En una entrevista de septiembre del 2019 que se puede encontrar fácilmente en YouTube, Santiago Barrionuevo —cantante de El Mató un Policía Motorizado— sostiene delante de unos periodistas que, en los inicios de su experiencia musical, tanto su intención como la de sus compañeros era la de “empezar a hacer una música que no estaba”. ¿A qué se refiere con esta frase?
En el 2004 El Mató a un Policía Motorizado sacaba su primer simple llamado Tormenta Roja. Ese disco, que llegaría a sacudir la adormecida escena local, ponía en juego una concepción de lo “nacional” en la música que se había hegemonizado durante las décadas anteriores. Por eso, al volver a la afirmación de Barrionuevo, es posible preguntarse por las implicaciones de hacer música nueva en Argentina. ¿Qué es lo que significa hacer una música que todavía no está? Lo que Él Mató parece sugerirnos en ocho discos y poco más de quince años es que, en el campo de la música nacional, no es posible hacer sin deshacer al mismo tiempo ni renovar la propia mirada sin mirar para afuera.
Dos discos marcarían un quiebre en la escena musical y configurarían lo que sería el sonido de una época en la década del 2000. The Strokes sacaba Is This It y marcaba un antes y un después en la música norteamericana; en Europa, los Artics Monkeys hacían lo suyo con Whatever People Say I Am, That’s What I’m Not. Esas guitarras crudas que retomaban y actualizaban a los Sonic Youth se repetírían una y otra vez hasta hacer de esa repetición una propuesta estética en sí. Por lo demás, esto no impedía el diálogo con lo que había sucedido en el pasado: The Libertines, Television, The Stone Roses. Aunque si el diálogo era lo que caracterizaba la relación con el pasado en esos casos, en el de la música de Barrionuevo sería la disputa.
En Argentina, sin embargo, todo parecía estático y detenido. Rastrear cuáles eran las bandas que marcaban el pulso en aquellos años significaría advertir que, efectivamente, los nombres que aparecían en el mainstream nacional estaban lejos de tener algún punto de contacto con esos sonidos que estaban naciendo en otras partes del mundo. Porque si es cierto que Bersuit Vergarabat, Catupecu Machu, La Renga o Los Piojos influyeron en el destino de nuestra cultura musical, también lo es que fueron bandas que sonaron desfasadas en relación con su propia época.
En este contexto, algunos factores empezaron a preparar la llegada de esa música nueva que Barrionuevo buscaba. Una de las principales plataformas que democratizaron el acceso a la música fue MySpace, el mismo sitio que le permitió a los Artic Monkeys darse a conocer y tener alcance internacional. Con MySpace, el consumo de música empezó a atomizarse. El concepto de disco de más de diez canciones empezó a diluirse, y en la década que se iniciaba empezaron a escucharse discos de no más de cinco o seis canciones cada vez menos mediados por intermediarios, ya que los pequeños estudios de grabación domésticos se volvieron moneda corriente.
Por su parte, lo que sí se saturó en Argentina fue cierta cultura del “aguante”: entrar a un recital para ver “la fiesta” que se iba a vivir abajo del escenario, enfrentar las bengalas que pasaban cerca de cualquier cabeza, lidiar con la falta de aire que se podía llegar a sentir por la sobreventa del show o aguantar “heroicamente” los golpes que podía dar la policía eran sólo algunas de las consignas de un repertorio que, llegado desde la cultura del fútbol, le daban una épica particular al rock. Por momentos, parecía que el espectáculo tenía más importancia que la música. El consecuente remate de esta idiosincrasia fue la masacre de Cromañón. En ese punto de inflexión, comenzó a percibirse un desgaste de estas formas y conductas que se repetían desde hacía tiempo en la cultura del rock argentino y volvía necesario repensar la industria musical.
Todas estas condiciones hicieron que se produjeran las rajaduras por las que comenzarían a filtrarse las voces de una nueva generación diseminada en la cultura under porteña. En esta nueva cultura muchas relaciones aparecerían transformadas: la relación de los artistas con el público, la de los músicos con los empresarios o el mismo rol del público en el show. Se trataba, claro, de esa música que no estaba todavía. La misma de la que hablaba Barrionuevo en la entrevista. Y no fue sino la banda de Barrionuevo la que finalmente abanderó ese movimiento nuevo. Porque, después de todo, Él Mató delimitó los límites y las posibilidades estéticas de toda una generación.
