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Terra: Creo que Pablo Capanna viajó en el tiempo como todos nosotros lo hacemos y llegó a su vejez. Si tenemos suerte, también nosotros llegaremos ahí. Y si tenemos más suerte que Capanna quizás todavía nos guste leer libros a esa edad, y descubrir autores. El crítico que sentencia la muerte de su objeto de estudio porque él está muriendo hace un chiste muy malo. Dicho esto, Perec era un escritor limitado. Mala continuación de Verne, además. Y, para seguir con Wells, hay una carta de Wells a Joyce que lo expone mucho. Wells exhibe su militancia en la incomprensión de una forma obscena. Copio un párrafo. “Tu formación ha sido católica, irlandesa, subversiva -le dice Wells a Joyce-; la mía, la poca que tuve, fue científica, constructiva y supongo que inglesa. Mi mente se enmarca en un mundo donde un proceso grande de unificación y concentración es posible (un incremento del poder y del alcance gracias a la economía y a la concentración de esfuerzo), un progreso no inevitable, pero interesante y posible. Ese juego me atrajo y me tiene sujeto. Para él necesito un lenguaje, una expresión, lo más sencilla y clara posible. Tú comenzaste siendo católico, es decir, que empezaste con un sistema de valores en claro contraste con la realidad. Tu existencia mental está obsesionada con un sistema monstruoso de contradicciones. Puede que creas en la castidad, la pureza y el Dios personal, y por eso siempre estás soltando gritos de coño, mierda e infierno. Como no creo en estas cosas más que como valores muy personales, mi mente nunca se ha escandalizado por la existencia de váteres y vendas menstruales, e infortunios inmerecidos. Y mientras que a ti te criaron con la ilusión de la represión política, a mí me criaron con la ilusión de la responsabilidad política.” Es obvio que Joyce, el católico acertó más que Wells, el protestante. Bueno, al menos desde mis preferencias literarias y políticas. En el párrafo, Joyce queda casi como un escritor peronista.

Robles: Coincido en lo de Capanna. Es un gesto, además, un poco culposo, creo que él no se animaría a decir que considera que ya nada puede salir de la ciencia ficción, pero es lo que se lee entre líneas en la última edición de Ciencia Ficción: utopía y mercado, un libro que escribió y reescribió durante cuarenta años. Y que en su primera edición se llama El sentido de la ciencia ficción. El cambio de título no me parece un dato menor. En cuanto a Perec, no creo que sea un idiota. Lo veo como un autista, un tipo que se obsesiona con algo (un procedimiento, ponele) y no puede mirar más allá, no le interesa, y eso a veces perjudica el resultado. Pero tiene momentos geniales. Alguien tenía que escribir un libro sin la letra “e”. Igual, nos estamos yendo de la máquina del tiempo.

Terra: Conversar con un autista de ciencia ficción ¿no debe ser muy parecido a conversar con un idiota? El idiota me parece más divertido, quizás. Aunque la diferencia me parece válida. Instrucciones está bien. Entiendo lo que intentó hacer ahí. Pero no la terminé de leer. Luego, está el mito de la genialidad, de Oulipo, de los rompecabezas, de la barba de cabra y los ojos de serpiente. Me agota ese tipo de franceses estridentes. Intenté leer Las cosas y desistí. Después, bueno, ese experimento de escribir sin la letra e… Stephen King en Misery hace que se pierda una letra del manuscrito porque la máquina de escribir anda mal y eso tiene muchísima más fuerza narrativa. Esa letra que le falta a Paul Sheldon es un agujero terrible que es violado por la enfermera loca, una marca de su dominio… Perec es como un Cortázar, aunque Cortázar era mejor. Sí, volvamos a la máquina del tiempo.

