Estambul

Habíamos abordado el avión. El 99.9% de los pasajeros eran rumanos. Apenas se elevó a los cielos, todos, viejos, jóvenes, madres, padres y abuelos, se santigüaron varias veces a la usanza católica ortodoxa. Era como golpes que a uno le compelían a santigüarse por las buenas o por las malas. Las miradas eran como reclamos intimidatorios, como si nos quisieran hacer sentir la localía. No eran movimientos de santigüación con recogimiento. Eran cual si trataran de vengar a Constantin Brancoveanu, el rey ejecutado por los otomanos por negarse a aceptar la religión musulmana. Por eso, se convirtió en mártir y santo ortodoxo.

De pronto nos santigüamos a la usanza católica, y entonces fue peor. Sus rostros se ofendieron más. Y caímos en la cuenta de que, dentro del cristianismo, había abismos insalvables. Aunque eso es otro tema, porque eso viene desde el gran Cisma del año 1054. Es cierto que la Iglesia católica y la ortodoxa son primas hermanas, y por eso son las religiones cristianas que no son “sectas”. Cuando descendimos a territorio rumano (no imaginábamos que se vendría el tiempo del ayuno), se santigüaron de nuevo, pero esta vez miraron de reojo. ¿Por qué no nos habíamos dado cuenta de que el deporte nacional era la humillación? ¿Quizá porque íbamos en busca de un milagro? En todos los casos, ¿qué significaba un milagro para los ortodoxos?

Cusco

Éramos jóvenes y nos creíamos inmortales. Salíamos en plan de “chicos conocen chicas”. Éramos chicos bien de colegios católicos; nosotros salesianos y ellas de distintos colegios de monjas. En aquel momento pasábamos por una de las basílicas principales de la ciudad y mientras subíamos las gradas amplias del templo alguien dijo: “¿Qué, vamos a tener una experiencia religiosa?” (en esos días, Enrique Iglesias estrenaba su canción del mismo nombre). Todos reímos; es decir, nadie pensaba en que “los amigos del novio no tienen por qué estar de duelo mientras el novio está con ellos, ¿verdad? Pero llegará el día en que les quitarán el novio y entonces sí ayunarán” (Mateo 9:15). Esto era en referencia a cuando Jesucristo responde acerca de por qué sus discípulos no ayunaban.

Un año después de aquello, por temas deportivos, nos enrolamos en el budismo tibetano gracias a un afiche del dojo de karate. Todos los adultos, con rostros contrariados, nos preguntaban qué hacíamos ahí, qué nos había pasado en la vida si éramos tan jovencitos y ni siquiera habíamos terminado el colegio. Todos tenían, sin excepción, rostros occidentales roídos por la vida. El líder era un alemán llamado Oliver, a cargo de las meditaciones. Poco después organizaron la llegada de un maestro budista del Tíbet en el valle sagrado de los inkas. Todos se opusieron: nuestros padres y los adultos del grupo de budismo tibetano. Muchos años después, comprendimos esos rostros. Pero, en aquella ocasión, nosotros sólo buscábamos un complemento para el deporte. De modo que, ¿no eran esos adultos de orígenes católicos quienes de alguna manera estaban en ayuno y buscaban un milagro en una religión oriental? Entonces, ¿qué era o qué es un milagro para la Iglesia católica? Según nos enseñaron en el catecismo en la infancia, es “un signo o una maravilla, como una curación o control de la naturaleza que sólo puede atribuirse al poder divino”.

Buenos Aires

La vimos por vez primera dibujada en una pieza de hotel de una estrella (caída), es decir, de “mala muerte”, en Buenos Aires. Apenas abrimos la puerta de la pieza, casi todas las paredes estaban pintadas sobre papelones con figuras religiosas cristianas de estilo bizantino. De inmediato vino a nuestra cabeza que allí alguien había perdido la cordura. Muchos años después caímos en la cuenta de que aquella persona estaba pidiendo auxilio. Pero una imagen entre todas llamaba nuestra atención. Los ojos dibujados eran demasiado “matadores”. De modo que le preguntamos a la artista si la imagen pertenecía a la Virgen María, a lo que la artista contestó con un “no” rotundo y nos dijo que se trataba de una santa con un nombre difícil de pronunciar. Al segundo o tercer intento logramos dar con el nombre correcto. ¿Estaba en ayunas y buscaba el milagro al pintar esas imágenes bizantinas cristianas esa esposa-artista de Europa del este perdida en una ciudad de la furia occidental? Para los ortodoxos, un milagro es “una forma de presencia de Dios en la tierra”.

