones de la Copa América. El procedimiento se repetiría el 3 de diciembre, con una nueva ola de detenciones, entre las que se destacaron Juan Ángel Napout y Alfredo Hawit Banegas, presidentes de la Conmebol y de la Concacaf. En total, 41 directivos y empresarios están acusados. Blatter, reelecto en mayo pasado, renunció tres días después.

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En septiembre, Jerome Valcke, secretario general de la FIFA, también debió dejar su cargo tras informaciones que lo implicaban en un caso de venta ilegal de entradas. Pocos días después, Blatter y Platini fueron suspendidos por «pago desleal» de dos millones de francos suizos al francés, que ninguno pudo justificar en forma convincente. Ambos hoy permanecen suspendidos. La investigación que lleva adelante la Fiscal General de Estados Unidos, Loretta Lynch, confirmó las sospechas precedentes: “La corrupción de la FIFA se convirtió en endémica. Los acusados y sus co-conspiradores corrompen la organización mediante la participación en diversas actividades delictivas, que incluyen el fraude, el soborno y el blanqueo de dinero, en la búsqueda de la ganancia personal y comercial” afirmó Lynch luego de las detenciones de diciembre.

Loretta E. Lynch. Imagen: AP//Mark Lennihan

“La FIFA vino siendo manejada hasta ahora por europeos y sudamericanos. ¿Cómo es que hasta ahora tres cuartos de la población mundial no tuvo un rol importante en el manejo del fútbol? ¿No es hora ya de darle la oportunidad a un representante de Asia?”, declaró poco antes de las recientes elecciones Salman bin Ibrahim Al-Khalifa, uno de los candidatos. El jeque, miembro de la familia real de Bahrein, un país sin elecciones, era el favorito en la previa, en medio de graves acusaciones por muertes y torturas de opositores que participaron de la primavera árabe. No parecía ser la mejor opción para una organización necesitada de más democracia y transparencia. Pero la geopolítica del deporte parecía darle buenas chances al presidente de la Confederación Asiática. El apoyo de su continente, de Rusia y sus aliados y de buena parte de África, parecía dejarlo en buena posición para alcanzar el máximo cargo. Los capitales árabes, dueños de grandes equipos europeos como el Manchester City y el Paris Saint Germain, huéspedes del Mundial de 2022, querían ir ahora por el poder de la FIFA, en una alianza de fuerzas similar a la que puso en la presidencia del Comité Olímpico Internacional al alemán Thomas Bach. El gran oponente fue el suizo Gianni Infantino, representante del eje europeo-sudamericano, territorio que vio nacer a todos los presidentes de la FIFA y a todos los campeones mundiales. Infantino logró quebrar el bloque asiático y el africano, ganó allí una buena porción de votos y se impuso en la segunda vuelta con 115 votos, contra 85 del jeque Al-Khalifa.

Imagen: ANSA/Jean-Christophe Bott.

Además de elegir al nuevo presidente, la asamblea de la FIFA votó una serie de reformas de gobierno impulsadas por el presidente interino Issa Hayatou. Símbolo del cambio de época y de la influencia norteamericana, el paquete incluye varias medidas rechazadas por la FIFA hace solo tres años, como la comprobación de la integridad de los candidatos a ocupar los cargos principales; el límite de 12 años para el mandato del presidente y los principales cargos; la supervisión periódica de los números mediante auditorías y la divulgación de los salarios y compensaciones que reciben los funcionarios. El presidente tendrá su poder limitado por un nuevo consejo de 36 miembros, que reemplaza al cuestionado Comité Ejecutivo y fijará la estrategia general de la organización. Infantino llega con el aval de su gestión como Secretario General de la UEFA, una organización sin grandes escándalos de corrupción. Sin embargo, las mismas reformas que hoy se proponen en la FIFA no tuvieron lugar en la UEFA cuando fueron propuestas hace cuatro años. Diversos informes dan cuenta que desde hace meses miembros de la justicia norteamericana se pasean por la sede la FIFA interrogando empleados y estudiando documentos. Además de las detenciones, desde allí nacieron las propuestas de reforma recientemente aprobadas. Paradojas de la historia, el mismo país que impulsa la limpieza es quien permitió que ingrese buena parte de la basura. La organización Jubilee USA fue la primera que denunció la complicidad del sistema financiero internacional en las maniobras de corrupción de los miembros de la FIFA. Según un documento de la ONG, 26 bancos, entre ellos los norteamericanos JP Morgan Chase, Bank of América y Citibank, participaron de las operaciones por más de 100 millones de dólares en coimas que investiga la fiscal Lynch. Sin embargo, sóla una operación fue reportada como sospechosa. La organización afirma que la corrupción de la FIFA fue “protegida” por el sistema financiero de Estados Unidos. “Las conductas criminales que se les atribuyen a los 41 dirigentes del fútbol y empresarios de medios implicados hasta ahora no hubieran sido posibles sin el corrupto sistema financiero de EE.UU. De ahí que este país se arroga la atribución de perseguir a quien fuera más allá de sus fronteras. En cambio, hasta hoy, casi nada se sabe de las pruebas que incriminarían a sus bancos” afirma Jubilee. El monte Zürichberg continúa soportando las tormentas, pero nada parece detener la pasión del fútbol. ¿Será esta la etapa del verdadero Fair Play?/////PACO