Robles: Empezaste hablando de tu auto nuevo, y yo me puse a pensar en mí relación con los autos. Aprendí a manejar, nunca saqué el registro, nunca tuve auto. Dentro de unos días me subo a un avión y ya estoy cagado en las patas. Pero me fascina la máquina del tiempo. Ese subgénero es una especie de mundo paralelo, el del desarrollo tecnológico que nunca existió y que todo indica que, al menos hasta ahora, es absolutamente imposible. Hace unos días miraba en YouTube un documental sobre el Graf Zeppelin, el tipo que inventó los dirigibles. Al principio competían con los aviones, la idea de Zeppelin era que los viajes transoceánicos fueran regulares, por ejemplo. Algo que nunca sucedió por el famoso accidente, y más que nada, porque el famoso accidente justo estaba siendo filmado, porque en realidad no murió tanta gente. Pero todo el mundo lo vio y eso volvió inviables a los dirigibles. Ganó el avión. ¿Cómo hubiera sido una historia paralela con la máquina del tiempo? El hombre llegó a la luna, es posible que llegue a otros planetas, pero de viajes en el tiempo, hasta ahora, nada. En una vieja discusión, Gogui Marzioni me decía: “Bueno, tampoco existen los extraterrestres, que también son un producto de la ciencia ficción”. Y es cierto, pero hay algo de la imposibilidad radical del viaje en el tiempo que me seduce más. Dije “imposibilidad” y me refiero, por supuesto, al viaje hacia atrás, porque hacia adelante, como bien escribiste antes, somos todos viajeros.

Terra: Perdón, no puedo cortar tan fácil. Acabo de encontrar en la web el dato de que hay un escritor ruso de nombre Nikolái Kultiápov que usó 16.000 palabras que en ruso comienzan todas con “o” para escribir una novela que se llama La isla de Olga. Lo primero que pensé fue “pobre Olga, en una isla donde solamente se habla y se piensa con palabras que empiezan con o, qué martirio.” Después leí que Kultiápov fue coronel del Servicio Federal de Seguridad, heredero del KGB y eso me interesó muchísimo más. ¿Habrá matado a alguien? Me lo imagino interrogando a un checheno o a un ucraniano y diciéndole “bueno, yo aparte de estar acá soy escritor y escribí una novela donde todas las palabras empiezan con la o, ¿qué tal?” Me da miedo de solo pensarlo. Un tipo que es capaz de hacer eso es un refinado perverso. No recuerdo ninguna máquina del tiempo en mis lecturas, ajustadas, limitadas, de ciencia ficción rusa. ¿Hay algo? Entremos en el siglo XX. Después de la máquina de Wells, ¿qué sigue?

Robles: Siguiendo la línea cronológica estricta, el primer ejemplo que encuentro está afuera de la ciencia ficción. Es el cuento “En la noche de los tiempos”, de HP Lovecraft. Acá el viaje en el tiempo no requiere ninguna máquina. Es casi una cuestión psicológica. Un tipo se desmaya y durante varios años cambia de personalidad. Estudia lenguas antiguas, sale de viaje a Oceanía a buscar unas ruinas, etc. Hasta que un día se desmaya y vuelve a su antigua personalidad: de hecho, no se acuerda de nada de lo que hizo en los últimos años, desde el primer desmayo. Tiene pesadillas, empieza a indagar y descubre que su cuerpo fue ocupado por una entidad de un pasado remoto, mientras que su mente viajó a ese mismo pasado remoto y ocupó el cuerpo de esa entidad. El cuento termina cuando él viaja a unas ruinas de una ciudad antiquísima, típica de Lovecraft, y encuentra señales de que estuvo ahí. Acá hay un viaje en el tiempo, a un pasado remoto. No hay máquina. Es también un viaje a la locura. Al protagonista lo tratan psiquiatras, lo internan en un manicomio, etc. Pero esta historia, como casi todo Lovecraft, es una anomalía en 1920 si la leemos desde el punto de vista de lo que se estaba escribiendo en la ciencia ficción de entonces. Volviendo al género, se me ocurren dos cuentos y una novela que trabajan sobre la misma idea. Hay muchos más, pero estos son paradigmáticos. “El ruido de un trueno” de Ray Bradbury, “Todos ustedes, zombies” de Robert Heinlein y la novela El fin de la eternidad de Isaac Asimov. Todos escritos en la década de 1950. Los tres trabajan con paradojas temporales. En los tres hay viajes al pasado donde se introducen modificaciones que alteran el presente y el futuro. Cada viaje al pasado origina un mundo paralelo. Las máquinas del tiempo, en los tres, están pensadas en analogía con las naves espaciales. ¿Hasta qué punto somos libres? ¿Construimos el futuro, o somos el producto de una cadena de acontecimientos? En el fondo la pregunta en estos tres autores es sobre el libre albedrío.