Epivata

Santa Parascheva (pronúnciese “Parasqueva”) nació en Epivata, en el seno de una familia rica y aristocrática, en la comunidad Tracia en el siglo XI. Los búlgaros la conocen como Petka. Parascheva significa “viernes”. Se dice que de niña fue muy piadosa y que a los diez años oyó el llamado de Dios: “Quien quiera venir conmigo debe cargar su cruz y seguirme”. Impresionaron hondamente esas palabras en la niña. Optó por la vida monacal, contra la opinión de sus padres. Ya muertos, donó toda su fortuna a los pobres. Pasó muchos años en el monasterio de Heraclea de Constantinopla. Volvió a su natal Epivata sin decir quién realmente era y fue enterrada como extranjera. Pasaron ciento veinte años sin saberse nada de ella. En 1641, un tal Vasile Lupu (Lobo) la trajo para Iasi y puso sus restos en el monasterio de los Santos Jerarcas. Después del incendio de este templo y que los restos de la santa no sufrieran daños, fue trasladada a la catedral de Iasi. Con el tiempo se convirtió en la santa nacional rumana. Es la santa de las causas imposibles y es venerada cada 14 de octubre rodeada de una muchedumbre que, por supuesto, va en busca de algún milagro para la salud y los estudios.

Aunque para los ortodoxos la idea de milagros es distinta, las peregrinaciones con mucha gente no difieren tanto de las occidentales. El investigador del Instituto de las Religiones de la Academia rumana de Bucarest, Mirel Banica, hace una crítica a la religión occidental: “La comisión de Lourdes ha identificado y aceptado solo 67 milagros, considerados de curación divina. Pero las paredes de Lourdes están cubiertas de miles de mensajes de agradecimientos. El racionalismo teológico del mundo católico fue codificado muy pronto. Hoy un milagro en Occidente parece una forma de legitimación histórica, un arcaísmo religioso.”

Iasi

Nos fuimos de manera intempestiva, casi a la volada, hacia la estación de trenes de Gara de Nord en Bucarest, con destino a Iasi (se pronuncia “yashi”), capital de la Moldavia rumana. Y aún no imaginábamos lo que nos depararía Iasi. En el tren, por supuesto, estaba el agente que nos observaba con su mirada estratégica. Se notaba a leguas que nosotros estábamos en ayuno y débiles, y aún así percibíamos la suficiencia y altanería con la que observaba a unos sudamericanitos. Arribamos a Iasi después de que nuestras espaldas resistieron las vibraciones de tren durante casi doce horas de viaje. Durante la mañana, unas pocas horas antes de llegar a nuestro destino, nos preguntábamos con Hannah si era tan milagrosa esa santa que apareció pintada en Buenos Aires y si realmente existían los milagros. Mientras, la “escolta” policial seguía imperturbable.

Después, en la conexión-parada de Pascani, mientras degustábamos una sandía rumana que un camionero nos regaló porque adujo que no podía vendernos (habíamos decidido dar una caminata por el pueblo hasta que llegara nuestro tren de conexión), Hannah recibió un mensaje al grupo de WhatsApp del master en diplomacia que estudiábamos con la siguiente frase: “What are you doing in Pascani?”. Hannah dijo que era “el loco” (un compañero que hacía muchas preguntas y que de manera irónica nos llamaba espías y por eso le llamábamos loco). Le respondimos: “Guess what”. De manera que en ese sentido, en esa realidad cotidiana, no había milagros, excepto el milagro de la sandía jugosa.

Abordamos la conexión de Pascani para Iasi. A nuestro arribo, por supuesto, también fuimos escoltados hasta la catedral. Habíamos preguntado a un transeúnte y nos dijo que estaba solo 10 minutos caminando. Entramos a la catedral. Había una cola relativamente larga para besar la urna de la santa y los demás iconos de la iglesia al estilo católico ortodoxo. Eso incluía que un sacerdote dibujara una cruz de aceite en la frente de cada uno. Llegado nuestro turno, al tocar la urna de la santa, la sentimos blanda, como si fuera piel y con el exacto calor humano que tiene un pecho. Después, cuando giramos nuestro rostro hacia la urna, el sacerdote estaba untando aceite a los feligreses de manera normal. Eso era todo.

