I
Hay una frase falsa de Teodoro Adorno respecto al campo de concentración de Auschwitz: después de Auschwitz ya no podrá escribirse más poesía. Slavoj Žižek la reformuló ajustando los significados de verso y prosa. El resultado es: no es poesía lo que no podrá escribirse después de Auschwitz sino más bien prosa. Michel Houellebecq encontró una variante propia. Su frase es que después de Hiroshima no podrá escribirse ciencia ficción. Me pidieron que sea breve. ¿Podrá haber Unión Europea después de la integración de Rumania? Las noticias desde Europa no son esperanzadoras (para los europeos). ¿Qué tiene este pueblo de Europa del Este, esta nación arrasada por las dictaduras más violentas, hoy dedicada al asesinato estatal de perros, que lo hace incompatible con el resto del continente?

article-2533912-1A633DBF00000578-465_634x711

A comienzos de este año, Rumania —junto a Bulgaria— fue anexada por completo a la Unión Europea. Es uno de los últimos países de aquella región subdesarrollada de Europa —donde Steven Seagal filmó varias de sus últimas películas— a la que se llama con condescendencia Europa del Este. La última anexión de países del este del tiempo europeo se había hecho en 2007. Las autoridades laboristas inglesas prepararon a Gran Bretaña para lo que calcularon que sería una invasión de mano de obra barata. Como parte funcional de la Comunidad Europea, los rumanos también tendrían ahora libre acceso a su país. Antes de la llegada había listos unos 5.000 puestos de trabajo para ellos (en términos laborales parecidos a los que un mexicano puede asimilar al llegar a los Estados Unidos). Durante un desayuno con «jóvenes inmigrantes rumanos», en enero, el laborista inglés Keith Vaz, uno de los políticos más dispuestos a una recepción amistosa de los nuevos europeos, podía verse no tanto incómodo como… estupefacto.

article-2532062-1A5DA1B900000578-841_634x393
Los rumanos con los que se sacó fotos —los ejemplares más presentables al pueblo progresista inglés— tenían caras cansadas y ojerosas. En una foto hay dos hombres rubios, mal vestidos, jóvenes. El funcionario inglés toma café y los rumanos toman agua mineral de una botella. Tienen la misma sonrisa de esos chicos de la calle que superaron la adolescencia y ayudan espontáneamente a las viejas a cruzar las avenidas de Barrio Norte. En medio de esa recepción política, la opinión pública era que la llegada de los rumanos colapsaría el sistema de transporte y los servicios sanitarios públicos de las islas. La expectativa ante los primeros inmigrantes con derechos plenos de residencia y trabajo —llegaron en las primeras horas de 2014 en aviones con las cabeceras rojas— era parecida a lo que puedan imaginarse quienes hayan leído esa novela de Coetzee que se llama Esperando a los bárbaros.

II
La historia de Rumania es la de un enorme baño de sangre, seguido por un enorme baño de sangre, seguido por un enorme baño de sangre. No es casual que el Conde Drácula haya fabricado su castillo en ese hermoso país. Pero los inmigrantes rumanos, flamantes ciudadanos europeos, dicen que no vienen por la sangre de sus hermanos. Solamente quieren convertir las libras que ganen trabajando en euros y mandarlas a casa (los inmigrante búlgaros también, pero el espíritu es distinto: entre los búlgaros también llegan hermosas rubias en la flor de la vida, las auténticas bellezas de Europa del Este: la integración está asegurada). Victor Spirescu, un rumano de treinta años que ya había trabajado lavando autos y en la construcción, les dijo a los medios en el aeropuerto que no quería quedarse a vivir en Inglaterra. En un inglés rústico: «I want to renovate my home and to make a good life in Romania because it’s much easier to live in Romania because it’s not expensive».