Terra: O sea que tienen que pasar cincuenta años para que vuelva el tema de la máquina. En el medio, dos guerras mundiales y la transformación total del mundo. Es sintomático pero no sé de qué. La idea de Wells tenía muchas posibilidades narrativas. Y sin embargo, queda ahí, se estanca. ¿De qué año es la película, la primera versión de La máquina del tiempo?

Robles: La película es de 1960. Me quedé pensando en este bache temporal que hay entre el primer viaje en el tiempo y los otros viajes en el tiempo relevantes. En el medio hay muchos viajes al espacio, colonización de planetas desconocidos, invasiones, extraterrestres, distopías… pero ninguna máquina del tiempo. Seguro salta algún contraejemplo, pero ninguno de la magnitud de esos tres. Otra vez recurro a Capanna, que menciona como influencia de peso en la ciencia ficción de los años 50 en adelante al desencanto que produce en los lectores del género la carrera espacial. Todo lo que estaba pasando, ellos ya lo habían vivido en la literatura, de una manera mucho más intensa incluso. Pienso que quizás el tema de los viajes en el tiempo vuelve cuando empiezan a agotarse los viajes en el espacio. Pero es pura especulación, claro. ¿Vos qué pensás?

Terra: Ese tipo de deducciones me resultan muy estimativas. ¿Cómo explicar con ese método que Wells haya escrito su novela? Al mismo tiempo afinando un poco la hipótesis, las guerras y el avance de la técnica deben haber sido muy magnéticos. El realismo y la especulación se imponían desde el día a día.  

Robles: Pero vayamos a estos cuentos y a esta novela en particular. ¿De qué hablan? El viajero de Wells viaja hacia al futuro. No hay desconfianza hacia el dispositivo que posibilita el viaje. El conflicto tiene lugar porque la humanidad está llegando a su fin. Pero la máquina funciona bien. No se pone en cuestión la naturaleza de los viajes en el tiempo. En Heinlein, Bradbury y en menor medida en Asimov, lo que se problematiza son esos viajes en el tiempo. Tipos que viajan al pasado para modificar el futuro, que generan mundos alternativos y paradojas temporales a veces bastante serias. En el cuento de Heinlein la protagonista es madre y padre de sí misma, por ejemplo. En Wells hay desconfianza hacia el progreso de la humanidad, pero no en el progreso tecnológico. “Las máquinas no nos harán libres, pero al menos funcionan bien”. Acá es el artefacto, la máquina, lo que desata el conflicto. No el mal uso de la máquina, sino su misma existencia. Como si culpáramos a los autos de los accidentes de tránsito, o a los aviones de las tragedias aéreas. Y agrego algo más: lo conflictivo son los viajes al pasado.