Cuando salimos del templo vimos que Hannah yacía sentada en un poyo pétreo, muy pensativa. Nos dijo que sentía una energía fuerte. “Es un lugar de peregrinación”, le contestamos. Insistió en lo de la energía y que sentía un espíritu joven. Nosotros le dijimos que la sentimos viva, es decir a la santa. No nos dijimos nada. Nuestros boletos de vuelta eran para ese mismo día, así que después de una merienda abordamos nuestro tren a Bucarest. Casi a mitad de camino, por un tema de la temporada de lluvias en el territorio rumano, una agente del tren nos anunció que estaríamos varados hasta nuevo aviso. Eso era terrible, de modo que nos preparábamos a quedarnos en la odisea que se nos venía y nos agarramos bien fuerte al tren.

Una abuela joven de corazón y amorosa le había tomado cariño a Hannah durante el viaje y nosotros hacíamos de traductores del rumano al español para ella. Cuando volvimos, Hannah nos preguntó dónde rayos habíamos estado, pues nos necesitaba de traductores porque la señora había tratado de decirle algo. Más tarde volvió la abuela amorosa y nos dijo que su yerno había venido de Bucarest con su auto y que había espacio para los dos. De modo que esa noche el yerno nos dejó en la puerta de nuestro edificio de arquitectura comunista y dormimos en nuestros aposentos calientes y no en el gélido metálico tren. ¿Acaso no era eso un milagro? El mismo Banica considera que los milagros de estos tiempos necesitan publicidad y propaganda, y pone el ejemplo de un monje ortodoxo “canonizado” por la población en internet. Para la iglesia ortodoxa siempre existe la duda y abren bien los ojos. Son bastante racionales, paradójicamente, aunque los feligreses ortodoxos rumanos de a pie se están “occidentalizando”, pues no pintarán las paredes de sus templos, pero ya empiezan con “pintar” las páginas en internet y el boca a boca sobre tal o cual santo o santa hacedora de milagros.

Cernica

Nuestro amigo rumano que, según él, gracias a su esfuerzo, pudo construir su paraíso a las afueras de Bucarest, se había graduado con honores y las máximas calificaciones en medicina, pero por circunstancias de la vida se dedicó a la traducción para grandes compañías de aparatos médicos. Más tarde, estudió administración de empresas e hizo crecer su empresa. Entre el living y el jardín nos dijo que había pensado que ese paraíso de aire natural a las afueras de Bucarest podría ser una trampa, puesto que ya nada era como en el pasado. Su misma facultad de medicina, tan reputada, ya no era lo que antes. “Construí esta casa para traer a mi familia y apartarlos de la locura de Bucarest, pero caí en la cuenta de que aunque pusiera a mis hijos en las mejores escuelas anglosajonas privadas de Bucarest, este paraíso que construí sería absorbido por la estupidez que reina en mi país, pues además de ello me di cuenta de que mis hijos serían contagiados por la estupidez al entrar en contacto con su entorno. Así que les compré una casa en Inglaterra y los envié ahí con mi esposa”. Mientras tanto, él buscaría un reemplazante para dirigir la compañía y “empujar” a sus empleados, porque solamente trabajaban cuando el dueño estaba presente.

Encendió su automóvil y nos llevó al Monasterio de Cernica, que estaba cerca. Cuando entramos al templo principal dijo no entender la costumbre de besar los iconos (las imágenes religiosas ortodoxas). “¡Míralos cómo besan los cuadros, de manera mecánica e hipócrita, mejor deberían ayudar al prójimo! ¡Y lo peor de todo, se pueden contagiar de enfermedades!” También dijo que prefería la religión católica, pues los católicos tenían hospitales y comedores para los pobres. Incluso el matrimonio en la iglesia católica se contemplaba una sola vez en la vida, mientras que en la iglesia ortodoxa uno se podía casar hasta tres veces. ¿Buscaba nuestro amigo exitoso y con la vida resuelta no sólo humillar su religión, sino también un milagro para su país frente a unos muchachos católicos? En ese momento se cifró todo. Deseaba el milagro de la ayuda a los pobres al estilo católico. Más nosotros le replicamos que los ortodoxos de a pie aducen que la iglesia ortodoxa no posee tanta riqueza como el Vaticano. El médico devenido en empresario solo pronunció un: ‘Bah’.

