I
Una copa de champán sostenida por la presión de dos siliconadas tetas en un escote pronunciado. Sí, eso ya se ha visto en una infinidad de películas pochocleras de los años 90 donde la sociedad, desclasada y aturdida, estaba motivada por la palabra mágica del jet set: éxito. Cuando en 1992 Francis Fukuyama publicó El fin de la Historia y el último hombre, los intelectuales que estaban cansados de aferrarse a una idea ajada y soviética de lo público decidieron abrazar a la economía con los dos brazos bien abiertos. Este politólogo venía a decir que –tres años después de la caída del Muro de Berlín- la lucha entre ideologías había concluido: el mercado wins, el mercado rules, el mercado can never die. El éxito, suministrado por toda una tradición de escuelas de negocios, era la forma en que todos podíamos triunfar y progresar en este nuevo mundo “sin pensamiento único”.

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El éxito, suministrado por toda una tradición de escuelas de negocios, era la forma en que todos podíamos triunfar y progresar en este nuevo mundo “sin pensamiento único”.

Sí, ya se ha visto a una mujer en topless recorriendo los enromes pasillos de una mansión en un monopatín a motor. También el musculoso hombre posando junto a los mejores autos del planeta. La ostentación como forma palpable de mostrar los resultados del éxito es una figurita repetida que hoy parece vieja en esta época, como a destiempo. Todo eso se ha visto -incluso con más despliegue, con más parafernalia, con más recursos de realidad aumentada- pero nunca de una forma tan light, tan políticamente correcta, tan obvia, tan escuálida. Entre los tantos auges mediáticos que proporcionan las redes sociales, aparecieron los Yotta, una caricatura de los 90 sin ironías. Los medios se hicieron reacios a llamarlos familia y prefirieron el término matrimonio. El clan Yotta está compuesto por dos muñecos de fibra y silicona llamados Bastion y María. Él tiene unos enormes músculos y una sonrisa que bien podría ganar el primer premio en un concurso de pianos. Ella tiene unas exageradas curvas que representan lo más humanamente posible el concepto de voluptuosidad. A su cuenta de Instagram @yotta_life suben fotos y videos como muestra de que el éxito aún es un valor en nuestra sociedad y que las redes sociales son el dispositivo ideal para exponerlo como una crónica objetiva. Si en un diálogo kitsch aparece el Indio Solari y les dice “el lujo es vulgaridad”, ellos bien podrían responder: “¿Vos sos feliz?”

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II
Los Yotta tienen una casona en Hollywood donde se la pasan de fiesta, ridiculizando un poco al viejo Hug Heffner, al que ya una píldora diaria de Viagra no le alcanza para ser el macho alfa de su mansión Playboy. Y además de ejercer el legítimo derecho a la ostentación, este matrimonio ha amasado una enorme fortuna de una forma, como mínimo, original. Él es el CEO de tres compañías que tienen que ver con el bienestar individual: GlobalSkin (cosméticos), GIBaCon (software para personas de la tercera edad) y Mindslimming (productos dietarios). Un cínico compacto de lo que hoy significa vivir bien. Su relevancia radica en que han sabido leer las vicisitudes de la época y el cambio nodal en las estructuras del capitalismo que las nuevas tecnologías le inyectaron. Si en el ocaso del siglo XX la armamentística publicitaria debía persuadir a la humanidad en que la única forma de ser libre era ingresando a un mercado formal como un consumidor para poder consumir con libertad, ¿qué cambió con la llegada de Internet y su novedosa red de redes de la individuación? Ya todos aceptados como consumidores -todos tenemos una voz en el profundo océano de la web-, el arsenal corporativo debía asentar a esa masa en la escala del progreso económico pero salvaguardando las reglas de juego. Que no haya forma de que las estructuras se pongan en duda. Si la economía ya se instaló como campo de juego, ¿para qué seguir taladrando las cabezas con el mecanismo del éxito? Hoy, la palabra que se desliza por las revistas del jet set es felicidad.

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Si en un diálogo kitsch aparece el Indio Solari y les dice “el lujo es vulgaridad”, ellos bien podrían responder: “¿Vos sos feliz?”