Para recortar esos límites, Él Mató no sólo le disputó sentidos a la tradición en la que se inscribía —y sobre todo a la cultura del “aguante”— sino que también captó desde sus primeros discos lo que estaba pasando más allá de Argentina. En este sentido, El Mató atravesó un camino similar al que vivieron Los Gatos de Nebbia y el Almendra de Spinetta en los años 60 ante la aparición de los Beatles. Porque también, aparte de inaugurar lo que luego sería conocido como rock argentino, encontrarían una nueva manera de imaginar la música más allá de la tradición nacional: la sensación de que bastaban las melodías simples para poder hacer canciones.
En sus inicios, desde Tormenta Roja (2004) hasta Día de los Muertos (2008), se puede advertir una especie de continuo entre lo que se estaba dejando atrás y lo que estaba por venir. Se hace difícil pensar que en el 2020 El Mató pueda sacar un tema como “Sábado” (2004), donde se perciben algunas esquirlas de aquello que había sido dinamitado en Cromañón. Sin embargo, en Navidad de Reserva (2005) ya se advierte un corrimiento en consonancia con el panorama global. Los sonidos de la guitarra del “Niño Elefante” parecen evocar directamente a Albert Hammond Jr. (y hasta “Viejo, ebrio y perdido” da la impresión de estar compuesta para que allí descanse la voz de Julian Casablancas).
En Chica de Oro (2012), asoma ya un sonido más aplomado que define un estilo propio con atisbos de lo que luego sería la propia forma de entender la música que caracterizaría la banda. Y es ahí donde radica otra de las claves para entender por qué El Mató es la banda que marcó el paso de una época a la otra: su forma artística. Son varios los factores que de allí se desprenden. Uno de ellos es la capacidad de metabolizar la música que venía de otras partes del mundo y amoldarla a nuestro sentir. En ella habitan los Ramones, algo del pop británico y la distorsión americana, sin dejar de recuperar a un mismo tiempo algunos aspectos característicos de la cultura y del rock argentino. Además, la música y las letras de El Mató muchas veces están marcadas por la melancolía propia del tango. ¿O no es el “Villancico del Final” un anhelo de ese amor que nunca volverá? “Calor que quema, se termina la noche, no va a volver, vas a llorar, sos un blando y quema”.
Sucede algo similar cuando salen a escena: la música es la encargada de comunicar y ni Barrionuevo ni sus compañeros tienen la explosión corporal de la tradición norteamericana ni la dosificada soberbia de algunos grupos ingleses. Casi sin moverse y dejando que una extraña mezcla de potencia, romanticismo y melancolía los atraviese. El cantante de Él Mató no llega a hacer más de dos o tres intervenciones que estén por fuera de la música en sí.
Barrionuevo, entonces, vuelve a volcar marcas del afuera en la tradición nacional. La misma etiqueta de su música, “rock espacial”, remite a esa apertura hacia otras tradiciones. De este modo, el proceso atravesado por el rock nacional en los últimos 15 años se refleja claramente en su obra y la de sus compañeros de banda. Por eso, la repetición del ciclo creativo de Nebbia y Spinetta cincuenta años más tarde parece afirmar que, en los momentos de recodificación de la música argentina, la mirada hacia afuera resulta decisiva.
El Mató a un Policía Motorizado ya es hoy mucho más que aquella banda que representó una actualización en las formas sociales y estéticas de nuestro rock. Desde La Dinastía Escorpio (2012) hasta La Otra Dimensión (2019) ha logrado un sonido distintivo que de alguna forma trasciende cualquier tipo de etiquetas, aunque también es un sonido bien identificable en muchas bandas (algunas más sinceras que otras) que se vieron directamente influenciadas por la propuesta de Barrionuevo. A fin de cuentas, si es temprano para diagnosticar la deriva musical nacional, no sería aventurado pensar que, a la luz de ese universo tan particular que Él Mató supo construir sin que aún haya concluido su obra, la banda resulta uno de los símbolos culturales más contundentes y decisivos en la historia reciente del rock argentino////PACO
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