Dulce Navidad

“Hay un país antes y otro después del G20”, repitió Jorge Asís durante varias semanas en las entrevistas que todos los jueves le hizo Alejandro Fantino en Animales Sueltos. Cuando el conductor intentaba explorar un poco más sobre el significado de la sentencia, Asís evitaba ahondar en explicaciones. Como lector asiduo de sus columnas y libros, puedo inferir que se refería a que, después del G20, el cuadro de situación política se aceleraría y algunas cuestiones hasta entonces comprimidas por un corset de corrección política y mesura de destrabarían. Ya inmersos en ese después, y llegando a los últimos días del año, podemos ver algo de ese proceso, pero también su antítesis: nada parece haber cambiado demasiado en una Argentina que, desde hace al menos dos años, evidencia un proceso de descomposición indeclinable.

Papá llegó borracho

Donald Trump vino a la Argentina y fue como la visita de un padre ausente que se separó hace mucho tiempo de mamá y cae con algún regalo, pero buscando algo que sacarle. La viral escena del presidente pasando de largo sin saludar a un Macri que mendigaba atención fue una postal que la prensa blindada hizo pasar como un blooper, pero que significó algo más profundo: el desinterés del rol argentino en la geopolítica mundial, el desdén hacia un alumno obsecuente condenado al fracaso en un mapa donde sólo los valientes tienen atención y respeto. Los argentinos estamos acostumbrados a ser el corno inglés en el concierto de las naciones, a orbitar periféricamente metiendo algún que otro arreglo como mucho en una partitura gigantesca, pero la evidencia palpable de que en nuestra casa el invitado estrella se pasee como un borracho cuchicheando con Vladimir Putin -el tío recio que siempre tiene un billete de canuto para darnos- fue la prueba evidente del humo macrista: el papel de “Argentina en el mundo” es el de un extra que cobra el mínimo sindical y sonríe a cámara en alguna toma donde en primer plano aparecen las grandes estrellas.

Luego, Macri llorando en el Teatro Colón, emocionado por el apoyo del presidente de Francia y la primera ministra de Alemania -dos nombres que cuando volvieron a sus países enfrentaron muy serios conflictos sociales por las mismas políticas que defendieron en Argentina-, es una escena digna de un genio como Landrú, que en paz descanse. El resultado de tal puesta teatral fue un puñado de promesas, una palmada en el hombro y, al día siguiente, la verdad desnuda: un Macri mirándose al espejo cansado, enfrentando otro día más de rosca y navidad decembrista.

El diario me regala nuevas atrocidades

Cuando había pasado el G20 y la final de la Libertadores -eterna, febril, incómoda y maniquea- todo parecía listo para el gran asado argentino de los saqueos: militarización, protocolo Bullrich de gatillo fácil, recesión galopante, inflación explosiva, bono para unos, banderitas norteamericanas para otros, y entonces el feminismo volvió a salvar la situación. Como había ocurrido en febrero/marzo, cuando la CGT hizo una movilización histórica y un paro general que le marcó la cancha al gobierno, y entonces Macri respondió con el debate del aborto legal, seguro y gratuito que desvió la conversación y sublimó el descontento hasta diluirlo, el colectivo Actrices Argentinas lanzó una explosiva conferencia de prensa con una denuncia de abuso sexual que tiene todos los componentes para un banquete mediático: menores, trastiendas, televisión abierta, famosos, morbo, degradación, intriga, decadencia y the rise and fall de una estrella televisiva de los 90.

El asunto explotó en medios de comunicación y charlas de café, subtes, Metrobús, mesa familiar y grupos de WhatsApp. Como un ánodo galvánico, la energía negativa se convirtió en “la fuerza del cariño” y la ola de solidaridad pudo más que la inercia de la destrucción económica. Las noticias, catástróficas, demuestran cada día la debilidad del proyecto macrista: una inflación que se anuncia a la baja y termina a la alta, los indicadores de riesgo internacionales rompiendo los récords, un dólar que apenas puede contenerse en la camisa Sandleris de once varas, un déficit comercial en la cuerda floja salvado por una recesión que fumigó el mercado interno, el remate de dólares de ahorro para pagar salarios, despidos masivos, desesperanza general.

Como en el siglo IV que describe Caroll Bark en sus Orígenes del mundo medieval, ante un momento histórico donde todo se desmorona, el hombre de a pie pone sus libertades en manos de los referentes más cercanos capaces de garantizar su seguridad. En aquel caso, se trataba de los señores feudales y los ricos caballeros armados con entrenamiento y poderosas armas ante la barbarie extranjera que asolaba sus fronteras. Hoy se trata de un FMI que llega precisamente con un regalo de Navidad de 7600 millones de dólares que permite mantener a raya la explosión inminente de una economía inflacionaria-recesiva. A su vez, ponemos nuestra libertad de sentir, pensar y hacer en manos de las caballeras andantes, vestidas con polleras de primera marca, cobrando salarios cinematográficos y televisivos, reunidas en concilios donde se vota a quién se castiga y quién se salva de acuerdo a la moral y las buenas costumbres del mundo progresista al que, imaginamos, podremos acceder luego de este tiempo oscuro. Se repite entonces la tríada del mundo medieval que enunció Jaques Le Goff: donde antes estaban los que luchan, los que rezan y los que trabajan -es decir, los señores feudales, los curas y los campesinos-, hoy están los CEOs del macrismo, las Actrices Argentinas y nosotros, los que pagamos Netflix y AFIP a tiempo.

Sólo quiero saber cuál es mi porvenir y cuántas navidades van a ser así

El 2019 asoma antes de nacer y corona en un parto con dolor. Cristina se corre de un pasado kirchnerista repleto de presos y una Cámpora acosada por sus propias miserias y decadencia. La principal opositora, única rival posible del macrismo, se mueve despacio pero sin pausa, reunida con el Joven de Oro Grabois, quien hasta ahora funciona como un Sabatella con más pelo, más pancartas y mejores zapatillas. Con esto, que es tan poco, sin embargo, mantiene un poder inclaudicable entre quienes ven, en su final, el inicio del empobrecimiento de la clase media argentina y la transformación del orgullo argentino en un trapo de piso gastado.

La Navidad vuelve a llegar con imparables aumentos de precios, billetes de animalitos, transporte público colapsado, vacaciones frente al ventilador en modo ahorro, televisión en los diarios y el diario en la televisión, una Corte Suprema quebrada por las internas palaciegas, violencia reprimida y represión violenta, y, sobre todo, altas dosis de resignación, una furia apagada por algún tamiz de abulia y cansancio. Una nueva Navidad donde los argentinos apostamos a que esto puede durar un poco más, donde compramos los barriletes sin cola de un futuro brillante luego de una oscuridad plena. Los que todavía apoyan al gobierno tienen la fantasía de que esto no terminará mal, que después del bajón viene el bienestar, que después de la oscuridad está la luz, que después de la tormenta viene la calma, etcétera, etcétera.

Otros, que ya la vieron, otros que ya la saben, otros que la intuyen, no encuentran otro rumbo que confiar en aquellos referentes que prometen arreglar mágicamente la calesita chocada: ni Cristina, ni ninguno de los otros que la secundan o van más atrás, dan una sola pista de cómo hacerse cargo de un país con una deuda récord que dinamitó todas sus bases productivas. Después están los otros, jamón del medio, que prefieren discutir el sexo de los ángeles y los demonios porque desean mentes sanas para un mundo podrido, pero que, al final, nos tienen a todos podridos////PACO