Terra: Esa es buena. Bien. En noviembre de 1915 Einstein presentó una serie de conferencias en la Academia Prusiana de las Ciencias en las que describió la teoría de la relatividad general. Creo que vale el dato. ¿Cómo cae eso en el universo paralelo de la literatura? Para mí nadie lo escucha hasta que tiran la bomba en Hiroshima treinta años después. Ni los nazis lo escucharon. (Los nazis con la bomba atómica serían una linda y previsible ucronía. Estados Unidos arrasado, etc.) Ahora bien, cuando los narradores empiezan con las paradojas, cuando se engolosinan con las contradicciones espacio-temporales, creo que se pierde algo. Una máquina del tiempo tendría que ser una máquina de contar historias, no una máquina de generar paradojas, ni mucho menos paradojas científicas. Asimov era muy dado a esta boludina que lo transformaban en un excelente divulgador, un articulista magnético y un narrador… Bueno, quería rivalizar con Bradbury y la verdad es que nadie puede ganarle a Bradbury. Es el bonachón amable, tímido y sensual que siempre al final termina llevándose a la chica. En Rant de Palahniuk hay viajes en el tiempo, paradojas pero también aventura. Pero me estoy adelantando mucho. Rant es del 2007 y juega con todo el mazo de cartas del siglo XX. De hecho, es un mash up con líneas melódicas y una armonía muy clara, casi como Lenny Kravitz. Se roba todo pero lo hace con ritmo. Retomo, vi la película de La máquina del tiempo de Wells y me pareció magnífica. Incorpora las guerras. Tiene un aire de época y actuaciones muy simples y muy eficientes y conmovedoras. Al final Wells escribe sobre la amistad entre hombres, de ciencia o aventureros, pero sobre la amistad. La película ilustra muy bien eso. Me encanta la escena de los libros que se hacen polvo. Te la acordás, ¿no?

Robles: La volví a ver hace poco, no recordaba muchas cosas. Esa escena que mencionás es gloriosa. Hay otra que me gusta mucho, que ilustra bien el paso del tiempo. El viajero tiene su máquina en una especie de taller, y por la ventana se ve la vidriera de un local de modas. Al principio, cuando la máquina del tiempo va tomando velocidad, puede verse cómo va cambiando la ropa sobre los maniquíes de la vidriera, hasta que el local desaparece. Con respecto a las paradojas, en realidad es muy pobre el uso que le dan Asimov y Heinlein, me parece que en esta época al que mejor le sale es a Bradbury. Uno de los atractivos y de los peligros de la máquina del tiempo es que, así como te permite contar una historia, también te permite desarmarla, jugar con la causalidad, es un peligro porque el recurso corre el riesgo de transformarse en pura pirotecnia, que es lo que pasa en la mayoría de los casos. Después viene Dick, pero no me quiero adelantar tanto.

Terranova: Coincido. La máquina del tiempo como una máquina de contar historias, entonces, y como una máquina para examinar las contradicciones de la modernidad, o la modernidad a secas. Usarla para enseñar matemáticas me parece de gente muy ñoña. Las paradojas del espacio-tiempo, tan amenazadoramente wagnerianas, me resultan algo pedagógico, una nota al pie, frente a las paradojas de la neurosis, el deseo, la lengua y lo humano. Sigamos historizando.

Robles: Ya estamos llegando a Dick, pero antes (o al mismo tiempo) hay dos películas que me parecen interesantes. Una es un mediometraje francés de 1962, La jeteé, que sirvió de base para la película 12 monos. Es una historia algo melodramática que retoma, otra vez, las paradojas temporales, pero con un sesgo diferente. La trama es circular. Un chico es testigo de un asesinato en un aeropuerto. Es un episodio violento, que lo marca. Muchos años después, se transforma en una especie de agente que es enviado al pasado para cumplir con alguna misión secreta. Al final es asesinado, y descubrimos que la escena es la misma del comienzo: es decir, que lo que el chico en realidad presenció, la escena que lo obsesionó durante toda su vida,  era su propia muerte. La otra película es El planeta de los simios, de 1968. Los viajeros son astronautas, debían viajar por el espacio pero viajan en el tiempo por error y se encuentran con la humanidad animalizada, sometida por los monos, de la misma manera en que el viajero de Wells se encontraba con los seres humanos a merced de los Morlocks. Algún día me gustaría leer la novela, vos la leíste.