Bucarest

Mientras caminamos por el frontis de la Facultad de Derecho con un joven amigo, en medio de nuestras conversaciones, comentamos lo acontecido con la santa en Iasi. La habíamos sentido viva, real y caliente. Él dijo que quizá todo había ocurrido en nuestra mente. Para no contradecirle, coincidimos y le dijimos que lo más probable era que todo ocurriera en nuestra mente. Lo mantendríamos como una especie de milagro privado.

En otra circunstancia, una persona muy cercana a nosotros nos dijo que la “religión en Rumania era la humillación” cuando le conté lo ocurrido en el avión en Estambul. La humillación es como el deporte nacional. Es cierto que en todas partes existe, dijo esta persona, pero la característica en el pueblo rumano era que si tenían o querían humillar a alguien, lo hacían incluso si tenían que sacrificar su propia imagen, integridad, reputación, salud, etcétera. Por ejemplo, si se sienten humillados, ya sea por algo real o por una percepción de sus mentes, y si por eso tienen que humillar al esposo o esposa, lo harán incluso a costa de perder su felicidad matrimonial. Lo mismo para los novios: incluso si saben que se trata de la persona de su vida, si tiene que humillarlo (o humillarla) lo harán a costa de perderlo todo. Es una especie de pulsión de muerte característica de los rumanos. Quizá el origen de esto se encuentre en que el emperador Trajano humilló al último rey dacio, Decebal. Para morigerar la humillación, los rumanos dicen que estaba ebrio y con muchas mujeres cuando Trajano le atacó. “De lo contrario, no nos conquistaban”, dicen. Es por eso por lo que el filósofo Emil Cioran dice que el pueblo rumano es un pueblo maldito.

Por supuesto, lo que nos une a la Iglesia católica y ortodoxa es la devoción por la Virgen María. También nos une que en la liturgia lo más importante es la Eucaristía. Aunque nos desune que en la Iglesia católica se recibe, en la comunión, solamente el cuerpo (salvo en la Primera Comunión donde recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo); mas los ortodoxos reciben en la comunión, el cuerpo y la sangre de Cristo. En cuestiones teologales ellos consideran que no han modificado nada y por eso precisamente se llaman ortodoxos, es decir que preservan la creencia y la doctrina original. Volviendo a la Virgen María, que nos une de manera fundamental, hay también diferencias. Consideran que la Virgen María nació con el pecado original, y que sólo en el momento de la anunciación del Arcángel Gabriel quedó limpia de pecado, contrario a algunos teólogos católicos que consideran que la Virgen María nació sin el pecado original. El argumento es que la madre de Jesús nació, como todos nosotros los humanos, con el pecado original. Es decir, el milagro para los católicos se habría producido en la concepción de María; para los ortodoxos, en la anunciación.

Solo con esa diferencia se pueden producir interminables discusiones y debates teologales entre católicos y ortodoxos. Para los católicos según catholic.net un milagro es “un hecho producido por una intervención especial de Dios, que escapa al orden de las causas naturales por El establecidas y destinado a un fin espiritual”. Para los ortodoxos es similar pero en tiempos modernos, como dice el Doctor Banica, se necesita de propaganda. Y agrega que la juventud rumana moderna que trabaja en multinacionales ha perdido la espiritualidad y que solamente cree en el psicoanálisis, mas no en la confesión. También señala que esos jóvenes nacidos después de los noventas miran el modelo occidental y que, por ejemplo, cuando Banica va a la peregrinación de la santa Parascheva, ven que dan dinero como si fuera una contraprestación cuando debería ser una cuestión espiritual. En cuanto a los rumanos ortodoxos de a pie un poco más versados, consideran que la Iglesia católica fue la que se separó por un tema económico y que en posteriores defensas contra las invasiones de los otomanos aducen que fueron abandonados en cuanto a los refuerzos de la Iglesia occidental en defensa de la cristiandad. Y eso es lo que ha quedado y calado profundo en el subconsciente colectivo rumano.

En aquel 1641, cuando Vasile Lupu fue en busca de la santa, como feligrés rico y acomodado, ¿buscaba promover a la santa Parascheva? ¿Fue un milagro el movimiento de Lupu? ¿Imaginó que se convertiría en la santa nacional rumana? ¿Buscaba un milagro en la religión cristiana de Parascheva para el pueblo rumano, entre ellos, que finalmente obrara el milagro contra el deporte nacional de la humillación?//////////PACO