article-2532062-1A5DA4AA00000578-547_634x429
El Primer Ministro David Cameron, por otro lado, propuso recortar el número de inmigrantes este año a Gran Bretaña de 250.000 a 100.000. Cualquier que haya caminado por Londres entenderá que ya no se trata de salvaguardar la pureza étnica del viejo Imperio: se trata de estricta economía. Esto va a someterse pronto a un referéndum (mientras tanto, las páginas de oferta de trabajo siguen publicando los puestos menos atractivos en rumano). Llegaron algunos profesionales de Rumania, también. Médicos con trabajos listos para asimilarse. Pero la asimilación rumana no es nada fácil. En Francia, de hecho, el ministro de Interior Manuel Valls había dicho públicamente ya en 2013 que los rumanos y los búlgaros debían volver a sus países porque eran incapaces de integrarse a Francia. «Oui, nous devons dire la vérité aux Français. Ces populations ont un mode de vie qui est très différente de la nôtre, et ils sont évidemment en confrontation avec les populations locales». Si el francés no es lo suyo, pueden quedarse con la elocuencia del très différente de la nôtre. En Paris y Marsella los rumanos habían hecho sus campamentos en espacios públicos, habían arrasado con las condiciones de habitabilidad de sus vecinos y su único aporte reconocido a la sociedad había sido en el rubro de la delincuencia y la propagación de enfermedades (estos dos asuntos se cruzaban en uno de los recursos rumanos que más indignaron a sus nuevos anfitriones: para robar los rumanos preferían reclutar menores de edad). Buena parte eran gitanos, obligados a subirse a un avión directo a Rumania.

article-2432217-16A2D74F000005DC-600_634x418
III
Muchos de los rumanos que viajan a Inglaterra comienzan el traslado en micro hacia países donde el trayecto en avión resulte más barato. Lo interesante es que ningún rumano va a indignarse por lo que están a punto de leer. En tal caso, es más probable que la educación rumana integre pronto este proceso al resto de la formación espiritual de su pueblo. El primer paso fronterizo es Hungría. Esta es otra nación parecida a Rumania, probablemente más aburrida, pero ya asimilada. Igual que los perros callejeros cuando son aceptados bajo la protección de algún amo misericordioso, los húngaros desprecian a los rumanos. El control de documentos de un micro puede durar hasta doce horas (y la coima para evitar el control cuesta trescientos euros). Ningún rumano se queja: entienden que ser rumano, en el resto de Europa, significa ser gitano. Y nadie confía en los gitanos.

19-jul-js-romas 22.jpg

En los micros rumanos que cruzan Europa no hay inodoros. El vapor adentro está tan condensado que no se puede ver por las ventanas (un periodista hizo el viaje con ellos, pueden googlear). Imaginen un micro cruzando seis países hasta llegar a Inglaterra. Un promedio de setenta pasajeros: carpinteros, mucamas, mozos, niñeras. Los escalafones más bajos del capitalismo de servicios cruzados con los escalafones más altos del estoicismo moral y físico. Lo único que entretiene a los rumanos durante el viaje es alguna radio. Muchos dejan a buena parte de sus familias: esposos, esposas, hijos, hijas, novios, novias. El mismo trabajo que en Rumania se paga con setecientos euros, en Inglaterra se paga con una cifra en libras semejante a dos mil doscientos euros.

Tironeada durante la Guerra Fría tanto por las potencias comunistas como por las capitalistas, Rumania es la clase de país que en términos de participación económica, cultural y política estuvo durante décadas en el no man´s land europeo. El intersticio que por miedo y dudas abandonan todos los contendientes en el campo de batalla. Y esa no es una zona neutral. Por el contrario, esa es la única zona de la batalla en la que se reciben tiros de los dos lados. La franja de tierra donde no existen las trincheras. Piensen un momento, ¿en qué se convierte un país al que llegan las balas y no existen las trincheras? La respuesta razonable es que se convierte en un país invulnerable a las balas, un país cuyos habitantes no necesitan trincheras. Así es como prospera la vida si quiere seguir viva: se transforma. Hay una alternativa literaria: pensar a Rumania como una nación zombie. Pero no un zombie encerrado en una jaula ridícula de bambú, como Corea del Norte, sino un zombie capaz de subirse a un micro sin baños y cruzar un continente para moderle la cara a alguien acostumbrado al calor de las trincheras y a la lejanía de las balas y desfigurarlo para siempre. Pueden llamarlo rechazo, identificación, asimilación. Es el espíritu rumano en expansión, va a seguir adelante de todos modos/////PACO

article-2532062-1A54FABC00000578-108_634x393