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En el espacio los cadáveres no se pudren.

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El universo observable contiene trescientos millones de planetas como el nuestro. Explorarlos a todos con nuestra tecnología actual tomaría más tiempo del que le queda a nuestro Sol.

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Viajar al espacio es un acto de valentía. Los cohetes espaciales son los vehículos más potentes que creó la humanidad. Las toberas alcanzan temperaturas de fundición. La presión aumenta. Se siente en el pecho, en la garganta y en la nuca. La vibración cesa cuando las partículas cada vez más dispersas de la atmosfera quedan atrás. Las ondas mecánicas quedan truncas, el sonido ya no se propaga. La nave está en órbita. ¿Cuántos podrán hacerlo? ¿A cuántos vamos a poder llevar?

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La capacidad espacial de la humanidad es pobre. Todos nuestros satélites, sondas y naves dibujan apenas algunas líneas en la negrura cósmica. Círculos nerviosos alrededor de la Tierra y unos pocos trazos que se escapan tangencialmente hacia la Luna, Marte, Saturno y Plutón. Guiados por la sonda Voyager que atraviesa porciones ínfimas de espacio en lo que a escala universal respecta, buscamos por fuera de la influencia del Sol. ¿Puede lo humano continuar fuera de la galaxia?

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La sonda espacial Voyager se encuentra operativa desde 1977. Se planificó su utilidad hasta el año 2025. Entonces no le quedara energía suficiente para alimentar ninguno de los instrumentos de medición que carga en su interior, ni para retransmitir información. La sonda navegara muda por el espacio interestelar. A partir de allí no será más que una roca artificial tallada donde se cifra lo humano, sin humanos.

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El astrónomo Frank Drake formuló una ecuación para estimar la cantidad de civilizaciones de nuestra galaxia. Su pregunta presiona. Las respuestas son todas igual de desalentadoras si no tenemos forma de llegar a ellas.

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Explorar el universo representa no solo la posibilidad de deshacernos de nuestra soledad al encontrar vida inteligente, incluso en un rango de inteligencia parecido al nuestro y comunicarnos con algo distinto. También representa otra cosa: la supervivencia. Vamos a necesitar un planeta nuevo, un Sol nuevo. El esfuerzo ecologista es inútil. Cuando nuestro Sol se vuelva una roca tibia incapaz de alimentarnos, apagada su luz, nos vamos o nos extinguimos.

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Pesé a lo torpe que pueda ser vista desde afuera nuestra actividad cosmonáutica, salir de la protección terrestre es la proeza tecnológica más relevante de la humanidad. Viajamos con atmosferas artificiales contenidas en presurizados módulos metálicos. Todo hecho por razón y pericia de la humanidad. Sin embargo, nuestras naves espaciales aún no tienen potencia ni autonomía suficiente para llevarnos a ningún lugar de relevancia. La extinción es un holograma inofensivo en el presente, proyectándose con crueldad y peligro real desde el futuro. La última generación de la humanidad en la Tierra habitará una realidad empecinada en destruirla. Van a ser los hijos de alguien los que sufran.

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Para dentro de pocos años se espera que empecemos a colonizar Marte. El capricho de multimillonarios es en la actualidad la única opción disponible. Ya no hay esfuerzos conjuntos. No podemos trasformar la geografía de todo un planeta, ni modificar la inmensa masa atmosférica de otro cuerpo celeste. Es imposible para nuestro estatus tecnológico. Lo haremos entonces de forma moderada. Con pequeños habitáculos que desplegaremos con mucho orgullo y que sin duda serán insignia de la ciencia de frontera. Estos habitáculos van a estar preparados para resistir las inclemencias climáticas, para brindar confort a nuestro cuerpo y a nuestra psiquis, pero de ninguna manera podrían resistir, por ejemplo, un ataque enemigo.

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En el espacio somos infantes. Poco más que niños aprendiendo a caminar.

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Yuri Gagarin fue un hombre valiente.

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En la universidad tuve un profesor que trabajó para la NASA. Se encargó de diseñar las toberas que se usaron en los lanzamientos aeroespaciales del proyecto Pegasus. Cuando su madre enfermó volvió al país y concursó para jefe de catedra de Física Moderna II y Astrofísica. Yo fui el último alumno que tuvo. Después se jubiló y hace unos meses me enteré que murió por el virus. Su teoría sobre el universo no era radical, pero guardaba una interpretación simbólica distinta a la aceptada. Planteaba que la soledad de la humanidad en el universo era inevitable. Independientemente de la cantidad de sistemas en los que hubiese vida, para él la ecuación de Drake no tenía relevancia pragmática. La soledad de la humanidad era una condición inherente de nuestra especie. Cuanto más parecido sean los especímenes encontrados, más en evidencia quedará ese rasgo propio, ambiguo entre lo natural y lo artificial. Algo que estuvo dado y que se modeló con siglos de cultura y lenguaje.

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Los primeros pasos de la exploración espacial respondieron primero al poder, luego al consumo. El turismo espacial es otra forma de vender individualismo. Ocurren movimientos paralelos, una búsqueda solitaria para terminar con la soledad. De esta manera, cerramos círculos nerviosos sobre nosotros mismos. Una caminata alrededor de la única búsqueda que importa: dejar de estar solos en lo inabarcable.////PACO

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