Terranova: Fue la película la que me llevó al libro. El planeta de los simios, la primera, dirigida por Franklin Schaffner, sí, fue durante mucho tiempo mi película preferida, de esa que volvés a ver, la que recomendás, no sé, en la que pensás, la que elegís para que sea tu preferida. Hace poco la volví a ver con Pierina. Es excelente. Charlton Heston es vital, y preciso, y duro. Ingrid Bergman rechazó el co-protagónico, el papel de Nova, y Heston se la pasó todo el rodaje resfriado por eso le sale esa voz tan nasal. Sobre la peli se dicen muchas cosas, por ejemplo, que para entrar en clima, el compositor Jerry Goldsmith grabó la música original de la película con una máscara de gorila. Sí, lo que se veía era un mono dirigiendo una orquesta. Y parece que mientras filmaban, Roddy McDowall, el actor que hacía de Cornelius, cada tanto volvía a su casa manejando sin sacarse el maquillaje de mono y le hacía caras a la gente de los otros autos en la autopista. Otra buena imagen. Un mono manejando un auto hacia los suburbios de Los Ángeles. Y todo eso está, de alguna forma, en la película. Escribí hace mucho tiempo un relato con estas ideas. Creo que es un buen relato. Por su parte, la remake que se hizo en el 2001 es prueba contundente de que el arte resulta de un cruce de intereses constante, presenta un supuesto orden con momentos de fuerte arbitrariedad y, finalmente, se constituye como un gran malentendido. Tim Burton, cuyo talento es incuestionable, disponiendo de varios millones de dólares, no pudo ni acercarse con su superproducción berreta a la síntesis y la emotividad de la película de Schaffner, un artesano discreto que hizo treinta películas de las cuales solamente dos o tres son pasables. Schaffner también dirigió Island in the streams, basada en el libro de Ernest Hemingway con George Scott en el rol protagónico… El guión que Michael Wilson y Rod Sterling prepararon con la novela de Pierre Boulle es excelente. Michael Wilson, después de El planeta de los simios, escribió Che! y no trabajó más para Hollywood. El planeta de los simios es del 68 y Che!, del 69. Tengo un amigo que dice que el talento de Wilson quedó tan golpeado después de Che! que prefirió no seguir escribiendo. Omar Sharif hacía del Che Guevara y Jack Palance de Fidel Castro, así que la hipótesis no es tan descabellada. Aparte El planeta de los simios es de 1968, una año clave. Eastwood estrenaba Koogan´s bluff que es un cowboy de Arizona en Nueva York. Pero insisto, una película que tenía todo para ser una película bizarra, divertida en su torpeza, a lo sumo entretenida, y sin embargo, salió una obra maestra de la narración cinematográfica. Lo que siguió –infinitas secuelas, series de TV, historietas, caretas de mono en carnaval– es sabroso para telespectadores entrenados en Sábados de Super Acción. Pero la película, en solitario, simplemente es perfecta. Charlton Heston arrodillado, gritando en la arena y la Estatua de la Libertad enterrada a medias en la costa, apenas ladeada, mostrando el fin del imperio y de todo lo conocido. El tabú era atómico. Taylor gritaba: “Oh my God. I’m back. I’m home. All the time, it was… We finally really did it.” ¿Quién se anima a filmar eso hoy?  Para la remake, Tim Burton dijo “nadie te da ochenta millones de dólares y te deja hacer un poema atonal”. Pero justo eso era lo que no le pedían. Nadie. Ni el estudio ni los espectadores. Hacer una remake de una película excelente, sintética, eficiente, es muy difícil. Pero si encima tomás malas decisiones como que los humanos hablen… Y nadie le pidió un poema atonal a Schaffner. No sé, la novela no me generó eso. Quizás si la repasara en estos días. Voy a hacer la prueba. Mientras tanto, ¿por qué Dick no juega con la máquina del tiempo? Quizás la máquina del tiempo sea una ruleta demasiado pesada incluso o sobre todo para un profeta.////PACO