Para la psiquiatra argentina Geraldine Peronace -que estudia el avance de las drogas de diseño- el concepto de éxito fue sustituido por el de felicidad. Si en los 90 había que ser exitoso, hoy hay que ser feliz. Las redes sociales con su lógica de la exhibición y la construcción social de usuarios sensibles han contribuido a forjar individuos demostrativos que existen –como todo lenguaje lo determina- a partir de la aceptación. Esto implica un intercambio permanente de emociones, de autoestimas, de estados de ánimo. Pero como todo se mueve dentro de la corrección política, la autodestrucción ya no tiene lugar. Por eso aparece el culto al cuerpo, como un engranaje del bienestar, no sólo por la belleza de la musculación sino también de la buena salud. El mercado editorial también puede dar un pantallazo contemporáneo: autoayuda, New Age, celebridades contando sus sueños, psicólogos amistosos, ficciones de la moraleja, escritores adolescentes, sensiblería, coaching motivacional, más autoayuda. No parece ser casualidad que proliferen tatuajes del tipo soltar, carpe diem, enjoy, be yourself, let it be, freedom, todo vueve, believe. El minimalismo regresó con una cuota de egoísmo enérgico: sé tú mismo, sé feliz. Dentro de este marco juega el matrimonio Yotta. Su lema es “la vida es un picnic” y entre sus frases de cabecera -todo sujeto inseguro necesita una frase que inspire seguridad- está: “No hay separación entre el placer y el trabajo. Sólo se vive una vez”. Y como buenos gurúes motivacionales del espíritu ganador, han sabido forjar una marca que se dibuja casi como una firma, como un sello, como el sonido del platillo luego del repiqueteo en el redoblante: Vive Yotta. Incluso no resultaría descabellado enterarse que han contratado a un equipo de Social Media para que las cosas sean lo más profesionales posibles.

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III
Si Ricardo Fort se levantara de su tumba, pondría el grito en el cielo y se adjudicaría la forma estilística de ostentación que este matrimonio proclama como propia. Pero si así lo hiciera, el hombre I know you want me se estaría olvidando de un factor clave: su homosexualidad. Los Yotta venden sexo universal, el de los músculos, el delas siliconas, el de los lujos, el del bronceado en un crucero privado. Los Yotta venden heterosexualidad normativa, la aprobada por tradiciones de machos y hembras, la de la corrección política, la que está ok, la que el exceso y la ostentación no anulan. ¿Qué sucedería si estas lujosas fiestas serían dirigidas por una pareja de anfitriones gay? Algo se deja vislumbrar cuando en las fotos aparece la señora Yotta junto a otras mujeres en poses provocativas hacia su marido, pero no se alejaría de un simple juego de seducción que bordea la infidelidad inclusiva. Más allá de eso, los modelos tradicionales de hombre y mujer no se rompen ya que Bastian es el macho alfa y María, la femme fatal. De esta forma proporcionaní una suerte de invite a la perversión en el nivel de la imaginación ya que no hay ningún orden subvertido, ni ningún plano por pervertir.

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El minimalismo regresó con una cuota de egoísmo enérgico: sé tú mismo, sé feliz. Dentro de este marco juega el matrimonio Yotta.

Cuando a Francisco Delgado le preguntaron qué haría con la guita si ganaba Gran Hermano 2015, dibujó con sus palabras el paisaje del sentido común adolescente: “crucero, mujeres, alcohol”. Luego sonrió, intentó mantener la impostura, pero la obviedad indicaba que ese dinero lo gastaría en su hija recién nacida y en el nene que concibió junto a Gisela Bernal en sus noches de “crucero, mujeres, alcohol” mientras la paternidad le quedó encajada a Ariel Diwan. ¿Por qué Francisco Delgado no se gastaría su premio en una buena tarde de -atención al término de moda- reviente? Porque lo que quiere el tipo es ser feliz. Hoy, flamante ganador del reality más caricaturesco y con 29 años, quizás lamerá un tiempo la fruta del éxito mediático aprovechando las presencias pagas en los boliches, las selfies con quinceañeras en celos, el recorrido por los programas de panelistas que Daniel Vila supo construir como una franquicia de comida rápida. Seguramente estirará esta pizca de adolescencia tardía que le queda por aprovechar bajo las luces de la fama y luego, una vez que entienda que el éxito ya no tiene el peso que tenía cuando él era un pendejo, cuando sepa que esto que le está pasando es una simple y azarosa mano de cartas se dedicará a afrontar el mandato de la época, el de ser feliz. Para eso tiene las redes sociales, para contar en qué nivel de felicidad se encuentra y un ejército de fans que le harán notar cuánto les importa que él lo cuente. Luego de que Frank Underwood, en la serie House of Cards, se garche a la ingenua Zoe Barnes, le dice: “Todo en el mundo se trata sobre sexo, menos el sexo que se trata sobre poder”. Para nosotros la ostentación Yotta es puro sexo desbocado, hedonismo sin límites, lujo, relax, ambición. Pero no es sólo eso, detrás, bien al fondo, en una cueva sellada herméticamente, está el poder: lo que los pone a ellos como exhibidores y a nosotros como espectadores. Con ese poder, ellos son felices. Sin ese poder, ¿lo serían?////////PACO